Joaquín Machado, un hermano Luis García Montero
De Ucrania a Palestina, la batalla del derecho internacional
Los separan dos años, pero los dos comunicados tienen el mismo título: "La Corte indica medidas provisionales". El primero, fechado el 16 de marzo de 2022, se refiere a Ucrania; el segundo, fechado el 26 de enero de 2024, a Gaza. En ambos casos, la Corte Internacional de Justicia (CIJ), principal órgano judicial de las Naciones Unidas del que todos sus miembros son partes ipso facto, emite una orden a dos de estos Estados que, según precisa, "es vinculante".
En 2022, de forma lapidaria, conmina a Rusia a "suspender inmediatamente las operaciones militares que inició el 24 de febrero de 2022 en el territorio de Ucrania". En 2024, de forma detallada, conmina al Estado de Israel a "tomar todas las medidas a su alcance para impedir la comisión, contra los palestinos de Gaza, de cualquier acto comprendido en el ámbito de aplicación" de la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio.
Ni Rusia ni Israel han cumplido las exigencias de Ia CIJ, a pesar de que el artículo 94 de la Carta de las Naciones Unidas estipula que "cada miembro se compromete a cumplir la decisión de la Corte Internacional de Justicia en todo litigio en que sea parte". La Carta, aprobada el 26 de junio de 1945 cuando la Segunda Guerra Mundial tocaba a su fin, comienza con las palabras: "Nosotros los pueblos de las Naciones Unidas, resueltos a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra, que dos veces durante nuestra vida ha infligido a la humanidad sufrimientos indecibles, a reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de las naciones grandes y pequeñas...".
Por supuesto, no es la primera vez, ni será la última, que los Estados violan alegremente y con impunidad el derecho internacional, reclamándolo como propio cuando les conviene. Pero esta es sin duda la primera vez que la concomitancia de dos guerras, de consecuencias potencialmente devastadoras para la paz mundial, pone de manifiesto ante todos los pueblos la cínica hipocresía de las naciones que se han arrogado el privilegio de lo universal, del derecho, lo justo y lo bueno, es decir, Europa y Occidente, esa realidad política nacida de la proyección de nuestro continente sobre los demás.
Porque es un hecho indiscutible que los dirigentes actuales de Europa y Estados Unidos no conceden la misma importancia al derecho internacional cuando se trata de la suerte del pueblo ucraniano o del pueblo palestino. Frente a la agresión rusa contra Ucrania, una legítima cascada de represalias diplomáticas, sanciones económicas y ayuda militar. Frente a la guerra de Israel contra la población gazatí, la masacre de civiles y ahora la hambruna, vagos llamamientos a la moderación y una tardía acción humanitaria, pero ningún alto el fuego, sino todo lo contrario, ya que el ejército israelí sigue beneficiándose de la ayuda occidental.
El nuevo imperialismo ruso
Este desequilibrio significa que Europa y Estados Unidos ofrecen a Vladimir Putin la victoria ideológica que busca. La propaganda que acompaña su desenfrenado afán de poder, del que las libertades del pueblo ruso son las primeras víctimas, pretende unir los resentimientos acumulados contra la larga historia de dominación europea. Frente a un "Occidente colectivo", como lo llama Putin, designado como símbolo de decadencia donde, bajo el disfraz de la democracia, se pierden los valores de la tradición y las señas de identidad, se presenta como el promotor de un nuevo orden autoritario y reaccionario del que Rusia sería la potencia protectora.
Así queda ilustrado en Oriente Próximo, donde, con la despiadada guerra que se libra contra el pueblo sirio en apoyo de una bárbara dictadura, ha comenzado la afirmación bélica de ese nuevo imperialismo ruso. En los últimos días se han visto en la capital libanesa enormes vallas publicitarias en las que se alaba a Vladimir Putin en vísperas de las elecciones presidenciales, que le dan por ganadas. Según L'Orient-Le Jour, en ellas, en una mezcla de multilateralismo y conservadurismo, se podía leer en árabe, : "Un nuevo mundo multipolar", "Usurpar las creencias religiosas de los demás no puede considerarse libertad de expresión", "Valores morales, familia e identidad cultural". Entre los barrios elegidos para esta campaña está la periferia sur de Beirut, donde se encuentra el cuartel general de Hezbolá.
Hemos llegado a un punto en el que cualquier infracción de la ley en una parte del mundo es sentida en todas.
El derecho internacional no puede dividirse. No podemos apoyar al pueblo ucraniano y abandonar al pueblo palestino. Del mismo modo que no podemos defender la causa palestina abandonando la causa ucraniana. En ambos casos están en juego los mismos principios, que carecen de valor si están sujetos a una geometría variable.
Sólo este principio rector puede construir un baluarte contra Putin y la amenaza no sólo imperialista, sino también fascista, que representa. Y es en relación con Gaza donde se está poniendo a prueba.
Apoyar la guerra de Israel allí es ofrecer a Rusia la victoria en Europa. Porque ese es el objetivo de guerra de Vladimir Putin: derribar el derecho internacional, todo ese andamiaje de normas, principios y valores supraestatales y supranacionales construidos bajo el shock de la catástrofe europea y sus inconmensurables crímenes, en la repentina comprensión de que no se puede confiar en los Estados nación por sí solos para garantizar la paz en el mundo.
Del mismo modo que la proclamación de la igualdad natural de derechos no conlleva automáticamente la igualdad real, el derecho internacional es más una promesa que una realidad. Es una palanca reivindicativa, una preocupación por la humanidad, un horizonte universal. Y es una vieja promesa que Europa ha hecho al mundo. Que la propia Europa no haya sido en absoluto fiel a esa promesa, no le resta para nada una fuerza subversiva. "Hemos llegado a un punto en el que cualquier infracción de la ley en una parte del mundo es sentida en todas.” Estas son prácticamente las últimas palabras de Hacia la paz perpetua, el ensayo del filósofo Immanuel Kant cuya publicación en 1795 fue la primera declaración de este "derecho cosmopolítico", fundamento de la "hospitalidad universal".
"Uno" y "todos" van de la mano: no hay ninguno de mis derechos que no lo sean también de los demás. No hay pueblo que no sea responsable del destino de otros pueblos. Para hacerse una idea, bastaba con seguir las recientes vistas de la CIJ en La Haya, del 19 al 26 de febrero, sobre "las consecuencias jurídicas derivadas de las políticas y prácticas de Israel en los Territorios Palestinos Ocupados, incluido Jerusalén Este". Cuarenta y nueve Estados miembros de las Naciones Unidas y tres organizaciones internacionales han participado en este procedimiento, surgido a raíz de una petición de dictamen consultivo de la Asamblea General de la ONU, de la que el Estado de Israel se ha desentendido, recibiendo únicamente el vergonzoso apoyo de Estados Unidos.
Immanuel Kant (1724-1804), cuyo nombre está asociado a la filosofía de la Ilustración y a sus esperanzas democráticas, nació y murió en Königsberg, actual Kaliningrado, enclave ruso de un millón de habitantes encajado entre Lituania y Polonia. Su actual gobernador, Anton Alikhanov, es un fiel seguidor del partido de Vladimir Putin. A principios de febrero, en su intervención en un "Congreso de politólogos" celebrado allí, atacó directamente al filósofo, culpándole de todo el desorden de nuestro mundo, en una perorata que repetía todo el argumentario político del putinismo.
Nadie nos detendrá. [...] Esta es la guerra de los hijos de la luz contra los hijos de las tinieblas.
"Quiero demostrar que Immanuel Kant, que nació aquí hace casi trescientos años, tiene un vínculo casi directo con el caos global al que nos enfrentamos hoy. También tiene un vínculo directo con el conflicto militar en Ucrania". ¿Por qué? Porque es "uno de los padres fundadores del Occidente moderno", marcado por "la impiedad y la ausencia de valores superiores". Y continuó haciendo de Kant "el padre de casi todo": "Es el padre de la libertad, de la idea del Estado de derecho, del liberalismo, del racionalismo e incluso de la Unión Europea. Algunos incluso dicen que la idea de las Naciones Unidas es suya".
Por si nos quedaba alguna duda, aquí tenemos una lista de las cosas que Putin pretende destruir: la esperanza internacionalista de un mundo común y solidario, la igualdad y los derechos universales. Pero es también esta esperanza la que, desde hace tanto tiempo, está en peligro por la persistente injusticia cometida contra el pueblo palestino por la obstinada negación del derecho internacional de los dirigentes del Estado de Israel. Una negación llevada hasta el nihilismo por la coalición extremista en el poder encabezada por Benjamin Netanyahu, quien, el pasado enero declaraba: "Nadie nos detendrá. Ni La Haya, ni el Eje del Mal, ni nadie. […] Esta es la guerra de los hijos de la luz contra los hijos de las tinieblas".
Putin y sus ideólogos dicen lo mismo sobre Ucrania y su determinación de librar hasta el final una guerra vital identitaria y civilizatoria. Por frágil e imperfecto que sea, el salto adelante que en 1945 legitimó un derecho internacional vinculante para todas las naciones nació precisamente de la convicción, alimentada por la tragedia, de que así es como vencen las tinieblas. Tanto en Europa como en Oriente Próximo.
Traducción de Miguel López
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