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Abascal encuentra la vía "verde" de Vox en un "conservacionismo" romántico que sustituye medidas por "amor" patriótico

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Es curioso. Santiago Abascal acusa a la izquierda de inventar una "religión climática", pero él mismo ha elevado un libro sobre la materia a la categoría de "biblia". Se trata del ensayo Filosofía verde, obra de Roger Scruton, afamado pensador británico enaltecido por el presidente de Vox cuyos títulos –Conservadurismo o Cómo ser conservador– dan idea de sus inclinaciones ideológicas. Si la religión voxiana tuviera un nombre, sería "conservacionismo", idea con la que Abascal trata de conquistar iniciativa en un terreno dominado por la izquierda. El camino no está exento de dificultades y contradicciones.

El partido de Abascal no aclara, a preguntas de infoLibre, si prevé fundar algún tipo de asociación "conservacionista", al estilo del sindicato que montó en 2020. Lo observable a través de los hechos es que el líder de Vox intenta empujar a su partido a una transición desde el más tosco cuestionamiento de la ciencia a un marco de econacionalismo romántico, que se recrea en la belleza bucólica del paisaje y que resulta coherente con su estrategia de penetración en la España rural usando reclamos identitarios.

¿En qué se traduce eso en políticas públicas? En "nada", responde el sociólogo Guillermo Fernández, que afirma que la "tímida" apertura de este nuevo discurso de amor "patriótico" por la naturaleza es compatible con un balance nulo en el terreno de los hechos. En la práctica, y junto con este mensaje que propone una "desideologización del ecologismo" –en palabras del investigador Tomás Alfonso–, Vox sigue alineándose con todos los sectores económicos cuya actividad recibe algún tipo de objeción medioambiental y culpando de sus problemas al "ecologismo progre".

Del negacionismo al "conservacionismo"

Desde su fundación en 2013, Vox ha coqueteado con el negacionismo sobre el cambio climático, a menudo con la coartada de un escepticismo que en realidad a estas alturas necesita ya cerrar los ojos ante conclusiones científicas firmes. "Me gusta mucho el campo, la naturaleza y tengo una preocupación con la conservación. El debate del cambio climático, si es un cambio natural [o] si es un cambio que obedece al ser humano, es algo que desconozco", afirmó en 2019 Abascal. No sorprenden estos guiños al negacionismo. Vox, al igual que el grueso de la ultraderecha en auge en Occidente, ha sintonizado la onda de la conspiranoia. Abundan los ejemplos: la denuncia del supuesto "genocidio de hombres" por la Ley de Violencia de Género, las opiniones históricas que atribuyen al PSOE la responsabilidad de la Guerra Civil, el apoyo a la teoría de la confabulación sobre el 11-M, el supuesto plan secreto del húngaro George Soros y las "élites globalistas de izquierdas" para promover la entrada de una inmigración "de reemplazo" en Europa...

Esta querencia por las teorías conspirativas, aunque atizada por la pandemia, es un clásico del populismo ultranacionalista. Está en la historia. Un caso canónico es el libelo antisemita Los protocolos de los sabios de Sión (1902), que describe un complot judío para dominar el mundo y que sirvió de nutrimento para la propaganda nazi. Y sobran casos contemporáneos. En Polonia el partido Ley y Justicia ha animado las teorías de la conspiración sobre un posible asesinato por parte de Rusia del que fuera presidente Lech Kaczyński. El birtherism, teoría según la cual Obama nació en Kenia, lleva el sello de Trump. Bolsonaro en Brasil ha promovido una teoría según la cual una conjura de intelectuales e izquierdistas oculta los éxitos de la dictadura militar. La vecindad con los antivacunas ha sido corriente. El cambio climático no podía escapar a esta dinámica. Para Vox, sin negarlo expresamente, se trata de un fenómeno exagerado por una izquierda que quiere infundir miedo a la población para implantar su agenda totalitaria. Es la misma horma de la teoría de la "plandemia".

La veta negacionista ha deparado casos de llamativa zafiedad en la forma de Vox de abordar la crisis climática. "Que se caliente un poquito el planeta, para empezar, reducirá muertes por frío", afirmó en abril en el Congreso el diputado Francisco Contreras, portavoz del partido en la Comisión de Transición Ecológica. Posiciones como la de este diputado, que rozan la caricatura y acaparan atención mediática, pueden conducir a la impresión de que el partido de Abascal sigue instalado sin más en el más rudimentario populismo anticientífico.

Pero, acercando la lupa, es sencillo comprobar que la impugnación frontal del "camelo climático" se acompaña de un nuevo discurso aferrado a otra idea-fuerza, que Abascal esbozó en octubre de 2020 en su moción de censura: "Quiero hablarles de conservacionismo. Es decir, del cuidado de la naturaleza, de la conservación del medio ambiente, del respeto al legado natural que hemos recibido de nuestros padres". He ahí el nuevo término, "conservacionismo", una "ecología de verdad" para "una España verde, limpia y próspera" que refuta el "consenso progre" y la "religión" climática. Y que permite, por el parecido de las palabras, reivindicar al "conservador" como una especie de ecologista por definición, en línea con lo defendido –con mucha más brillantez– por Scruton en su "biblia" verde.

Pescando en la "España vaciada" y los descontentos

Ese discurso ha ido ganando peso, mientras Abascal se afana en popularizarlo entre sus bases. Se trata de un ecologismo nacionalista, empapado de retórica nostálgica y romántica, que exalta las hermosas estampas de España. Y se inserta con facilidad en la estrategia de penetración de Vox en la llamada "España vaciada", que explota en clave identitaria las tradiciones y modos de vida rurales, puros y profundos, que se presentan como agraviados por un ecologismo pijo y cosmopolita que actúa como villano de la función.

Para alimentar esta tensión campo-ciudad, Vox sale en defensa de "nuestra riqueza natural". Es una música que suena cada vez más alta en las iniciativas en el Congreso de Vox en defensa del "patrimonio medioambiental" de la "España interior". "Nos declaramos conservadores y, por tanto, conservacionistas. Amamos nuestro país, su cultura, sus tradiciones, valoramos la sociedad rural y, por supuesto, la naturaleza, sus paisajes y su fauna”, ha sintetizado el diputado por Zamora Pedro Requejo.

El partido de Abascal censura una y otra vez el "ecologismo progre", el "ecologismo pasado de vueltas" o el "falso ecologismo" con sus "chiringuitos" para salir en defensa de sectores económicos afectados por objeciones o medidas medioambientales: desde las centrales térmicas en Galicia a los agricultores del Mar Menor, pasando por la refinería La Rábida, el sector cinegético o los ganaderos intensivos molestos con la campaña del ministro Alberto Garzón. Allá donde haya un colectivo descontento que trabaje en contacto con la naturaleza, está Vox para oponer su "sensato conservacionismo" al "ecologismo radical", en palabras de la diputada Mireia Borrás. Este es también su mensaje para los agricultores perjudicados por la nueva PAC, que Vox resume en "demagogia ecologista sin base científica”.

Una conversación con la promesa de la derecha francesa

Toda esta línea conservacionista recibió un espaldarazo en junio de este año con un encuentro entre Abascal y Marion Maréchal, joven promesa de los Le Pen e impulsora del Institut des Sciences Sociales, Économiques et Politiques, centro de pensamiento y formación de la derecha radical en Francia, que abrió en 2020 sede en Madrid. "Como conservadores [...] tenemos que ser capaces de conservar nuestra tierra, nuestro paisaje, nuestra identidad, porque forma parte de esta batalla identitaria [...]. El papel de los conservadores es ser capaces de crear una lógica ecologista distinta que esté fuera de esa matriz neomarxista revisitada que domina Bruselas", explicaba Maréchal.

"Quienes estamos en posiciones conservadoras entendemos la lógica conservacionista mejor que nadie", añadía Abascal, para quien oponerse a la "religión climática" de la izquierda es "uno de los principales retos" conservadores. El dirigente de Vox Jorge Buxadé, antiguo falangista y otro entusiasta del "conservacionismo", utilizaba su papel de conductor del encuentro para contrastar el planteamiento de Abascal con la caricatura de un discurso de izquierdas que supuestamente sólo impone prohibiciones para los demás: "No comas carne, no tengas coche, no te duches todos los días. [...] No te cases, no tengas hijos, no tengas familia, no tengas patria, no tengas nación".

La "biblia" de Scruton

Las pistas que dejaron Maréchal y Abascal en su encuentro conducen sin desvíos al ensayo de Scruton (1944-2020), Filosofía verde, un texto que permite conocer las coordenadas en las que Vox pretende moverse ahora. Publicado originalmente en 2012, la editorial Homo Legens, situada en la órbita de Vox y fecunda en títulos que apuntan al lector de derecha radical, lo ha lanzado en España en julio de este año con prólogo de... Abascal.

En sus líneas previas al "magnífico" libro, el presidente de Vox traduce con intención política las tesis climático-filosóficas de Scruton. "Los españoles", "agraciados" con una naturaleza que sobrecoge "nuestras almas", debemos por "anhelo patriótico" mantener en buen estado "nuestros campos". Hasta ahora las "élites progresistas", escribe, han dominado el discurso ecologista para "lucrarse" gracias al "amor" sincero del patriota por su tierra. Mientras tanto, ellos comen "chuletones a diario". Pero eso se acabó, porque llega un "ecologismo diferente" para "España y la Iberosfera".

¿Y cuál es ese ecologismo que defiende el "magnífico" texto de Scruton? Veamos.

El filósofo británico no niega el cambio climático. Lo que sí hace es restarle gravedad y renunciar a presentarlo como el gran problema de la humanidad. El autor cita a Bjorn Lomborg, que afirma que el calentamiento es "menos catastrófico de lo que los ecologistas acostumbran a decir". También se apoya en autores que a alegan, a su juicio desde la moderación, que "respecto a la cuestión del clima" la ciencia "continúa en paños menores".

El calentamiento global es "un problema entre muchos otros", afirma. Y la solución no está en manos de la izquierda, a su juicio. Scruton expresa una frontal desconfianza hacia las ONG ecologistas y su discurso contra las empresas como las "principales culpables". ¿Por qué? Porque ello supone, a su juicio, apartar el foco del principal problema: las burocracias estatales y las instituciones internacionales que pretenden establecer regulaciones. En línea con los principios conservadores, hay que "impedir que el Estado acometa tareas que pueden acometer mejor los ciudadanos". La solución, añade, "no puede ser la que proponen los socialistas, que radica en abolir la economía libre".

¿Cuál es la solución, entonces? Scruton la ofrece en dos niveles. Una, plena de confianza en los avances científicos, sería la "geoingeniería". "Está claro que algunas actividades humanas provocan el enfriamiento de la Tierra y que, por tanto, el intento de estabilización del clima podría basarse, más que en dejar de hacer cosas, en añadir cosas a las que actualmente hacemos". La segunda solución es más filosófica. Ecologistas y conservadores, afirma, deben hacer "causa común" del "territorio, objeto de amor que ha encontrado en el Estado nación su más vigorosa expresión política". Scruton apela a las motivaciones más profundas de nuestra psique, que se manifiestan en "ideas de hogar, de belleza y de consagración". Ideas, dice, que "distinguen entre lo que es nuestro y lo que es suyo, entre territorio propio y extranjero, entre lo que me pertenece y lo que no". Así lo resume: el calentamiento global debe combatirse desde "las lealtades heredadas, la soberanía nacional, la empresa privada y las iniciativas cívicas".

La sombra del "ecofascismo"

Bien, esto es Filosofía verde, erigida en la "biblia" verde de Abascal. ¿Va en serio Vox con todo este "conservacionismo o es sólo un blablablá para salir del paso en un tema en el que la izquierda es dominante? Tomás Alfonso, autor del reciente artículo Ecofascismo: el cierre autoritario a la necesidad ecologista, publicado por el centro Al Descubierto, inserta esta apuesta por el "conservadurismo" en un "cambio de discurso" cuyo destino es aún difícil de saber. "Es probable que termine en un discurso que presente el medioambiental como un problema técnico, combinado con otro más romántico nacionalista o patriótico, con la vista puesta en los territorios despoblados. Se trata de dos vertientes compatibles, no antagónicos, del mismo empeño por desideologizar el ecologismo", explica.

¿Incurre Vox en eso que se ha dado en llamar "ecofascismo"? A juicio de Alfonso, más destacable que el "aroma ecofascista" de algunas apelaciones, es la reivindicación de Vox de un "retorno a las tradiciones", línea que conecta bien con su discurso contra la globalización. Además, el término "ecofascismo" obliga a la cautela. En primer lugar, porque la propia extrema derecha lo usa contra la izquierda. Está por ver qué derroteros toma Vox. Alfonso cree que, en cualquier caso, actuará a remolque de la sociedad, adaptándose lo mejor posible a un terreno extraño.

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La difícil "resemantización"

El sociólogo Guillermo Fernández, especializado en los movimientos de la extrema derecha, atribuye el "tímido" repunte del discurso conservacionista de Vox al perfil de Abascal, aficionado al campo y al avistamiento de fauna. Según Fernández, Abascal aún tiene tarea para que el partido interiorice la idea, dado que está poco entrenado en la apropiación, con cambio de significado ("resemantización") de ideas "ganadoras" de la izquierda adaptándolas al repertorio derechista, un camino que sí ha recorrido en Francia el Frente Nacional y que ahora está desandando Eric Zemmour.

En cualquier caso, añade el autor de ¿Qué hacer con la extrema derecha en Europa? El caso del Frente Nacional ¿Qué hacer con la extrema derecha en Europa? El caso del Frente Nacional(Lengua de Trapo, 2019), lo evidente es que en cuanto a "políticas públicas", el "conservacionismo" se ha traducido hasta ahora exactamente en "nada". Esa "nada" incluye el esbozo de plan presentado en la moción de censura, que se apoya en energías sucias y defiende una conversión en regadío de millones de hectáreas como si no hubiera ya insuficiencia de agua. Técnicamente, es inviable. Pero no todo lo inviable es inútil política y electoralmente.

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