La violencia contra las mujeres parte de una misma raíz, la dominación del hombre, y adopta formas diversas. La violencia sexual ha sido tradicionalmente una de las vertientes más invisibilizadas: la carga sobre la víctima es una constante, el dificultoso proceso de denuncia es evidente y las carencias legislativas revelan las lagunas a nivel institucional. El juicio a La Manada por una violación múltiple contra una chica de 18 años en los Sanfermines de 2016, o la oleada de denuncias sobre el acoso cotidiano que sufren las mujeres a raíz del caso Weinsteincaso Weinstein, son dos de los asuntos actuales que evidencian la transversalidad de la violencia sexual. Este sábado 25 de noviembre, Día Internacional contra la Violencia de Género, sirve también para recordar la gravedad de la violencia de índole sexual que sufren las mujeres.
"El mito lo que ha construido en el imaginario general es que solamente existe un tipo de agresión sexual: la penetración vaginal con el uso de la fuerza", explica Bárbara Tardón, doctora en estudios de género. En el relato, por tanto, desaparecen "otras muy presentes e incluso más sistémicas".
Discriminación cotidiana
Uno de los problemas de base parte de la cosificación y sexualización de las mujeres. "Cualquier tipo de discriminación, como que las mujeres no podamos estar 100% tranquilas en ningún espacio porque estamos expuestas a comentarios, es una forma de violencia simbólica". Así lo expresa la periodista y activista Andrea Momoitio, en declaraciones a este diario.
La propia Organización Mundial de la Salud (OMS) señala que la violencia sexual "abarca actos que van desde el acoso verbal a la penetración forzada y una variedad de tipos de coacción, desde la presión social y la intimidación a la fuerza física".
Se trata, explica Momoitio, de "agresiones sexistas, porque como norma general las sufre un género, y machistas porque responden a una idea cultural que reduce a las mujeres a lo físico", y cuya expresión más simbólica conforma el escalón previo a la agresión sexual, que es el último paso y "de hecho el que menos debería interesarnos si tratamos de entender la estructura que lo permite".
Las formas en que la discriminación cotidiana se materializa "son muy distintas y no todas tienen la misma gravedad". Sin embargo, todas ellas beben de la misma fuente. "Esa estructura social, política, cultural y económica es el patriarcado", argumenta la periodista. "Las mujeres lo sufrimos –continúa– de distintas maneras, en distintos grados, a lo largo de toda nuestra vida".
En este contexto, uno de los escenarios que actúa como caldo de cultivo es el de las redes sociales. Una de cada cinco mujeres en España asegura sufrir abusos a través de internet y el 27% ha sufrido amenazas físicas o sexuales, según un estudio publicado este lunes por Amnistía Internacional. ¿Las consecuencias? Según la organización, el 51% de ellas experimentaron estrés, ansiedad o ataques de pánico.
"En redes, igual que en la calle porque no deja de ser una muestra virtual del mundo, la discriminación hacia las mujeres se da de muchísimas maneras", relata Momoitio. "Desde un anuncio en cualquier medio en el que aparecemos reducidas a nuestro cuerpo a comentarios en grupos de Whatsapp de amigos hasta amenazas directas por hacer activismo feminista", enumera.
El problema, asegura la activista, es que "en los tribunales nos encontramos con las mismas resistencias que en la calle". El motivo es claro. "El patriarcado está en las raíces de nuestra cultura", de modo que se torna enormemente "difícil desmontar la cultura del piropo, por ejemplo, sin que se sientan atacadas las lógicas culturales". Y por eso el cambio, opina, ha de ser esencialmente cultural. "Tenemos que tratar de construir otras formas de relacionarnos a todos los niveles que no valoren ciertas actitudes que desde el feminismo ya hemos detectado como causa y efecto de otro tipo de agresiones más graves".
Violencia en el entorno
Aunque se asume que las agresiones de índole sexual tienden a producirse por parte de desconocidos, la realidad demuestra que el entorno de la víctima también puede ser determinante en la autoría de los abusos. En el año 2006, la ONU aseguraba que "al menos una de cada tres mujeres en el mundo ha sido golpeada, forzada a mantener relaciones sexuales o ha sido víctima de otros abusos durante su vida y, por lo general, quien la ha maltratado ha sido alguien conocido por ella".
Los efectos de la violencia sexual pesan, si cabe, mucho más cuando el agresor es una persona de confianza. Por ejemplo, "el abuso sexual infantil está totalmente invisibilizado por cómo está conformado nuestro sistema de valores", apunta Tardón, quien considera que el hecho de que la denuncia llegue a "un nivel más público, genera una fractura social importante". La psicóloga Sonia Vaccaro explica en este artículo de Tribuna Feminista la dificultad de denunciar los abusos en el ámbito intrafamiliar, tanto a nivel judicial como social, por el temor al descrédito, la tendencia a minimizar los hechos o la presión que sufre la víctima. A todo ello se suma que "en el 90% de las veces, el abuso sexual intrafamiliar carece de lesiones o marcas".
En cuanto al ámbito sentimental, la OMS advierte de lo común que resultan las "iniciaciones sexuales forzadas". La primera relación sexual "de una proporción sustancial de mujeres jóvenes ha sido forzada", señala el organismo. Los datos sugieren que, "cuanto menor sea la edad de las mujeres en la ocasión de la primera relación sexual, mayor será la probabilidad de que esa relación haya sido forzada".
La pareja y el ámbito familiar no son los únicos entornos de riesgo para las mujeres. "La violencia sexual, incluido el acoso sexual, ocurre con frecuencia en instituciones supuestamente seguras, como las escuelas, donde algunos de los agresores incluyen compañeros o profesores", subraya la OMS. También en el deporte, donde el abuso sexual queda habitualmente invisibilizado por vergüenza, culpabilidad o temor al fracaso, es un escenario donde la relación entre superior y subordinado genera situaciones de abuso.
El problema, una vez más, nos lleva a la denuncia. "Denunciar lo hace un porcentaje ínfimo de las víctimas, por todos los estereotipos de género que pesan sobre ellas", asevera Tardón, y porque está tan "naturalizada la violencia sexual que al final cualquier mujer o víctima que rompa esos estereotipos es una disidente del sistema". Como consecuencia, las mujeres que han sufrido abusos sexuales "no se atreven a denunciar". Además, agrega la experta, "el sistema no está respondiendo frente a la vulneración de sus derechos".
Prostitución y explotación sexual
El Movimiento Democrático de Mujeres y la Red de Municipios Libres de Trata encaran el próximo 25N exigiendo una ley contra la violencia de género integral que contemple "la prostitución y la trata como formas de violencia machista extrema", una violencia que consideran "instalada cómodamente al margen de la legalidad".
Enrique Javier Díez, además de formar parte de la Red de Municipios Libres de Trata, preside la organización Zeromacho, compuesta por hombres a favor de abolir la prostitución. "En toda la red de municipios hemos planteado que no hay diferencia entre trata y prostitución" en la medida en que no es una actividad "libremente elegida". Díez entiende que "una persona puede elegir ser esclava, pero no por eso se admite que la esclavitud sea una profesión". Del mismo modo, añade, la prostitución es "una forma extrema de violencia de género, profundamente sexista y machista". Además, añade, "los hombres que se prostituyen lo hacen mayoritariamente para otros hombres", por lo que "el modelo es el mismo". La prostitución, añade el activista, "no tiene que ver con el sexo, sino con el poder".
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Por otro lado, la Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer Prostituida (APRAMP) recuerda en su último informe, publicado en marzo de 2017, que "España está en el punto de mira del comercio de explotación sexual de mujeres, y se sitúa como uno de los países con más hombres que pagan por sexo: el tercero del mundo". Además, la ONU estima que hoy los niños y niñas representan un tercio de las víctimas detectadas y de cada tres menores víctimas, dos son niñas y uno es niño. De hecho, subraya la asociación, el 62% de las mujeres fueron iniciadas en la prostitución siendo menores de edad.
El debate en torno a la prostitución, no obstante, no está libre de tensiones. La organización Amnistía Internacional insiste en diferenciar entre "trabajo sexual y explotación", en los mismos términos en los que se expresan otras plataformas como la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía, que defiende la "lucha de trabajadores y trabajadoras sexuales contra el estigma y la discriminación". La feminista y escritora Rosa Cobo, por el contrario, explica en su libro La prostitución en el corazón del capitalismoLa prostitución en el corazón del capitalismo, que "el centro de la industria del sexo son los cuerpos de las mujeres, que se han convertido en las mercancías sobre las que se ha edificado esta industria global". "La lógica patriarcal y la lógica de clase se funden en la prostitución", escribe la autora.
Sí existe consenso, tal y como expresa Amnistía Internacional, en identificar la trata con fines de explotación sexual como una forma de violencia contra las mujeres. En este sentido, la ONU se muestra categórica al considerar la trata como "forma contemporánea de esclavitud" que "viola el derecho de las mujeres a la vida, la libertad y la seguridad de la persona".
La violencia contra las mujeres parte de una misma raíz, la dominación del hombre, y adopta formas diversas. La violencia sexual ha sido tradicionalmente una de las vertientes más invisibilizadas: la carga sobre la víctima es una constante, el dificultoso proceso de denuncia es evidente y las carencias legislativas revelan las lagunas a nivel institucional. El juicio a La Manada por una violación múltiple contra una chica de 18 años en los Sanfermines de 2016, o la oleada de denuncias sobre el acoso cotidiano que sufren las mujeres a raíz del caso Weinsteincaso Weinstein, son dos de los asuntos actuales que evidencian la transversalidad de la violencia sexual. Este sábado 25 de noviembre, Día Internacional contra la Violencia de Género, sirve también para recordar la gravedad de la violencia de índole sexual que sufren las mujeres.