“El último nazareno está contento. No siente haberle hecho traición a nadie. Ni a la Segunda Internacional. Él es, primero, sevillano.
Por lo demás ha cumplido con su deber. En la puerta del ayuntamiento, unos jóvenes tradicionalistas gritaban: ¡Viva la Religión Católica Apostólica y Romana! Y él fue uno de los diez mil que pusieron las cosas en su sitio:
-¡No! ¡Qué viva la Semana Santa!
Son dos asuntos diferentes, señor. El último nazareno envuelve sus sandalias en el último número de El Socialista”.
Antonio Núñez de Herrera, un olvidado de la literatura de 1927, resume con estas líneas, escritas en 1934 para Teoría y realidad de la Semana Santa, el sincretismo y la transversalidad ideológica que define a la Semana Santa andaluza y muy especialmente a la sevillana, aspecto que, por regla general, suele ser sencillo de entender de Despeñaperros para abajo y que, sin embargo, provoca reparos e interrogantes más al norte. ¿La Semana Santa no era de derechas?, ¿cómo es posible esa comunión entre un barrio y sus imágenes devocionales?, ¿qué hace ahí el alcalde?
Conviene que el visitante que estos días llega a las capitales andaluzas, si es la primera vez que se asoma a esta celebración, se ayude de guías locales, siempre hay un capillita a mano: no sólo para sortear las famosas bullas, sino, sobre todo, para tratar de entender más allá de la contemplación artística un fenómeno que hace ya mucho superó al de la fe.
Varios datos: Andalucía cuenta con más de 300.000 hermanos pertenecientes a las distintas cofradías y hermandades que procesionan estos días en la calle y miles de chavales ensayan durante todo el año para integrar las bandas de música que acompañan los pasos y cuya música es un género en sí mismo. La información cofrade ya no es un nicho relegado a una época concreta sino que ocupa programas de radio y televisión, páginas de prensa y perfiles donde, a diario, se construye una narrativa propia. Huelga decir que las tiendas de las hermandades y el comercio específico, aunque tengan sus días de gloria en la Cuaresma, hacen caja todo el año. Y si bien todo esto parece haberse ido de las manos, a juicio de voces ortodoxas, más puristas o nostálgicos de cierta sobriedad, lo cierto es que no hay visos de poner freno a estas dinámicas al alza.
Cabe decir que la Semana Santa no gusta a todos, ni mucho menos, que son muchos los que no casan con esta disposición absoluta del espacio público que ocupan los pasos y tantos otros los que censuran la importante inversión que los ayuntamientos deben realizar para garantizar la seguridad en uno de los mayores dispositivos a los que debe hacer frente la ciudad a lo largo de todo el año, pero este artículo no entra a ahondar en esos aspectos sino en la dimensión social de quienes sí participan de un fenómeno que, no en vano, mueve un volumen de negocio de 415 millones de euros sólo en Sevilla, según los datos de 2022 del Ayuntamiento hispalense.
La literatura cofrade, un género al alza
Con finísima ironía, Núñez de Herrera, extremeño que desarrolló su vida cultural en Sevilla, volcó su mirada sobre los ritos de la semana grande en aquel título que podría decirse que fue el primero en realizar una interpretación de la Semana Santa como manifestación no tanto religiosa como sociológica. Hoy esa obra, junto con todos los artículos, entrevistas, crónicas y textos que su pronta muerte dejó desperdigados por revistas y periódicos, se recoge en Estampas, volumen editado en 2018 por El Paseo Editorial gracias al minucioso trabajo de su director y fundador, David González Romero, aquí en colaboración con José María Rondón y César González Rina.
Es, no en vano, González Romero uno de los editores que, junto a sellos como Renacimiento o Almuzara (del que formó parte), participan de ese reverdecer de la literatura cofrade, un tipo de ensayo de notabilísimo éxito, a la luz de las reediciones que salen a la venta, empeñado en desterrar clichés y mantras apuntalados por el tenebrismo con el que la dictadura tiñó la Semana Santa. Podría decirse que esta producción literaria va pareja a la explosión de la fiesta en la calle desde los años 90 a la actualidad.
La nómina es extensa: en varias entregas de Los orígenes modernos de la Semana Santa, la investigadora Rocío Plaza Orellana, por ejemplo, cuenta cómo hasta la configuración de la famosa Madrugá surgió de un juego de poder en el que las cofradías se impusieron a los dictados del poder central, eclesiástico y político. Por su parte, Manuel Jesús Roldán ahonda en La Semana Santa de la Transición, en las novedades que desde 1973 a 1982 se produjeron en las hermandades en paralelo al cambio político de la época. Y en Semana Santa insólita. Delirios y visiones heterodoxas de la Semana Santa de Sevilla (Almuzara, 2014), los periodistas Eva Díaz Pérez y José María Rondón rescatan pasajes escritos o protagonizados por una nómina de personajes –de Bécquer, Lorca, Sorolla, Machado, Miles Davis, los hermanos Lumiére, Durruti o el mismo Franco- que dan fe de la capacidad transgresora de esta celebración. Por último, en el monumental trabajo que hace César Rina en El mito de la tierra de María Santísima. Religiosidad popular, espectáculo e identidad (Centro de Estudios Andaluces, 2020), el autor propone cómo el poder político y religioso ha tratado de controlar la Semana Santa y cómo, finalmente, la consolidación del rito ha venido de la mano del turismo. Una variante en el Bajo Guadalquivir del célebre ¡Es la economía, estúpido!.
“Paradójicamente, es en los tiempos de mayor liberalidad cuando la Semana Santa fructifica y vive un apogeo, mientras en los tiempos de mucha jerarquización y mucho dogmatismo, languidece. La Semana Santa del franquismo era algo que estaba a punto de desaparecer; en los años 60, no iba a verla nadie y ahí están las fotografías de la época que lo atestiguan, mientras que con la llegada de la democracia se convirtió en algo masivo. Esto pasó también en la de la II República; la de los años 10, 20 y 30, no tiene nada que ver con la que impuso el franquismo”, explica González Romero sobre unas procesiones menos rígidas, más expresivas, menos controladas, donde el pueblo tomaba literalmente la calle.
Si no se hace una idea de lo que significa tomar la calle en Semana Santa, asómese a las retransmisiones que realiza, con gran despliegue y acogida de audiencia, Canal Sur, la radio y la televisión pública andaluza, por demás, un poderoso instrumento para la popularización del espectáculo religioso de estos días en las ocho provincias.
Si la Semana Santa es en la actualidad un fenómeno identitario de la autonomía andaluza, tesis que defiende Rina en su estudio, es porque desde sus orígenes modernos es una fiesta civil radicalmente urbana que pertenece al pueblo y a la calle. Además de la expresividad religiosa de su imagineria, que abandona sus templos por unas horas, “la Semana Santa hace de trasvase expresivo para multitud de factores de cohesión que tienen raíz en la vida de una ciudad: se mezclan clases sociales, aspectos psicogeográficos (barrio, centro, periferia, gentrificación), una tradición inventada como espacio de resistencia cotidiana y autogestión de la vida ordinaria al margen de los poderes hegemónicos. Y la ciudadanía toma y comparte el espacio público con unos códigos propios que no tienen adscripción política concreta”, expone González Romero.
La Madrugá del año pasado, de hecho, dejó la fotografía de un balcón de la Macarena protagonizado por el alcalde de Sevilla, el socialista Antonio Muñoz, y el presidente de la Junta de Andalucía, el popular Juan Manuel Moreno Bonilla, acompañados de sus respectivas parejas –Fernando y Manuela, respectivamente- dos dirigentes políticos de signos opuestos junto a la cúpula de la Hermandad que, hasta hace unos meses, tenía enterrado en su basílica a Queipo de Llano, responsable de las mayores atrocidades de la represión franquista en el sur de España.
Pero no sólo a la Macarena. Estos días las visitas a los parroquias e iglesias de los políticos de todas los colores se integran en la agenda de trabajo de manera natural y, como otros años, se da por hecho que algunos dirigentes nacionales visitarán estos días algunas ciudades -Sevilla y Málaga suelen ser las plazas escogidas-, para escenificar, junto a los alcaldes y candidatos de turno, que si la Semana Santa significa pueblo e identidad ellos están en eso. Por ejemplo, el pasado viernes, todavía en las vísperas, la ministra de Justicia, Pilar Llop, asistió a la salidas de las hermandades de Pino Montano y de Bellavista, dos barrios obreros y populosos de la capital sevillana, graneros habituales del PSOE.
Ya en 2016, Sergio Pascual, entonces secretario de Organización de Podemos (purgado después) y en su día costalero de la Virgen de la Angustia de la Hermandad de los Estudiantes, escribió un artículo titulado Podemos y la Semana Santa, en el que defendía ese carácter transversal. “La Semana Santa se ha estructurado a partir de transferencias e imitaciones de los ritos religiosos tradicionales para poder seguir cumpliendo la función social que antaño tenía la religión; expresar la conciencia de identidad de un grupo, crear sentido de pertenencia y evocar valores comunes.”
Antes, mucho antes, de que Pascual compartiera la idea de pertenencia con la que hoy los cofrades identifican este rito, Manuel Chaves Nogales señaló esta ideas en uno de los tres grandes reportajes que firmó, en abril de 1936, para el semanario gráfico francés Voila, con fotografías del legendario reportero Robert Capa (agrupados en 2012 en Almuzara en el Andalucía roja y la Blanca Paloma), en donde el maestro del periodismo retrató la Semana Santa junto a la romería del Rocío y el trabajo de los braceros del campo andaluz en los meses previos al estallido de la Guerra Civil.
“Esos miles y miles de penitentes que desfilan delante de los pasos con la cara tapada y el cirio apoyado en la cadera lo hacen por pura devoción o bien por un espíritu de solidaridad y emulación, cuyo origen no es la religiosidad verdadera, ni siquiera el culto al sevillanismo, sino una fórmula social que se basa en una vida de relación restringida a la auténticas relaciones individuales del individuo: el barrio en el que vive, el tallercito donde trabaja, su parroquilla, sus vecinos, su calle, su familia, su taberna. Esto es la cofradía. La supervivencia de este pequeño mundo del barrio en que se mueve el cofrade es lo que mantiene la Semana Santa en Sevilla, y merced a la coacción de este ambiente se plantan el capirote y enarbolan el cirio los más tibios creyentes y hasta muy caracterizados ateos”.
En una sociedad cada vez más secularizada (pese que se mantengan intactos muchos privilegios de la Iglesia) en la que, según el estudio de la laicidad en España en 2023, cuatro de cada diez personas se declaran ateas, agnósticas o indiferentes ante la religión, el boom cofrade en Andalucía responde a orígenes heterodoxos.
En el documental ¡Dolores Guapa!, distinguido como Mejor Película de la sección Panorama Andaluz en el Festival de cine europeo de Sevilla de 2021, Jesús Pascual, su director y guionista, retrata con enorme acierto y sensibilidad la paradoja que radica en los testimonios de chavales, muchos autodeclarados mariquitas, que se declaran ateos o agnósticos y, sin embargo, participan activamente en la vida diaria de su hermandad o cumplen con la tradición y los ritos, bien por legado familiar bien como refugio social, o por ambas cosas. No hay una razón unívoca.
Porque la Semana Santa, y sus oficios artesanales, han sido desde antiguo, pese a los reparos de la Iglesia por reconocer la homosexualidad, el espacio donde la comunidad LGTBI+ ha encontrado su nicho de libertad y su forma de expresión en público. El grito de ¡Dolores, guapa, viva la Reina del Martes Santo!, que se hizo viral y se convirtió en meme en 2019 resume, al fin, de qué estamos hablando.
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Ya lo escribió Bécquer muy tempranamente, cuando en un artículo sobre la Semana Santa de Toledo le surgía la comparación con la de Sevilla. La de Toledo, vino a escribir, era cosa de muerte y en Sevilla se le había dado a la fiesta "ese espíritu moderno", así, literal. “Aquí somos unos fenómenos metabolizando cualquier cosa para que, como se dice vulgarmente, la cosa tenga su misterio”, opina González Romero.
En el bar Garlochí, un templo del sincretismo, Miguel, su dueño, un tipo sin par, vistió en 2015 a Uma Thurman de dolorosa, y como recogió la prensa local, este episodio representó la indignación de los más recalcitrantes y un auténtico disfrute para muchos otros.
Si usted se acerca a esta barra en la calle Boteros de Sevilla y pide sangre de cristo, uno de los cócteles por excelencia de la casa, habrá quien le diga que es “agua con misterio” y otros, un peligroso brebaje. Como la Semana Santa de Sevilla, todo depende de cómo se viva. Y se beba.
“El último nazareno está contento. No siente haberle hecho traición a nadie. Ni a la Segunda Internacional. Él es, primero, sevillano.