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Andreu Escrivá, divulgador climático: "La palabra 'sostenibilidad' se ha vaciado muchísimo de significado"

Andreu Escrivá (València, 1983) es ambientólogo y, posiblemente, el mejor divulgador de cambio climático del país. Así lo atestiguan el respeto y la admiración de sus compañeros de trinchera, y la profundidad de su discurso, a caballo entre la radicalidad y el pragmatismo. Tras Aún no es tarde (Universitat de València), su entrada en el mundo editorial con una explicación amena y movilizante sobre el calentamiento global, vuelve a la carga con ¿Y ahora yo qué hago? (Capitán Swing), un libro mucho más allá de una simple concatenación de consejos para el activismo. Es una defensa del equilibrio entre la responsabilidad individual ante el fenómeno (sí, hay cosas que podemos hacer) y la necesidad de una acción colectiva y justa, en la que exijamos pagar a los que más han emitido gases de efecto invernadero.

Pero más allá de su perfecta radiografía climática, Escrivá se distingue del resto por una obsesión: la de conseguir, mediante su divulgación constante no solo a través de libros como este, sino de charlas, intervenciones e iniciativas varias, que la gente no solo entienda qué es el cambio climático sino que se anime a involucrarse en la defensa de nuestra salud, de nuestros ecosistemas y de nuestro futuro. No se contenta con un buen discurso, y habla con la pasión de los que realmente aspiran a cambiar el mundo sin caer en lo naif. Explica a infoLibre que el objetivo prioritario, ahora y siempre es movilizar, aunque las renuncias discursivas salpiquen el camino.

Pregunta. El mensaje principal de Aún no es tarde sigue intacto. Mantienes la premisa. ¿Eres sincero cuando dices que realmente hay tiempo para evitar los peores efectos del cambio climático?Aún no es tarde

Respuesta. Yo tengo una lucha interior muy fuerte. Supongo que como casi toda la gente que se dedica al activismo climático, excepto a aquellos que les gusta de alguna forma hundirse en el fango y las cavernas (risas). Yo creo que toda la gente que se dedica a esto tiene una lucha interna súper fuerte. La primera es que a la vista de los datos, a la vista de las sinergias, de cómo funciona el mundo y lo difícil que es cambiar, es imposible no ser pesimista, pero después –y ahí viene la fuerza que te da, en cierta medida–, sabes que hay herramientas, que incluso con los números en la mano es posible. No miento nunca. Mentiría si dijera que es muy probable o que es muy fácil. Me gustaría pensar que somos capaces de hacer una revolución social, intelectual, mental, económica y de relación también entre nosotros y con el planeta, suficientemente ambiciosa como para producir esos cambios. Ojo, digo "me gustaría pensar". Si tuviera que jugarme una paella contigo de aquí a unos cuantos años sobre si se va a producir o no esa revolución, me lo pensaría. Pero creo que tenemos que luchar y nosotros, los primeros, contra nuestra propia desesperanza. Tenemos que poner barreras a nuestros sesgos cognitivos, incluso barreras al conocimiento que queremos.

Sí que es verdad que va a días. Hay días que veo ciertas cosas que me levanto peor y digo "hostia, es que esto... no tiene arreglo". Pero hay muchos días que me obligo, porque aquí la clave fundamental es que la esperanza no es gratis. La esperanza de verdad, la que tenemos que albergar dentro de nosotros mismos, cuesta un curro, igual que la salud mental cuesta un curro, igual que las amistades cuestan un curro, hay que trabajárselo.

P. Es una evidencia la relación entre el sistema productivo capitalista y la crisis climática, pero en tu libro apuestas por no abordar directamente esa relación. ¿Podemos prescindir de ello? ¿No estaríamos ocultando información?

R. (Piensa). Es verdad que con la crisis climática es normal que den ganas de verter toda la información de repente y como que si te estás dejando algo, estás trampeando. Creo que tenemos que ser capaces de enfocar bien, de dosificar. Hay debates que distorsionan mucho.

He visto que cuando nos hemos enzarzado en determinado tipo de discusión, la conversación no avanza, no nos ha llevado a ninguna conclusión, sino que todos hemos dicho algo que nos regalase las orejas, las de los compañeros o del público, y todos tan contentos. Eso es muy fácil decirlo, decir lo que quieres escuchar. Hubiera sido muy fácil por mi parte también poner que vivimos en un sistema insostenible, que el capitalismo tiene la culpa de la crisis climática y de que, por lo tanto, hay que abolir el capitalismo. Pues ya está. Eso, para empezar, no nos está obligando a pensar alternativas, sino que sencillamente si el capitalismo desaparece, que es el mal, pues bueno, todo esto funcionaría bien. Y no es así.

Entonces tenemos que saber dosificar, porque si salimos de nuestra burbuja climática y activista y le decimos a la gente que el cambio climático es un horror y que lo provoca el capitalismo, lo que vamos a hacer es asustar a un montón de gente. Gente que podría llegar a esa conclusión, porque podría estar de acuerdo con nosotros, si le introducimos los conocimientos de otra forma.

Portada de ¿Y ahora yo qué hago?, de Andreu Escrivá.

P. Hay muchos jóvenes que se han acercado al cambio climático por una cuestión meramente intelectual, superficial, y se han convertido en anticapitalistas.

R. Es verdad que a través del activismo climático ambiental se puede llegar a posiciones anticapitalistas y de impugnación del sistema actual. Lo que pasa es que no es lo más habitual. La juventud está muy movilizada y a los 16 años, raro es la persona que no quiere demoler el sistema desde sus cimientos. Entonces creo que tenemos que enfocarlo de otra forma, para no asustar.

Pero lo que no quiero es ocultar ningún mensaje, ni mentir, ni ocultar. Tenemos que ser más inteligentes y que aunque el cuerpo nos lo pida, y queramos decir que el capitalismo es inherentemente insostenible, injusto y depredador... si vamos con ese discurso académico, activista, a la gente, nos vamos a hacer refractarios a cualquier idea sobre el cambio climático que vaya más allá de nuestra pequeña parcelita verde.

Creo que cuando el personal entiende lo que significa la sostenibilidad, ahí sí que hay un cambio. El problema está en que la palabra sostenibilidad se ha vaciado muchísimo de significado.sostenibilidad Se ha banalizado tanto, que para la gente sostenible es algo con un poco menos de impacto ambiental. Pero no es algo que pueda mantenerse en el tiempo sin menoscabo para las generaciones futuras, bla, bla, bla. Cuando la gente entiende que la esfera económica ha engullido la esfera física, que no hay recursos, no tenemos petróleo, ni agua fresca y limpia, ni madera… Cuando realmente entienden eso, ahí sí que hay un cambio de chip. Lo difícil, para mí, es que lo entiendan, porque requiere un conocimiento y porque requiere ser capaz de demoler muchas excusas para la inacción.

P. Propones, en definitiva, un equilibrio entre responsabilidad individual y acción colectiva. ¿Es alcanzable? Entiendo a quién tire la toalla porque el adversario es demasiado fuerte.

R. Yo entiendo que haya desesperanza. Lo que no entiendo es que haya derrotismo. Entiendo que nos sentimos todos insignificantes frente a lo que puede contaminar una empresa. Lo que pasa es que si ya estamos derrotados, apaga y vámonos. Yo no quiero estar derrotado en esta vida. Ha habido mucha gente que ha resistido en condiciones durísimas a lo largo de la historia y no estamos ahí. Y ha habido mucha gente que ha persistido aunque todo hiciese pensar que nada iba a salir bien. Está claro que no hubiera salido nada si hubieran tirado la toalla. Casi parece un acto de fe, pero tenemos que creer un poquito más en nosotros mismos.

Todo esto enlaza muy bien con las distopías. Por eso no me ha gustado mucho El colapso. Confiemos un poco más en nosotros. Al final los seres humanos, y esto se ha demostrado, llevamos inserta en nuestras cabezas la competición. Pero también la cooperación. Creamos un poco en lo que podemos hacer, creamos en el cambio, creamos en la incertidumbre. Pero creo que esta desesperanza frente a la magnitud de la tragedia creo que es comprensible.

P. ¿La distopía moviliza? Parece intuitivo pensar que sí, que nos moveremos para evitar la catástrofe.

R. Creo que hay una cierta pulsión autodestructiva. Tenemos un cierto morbo por ver lo que pasaría si pasara lo peor, con un virus, una hecatombe nuclear o lo que sea. Porque imaginar cuesta mucho más, destruir es más fácil, es más cómodo. Creo que imaginar futuros mejores utópicos exige un esfuerzo. A finales del XIX, yo creo que sí que había un cierto sentido de progreso. Había una mezcla de fe en la humanidad, de esfuerzo y de creer en que todo va a ir a mejor. Creo que ahora tenemos una cierta sensación como de que todo ha ido a peor, que todo solo puede ir a peor y que, por lo tanto, construir e imaginar frente a esa dinámica de derrumbe es mucho más costoso que hace 450 años.

En este caso, el Green New Deal, o un Green New Deal realmente ambicioso, ambientalmente potente y socialmente justo creo que puede ser esa puerta. No es un objetivo en sí mismo. Es una herramienta para forzar una prórroga.

P. La eclosión del activismo climático está relacionada por un sentimiento de identidad generacional, explicas. Somos jóvenes y nos estáis jodiendo. ¿Crees que es suficiente para lograr una explosión similar al feminismo en España, con un fuerte papel identitario también?

R. Ojalá. Es esto lo que te digo de la esperanza. Quiero construir esa ilusión de que esto sea posible. Creo que algunos intentos de apropiación del activismo climático por parte de partidos, incluso de empresas, o de otras organizaciones puede ser muy negativo. Pero también creo que hay una movilización sincera. Hay muchas escuelas que están trabajando todo esto. Profes que de pronto me dicen que sus alumnos les están preguntando... Creo que tenemos que ser capaces de alimentar ese bucle de retroalimentación que, por sí mismo, no nos va a dar un 8M climático, pero si empujamos, damos las herramientas, lo nutrimos... ¿pero cómo lo espoleamos?

"Hay gente que se cree que el activismo climático es poner en un tuit a Greta Thunberg y no es eso. El activismo climático es implicarse, en el nivel que quieras"

Para empezar, no siendo complacientes. No hay que aplaudirles todo. Hay gente que se cree que el activismo climático es poner en un tuit a Greta Thunberg y no es eso. El activismo climático es implicarse en el nivel que quieras: no hace falta que estés en una mani todos los días. Puede ser algo que desarrollas en tu junta de vecinos, en tu barrio, en tu trabajo, tu familia, o contigo mismo. En este caso yo sí creo que hay una cosa crucial, que es la identidad. Lo que dice Greta Thunberg no es ni nuevo, ni especialmente revolucionario, ni está especialmente bien dicho en términos de activismo climático, en el sentido de que hay discursos mucho más articulados desde hace mucho más tiempo. No le quito mérito. Es alguien que ha sido capaz de movilizar millones de personas, y de poner este tema en la agenda. Pero mi pregunta es, ¿por qué?, ¿por qué ahora?, ¿por qué ella?

Creo que las redes sociales, que hacen que puedas ver a gente que está lejos al otro lado de la pantalla, tiene mucho que ver. Creo que esta digitalización, que tiene muchas contras pero alguna cosa buena también, ha tenido la capacidad de hacer de pegamento de amalgama de toda esta generación de jóvenes que se están viendo amenazados muy en serio por el cambio climático. Los chavales de ahora y mucha gente a través de ellos están empezando a ver que esas palabras sí que tienen significado, que no son solo para quedar bien, que realmente exigen cambios en sus vidas para que no vayan a peor después. Porque de alguna forma todas las previsiones de cambio climático hablan de 2100. Yo veo ese futuro y sé que no estaré, pero cuando eres un chaval de instituto, tienes 12 años y ves "hostia, pues yo aquí estoy", es muy distinto. Les ha dado una sensación muy fuerte de estar ante algo real. No ante una previsión, sino ante una fotografía, de documental a cámara rápida de cómo será su futuro. Y no les ha gustado nada, con toda la razón. Lo que tenemos que conseguir, de alguna forma, es no desenfocar esa acción climática, no caer en el "hemos vivido por encima de nuestras posibilidades", como en la crisis. Hay gente que no ha vivido por encima de sus posibilidades y que les han jodido. No repartamos la culpa entre todos, enfoquemos bien y seamos capaces de construir una alianza generacional. Una parte de la utopía que te he comentado es que seamos capaces de velar de verdad por los intereses de las generaciones futuras.

P. ¿Por qué apuestas, como una de las acciones individuales contra el caos climático, por "reducir el consumo de carne", en vez de dejar de comer carne?

R. No hace falta eliminar el consumo de carne, más allá de que cualquier persona por motivos éticos, personales, puede dejar de comer carne, y eso lo respeto mucho. Hecha esta puntualización, hay mucha exageración. Parece que si dejamos de comer carne, el cambio climático de pronto se para y, por otro lado, parece que comer carne sea lo más sostenible del mundo según Burger King. Ni una cosa ni la otra. Para empezar, porque hay mucha gente que defiende no comer carne como la única solución al cambio climático, como que es lo más eficaz. O que todos deberíamos dejar de hacerlo. Eso es falso. Al final es hacerse trampas al solitario.

Si todos nos ponemos a comer vegetales pues tenemos un problema de biodiversidad y de deforestación. Aparte de que la carne, evidentemente, genera muchos gases de efecto invernadero, pero no toda la carne es igual. Hay ganadería que cumple una función ambiental, de fijación de personas al territorio, una función socioeconómica. No estoy hablando evidentemente de la ganadería industrial, que tiene aparte problemas relacionados con las pandemias. Estoy hablando de ganadería a otras escalas distintas, que sustituyen a los herbívoros que de forma natural habría en ese territorio. Si quitamos a cierta ganadería extensiva en algunos sitios de España, por ejemplo, serían sustituidos, en un mundo ideal, por otros herbívoros que seguirían tirándose pedos y eructos.

Es la lucha contra esa sensación de que hay una palanca mágica para parar el cambio climático. No, no la hay. No es la carne, como tampoco lo son las placas solares o los aerogeneradores.

Después, si le dices a la gente que todos nos tenemos que convertir al vegetarianismo pues, efectivamente, va a haber mucha gente que diga "no, ni de coña". Si me estás diciendo que para frenar el cambio climático tengo que convertirme al vegetarianismo y no lo voy a hacer, pues paso de luchar contra el cambio climático. Entonces ahí realmente yo, por ejemplo, he reducido mucho mi consumo de carne.

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Para empezar, la disfruto más, la puedo comprar de más calidad. Ahora pregunto siempre de dónde viene mi informe, me informo de las condiciones, pero sigo comprando, sigo comiendo carne. Es verdad que no compro para mi consumo en casa, pero por ahí, alguna vez, consumo, en sitios que me dan confianza y que sé de dónde viene la carne. Creo que la estrategia de culpabilizar a quienes comen carne es muy negativa, es poco transformadora. En cambio, la estrategia de venderles comer menos carne para una mejora de su salud, para una mejor experiencia y para la mejora del planeta, y que encima cuando comen carne sepan que están apoyando tipos de economía mucho más sostenibles y mucho mejores para el entorno y para las personas... Eso es otra cosa. Porque no les culpabilizamos, les decimos: mira, comer carne de esta otra forma es positivo.

P. ¿Y cuál es tu utopía? En una frase. ¿Eres capaz?

R. Para mí una utopía, en un sentido profundo, sería aquella que nos permitiese desarrollarnos claramente como seres humanos, buscar la felicidad (que sé que parece de Mr. Wonderful, pero realmente es la empresa humana) y hacer todo eso sin socavar la raíz y el sustento que nos permite estar vivos en este mundo. Que supiéramos apreciar la belleza de la vida, de la vida, de la Tierra, del universo.

Andreu Escrivá (València, 1983) es ambientólogo y, posiblemente, el mejor divulgador de cambio climático del país. Así lo atestiguan el respeto y la admiración de sus compañeros de trinchera, y la profundidad de su discurso, a caballo entre la radicalidad y el pragmatismo. Tras Aún no es tarde (Universitat de València), su entrada en el mundo editorial con una explicación amena y movilizante sobre el calentamiento global, vuelve a la carga con ¿Y ahora yo qué hago? (Capitán Swing), un libro mucho más allá de una simple concatenación de consejos para el activismo. Es una defensa del equilibrio entre la responsabilidad individual ante el fenómeno (sí, hay cosas que podemos hacer) y la necesidad de una acción colectiva y justa, en la que exijamos pagar a los que más han emitido gases de efecto invernadero.

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