Ángel Viñas (Madrid, 1941) ya tenía claro a finales de los sesenta que quería ver mundo. Y las oposiciones para el cuerpo de Técnicos Comerciales del Estado eran una buena opción para colmar sus ansias de salir al extranjero. Tras unos meses de intenso estudio, aprobó como número uno de su promoción. Pero al poco tiempo surgió en él una nueva vocación: la de historiador. Los archivos se han convertido, desde entonces, en su segunda casa. Y los documentos –o los "papeles", como él los llama–, en el pilar de todas sus investigaciones. Un trabajo de hormiga que pretende continuar hasta que el cuerpo aguante. De ahí que no conciba La forja de un historiador (Crítica, 2024), unas memorias que ha tardado tres años en parir, como el final del camino.
Viñas espera lanzar el año que viene un nuevo libro en el que lleva trabajando tiempo con otro colega. Y tiene intención de sacar próximamente a uno de los grandes diplomáticos británicos del "olvido intencionado" al que fue condenado. Lo cuenta en una entrevista con infoLibre, en la que habla largo y tendido sobre la supervivencia de los mitos franquistas casi medio siglo después de la caída de la dictadura, de la imposibilidad de avanzar como país con miles de muertos en cunetas, del bajo nivel de enseñanza a nivel histórico, de la deriva de la derecha –que ya ha comenzado a desmontar la legislación regional memorialista– o de la necesidad de abrir los archivos. "El pasado no mata, lo que mata son las falsas interpretaciones del mismo", sostiene.
¿Con estas memorias usted pone punto y final a una etapa?
No, cuando se es historiador uno deja de trabajar cuando se muere. Todavía quedan algunas cosas por venir. Ahora mismo, estoy preparando con otro amigo un libro que saldrá, espero, el año que viene. Prefiero no decir el tema, pero será algo prácticamente inédito en la historiografía de la Guerra Civil y mucha gente se va a llevar sorpresas importantes. No digo que nadie lo haya tocado, pero cuando se ha hecho ha sido de una manera superficial y no desde la perspectiva española.
¿No se ha escrito todo ya de ese periodo?
No, quedan muchísimos temas por abordar. La averiguación del pasado es una tarea nunca acabada. Nunca se escribe todo sobre un determinado periodo histórico. Lo que pasa es que las modas en historiografía cambian con el paso del tiempo. Ahora, por ejemplo, se estudia mucho, y con razón, la historia del pueblo llano, de los ciudadanos de a pie, de las víctimas, de los perpetradores o de las mujeres. Y eso es bueno. Todo lo que contribuya a conocer el pasado es fundamental.
¿Y cuáles son, desde su punto de vista, las grandes lagunas históricas de ese periodo?
La economía de la Guerra Civil no está bien estudiada, aún quedan muchas cosas por descubrir. Y la parte institucional se ha estudiado pero de manera superficial. Sobre las batallas, no se ha indagado en lo que hay detrás de las mismas, en el proceso informal de toma de decisiones. No obstante, hay que reconocer que se ha avanzado notablemente en el conocimiento de los orígenes y las consecuencias de la guerra en comparación con hace varias décadas.
La averiguación del pasado es una tarea nunca acabada
En su libro sobre Léon Degrelle, Martin Conway señala que muchos historiadores acaban siéndolo por accidente o casualidad. Usted iba para técnico comercial. ¿Cuál fue su accidente para acabar encerrándose en archivos?
Me hice historiador un poco por azar. Aprendí los rudimentos del oficio de una manera pragmática y por incitación, en parte, de [Enrique] Fuentes Quintana y, en parte, mía. Cuando entré por primera vez en los archivos alemanes me dí cuenta de que lo que allí había era un mundo y de que lo que me gustaba era descubrir cosas que nadie había descubierto o rectificar aquellas sobre las que ya se había escrito. De ahí salió mi primer libro y quedé prendido por la historia. Luego, Fuentes Quintana me desafió a que investigara qué era lo que había habido detrás del oro de Moscú. Y desde entonces ahí he seguido, metido en el pasado.
Señala en su obra que los mitos franquistas siguen perdurando y que son insensibles a la demostración. ¿Por qué?
Porque la derecha española se ha encargado de mantener la versión típica de los vencedores y no quiere aprender de lo que los historiadores hemos ido descubriendo. Tanto los españoles como los extranjeros, que fueron los primeros en escribir la historia no franquista: Southworth, Jackson, Thomas, Preston... Se hacía fuera porque lo que se escribía dentro, donde reinaba la censura, era intolerable. Desde 1961 hasta ahora, los temas de la bibliografía o de la concepción franquista de la historia no han cambiado, son esencialmente los mismos.
¿Cuánto queda de franquismo en la España actual?
Aún queda mucho. Ahí están las chorradas históricas de Vox, que han sido asumidas por una parte del PP y sus historiadores de cabecera. ¿Y por qué queda? Porque la democracia española no ha hecho lo que debería haber hecho. Otros países pasaron por procesos de desnazificación o desfasticización importantes. Ahí tenemos la Constitución italiana o la alemana, que tienen una raíz antifascista.
Las fosas de las víctimas de la violencia republicana ya están prácticamente exhumadas
Pero eso no pasó en España, donde la Constitución no es beligerante contra el fascismo. Además, nuestros gobiernos nunca se propusieron llevar a cabo una revisión de la historia heredada del franquismo. Eso ha empezado a cambiar ahora con la Ley de Memoria Democrática.
Una norma contra la que carga con furia la derecha
Dicen que con ella se pretende adoctrinar a los niños... ¡Ostras, como si a los niños no los hubiera adoctrinado la derecha toda la eternidad y, sobre todo, en el franquismo y posfranquismo!
Ahora que menciona a los jóvenes, usted muestra su preocupación por las generaciones venideras y el bajo nivel de enseñanza en Historia Contemporánea. ¿Qué riesgos tiene que los niños y niñas no tengan una base sólida de lo que fue la dictadura?
El gran peligro es que sigan manteniendo concepciones fascistas, profascistas o protofascistas, así de simple.
Hablando de lo que se ha heredado de la dictadura, también se muestra preocupado por el tema de las fosas. ¿Puede una democracia ser sólida y avanzar en la dirección correcta con miles de personas abandonadas en cunetas?
No, y la apertura de las fosas es una tarea que corresponde al Estado. Mira, una de las cosas que hicieron los alemanes desde el primer momento fue recuperar los restos tanto de los soldados nazis como también de sus víctimas. Aquí, sin embargo, Franco rescató desde el final de la guerra a las víctimas de la represión republicana. Pero hubo que esperar hasta el nuevo siglo para que se empezasen a exhumar a las de la represión franquista. Y la derecha se puso, entonces, en pie de guerra, mintiendo sin escrúpulos, impidiendo las excavaciones o retirándoles el dinero. Una vergüenza nacional.
En la derecha, a pesar de lo que se desprende de la distinta legislación memorialista, dicen que solo se quiere rescatar a aquellos que fueron víctimas de la represión franquista pero no de la republicana.
Las fosas de las víctimas de la violencia republicana ya están prácticamente exhumadas. ¿Quedan cosas? Por supuesto, pero nada impide que se excaven.
A día de hoy seguimos teniendo una Ley de Secretos Oficiales que proviene de la dictadura. ¿Debe reformarse?
Vengo diciendo desde hace años, en público y en privado, que con dos o tres excepciones todos los archivos del franquismo deberían abrirse. Es más, lo he refrendado con mis actos. Cuando yo era asesor del Ministerio de Asuntos Exteriores, primero con Fernando Morán y luego con Francisco Fernández Ordóñez, conseguí que se abrieran los archivos con un plazo de carencia de 25 años y dos o tres excepciones para las que había que pedir una autorización previa. ¿Y se cayeron los pilares de la política exterior o de la democracia española? ¿Se ha hundido el Estado? Claro que no.
El pasado no mata, lo que matan son las falsas interpretaciones del mismo
En Alemania, a lo largo de los últimos años, se ha publicado una colección de doce volúmenes sobre la historia del Servicio de Inteligencia Exterior, lo que viene a ser el CNI alemán. Su Ministerio de Asuntos Exteriores ha patrocinado una investigación sobre los diplomáticos nazis, o que sirvieron a la dictadura nazi, de la que brotó mucha podredumbre. Su Ministerio de Justicia ha hecho una historia de sí mismo y de la desnazificación. Y no se ha hundido ni la República Federal de Alemania ni su justicia. El pasado no mata, lo que matan son las falsas interpretaciones del mismo.
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¿Va a ser España capaz, en algún momento, de reconciliarse con su pasado? ¿Qué hace falta para ello?
Todos los países terminan reconciliándose con su pasado. Pero para ello hay que abrir los archivos y, en el caso de la Guerra Civil, seguir fomentando el descubrimiento del pasado oculto. En este caso, abrir fosas. No es muy complicado, no hay que innovar, solo hay que coger las mejores referencias del pasado.
Ahora bien, también hay que decir que el conocimiento de la historia no impide problemas políticos del presente. Ahí tienes el caso de Estados Unidos, donde se está ahora mismo discutiendo sobre la guerra de la independencia y donde ha sido objeto de mucho estudio el problema de la esclavitud, la conquista del Oeste o la guerra de secesión. Y, sin embargo, fíjate cómo están, a merced de una auténtica aberración como es el señor Trump. Es decir, la historia no es el antídoto. Pero, desde luego, no conocer el pasado, por lo menos a grandes rasgos, te hace presa de salteadores de caminos de la política. Si eso ocurre en Estados Unidos, ¿por qué no va a ocurrir en España? Ahí tienes a Vox.
Ángel Viñas (Madrid, 1941) ya tenía claro a finales de los sesenta que quería ver mundo. Y las oposiciones para el cuerpo de Técnicos Comerciales del Estado eran una buena opción para colmar sus ansias de salir al extranjero. Tras unos meses de intenso estudio, aprobó como número uno de su promoción. Pero al poco tiempo surgió en él una nueva vocación: la de historiador. Los archivos se han convertido, desde entonces, en su segunda casa. Y los documentos –o los "papeles", como él los llama–, en el pilar de todas sus investigaciones. Un trabajo de hormiga que pretende continuar hasta que el cuerpo aguante. De ahí que no conciba La forja de un historiador (Crítica, 2024), unas memorias que ha tardado tres años en parir, como el final del camino.