Es 2 de junio, son las 9:30 de la mañana e Irene Montero (Madrid, 1988) apura los últimos cinco minutos antes de que salga el tren rumbo a València para hacerse con un café. Falta una semana exacta para las elecciones europeas y en el equipo de la candidata por Podemos conviven dos corrientes: quienes están convencidas de que unas expectativas demasiado elevadas son contraproducentes, así que apuestan por la cautela de no darlo todo por ganado, junto a quienes se ven ya con un pie en el Parlamento Europeo.
A la exministra de Igualdad le preocupa la "hipocresía" de aquellos que ocupan hoy las instituciones y miran hacia otro lado ante el genocidio en Palestina. Insiste en las palabras. Ni conflicto, ni contienda, ni medias tintas: genocidio. Le preocupa, asegura, el avance de la extrema derecha, la reacción ultra contra los derechos feministas y la inversión en balas que destruyen hospitales gazatíes. "En Europa se está construyendo un gran consenso bélico", asiente la candidata morada. "Una lógica belicista que en realidad servirá de excusa para volver a imponer recortes".
Montero aspira a canalizar el voto de quienes entienden el antibelicismo como la única alternativa posible, pero también de aquellos que confían en que "merece la pena seguir intentándolo hasta ganar". Está convencida de que la izquierda no debe renunciar a las instituciones, aunque reconoce que sin la fuerza de la calle las victorias son poco más que espejismos. "Hay que trabajar en todos los espacios de poder: el judicial, el político, el social y el institucional. Despreciar la vía institucional es un error", esgrime desde una aparente convicción íntima. Ya no queda café y una voz robótica anuncia la llegada a la estación Joaquín Sorolla.
Paz, república y fartons
A Irene Montero también le preocupa que los bocadillos de tortilla —con cebolla y ajoaceite— no basten para saciar el hambre de todo un equipo exhausto tras encadenar más de una semana de campaña. Y le inquieta igualmente que el hombre sentado en primera fila del acto celebrado a mediodía en suelo valenciano no resista el calor sofocante del primer domingo de junio. "Si alguien necesita irse a la sombra que deje su silla vacía, tenemos que cuidarnos las unas a las otras", ofrece la exministra al público que desborda la Plaza López Chávarri.
Los miembros más prudentes de su equipo están hoy de celebración: los valencianos han acudido raudos a la llamada e incluso, entre la oleada de camisetas y abanicos morados, se deja ver algún sombrero naranja. No es fruto de la casualidad ni del despiste: son simpatizantes de Compromís que se han escabullido deliberadamente del acto que su partido había celebrado poco antes para no perderse a Irene Montero.
Aquellos que entre el público ondean alguna enseña tricolor deben sentirse enormemente satisfechos cuando la candidata decide abrir su discurso recordando que, justo en ese momento, se cumplen diez años de la abdicación del "corrupto rey" Juan Carlos I. El monarca trató de aparentar que "el problema era él y no la monarquía", pero hoy son muchos los que se preguntan "cómo puede representar al pueblo alguien que no ha sido elegido por el pueblo", asiente la candidata a las europeas poco antes de vocear un sonoro "viva la república". Una apuesta ganadora: los de la bandera aplauden enérgicamente y con algo más de timidez una señora susurra que "quien quiera ser súbdito que vuelva a la Edad Media".
Montero no está sola: la arropan Mar Cambrollé, Serigne Mbayé, María Teresa Pérez y Adrián Navalón. Hablan de derechos feministas, justicia social y de transformar la vida de las mayorías sociales. Pero sobre todo hablan de Palestina. "¿Creéis que habría tantas guerras si fuesen los hijos de los ricos quienes muriesen en ellas y no quienes recibieran beneficios multimillonarios cada vez que hay un conflicto armado?", lanza Irene Montero. E insiste: "La guerra es un mecanismo para que los ricos sean más ricos y los pobres sean más pobres: por eso defendemos la paz".
Ver másTeresa Ribera: “Abandonar la agenda verde sería directamente un suicidio”
Especialmente, asiente la candidata, en el marco de una Unión Europea que "lleva décadas dejando tirado al pueblo saharaui y al pueblo palestino". Podemos aspira a alterar el tablero político desde la misma trinchera que le vio nacer hace ahora diez años. Montero está convencida de que es gracias a su partido que el resto de las fuerzas políticas han llamado al genocidio por su nombre y por eso tiene la certeza de que serán ellos los únicos capaces de dar un golpe sobre la mesa, también desde Europa. Los objetivos: frenar la masacre, primero. ¿Y después? La solución de dos estados parece ser la única alternativa con cabida en el discurso político, pero no es necesariamente la más aclamada desde la calle. ¿Qué opina Podemos? "El pueblo palestino tiene que decidir libremente su futuro y para eso hay que parar el genocidio", zanja su candidata.
Tras una hora de mitin a pleno sol, los protagonistas empiezan a claudicar: la fuerza para agitar los abanicos que les han acercado los simpatizantes con pretendida complicidad ya flaquean y el protector solar sobre los hombros pide clemencia. Al filo de las 13:00 horas, el reloj marca el fin del acto y los asistentes que se han ido agolpando a la sombra aprovechan la energía acumulada para correr hacia la candidata. Le piden fotos, le dan abrazos, le prometen lealtad en las urnas. Le regalan fartons y horchata. También las dos mujeres ataviadas de naranja Compromís. Incluso ellas esperan pacientemente para poder retratarse con Irene Montero.
La parte entusiasta del equipo, quienes reconocen confiar sin matices en el éxito electoral del próximo domingo, mira de reojo al bando escéptico. No lo dicen, pero todo parece indicar que se preparan para descorchar el champán.
Es 2 de junio, son las 9:30 de la mañana e Irene Montero (Madrid, 1988) apura los últimos cinco minutos antes de que salga el tren rumbo a València para hacerse con un café. Falta una semana exacta para las elecciones europeas y en el equipo de la candidata por Podemos conviven dos corrientes: quienes están convencidas de que unas expectativas demasiado elevadas son contraproducentes, así que apuestan por la cautela de no darlo todo por ganado, junto a quienes se ven ya con un pie en el Parlamento Europeo.