“El que estudiara arquitectura para forrarse se ha lucido, la verdad”, comenta entre risas Araceli Martínez, una granadina de 27 años que eligió esta titulación hace ya nueve cuando, como ella misma recuerda, todavía no había pinchado la burbuja inmobiliaria y en cada ciudad española se erigía un nuevo palacio de congresos. Cuando formarse en un sector como el suyo era sinónimo de empleo y prosperidad.
No obstante, en el momento de terminar sus estudios las perspectivas profesionales en España se estrellaron con la realidad de la crisis. Por eso decidió marcharse a Ámsterdam donde puede ejercer en un pequeño estudio de arquitectura. Allí trabaja junto con Laura Berasaluce, otra joven arquitecta de 24 años que siguió los pasos de otros muchos compañeros que se han visto obligados a hacer las maletas. Regresar, intuyen, supondría enfrentarse al vacío laboral o a la precariedad de un sector saturado por la especulación y el crecimiento insostenible.
No ha trabajado nunca en España, por lo que Araceli no puede establecer diferencias con Holanda, aunque sí deducir que, de volver, y con un poco de suerte, acabaría “en uno de esos estudios que hacen edificios como churros”; todos replicables. Nada que ver con lo que hace ahora en Ámsterdan, donde tiene “libertad para diseñar” y tomar decisiones en los proyectos en los que participa. “Aquí confían más en ti y en tu capacidad”, explica. Y lamenta: “Es triste pensar que en España no te valoran así”. Algo que según Laura contrasta con España, donde no existe una cultura en torno a la arquitectura. “En España es cómo si se hubiera construido para los próximos veinte años. Aquí son más sensatos, actúan con más tranquilidad”, asegura. “Aquí saben apreciar mejor la labor de un arquitecto”.
Laura Berasaluce posa sonriente en una floristería holandesa.
No se sienten expatriadas. Siempre manejaron la posibilidad de marcharse al extranjero como una opción para progresar profesionalmente. Sin embargo, son conscientes de pertenecer a un sector profesional que pasó de la abundancia al agotamiento por la especulación y el crecimiento descontrolado y que ahora apenas les deja espacio para el regreso. “La gente se va porque no encuentra trabajo. Terminas la carrera con 24 años y no tienes nada”, recuerda Laura, quien afirma tener numerosos compañeros de promoción en situación de desempleo. “Yo prefiero salir fuera y seguir avanzando, estudiando, aprendiendo, pero es porque en España me quedaría en casa sin hacer absolutamente nada”, señala.
Cuando escuchan las declaraciones de representantes políticos e institucionales aludiendo a un presunto “espíritu aventurero” de los jóvenes españoles para explicar la masiva marcha al extranjero de jóvenes, contestan con una sonora carcajada que encierra una realidad amarga: “La fuga de cerebros es real. La gente se va porque no encuentra trabajo”, afirma Laura. Lo mismo piensa Araceli: “El problema es que no tenemos opción. La posibilidad de quedarse, directamente, no existe”. Y aunque no conocen las cifras, aseguran tener numerosos amigos viviendo en otros países: “Tenemos compañeros de nuestra edad superbién formados, aquí, en Suiza, Suecia…todo el mundo tiene una comunidad de españoles alrededor”, explica Laura, que dice reconocer a numerosos españoles en Ámsterdam: “Es como si un pedacito de España se hubiera venido aquí”.
Ver más“Cuando la gente que era reticente a largarse vea que allí le respetan sus horas de trabajo, no querrá volver”
Con todo, reconocen que la precariedad laboral no solamente alcanza a España. También es difícil lograr estabilizarse profesionalmente en Holanda, un país que también ha iniciado una cadena de recortes en prestaciones sociales. “Hay muchos estudios que casi solo contratan estudiantes porque es más barato”, explica Laura, y continúa, “te contratan seis meses, pero después no sabes que va a pasar contigo”. Una situación que conoce muy bien Araceli, que hasta el momento lleva encadenados tres contratos de seis meses. “Más o menos me han mejorado las condiciones pero tampoco son las mejores”, explica.
Afectada por el pinchazo de la burbuja inmobiliaria, a Araceli también le inquieta la saturación de titulados y el espacio que España le reservará en su regreso: “No para de formarse a gente nueva. ¿Qué va a pasar con eso?, los números son muy simples”. La idea del retorno a un mercado laboral marcado por la competitividad y un agudo desequilibrio entre la oferta y la demanda no deja de planear sobre la mente de Araceli, que prefiere bromear sobre el asunto: "Si los que hemos emigrado decidimos volver, España va a explotar”, comenta entre risas. "Quien se mete en esto hoy día, es un poco kamikaze", apostilla
En medio de la precariedad laboral de una Holanda que ya ha sido alcanzada de lleno por la marea de los recortes y al austeridad, Laura y Araceli continúan empeñadas en construir su futuro en un país cuyo respeto a la labor de los arquitectos, más allá de su nacionalidad, ha llevado a distinguir a arquitectos españoles con los más altos merecimientos. Por el momento, la confianza que, reconocen, sus empleadores holandeses han depositado en ellas, compensan no solo una situación laboral que no tiene nada que ver con las expectativas que tenían al empezar la carrera, sino una nostalgia que resumen en una misma petición para sus familias cuando son preguntados por su día a día en Ámsterdam: “¡Qué manden chorizo!”
“El que estudiara arquitectura para forrarse se ha lucido, la verdad”, comenta entre risas Araceli Martínez, una granadina de 27 años que eligió esta titulación hace ya nueve cuando, como ella misma recuerda, todavía no había pinchado la burbuja inmobiliaria y en cada ciudad española se erigía un nuevo palacio de congresos. Cuando formarse en un sector como el suyo era sinónimo de empleo y prosperidad.