El expresidente José María Aznar disipó rápidamente las dudas del equipo de Pablo Casado. Nada más sentarse y empezar a hablar en la cuarta jornada de la convención nacional del PP, visibilizó su apoyo al líder del partido y se mostró convencido de que será capaz de ganar las elecciones, alcanzar la Moncloa y “hacerlo muy bien”. Tan consciente era Aznar de la expectación sobre este asunto que él mismo añadió entre risas: “Solventada esta duda...” y pasó a hablar de economía. Ni una sola mención a la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, por la que siente una indisimulada simpatía, y al pulso que mantiene con Génova por hacerse con el control del PP de Madrid. Eso es, precisamente, lo que más temía el equipo de Casado.
Aznar no habló de Ayuso, al menos directamente. Porque lo que sí hizo, sin mencionarla, fue cerrar filas con ella en las declaraciones que hizo esta semana en Estados Unidos criticando al papa Francisco por haber pedido perdón a México en relación con los “pecados” cometidos por la Iglesia católica durante la colonización de América. Algo que Casado no ha hecho.
“En esta época en la que se pide perdón por todo yo no voy a engrosar las filas de los que piden perdón”, proclamó. “No lo voy a hacer, lo diga quien lo diga”. Su voluntad es “defender la nación española y la importancia histórica de la nación española, las creaciones históricas de la nación española, con sus claros y sus oscuros, con sus aciertos y sus errores” y por ella está dispuesto a sentirse “orgulloso, pero no a pedir perdón”. Porque “el nuevo comunismo se llama indigenismo”, acusó.
Aznar respaldó a Casado, como ansiaban en Génova, pero le puso una larga lista de deberes. Desde “poner orden en casa” a dar “la batalla cultural” frente a la izquierda "sin avergonzarse”. Lo que significa, le explicó, “ejercer el liderazgo”. “No hay nada peor que un político marioneta de las tiranías culturales hoy al servicio de las redes sociales”.
El expresidente repasó las principales ideas de su ideario ultraliberal y conservador, desde su manera de entender España como una única “nación plural” a la necesidad de que las lenguas cooficiales distintas del castellano sólo lo sean en sus territorios y que en ellos exista el derecho a recibir una educación exclusivamente en español.
Como ya es su costumbre Aznar forzó a Casado a mirarse en su ejemplo cuando él era presidente para que cuando llegue a la Moncloa ponga en marcha una “grandísima y ambiciosa agenda reformista” que incluya rebajas de impuestos, más flexibilidad laboral, recortes en las pensiones que hagan sostenible el sistema y un ajuste que permita a España volver a la disciplina de Bruselas antes incluso de que la UE lo exija. “Te tienes que ocupar de esas cosas. Eso se llama ejercer el liderazgo”, dejó caer dándole a entender que no le resultará fácil.
Traspiés
La actitud complaciente de Aznar dio aire a Casado y a su equipo después de varios días de convención itinerante acumulando algunos traspiés. Varios de ellos producto de errores de la propia organización, como la invitación cursada a Nicolas Sarkozy, que apenas unas horas después de mostrar era Madrid su apoyo entusiasta a Casado —y de que el líder del PP le pusiese como ejemplo de buena gestión— recibió una segunda condena por corrupción en su país, esta vez por financiación ilegal.
Otro de esos errores propios es la insumisión de Ayuso, que prefirió distinguirse de sus pares viajando a Estados Unidos justo cuando tenía que ejercer de anfitriona de la convención en la Comunidad de Madrid. Y programando, de paso, su aterrizaje el sábado en la primera jornada valenciana de la conferencia política del partido, lo que le garantiza que, al menos ese día, todos los focos estarán centrados en su figura.
Otros errores, en cambio, son el resultado de la decisión de convocar a la convención algunas voces que no son de obediencia directa del partido, provocando algunas situaciones de incomodidad. Una de ellas fue Paula Gómez de la Bárcena, directora de Inspiring Girls, quien no dudó en recriminar al PP que la convención se esté celebrando con una presencia muy limitada de mujeres, como contó infoLibre. “Tengo que decir algo porque si no reviento: En esa convención hay menos representantes femeninas que en cualquier consejo de administración del IBEX”. “Estoy convencida”, prosiguió, “de que hay muchísimas mujeres que hablarían igual de bien que los invitados que habéis traído. Buscadlas, por Dios”, imploró.
También se hizo evidente ese día la incomodidad de la escritura Marta Robles, convocada a una mesa sobre cultura en la que, confesó, esperaba haber encontrado más figuras independientes pero que tuvo que compartir entre otros con el exactor Toni Cantó.
Otra fue la voz de Alejo Vidal Quadras, expresidente de Vox y también del PP catalán, cuyo cuestionamiento del Estado autonómico, al que achaca un riesgo inminente de ruptura de España, dejó en evidencia las dificultades de los conservadores para conciliar su discurso contra las identidades y la defensa de la comunidades autónomas. Este jueves el que provocó la situación incómoda fue el escritor Mario Vargas Llosa. “Lo importante de unas elecciones no es que haya libertad en esas elecciones, sino votar bien. Los países que votan mal lo pagan caro”, defendió en una mesa que, paradójicamente, trataba sobre la libertad frente al populismo.
Eran dos mesas clave de la convención porque debían haber mostrado las diferencias que en teoría separan al PP de Vox: su apuesta por la igualdad entre hombres y mujeres, que han etiquetado como “feminismo liberal”, y la defensa un Estado descentralizado.
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Vox, precisamente, ha estado omnipresente en los discursos de muchos de los invitados y participantes en las mesas de diálogo. Casado ha tenido que oír las advertencias del peligro que corre si no toma distancia de los ultras o si asume sus señas de identidad. Se lo dijo el polaco Donald Tusk, en plena batalla con la derecha extrema que gobierna su país, y también el comisario europeo Margaritis Schinas, responsable de vigilar el respeto de los 27 a las reglas del Estado de Derecho.
Se lo dijo también, su antecesor en el cargo, Mariano Rajoy. “Para evitar a los partidos populistas”, le explicó, “es muy importante prestarle atención a la economía y el empleo”. Y eso supone “olvidarse de los eslóganes, el dogmatismo, la demagogia y el sectarismo. Con eso no se sale de la crisis”.
Y se lo recordaron los dos únicos presidentes autonómicos del PP que no dependen de Vox para gobernar: el gallego Alberto Nuñez Feijóo y el castellanoleonés Alfonso Fernández Mañueco. “Nunca hemos sido xenófobos, reaccionarios o insolidarios”, le dijo el primero. Hay que “romper” con los populismos, le pidió el segundo.
El expresidente José María Aznar disipó rápidamente las dudas del equipo de Pablo Casado. Nada más sentarse y empezar a hablar en la cuarta jornada de la convención nacional del PP, visibilizó su apoyo al líder del partido y se mostró convencido de que será capaz de ganar las elecciones, alcanzar la Moncloa y “hacerlo muy bien”. Tan consciente era Aznar de la expectación sobre este asunto que él mismo añadió entre risas: “Solventada esta duda...” y pasó a hablar de economía. Ni una sola mención a la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, por la que siente una indisimulada simpatía, y al pulso que mantiene con Génova por hacerse con el control del PP de Madrid. Eso es, precisamente, lo que más temía el equipo de Casado.