La bicefalia se abre paso en España sin reglas para evitar que acabe en conflicto

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La palabra "bicefalia" reaparece en el vocabulario político español. Es un fenómeno en alza. Ejemplos. Podemos ha elegido secretaria general a Ione Belarra, pero ella misma señala como "próxima presidenta" a Yolanda Díaz. Si fuera candidata, supondría que ni la líder de Podemos –Belarra– ni el de IU –Alberto Garzón– encabezarían la papeleta de Unidas Podemos. En cuanto a ERC, prepara tándem con Oriol Junqueras como referente del partido –del que es presidente– y Pere Aragonés como president, en un modelo que recuerda al PNV, ejemplo canónico de bicefalia en España. En Andalucía, el PSOE exhibe hoy dos líderes en tensión –uno que llega y una que se va–, después de que Juan Espadas haya ganado las primarias para ser candidato a la secretaria general, Susana Díaz, que no ha dimitido. Es algo que las primarias traen de serie: un mayor riesgo de derrota del candidato con poder orgánico, lo que deja más puertas abiertas a la bicefalia.

¿Nos adentramos entonces en tiempos de doble liderazgo? A tenor de los análisis recabados por infoLibre, la bicefalia va a más, arrastrada por la eclosión de las primarias y las coaliciones, en un contexto político marcado por la volatilidad. Pero, a la hora de recibir este auge, conviene ser escépticos ante la retórica almibarada del "compañerismo" y los "liderazgos cooperativos". Según los expertos, sin cambios estructurales –y hasta culturales– en el funcionamiento de los partidos, raro será que las experiencias bicéfalas no acaben, como ha sido habitual, como el rosario de la aurora. "Nos vamos a encontrar más situaciones de provisionalidad, de competición interna en un momento dado, quizás porque haya una derrota en unas primarias del secretario general. Pero eso no va a dar lugar a bicefalias estables", explica Juan Rodríguez Teruel, profesor de Ciencia Política en la Universidad de Valencia y especialista en partidos políticos.

"Anomalías" puntuales

Carlos Fernández Esquer, investigador del Centro de Estudios de Partidos Políticos, cree que la desestabilización de la política española, con más primarias y más coaliciones, empuja hacia más bicefalias puntuales, pero no estables. Sin una institucionalización de su funcionamiento, es previsible que tiendan al conflicto. "En la teoría, la bicefalia reduce la concentración de poder en una sola persona, lo que evita abusos y arbitrariedades. Pero, tal y como funcionan los partidos en España, suelen ser conflictivas y desvelan sus fallos y carencias. Al PNV le han funcionado, pero en el resto de partidos se han visto como una anomalía", señala. Hay causas estructurales. "Los partidos españoles tienden a hiperliderazgos presidencialistas, en los que el líder es a su vez portavoz del grupo parlamentario y referente institucional. Se concreta en una sola persona el poder orgánico e institucional", añade.

La situación tiene raíces históricas, explica. En la Transición, los principales líderes pactaron un refuerzo del papel de los partidos, que habían visto su actividad perseguida durante el franquismo. Por eso la Constitución eleva a los partidos al rango de pilares del sistema, estableciendo que "su funcionamiento deberá ser democrático". ¿Qué ha acabado ocurriendo? En lugar de avanzar en democratización, los partidos se han verticalizado, añade Fernández Esquer. Como "los líderes nunca tienen incentivo para cambiarlo", el modelo se ha endurecido. Pone dos ejemplos: 1) El auge de las primarias, con más poder en las cúpulas. 2) El nuevo pacto antitransfuguismo, que considera tránsfugas a quienes se aparten del criterio de la dirección. Se trata de dos señales que, a juicio del investigador, demuestran que no se está produciendo el avance hacia la cultura de reparto de poder que necesita una bicefalia bien engrasada. Otro dato ilustra hasta qué punto los líderes ejercen sin contestación, lo cual dificulta la aceptación de contrapesos. Ninguno de los 27 líderes de los principales partidos por representación en el Congreso estudiados por el politólogo Ramón Villaplana en el periodo democrático ha sido revocado o derrotado en un proceso interno. Los líderes salen por su propio pie, casi siempre cuando no queda ya mucho remedio.

En el actual contexto son muchas las circunstancias que empujan a las cúpulas de los partidos al repliegue y la concentración, con la diversidad de opiniones internas vista como un lastre: el posicionamiento urgente sobre infinidad de temas exigido por las redes, la volatilidad de la opinión pública, el zigzagueo táctico al que obliga el multipartidismo, la geometría variable para las alianzas, el ajuste táctico bajo la presión de las encuestas... El carrusel de citas electorales –con cuatro generales entre 2015 y 2019, a las que se suman locales, autonómicas y europeas– ha acelerado la verticalización, porque las campañas y precampañas son periodos más ejecutivos que asamblearios.

¿Compartir poder? Rara vez pasa. Rara vez sale bien.

Sin partido no hay poder

La bicefalia en España es cosa fundamentalmente del PNV, donde forma parte de su "idiosincrasia", apunta el politólogo Rodríguez Teruel. El resto de casos han sido en su mayoría "transiciones" o "imprevistos", que además no funcionan, añade. Apunta al caso de Josep Borrell, que ganó las primarias del PSOE para ser candidato en 1998 al secretario general Joaquín Almunia. Su conflictiva convivencia, sumada a la renuncia del candidato en 1999 por un escándalo de dos ex colaboradores, contribuyeron a fijar en el imaginario político la idea de que la bicefalia es ante todo una vía para el lío interno.

Rodríguez Teruel cree que a partir de ahora es probable que veamos más bicefalias, pero no porque en el poder se abra paso el check and balance, sino porque el frenesí de la política española, la hegemonía de la lógica electoral y las primarias así lo provocan. A su juicio, la tendencia a la concentración del poder es demasiado fuerte para cambiar de cultura con declaraciones sobre "buena voluntad" y líderes "colaborativos". Y lo explica con el caso de Pedro Sánchez, del que recuerda que llegó a la secretaría general del PSOE tutelado por parte del aparato, con aire circunstancial, en una especie de acceso parcial al poder, a la espera de que llegase la auténtica líder, Susana Díaz. Pero, una vez que el líder es líder... Y ahí está Sánchez, en Ferraz y en La Moncloa.

Pablo Simón, editor de Politikon, tampoco ve mimbres para un auge de la bicefalia estructurada. "Tanto en ERC como en Podemos la situación es anómala. En ERC, porque su líder no puede desempeñar cargos. Es, digamos, una bicefalia sobrevenida. En el caso de Podemos, forma parte de una confluencia de partidos, y eso lo explica", señala. A su juicio, el sistema de partidos "tiende a personalizar y presidencializar el poder, una cultura que se consolida durante el felipismo". "Candidato y líder suelen coincidir", añade. Hay una lógica de poder. "Lo que te blinda es el control del partido. Sin eso, estás en posición vulnerable. Si eres sólo candidato y pierdes, lo pierdes todo", explica. Simón se detiene en un caso inadvertido de liderazgo institucional pero no orgánico: Isabel Díaz Ayuso, presidenta de Madrid pero no del PP de Madrid, donde el liderazgo está vacante desde la caída de Cristina Cifuentes. "Si yo quisiera debilitar la posición de Ayuso, intentaría que el presidente fuera otro. El partido es lo que te refuerza y te protege", explica.

Simón apunta a una constante: el líder institucional, sin el control del partido, a menudo percibe que no tiene realmente el poder y ve su autoridad en cuestión. Hay casos en Andalucía que le dan la razón. Manuel Chaves dimitió en 2009 como presidente y dejó el cargo en manos de José Antonio Griñán, pero se quedó con la secretaría general. En teoría, no pasaba nada. Eran amigos. Iban juntos al cine con sus esposas, solían contar. Pero ni así se evitó la crisis. El sucesor de Chaves, aunque se suponía un hombre poco interesado en la vida de partido, no paró hasta que fue elegido secretario general en 2010. "El debate de la bicefalia, la oposición lo utilizaba. Que si Griñán es una marioneta, que sí quien manda es fulanito... Todo eso había que cortarlo drásticamente", explicó a El País. En realidad, Chaves debía saber que la bicefalia tiene contraindicaciones. Entre 1990 y 1994 fue secretario general del partido el guerrista Carlos Sanjuán, mientras un Chaves alineado con Felipe González era presidente. Fue un periodo de tensiones, sobre todo en el tramo final, con luchas entre el poder institucional y el orgánico.

El poder como sustancia

Con estos antecedentes no es extraño que tanto Ferraz como Juan Espadas pretendan que Susana Díaz dimita cuanto antes como secretaria general del PSOE andaluz. "Las organizaciones políticas tienen memoria de elefante, por eso ahora en el PSOE no quieren ni oír hablar de bicefalias", explica José Antonio Gómez Yáñez, coautor del ensayo Desprivatizar los partidos. El propio Gómez Yáñez también tiene buena memoria, como demuestra rescatando lo que vio desde la Oficina del Candidato de Josep Borrell, tras su victoria en las primarias del PSOE de 1998, cuando abundaban las "maniobras" para socavar su posición. Al hilo lanza una reflexión: "Siempre me sorprendió que Borrell, que es un hombre de buenas ideas y que las transmite bien, fuera un completo incapacitado para entender el funcionamiento del poder, digo del poder como sustancia casi física". Por eso lo perdió, señala Gómez Yáñez. Y por eso las bicefalias no funcionan, dice: porque la sustancia física del poder es difícil de compartir. Gómez Yáñez extiende su razonamiento incluso a los números uno y dos de los partidos. Ahí está el caso de Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, que acabaron mal. "Un número uno y un número dos pueden funcionar si el número uno se dedica a tomar las grandes decisiones y el dos a tomar las pequeñas decisiones correctas para cumplir las decisiones del número uno", resume

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Gómez Yáñez pone una excepción a su idea general de que la bicefalia no funciona: que "estatutariamente quede bien clara". Lo más cerca a este caso es el PNV, cuyos estatutos detallan las incompatibilidad fijadas a partir del principio de "no acumulación de poder y de no confusión entre quien controla y quien ha de ser controlado". Ni Iñigo Urkullu puede ser parte del Euzkadi Buru Batzar ni los miembros de este órgano, la ejecutiva del PNV, presidida por Andoni Ortuzar, pueden ser parte del gobierno. La regla de incompatibilidad, con excepciones que no pueden superar el 40% de un órgano, se extiende a los escalones foral y local.

Suena bien, pero ojo con las idealizaciones. ¿Por qué? Pedro Ibarra, catedrático de Ciencia Política de la Universidad del País Vasco, hace un balance en tonos grises. Por un lado, valora la "distinción entre esferas" –Sabin Etxea y Ajuria Enea– y el criterio de "prudencia" que subyace en la bicefalia, ya que así el partido no pone todos sus huevos en la misma cesta. Pero al mismo tiempo advierte: "Una gran parte del PNV civil está a su vez en el aparato institucional, para empezar con una inmensa cantidad de funcionarios. Es decir, la propia base del partido forma parte del engranaje institucional, lo que reduce el margen de vigilancia real". Ibarra reconoce que la bicefalia "obliga al gobernante a consultar más a la base social" a través del partido, pero "en absoluto hay un marcaje". En cuanto a la idea de adoptar el modus operandi del PNV en otros partidos, advierte: "El PNV es un caso particular. Está en todas partes, en todas las instituciones, pero también en las empresas, en la sociedad... Por eso se permite este modelo, porque es un partido realmente con fuerza". Eso sí, concluye: eso no lo libra de las disputas entre líderes, como las hubo entre Xabier Arzalluz (partido) y Carlos Garaikoetxea (gobierno), que llevó incluso a la escisión. O entre Josu Jon Imaz (PNV) y Juan José Ibarretxe (gobierno).

Aún no se ha inventado la fórmula que evite la lucha por el poder.

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