Así cambiaron nuestras vidas los indignados

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Conmemoramos el 50 aniversario de Mayo del 68 con una auténtica explosión de publicaciones, monográficos, exposiciones y eventos de todo tipo que delatan tanta melancolía como voluntad de comprender qué fue y qué no fue aquella primavera revolucionaria. Y de la misma manera, como cada mayo desde hace 7 años, intentamos ahondar en el recuerdo del 15M para terminar de definir los contornos del nuevo ciclo que inauguró. Muchos han sido los que han recorrido esta senda, haciendo un alto en el camino para reparar en el movimiento antiglobalización, inspirador no sólo de las vanguardias de los indignados sino de algunas de las iniciativas políticas que hoy se discuten en los parlamentos.

En el siempre inacabado e impreciso relato de estallidos que van del Mayo del 68 –en París y más allá de París–, a los que ocuparon las plazas, pasando por el movimiento antiglobalización, subyace una idea desoladora que dificulta aún más su comprensión. Como describe Joaquín Estefanía cuando teje las claves de la historia socioeconómica de 50 años en Occidente en su libro Revoluciones. Cincuenta años de rebeldía (1968-2018), "cada  herejía tiene su apostasía. La tercera ley del movimiento de Newton –"a toda acción se opone siempre una reacción igual"–, ha tenido un correlato casi perfecto en los movimientos sociales en este último siglo. Revoluciones y contrarrevoluciones han estallado contra lo políticamente correcto en cada situación; se han sublevado contra cada statu quo. A cada Mayo del 68 le ha sucedido un Mayo del 68 en sentido inverso; a cada avance progresista, una revolución conservadora; a la formación de una izquierda alternativa, la creación de una derecha neocon; a casa paso socialdemócrata, una oposición neoliberal". Efectivamente, y aunque no queda derivar de aquí una unívoca reacción causa-efecto que dejaría fuera otros factores sin los que no se puede comprender este vaivén, unos años después de levantar los adoquines de París, y tras una lacónica revalidación de De Gaulle, se inaugura la época de Thatcher y Reagan, cuyas consecuencias aún sufrimos; tras el movimiento antiglobalización que muestra su fuerza en Seattle en 1999, emergen los neocon; y la indignación que recorre de Sol a Wall Street da paso a la mayoría absoluta del Partido Popular de Rajoy, a Donald Trump o a fenómenos como Macron, que apuntan a una resignificación de ese malestar por el lado neoliberal.

Sin embargo, erraríamos si nuestro análisis se detuviera aquí. La vocación de todos estos movimientos no ha sido tomar el poder. Ha ido más allá. Lo que subyace a todos ellos es la pretensión de cambiar el imaginario, marcar la agenda, designar y relatar aquellos asuntos que deben protagonizar el debate, lo que es tanto como intentar renovar el espacio público. Sea por expresa voluntad o por incapacidad de dar con una alternativa compartida con la que tomar el poder, la indignación nace para iniciar procesos destituyentes, pero no tanto para articular esa energía en un nuevo instituyente. Piénsese que, según el CIS, el 15M en España contaba con la simpatía del 80% de la ciudadanía en su momento más álgido. Pero lo transversal no era una alternativa al poder, sino un clamor destituyente y una llamada a la innovación política.

Movimientos en red

Fijémonos, por tanto, en qué cambió nuestras vidas el 15M, que en buena medida, tiene cosas en común a lo que hicieron tanto el Mayo del 68 como el movimiento antiglobalización: fueron movimientos globales –es decir, no exclusivos de una concreta situación nacional–, contaron con los jóvenes como impulsores y protagonistas –sujetos revolucionarios dirán algunos–, y marcaron una nueva agenda, dibujando nuevos debates en el espacio público.

Es a partir de Mayo del 68 cuando nacen los que se llamaron "nuevos movimientos sociales", orientados a defender valores postmaterialistas relacionados con los derechos civiles contra el racismo –especialmente en Estados Unidos–, la paz mundial, el feminismo o el ecologismo. Cuestiones que hoy están presentes en el debate público fueron fruto de esa ola revolucionaria que, con formas y en contextos muy distintos, recorrió desde Praga hasta México, pasando por París y haciendo un alto en Estados Unidos para mirar de frente a Vietnam. (El número monográfico de mayo de la revista tintaLibre aporta miradas diversas sobre todo esto). 

Tampoco el movimiento antiglobalización desapareció sin dejar huella. Su impulso fue fundamental para pararle los pies a una Organización Mundial del Comercio (OMC) dispuesta a hacer del mundo una mercancía, y propuestas que hoy se discuten en los parlamentos o que algunos países europeos ya han implantado, como las diferentes versiones de la renta básica, tomaron impulso en las calles de Seattle.

Los impactos del 15M en nuestras vidas van mucho más allá de lo que nos pueda parecer a primera vista. En primer lugar, cambió la forma de movilización. El "movimiento red", como lo califica Manuel Castells, ayudado de las tecnologías de la información y la comunicación, cambió la manera de relación, la forma de debatir, el momento del encuentro, los modos de salir a la calle. No es aventurado hablar de los movimientos "modelo 15M" cuando nos fijamos en las movilizaciones feministas del 8M, en la reacción tras la sentencia de la Manada, en las concentraciones y protestas de los pensionistas, en las mareas que puntualmente vuelven a emerger, etc. En definitiva, se ha modificado la manera como una sociedad se moviliza.

Los indignados nos cambiaron también el lenguaje: si ahora es común hablar de transparencia, buen gobierno, gobernanza o participación, es porque el 15M los situó en el centro del debate, dándoles un protagonismo del que habían carecido hasta ese momento. Estos días se ha celebrado la semana del gobierno abierto, y de los 600 actos organizados en todo el mundo, más de 300 han tenido lugar en España. No diré yo que nuestras instituciones se hayan convertido en adalides de la democracia participativa, ni mucho menos, pero saben que ciertos términos forman hoy parte ya del lenguaje políticamente correcto y que es muy difícil quedarse al margen del mismo. Otra cosa es que cada cual está resignificando por su lado y esa es la batalla que se libra ahora. A eso me referiré más adelante.

El cuestionamiento de los indignados llegó hasta la forma en que se estaba defendiendo el corazón del Estado del Bienestar. Los servicios públicos esenciales –educación, sanidad, atención a la dependencia– se convirtieron en objeto de defensa más allá de los conflictos laborales, resaltando así su carácter estructural y ciudadano. Las mareas siguen albergando corrientes de fondo que reúnen a trabajadores, usuarios o ciudadanos en defensa de la sanidad pública, de una educación pública y de calidad, o de unas pensiones dignas, entre otras cosas.

La comunicación, elemento definitorio por excelencia del espacio público, también cambió radicalmente. Las tecnologías de la información y la comunicación, y en concreto las redes sociales, fueron una herramienta perfecta, coherente con la forma en red del movimiento, para crear espacios de comunicación propios y con el resto de la sociedad. La ola indignada fue el momento de eclosión de nuevos medios de comunicación como este que están leyendo, que han modificado sustancialmente el panorama informativo español y están jugando un papel entonces impensable. Se dirá que la crisis de los medios tradicionales tiene que ver con la revolución tecnológica, con la crisis económica, etc. Y es cierto. Pero también tiene que ver con la desconfianza que algunos de ellos empezaban a generar en la sociedad española y con la demanda de una información de calidad. También el glorioso "Sin periodismo no hay democracia" arranca de allí. Y en eso seguimos. Hoy son los trabajadores de RTVE los que muestran su indignación en riguroso luto los viernes, o los que se ven obligados a dimitir, como la directora de RTVE en la comunidad valenciana al negarse a admitir la censura del vídeo en el que la secretaria de Estado de comunicación saludaba con un enérgico "os jodéis" a un grupo de jubilados que protestaban por las pensiones.

Reapropiación de la política

Todo esto ha dado lugar a lo que vemos como más evidente, pero que no es sino la punta del iceberg: el cambio en el sistema de partidos. El que había emergido tras la Transición, caracterizado por un bipartidismo imperfecto, ha saltado por los aires dando cabida a dos nuevas formaciones –una por la derecha y otra por la izquierda–, que recogen esta indignación y ruptura generacional. La tendencia reflejada en los últimos CIS así lo avala.

Pero si algo hay que destacar de todos los impactos que el 15M nos dejó es, desde mi punto de vista, la necesidad de articular una auténtica sociedad democrática en la que se ancle una política democrática. Los indignados e indignadas proponen hacer saltar la política más allá de los muros de las instituciones, hacer de la democracia entendida como participación y deliberación la forma de ser de lo político, lo social, lo laboral o lo cultural. En definitiva, una reapropiación de la política por parte de la sociedad. Esa es la principal herencia y, desde mi punto de vista, el auténtico desafío pendiente.

Hoy, la consabida reacción conservadora está echando un pulso a buena parte de los nuevos significados que la movilización indignada legó. En unos casos, de forma frontal, como en el desmantelamiento de los servicios públicos esenciales. Un ejemplo: mientras los recortes en la escuela pública mantienen sus asignaciones presupuestarias muy por debajo de la inversión de 2009, en la concertada se han superado los niveles de inversión pública respecto al comienzo de la crisis. En otros casos la estrategia es lateral y consiste en un proceso de resignificación, como ocurre cuando muchas instituciones hablan de participación o de transparencia.

Ahora bien: en aquellos aspectos en los que la movilización social sigue viva, como en el movimiento feminista, no hay estrategia frontal ni lateral que valga. Basta recordar a las representantes del Partido Popular tragando saliva cada vez que tienen que definirse sobre su visión del feminismo, o a las de Ciudadanos visiblemente incómodas al intentar explicar su inexplicable negativa a secundar la huelga del 8M por ser anticapitalista.

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Toda esta pugna se refleja con nitidez en el terreno electoral: el nuevo sistema de partidos se está reconfigurando manteniendo el pulso en una batalla en la que se superponen múltiples cleavagescleavages; lo nuevo y lo viejo, los nacionalistas centrífugos y los centrípetos, la izquierda y la derecha, y un enorme componente generacional. A quien le interese profundizar recomiendo visitar esta web en la que se reflejan perfectamente cuatro Españas distintas en función del grupo de edad que vota. No obstante, también esto va cambiando con el devenir de la actualidad, por lo que soy de las que dicen que aún no podemos definir cómo será el nuevo sistema partidos, si es que algún día volvemos a tener un sistema de partidos "estable", que está por ver.

En definitiva, como pasó en Mayo del 68, y como ocurrió en otra medida con el movimiento antiglobalización, el 15M y su indignación cambió la agenda, cambió el lenguaje, construyó otro imaginario, le dio un nuevo significado a la palabra democracia, y todo esto acabó reflejado en un nuevo sistema de partidos. De la misma forma que ocurriera anteriormente, a esta revolución ha seguido una reacción conservadora encargada de echar el pulso a la herencia de los indignados. Y aún hay quien dice que no estamos en una segunda transición. _______________

Cristina Monge, politóloga, profesora de Sociología y colaboradora de infoLibre, es autora del libro 15M: Un movimiento político para democratizar la sociedad, editado por Prensas Universitarias de Zaragoza.

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