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Los alemanes deciden el próximo domingo quién sustituirá a Angela Merkel al frente de la superpotencia europea. Si, como parece bastante probable, las negociaciones para formar gobierno se alargan hasta Navidad, Merkel superará el récord de su mentor, Helmut Kohl, 16 años y 26 días, y se convertirá en la líder que más tiempo ha permanecido en la cancillería tras la Segunda Guerra Mundial. Una figura tan poderosa –de las que dan nombre a una era– que está marcando la campaña donde lidian los destinados a sucederla. “Está siendo una campaña rara, de candidatos, no de programas ni de contenidos”, resume Steffen Lüdke, corresponsal de Der Spiegel en España. Lo mismo dice Hans Günther Kellner, periodista de la radio pública Deutschlandfunk.
Ni la Unión Europea, ni la inmigración, ni los impuestos ni el gasto social han sido temas de debate profundo o de fuerte controversia este mes de septiembre en Alemania. Los titulares y las discusiones se los han llevado los errores de los candidatos. La campaña de Armin Laschet, el aspirante de la CDU, ha sido un “desastre”, en palabras del corresponsal de Der Spiegel y parecen confirmar las encuestas. Hasta el punto de que la propia Merkel ha tenido que salir en ayuda de quien hasta ahora presidía el land de Renania del Norte Wetsfalia, el más poblado del país. Unas imágenes del pasado mes de julio en las que Laschet aparecía riéndose tras el presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier, que con cara circunspecta respondía a los periodistas sobre los estragos de las peores inundaciones sufridas por el país en toda su historia, impactaron directamente en la credibilidad del candidato conservador.
La aspirante de Los Verdes, Annalena Baerbock, también ha tenido que lamentar unos cuantos traspiés: un currículo maquillado, una declaración de ingresos en el Bundestag en la que faltaban algunos apuntes y las acusaciones de plagio –unas citas sin atribuir– en el ensayo que publicó en julio han desgastado a la candidata más joven –41 años–.
A Olaf Scholz, el ministro de Finanzas socialdemócrata que figura a la cabeza de los sondeos, el golpe le llegó de la investigación que lleva a cabo la fiscalía sobre unas transferencias millonarias y sospechosas a un país africano que la Unidad de Inteligencia Financiera de su ministerio no trasladó a las instancias judiciales. Una negligencia que Scholz atribuyó al enorme volumen de trabajo de ese departamento y que le ha obligado a comparecer en el Bundestag a petición de Los Verdes, el izquierdista Die Linke y los liberales del FDP.
A juicio de Steffen Lüdke, no obstante, si Olaf Scholz se mantiene en cabeza en las encuestas es sobre todo porque es el aspirante que menos errores ha cometido. Baerbock ha pecado de novata, Laschet “no tiene fondo ni sustancia, y eso se nota hasta en las entrevistas, no tiene una visión para el país”, critica el corresponsal de Der Spiegel. Para Kellner, el hecho de que Baerbock no haga más que caer en las encuestas pese a que el cambio climático es el tema principal de debate en la campaña, y el fuerte de Los Verdes, apunta con claridad a que el problema es la propia candidata. Sobre Scholz, cree que debe preocuparse más por el escándalo de Wirecard –una empresa tecnológica que quebró en junio de 2020 tras destaparse un agujero 1.900 millones de euros en sus cuentas– que por lo ocurrido con la Unidad de Inteligencia Financiera.
Ni de izquierdas, ni de derechas, un candidato fiable
Los tres son los cabezas de serie electorales, porque los liberales del FDP y los izquierdistas de Die Linke juegan de comparsas en las múltiples quinielas posibles para formar gobierno. Con seguridad –o a tenor de las encuestas– el bipartito actual de CDU y SPD tendrá que convertirse en un tripartito. La incógnita es si a los socialdemócratas del SPD les acompañarán ahora Los Verdes y Die Linke o Los Verdes y el FDP, explican los corresponsales alemanes, que ven esas dos opciones como más probables.
“El problema que tendría un gobierno en el que participara Die Linke es que se enfrentaría a una oposición muy fuerte, casi como la del ‘gobierno socialcomunista’ en España”, augura Steffen Lüdke. Hans Günther Kellner cree, sin embargo, que Die Linke –resultado de una escisión del SPD y su fusión con los herederos del partido comunista de Alemania del Este– llevará a cabo su proceso de “maduración política”, del activismo político al gobierno, mucho mejor que Podemos en España. De hecho, apunta, ya gobierna, y sin mayores controversias, en Turingia, Berlín y Bremen con el SPD y Los Verdes.
En Alemania, los debates, y la atmósfera política en general, carecen de la crispación y la agresividad a la que España se ha acostumbrado en los últimos años. Martin Dahms, corresponsal de Frankfurter Rundschau, destaca la gran cantidad de indecisos que aún no saben a qué candidato van a votar. En su país, explica, no hay el “bibloquismo” que ve en España. “Hay muchos alemanes que no sabrían definirse de izquierdas o de derechas”, argumenta, “pero que, aparte de tener claro que jamás votarían a [los ultraderechistas] la AfD o a Die Linke, sí que podrían decantarse por cualquiera de los otros cuatro partidos dependiendo del candidato”. La cuestión para los alemanes, una vez desaparecida la canciller a la que terminó conociéndose como Mutti (mamá), es cuál de los aspirantes es tan “fiable” como ella. A Armin Laschet, un tío simpático –al que llaman Onkel Laschet, tío Laschet– con el que cualquier alemán se tomaría una caña, se le ha bautizado como el Príncipe del Carnaval, por su afición a disfrazarse en esas famosas fiestas de Colonia.
Laschet se presenta como la mejor apuesta por la continuidad merkeliana, pero Scholz tampoco promete grandes cambios. Propone subir el salario mínimo de los 9,6 euros la hora actuales a 12 euros. “Es mi ley más importante”, ha subrayado. Dice que beneficiará a 10 millones de trabajadores. Como Los Verdes, hace mayor énfasis en aumentar el gasto social, a diferencia de la CDU, y defiende una subida de impuestos a las rentas más elevadas para sufragarlo. “Pero tampoco plantea una revolución”, apunta el periodista de Der Spiegel.
Sin crispación, y sin emoción
Lüdeck se declara sorprendido por el nivel de crispación que se alcanzó en España durante la pandemia, mientras que “la política alemana se unió” en esos momentos, “y eso ayuda”. Pero el corresponsal también compara a otro político conservador, Friedrich Merz –uno de los candidatos a suceder a Merkel derrotado por Laschet– con Isabel Ayuso, más que con Pablo Casado. “Quien vote al SPD, Los Verdes y Die Linke no se puede quejar si terminamos mutualizando la deuda para financiar la semana [laboral] de cuatro días en España y las pensiones en Italia”, ha asegurado. Aunque en esta convocatoria no se ha disparado fuego contra los manirrotos europeos del sur como en ocasiones anteriores. “Laschet deja que otros den caña públicamente en un intento por recuperar terreno perdido, pero no está en su naturaleza ser tan agresivo”, asegura Lüdke.
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Por muy provocadores que se muestren Merz o la extrema derecha, lo cierto es que en la campaña alemana no ha habido insultos y, casi, ni siquiera emoción, lamenta Kellner, quien echa de menos “un poco más de debate”. “Los políticos alemanes se tratan entre ellos incluso demasiado bien”, ironiza, “cuando una campaña sirve precisamente para marcar las diferencias entre los candidatos”.
Martin Dahms sí que advierte la crispación que rodea a los antivacunas, por ejemplo, y todos los corresponsales coinciden en que “el tono” político se ha elevado desde la irrupción de los ultraderechistas de Alternative für Deutschland (AfD). Pero aquí aparece otra diferencia fundamental con la política española: el cordón sanitario estricto que los partidos mantienen con la extrema derecha. Merkel marcó la línea resaltando que la AfD tienen un problema con la democracia y rechazando cualquier tentación de coligarse con los ultras en los länder. A diferencia de lo que ha ocurrido en España, donde el PP gobierna o se apoya en Vox en tres comunidades autónomas–, nadie se la ha saltado. Entre otras razones, porque quienes dentro de la CDU están más próximos a la AfD son “muy minoritarios”, destaca Hans-Günther Kellner. Aun así, el corresponsal de Deutschlandfunk advierte de que “lamentablemente” los ultras mantendrán su 11% de los votoslos ultras mantendrán su 11% de los votos. “Su contribución a los grandes debates es cero”, aclara Kellner, “no son negacionistas, pero casi, y su lengua es bífida: no es el mismo discurso el de sus representantes políticos y el de las bases, que son mucho más radicales”, alerta. “Su coche nos elegiría. Tráfico sin ideología”, puede ser una buena muestra de la contribución de la AfD al debate sobre el cambio climático, tal y como pudo verse en los carteles electorales de la AfD durante las pasadas elecciones en Berlín.
Otra diferencia clave con España podrá verse sin duda en las negociaciones necesarias para formar gobierno. Lüdke cree que esta vez será más difícil llegar a un acuerdo que en 2018, cuando SPD y CDU pactaron su gran coalición. Kellner apuesta por que ahora sea la ocasión para “cambiar las políticas”: flexibilizar la regla de gasto, abordar nuevas políticas sociales para combatir la precarización del mercado laboral –sí, también los alemanes lo sufren– o seguir aumentado el salario mínimo, del que Alemania careció hasta 2014. “Es una vergüenza”, lamenta el corresponsal de Der Spiegel, “que en realidad no hayamos hablado del fondo de ningún tema en la campaña”.
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