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Las dos caras de la misma segunda ola: Bélgica se ahoga en el covid y Alemania resiste de nuevo por su capacidad de rastreo

El frío ha llegado a Europa y, con él, la segunda ola del covid-19. Se hacen muchas más pruebas que en marzo, por lo que es difícil comparar el impacto de ambas fases, pero las unidades de cuidados intensivos no suelen engañar: o están saturadas o no lo están, por mucho que se juegue con los datos. Y es evidente que el SARS-CoV2, que depende de decenas de factores, no afecta igual a todos los territorios, ni a todas las poblaciones, ni a todas las clases. La excepción española de agosto y septiembre ha caído y ahora Bélgica lidera, por mucho, los datos de incidencia acumulada (IA) en el continente, mientras que Alemania se mantiene en unas cifras consideradas muy preocupantes por los germanos y que en España serían recibidas como agua de mayo. Más allá del azar, que juega su papel en un virus imprevisible y, aún en buena parte, desconocido: ¿Cómo se explica? 

Las cifras de Bélgica, que este viernes anunció un confinamiento casi total, asustan. Son mucho peores que las de los momentos más bajos de Madrid, epicentro del covid en Europa durante septiembre. Hace unos días superó a República Checa como el primer país de la Unión Europea en incidencia acumulada. El último dato del Centro Europeo de Control de Enfermedades Infecciosas (ECDC, siglas en inglés) arroja 1390,9 casos por cada 100.000 habitantes en los últimos 14 días. España ronda los 500. Las hospitalizaciones se incrementan a un ritmo semanal del 88% y los decesos, al 50%. El país centroeuropeo presume de tener una de las tasas más altas de camas de UCI por población, pero ya están viéndose obligados a trasladar a enfermos a otros países vecinos menos golpeados. Los médicos contagiados sin síntomas siguen trabajando, porque consideran preferible que transmitan el virus a otra persona a que se ausenten. En Lieja uno de cada tres test da positivo y la IA podría alcanzar, aseguran los analistas, los 2.000 casos en las próximas jornadas. El llamado "comité de consulta", el órgano de decisión contra la pandemia, anunció este viernes que, a partir de la semana que viene, cerrarán todos los comercios "no esenciales". También las escuelas. Los bares y restaurantes ya estaban clausurados. Es lo más parecido en la UE a un confinamiento duro como el de primavera.

En Alemania, los casos están creciendo al ritmo más alto registrado desde la primera ola. Sin embargo, apenas en seis de los 439 distritos en los que se divide el país se cuentan más de 200 casos por cada 100.000 habitantes en los últimos 14 días. El país germano fue, de entre las grandes naciones europeas más afectadas, la que mejor capeó el temporal durante marzo y abril, con un confinamiento más laxo: ahora, el crecimiento de sus contagios no es tan rápido como el de Portugal, Reino Unido, Francia, Italia o la propia España. Lo han vuelto a hacer: aunque con una pandemia tan imprevisible, mejor no cantar victoria. La comparación con sus vecinos, en todo caso, ni alivia ni relaja a los alemanes: el Gobierno central, dirigido por Angela Merkel, ha decretado el cierre de toda la hostelería durante cuatro semanas. La medida se ha tomado con el visto bueno de todos los länders, las autonomías alemanas, en una reunión en la que, cuentan los rotativos alemanes, a la canciller le bastaron 90 minutos para imponer su criterio. El Estado pagará a los dueños de bares y restaurantes el 75% de sus ingresos obtenidos en noviembre de 2019 para compensar el golpe de la restricción.

¿Qué ha hecho mal Bélgica? Nunca hay un único factor. Enric Álvarez, investigador del grupo Biocomsc de la Universitat Politécnica de Catalunya (UPC) que analiza desde hace meses el impacto del covid en el continente, opina que los países que abrieron antes, como España, están siendo los más golpeados. Otros expertos, como los consultados por Politico, consideran que influye que el país "está densamente poblado y se encuentra en el corazón de Europa, marcada por numerosos viajes transfronterizos". En cuanto a densidad poblacional, tanto esta nación como Países Bajos funcionan casi como una gran ciudad, en la que se concentran muchos habitantes en un territorio reducido. Su vigilancia epidemiológica no funcionó de manera destacada, explica Álvarez. Y, según reconoce el presidente del comité científico de enfermedades virales Sciensano, Steven van Gucht –el Fernando Simón belga–, los ciclos políticos y las medidas de desescalada relajaron a los ciudadanos. 

El país belga inició la primera ola sin Gobierno. El Ejecutivo llevaba en funciones desde el 18 de diciembre de 2018, con Sophie Wilmès al frente tras la marcha de Charles Michel al Consejo Europeo. En marzo, se formó un Gobierno de emergencia con el apoyo de 9 partidos que logró capear el temporal, pero que seguía siendo provisional. "Agotado su capital político" y con los contagios ya al alza, relata Politico, la primera ministra anunció que se retiraba la exigencia de reunirse con solo un grupo reducido de personas por cada unidad familiar, así como la obligatoriedad de la mascarilla en espacios abiertos y la reducción del tiempo de aislamiento en caso de positivo. Considera Van Gucht que esas decisiones lanzaron un mensaje equivocado: que todo estaba bajo control. "Es cierto que podría haber enviado una señal incorrecta", reconoció. "La idea era encontrar un equilibrio y tratar de vivir con el virus. Con el otoño y el invierno acercándose, esa era una apuesta arriesgada".

Las restricciones volvieron con la toma de posesión del actual primer ministro, Alexander De Croo, que en su primer discurso aseguró que el país no se podía permitir otro "bloqueo".  En la actualidad, la perspectiva es muy distinta. Enmanuel André, el responsable de la estrategia belga de pruebas y rastreo, aseguró esta semana: "Ya no debemos preguntarnos qué cerrar", advirtió. "Tenemos que preguntarnos qué dejar abierto". Con todos los comercios no esenciales cerrados, el único paso que falta para volver a marzo es la limitación de la movilidad. La única esperanza reside, por el momento, en la caída destacada de los últimos días, aunque aún falta para que se establezca una tendencia.

A diferencia de España, las tensiones no son destacables entre los Gobiernos regionales y el central, aún con un país marcado por las diferencias idiomáticas y culturales: en Flandes se habla neerlandés y está más vinculada a Países Bajos: y en la región de Valonia hablan francés. El 1%, al este, es germanófono. Y como entidad independiente, Bruselas. Los primeros ministros de los tres estados coincidieron en pedir medidas más duras al Ejecutivo federal, pero sin estridencias. 

Alemania vuelve a resistir

El mapa covid-19 del continente muestra a Alemania como una isla entre incidencias demasiado altas. Según las investigaciones del equipo de Álvarez, el país mantiene el sistema de vigilancia epidemiológica más eficiente de Europa: se hacen muchos test, se hacen a quienes se tienen que hacer, se identifican rápidamente a los contactos estrechos de un positivo y se aíslan. Así se puede comprobar de un vistazo en el siguiente gráfico, en el que la tasa de pruebas PCR con respecto a positivos aumentó en el país considerablemente durante el verano mientras que la de otros países bajó: algunos de ellos, como España, afectados por el aumento ya importante en los contagios. 

Sin embargo, y a pesar de que la IA/14 días está por debajo de la inmensa mayoría de sus vecinos, en Alemania no relativizan su problema. El objetivo es volver a una incidencia de 50 casos por cada 100.000 habitantes en los últimos 14 días, una cifra bajo la cual los organismos internacionales consideran que la pandemia está controlada. En España, el presidente Sánchez puso como meta 25, pero en el país ese número se ve mucho más lejano. Merkel consiguió el visto bueno de los länders, pero ha recibido críticas de la extrema derecha, de los verdes y de los hosteleros, que lamentan su posible ruina, a pesar de que el Gobierno les remunerará parte de lo perdido. Y el ministro de Sanidad, Jens Spahn, ha sido criticado por la mala gestión de los test a viajeros que volvían de países con alta incidencia: en un principio se negó y, cuando accedió, los laboratorios se saturaron con tanta prueba.

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Los alemanes creen que, pese a que sus cifras son relativamente bajas en comparación, el covid-19 se les ha ido de las manos toda vez que ha llegado el otoño y con él el frío. Y que vendrán meses duros. La plantilla de rastreadores, mucho mejor nutrida que en España, ya no da abasto para cortar todas las cadenas de transmisión. Según explicó Merkel, el 75% de las nuevas infecciones "no se sabe de dónde vienen" y de las que sí se conoce el origen no pueden rastrearse ni la mitad. En un encendido discurso en el Bundestag, el Parlamento alemán, la canciller afirmó: "Si el virus pudiera pensar, pensaría… 'Aquí tengo el anfitrión perfecto. Estas personas viven en todo el planeta. Están conectados a nivel mundial y son criaturas sociales, no pueden vivir sin contactos sociales. Tienen una inclinación hedonista, les gusta la fiesta, no podría ser mejor". La respuesta de la Humanidad, dijo Merkel, debería ser: "No, virus, ¿no has aprendido nada de la evolución? Los humanos hemos demostrado una y otra vez que somos muy buenos adaptándonos a circunstancias difíciles".

El objetivo reconocido del país, explica Der Spiegel, es llegar a la Navidad con unas tasas que permitan las reuniones familiares sin excesivo peligro. En España, el centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, lamentó este jueves simplemente la posibilidad de tener las fiestas en mente. "Está muy bien el romanticismo, pero... Las tradiciones son muy importantes, pero debemos analizar con la cabeza un poco más fría", aseguró. No es la única diferencia entre las gestiones europea y española. El país centroeuropeo ha cerrado los bares y los restaurantes sin titubear y compensando económicamente a los afectados: aquí Sanidad propuso clausurar solo el interior de la hostelería con incidencias bordeando el millar y posteriormente retiró la medida en la negociación con las autonomías. 

Sin embargo, el otoño ha venido a demostrar, una vez más, que no hay una única causa para explicar cómo golpea el patógeno; que muchos debates, actuaciones y decisiones siguen los mismos patrones; que nadie lo está haciendo perfecto, ni existe un fracaso inapelable; y que casi ningún responsable político se libra de la crítica. 

El frío ha llegado a Europa y, con él, la segunda ola del covid-19. Se hacen muchas más pruebas que en marzo, por lo que es difícil comparar el impacto de ambas fases, pero las unidades de cuidados intensivos no suelen engañar: o están saturadas o no lo están, por mucho que se juegue con los datos. Y es evidente que el SARS-CoV2, que depende de decenas de factores, no afecta igual a todos los territorios, ni a todas las poblaciones, ni a todas las clases. La excepción española de agosto y septiembre ha caído y ahora Bélgica lidera, por mucho, los datos de incidencia acumulada (IA) en el continente, mientras que Alemania se mantiene en unas cifras consideradas muy preocupantes por los germanos y que en España serían recibidas como agua de mayo. Más allá del azar, que juega su papel en un virus imprevisible y, aún en buena parte, desconocido: ¿Cómo se explica? 

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