Carta a los que se afilian al “partido” de la mentira
Nicolás Sartorius me dijo en una entrevista que temía más a Elon Musk que a cualquier político. Tenía motivos para estar asustado. El hombre más rico del mundo es también el más influyente. Lo ha demostrado aupando a Donald Trump a la Casa Blanca a lomos de la desinformación en X, antes Twitter. “Ahora vosotros sois los medios. Las noticias deben venir de la gente”, tuiteó la noche electoral nada más conocerse el resultado.
“En el mundo occidental, en los últimos 50 años, nunca hubo tanta mentira y tanta gente dispuesta a creerla”. Lo avisó hace más de dos años José Miguel Contreras. Desde entonces, todo ha empeorado. Cada vez más personas han decidido afiliarse, sin darse cuenta, al “partido” de la mentira. Una ideología que amenaza con desmantelar los controles democráticos y generar una desafección que nos anestesie.
Así ha ocurrido con la arrolladora victoria de Trump en las elecciones a pesar de sus condenas, las mentiras y los delitos que ha cometido, entre ellos, alentar un golpe de Estado. Es el triunfo de las fake news como herramienta política. ¿Su objetivo? Destruir la confianza en el periodismo, ante unos ciudadanos cansados, que ya no necesitan acercarse a la verdad para tomar decisiones y que se creen cosas tan absurdas como que los inmigrantes se comen a sus mascotas.
Desmantelar los controles de la democracia
Este sábado, el líder republicano lanzaba un mensaje que sentaba las bases de su segundo mandato. En un vídeo, anunciaba que una de sus primeras medidas como presidente será acabar con el “régimen de censura de la izquierda” y el “sistema podrido de control de la información”. Y lo hará de la mano de su amigo Elon Musk. Como explica el director de Retina, Jaime García Cantero, si el multimillonario entra finalmente en el Gobierno, “recortará las regulaciones en el ámbito de la tecnología y la inteligencia artificial”.
“En el contexto digital, la libertad de prensa no funciona como funcionaba cuando se estableció porque la democracia es una cultura comunicativa y va cambiando. Aunque a Trump le molesten los medios de comunicación, está diciendo que quiere desmantelar los checks and balances que han hecho que la democracia norteamericana haya sido una de las mejores del mundo. Esta aproximación al problema de la desinformación no puede venir del poder ejecutivo porque es juez y parte”, opina la codirectora del Observatorio de Medios Elena Herrero-Beaumont.
Este discurso antiperiodismo cada vez está calando más en nuestro país. Según el informe de Iberifier sobre desinformación, somos los europeos a los que más nos cuesta identificar las noticias falsas y los que menos confiamos en nuestros medios de comunicación. Además, el porcentaje de españoles que se siente abrumado por la cantidad de noticias ha subido del 26% en 2019 al 44% en 2024. Y solo el 40% de los encuestados dice que confía en las noticias, tal y como expone el Digital News Report 2024 del Instituto Reuters.
“A la hora de abordar el debate de cómo regular el modelo de comunicación pública, el modelo más resiliente en el entorno digital está siendo el escandinavo y el centroeuropeo porque establecen una serie de límites a lo que puede entrar en la esfera pública, pero sin ser censura”, añade Herrero-Beaumont. Los finlandeses han sido, por ejemplo, pioneros en alfabetización mediática, lo que les ha convertido en el país que más confía en sus medios y en sus políticos.
Generar un halo de desconfianza
Felipe VI decía en su visita a Paiporta tras la tragedia de la dana que hay muchos interesados en que haya intoxicación informativa para sembrar el caos. Y si los medios no hacen pedagogía y autocrítica se puede asentar un cambio de paradigma en el consumo de noticias y que la crisis de confianza se nos lleve por delante.
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¿Por qué creer lo que dice un periodista y no un tuitero? ¿Hasta qué punto los medios son independientes del poder político? ¿Por qué muchas veces un periódico dice lo contrario que otro? Estas eran algunas de las preguntas, muy pertinentes, que me lanzaban esta semana un centenar de universitarios veinteañeros en una charla en un colegio mayor de Madrid.
Los jóvenes son junto a las personas de bajos ingresos y con niveles educativos más bajos los que tienden a confiar menos en las noticias. Pero no podemos caer en simplificaciones y asumir que la mayoría son radicales o ignorantes
Los jóvenes son junto a las personas de bajos ingresos y con niveles educativos más bajos los que tienden a confiar menos en las noticias. Pero no podemos caer en simplificaciones y asumir que la mayoría son radicales o ignorantes. Son ciudadanos que, ante el bombardeo de noticias interesadas y contradictorias, prefieren las redes sociales a unos medios de comunicación que son vistos como correas de transmisión del poder.
Es nuestra responsabilidad explicarles por qué no deben afiliarse al “partido” de la mentira. Por qué la realidad siempre es mucho más compleja. Por qué no podemos dejarnos llevar por las pulsiones. Por qué los medios periodísticos son garantía de calidad. Por qué, como refleja una escena de la serie The Newsroom, el periodismo siempre comprueba, pregunta y contrasta. “Es una persona. Un médico certifica su muerte, no las noticias”. Tampoco debería hacerlo X ni ninguna red social.