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Casado se lanza a reescribir la relación del PP con Cataluña para frenar a Illa y competir con Vox

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Fernando Varela

El PP no es un “partido residual”. Representa “la moderación”. Y reivindica la Cataluña “olímpica que asombró al mundo en 1992”. Hace casi 30 años. “Yo no soy un tipo de Madrid que viene a Cataluña a decir a los catalanes lo que tienen que hacer”.

Quien escuchó estos días al presidente del Partido Popular en las intervenciones de precampaña que ha programado para tratar de impulsar las candidaturas conservadoras que se presentan a las elecciones del 14 de febrero no reconocerá el discurso sobre Cataluña de Pablo Casado. No al menos el que ha construido y defendido a lo largo de los últimos años y que, hasta que la pandemia se apoderó del debate político, era un lugar común de sus intervenciones en el Congreso.

Casado lleva 16 semanas visitando regularmente las cuatro provincias catalanas y tiene previsto estar presente en siete de las 14 jornadas de campaña electoral. Su objetivo inmediato: pelear con el PSC y su candidato, Salvador Illa, por los restos del naufragio de Ciudadanos, y quedar por delante de las candidaturas de Vox.

Como parte de su estrategia para conseguir ese doble objetivo, de las palabras pronunciadas por el presidente conservador durante sus cada vez más frecuentes visitas a Cataluña han desaparecido las referencias directas al procés, al 1 de octubre, a Oriol Junqueras o a Carles Puigdemont. No se ha referido ni una sola vez al artículo 155 de la Constitución, cuya aplicación ñor segunda vez para intervenir la autonomía catalana él mismo invocaba hace apenas un año. Y que era su principal estrategia para zanjar cualquier intento del entonces president Quim Torra de desafiar la integridad territorial de España.

Ni siquiera ha mencionado, al menos por ahora, la mesa de diálogo sobre Cataluña que el Gobierno de Pedro Sánchez aceptó crear para sentarse a hablar con el Govern de la Generalitat y tratar de encontrar una salida negociada al conflicto político catalán, atascado política y judicialmente desde que los soberanistas proclamaron unilateralmente la independencia de Cataluña el 27 de octubre de 2017.

Tampoco ha hablado de la supuesta prohibición del castellano en las aulas, algo que hasta el mes de diciembre era una referencia habituar de sus intervenciones públicas, al menos fuera de Cataluña, a pesar de que nada de eso se deriva de la nueva Ley de Educación. Es hora de “ver el catalán como una riqueza, no como una barrera”, repite ahora.

En plena precampaña del 14F, con un PSC al alza —según las encuestas— que trata de unificar bajo sus siglas a todo el voto no nacionalista y una ultraderecha a la que algunos estudios sitúan pisándole los talones, Casado ha optado por dulcificar su mensaje prescindiendo de la confrontación directa con el independentismo.

El líder del PP consume su tiempo hablando de creación de empleo, de reforzar la sanidad, de la seguridad en las calles, de la ocupación ilegal de pisos y de servicios sociales. Y sobre todo promete bajadas y supresiones de impuestos cuyos beneficios profetiza poniendo ejemplo de lo que, según él, ya está pasando en Madrid, en Andalucía o en Galicia.

“Nuestro proyecto es de largo recorrido”, se defiende de quienes le hacen ver la pequeñez de sus expectativas electorales: tiene cuatro diputados en el Parlament y, en el mejor de los casos, aspira a conseguir diez. “Esto no es un partido residual”, defendió el pasado fin de semana en un acto en Barcelona organizado para presentar sus candidaturas. Ni está “aislado”. “No es verdad”, aseguró. Ha ofrecido pactos al PSOE, ha “hablado” con alcaldes de Esquerra y se ha sentado a llegar a acuerdos en materia educativa con el PNV y con Junts, resaltó para probar la capacidad de diálogo del PP. Incluso con partidos independentistas, algo que cuando está en la tribuna del Congreso no duda en reprochar al presidente Pedro Sánchez.

El suyo, repite estos días de precampaña electoral, es un partido que representa “la casa común del constitucionalismo”, la “moderación” y “el seny”. “No somos un partido de extremos; somos un partido europeísta, autonomista, moderado, central”.

Él mismo, señaló hace unos días reivindicándose en un acto con empresarios, representa “la reforma, la convivencia, la igualdad, el progreso y la libertad”. En contraposición, claro, “a la ruptura, el enfrentamiento, el privilegio, la parálisis y el sectarismo”.

Necesita Cataluña para ser presidente

En una reciente entrevista concedida al diario La Vanguardia, Casado ni siquiera negó que su estrategia en estos momentos suponga una enmienda a la totalidad da la estrategia del Gobierno de Mariano Rajoy. “No lo sé”, respondió cuando le preguntaron. “Quiero ser presidente del Gobierno y Cataluña es clave. No se puede tener un proyecto en España sin entender las necesidades y problemas de Cataluña”, añadió admitiendo por primera vez algo que a menudo le ha reprochado Sánchez: el PP no puede tener un proyecto nacional siendo una “fuerza residual” en Cataluña o en Euskadi.

Atrás queda la recogida de firmas contra la supuesta prohibición del castellano en las aulas que según el PP se deriva de la nueva ley de Educación y que, según los conservadores, es una concesión a Esquerra a cambio de su respaldo a los Presupuestos.

La de ahora es, según sus propias palabras, “una apuesta personal”. “Estoy comprometido personalmente con Cataluña. Comprometido en tratar de hacer visible un cambio de actitud” porque “probablemente hemos cometido el error de hablar de Catalunya solo en términos del procés”procés” y “los catalanes tienen otras prioridades: el empleo, la sanidad, la seguridad o elegir la educación de sus hijos. Mi actitud no es revanchista. Vengo a escuchar y a ser útil. Reconozco que hasta ahora no lo había conseguido trasladar”, aseguró en la misma entrevista a modo de autocrítica.

En el análisis que comparte estos días de precampaña, Casado asegura que “en Cataluña los errores políticos en la gestión del malestar social” de las primeras décadas de este siglo “supusieron perder muchas oportunidades”. Aunque no reconoce expresamente ninguno por parte de su partido. El problema comienza, según él, en “la exclusión del PP del diálogo político en Cataluña” con el Pacto del Tinell, el acuerdo de 2003 que dio origen al tripartito presidido por el socialista Pasqual Margall y que el PP siempre cita como un cordón sanitario organizado contra ellos.

Según Casado, “de los silencios y las complicidades con quienes” suscribieron aquel acuerdo “vienen no pocos de los problemas de hoy. Vetar al PP fue un error porque es parte indispensable de cualquier pacto político de relevancia en Cataluña, en España y en la UE”, sostiene.

Cero referencias al procés y ninguna referencia de brocha gorda contra el independentismo. Y sí un reconocimiento implícito de que quizá Cataluña lleva años sufriendo las consecuencias de una financiación por debajo de lo que le corresponde. “Lo que propongo al Gobierno es sentarse a negociar una financiación que responda a las necesidades de Cataluña”.

Por no hablar del conflicto con el independentismo. Casado niega expresamente la existencia de un problema de convivencia entre soberanistas y unionistas —algo que sí sostiene Sánchez— y ni siquiera relaciona la huida de empresas de 2017 con el intento de sucesión, sino con la falta de seguridad jurídica y de medidas favorables a la creación de empleo.

En su apuesta por Cataluña, Casado hace una elipsis para reivindicar el tiempo anterior al dominio soberanista. “La España real palpitaba en esa Cataluña que acabó siendo olímpica y que asombró al mundo en 1992”, una fecha que cita con frecuencia como un símbolo “añorado”.

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“Durante tres décadas”, subrayó en una conferencia la semana pasada, “aparcamos las identidades. Nos centramos en las personas. Nos dedicamos a los empeños comunes”. Lo que falló, desde su punto de vista, no fue el peso político de Cataluña porque en esa etapa que echa en falta, “fue determinante el papel de CiU o de Esquerra”.

En ese afán, casi didáctico, al que se ha aplicado para redefinir la relación de su partido con Cataluña en plena precampaña, Casado afirma que el partido que preside “quiere ser parte indispensable de la solución”. Para los problemas que sufre Cataluña.

“Hoy la política catalana y la española adolecen del mismo problema: falta de ambición en los objetivos compartidos y el incumplimiento de las reglas. Es hora de pasar página de esa política de bloques. Hay que superar las fracturas políticas, sociales e incluso generacionales. Hay que trabajar por la convivencia dentro de la ley”, proclamó recientemente repitiendo, de nuevo, uno de los mantras de Sánchez sobre Cataluña.

El PP no es un “partido residual”. Representa “la moderación”. Y reivindica la Cataluña “olímpica que asombró al mundo en 1992”. Hace casi 30 años. “Yo no soy un tipo de Madrid que viene a Cataluña a decir a los catalanes lo que tienen que hacer”.

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