Esta pasada semana hemos vivido una curiosa secuencia de explosivos enfrentamientos dialécticos digna de analizar. Todo empezó el miércoles en el Congreso en la sesión de control al Gobierno. En las últimas semanas, diversas voces dentro del propio PP empezaban a dudar si la figura de Álvarez de Toledo era la mejor para hacer frente a esta nueva etapa en la que, además de la abierta competencia con Vox, se reabre un resurgimiento de Ciudadanos, liderado por Inés Arrimadas, desde el espacio del centro moderado. Algunos piensan que no son tiempos para el radicalismo sino para abrir espacios de templanza a la espera de un desgaste del gobierno durante la profunda crisis económica que se avecina.
La consultora y asesora política Maica Gómez Quintanilla considera que "ser agresivo o impetuoso no es ni bueno ni malo, sino que todo depende del momento, del interlocutor y del escenario". Cayetana decidió el miércoles ser la estrella mediática del día. Y lo consiguió. Subió a la tribuna con el texto escrito en unos folios y lanzó toda su artillería contra el que suponía que era el flanco más débil para esta estrategia, Pablo Iglesias. Se emborrachó en el insulto y la provocación directa: "El señor Iglesias es el burro de Troya de la democracia (…) Si en España se condenasen las ideas, usted estaría en la cárcel". Iglesias intentó contenerse y mantener la calma, aunque no pudo evitar lanzar un pellizco de monja recordando el marquesado de la portavoz popular. En el fondo, daba igual lo que hubiera dicho, Álvarez de Toledo leyó su segundo texto preparado con toda frialdad y tacticismo: "Es usted un hijo de terrorista". El vicepresidente, en ese momento, supo contenerse y decidió no seguir el destructivo juego que le proponían.
Lo más llamativo es la absoluta dispersión del contenido del incidente respecto a lo que era la mayor preocupación de los españoles, la emergencia sanitaria que padecemos. Para Gómez Quintanilla esta es una cuestión clave que explica parte de la fallida estrategia de Álvarez de Toledo: "A Cayetana siempre le suele funcionar ese tono, porque nunca pierde los papeles, pero si el rifirrafe con Iglesias se hubiese producido en una situación distinta a una crisis sanitaria le hubiese reportado más beneficios".
La estrategia de la provocación busca humillar públicamente al rival hasta obligarle a reaccionar para intentar sepultarle en una segunda andanada. Es una técnica arriesgada si el interlocutor no acepta el reto. Nada destruye mejor un golpe de provocación violento que una inteligente, bienhumorada y lacónica frase de contestación. Los superhéroes de Marvel enseñan algunas lecciones en sus películas. Frente a un ataque con lanzallamas, la solución es agua helada. No parece inteligente encararte subido a un camión de bombonas de butano. El que explota eres tú y, seguramente, todo lo que te rodea.
David Redolí, sociólogo y expresidente de la Asociación de Comunicación Política (ACOP), considera que llevar tan al límite la provocación es un error de comunicación de manual porque, además, en este caso, tuvo un doble efecto negativo para el PP: "Por un lado, Iglesias no entró al trapo como ella quería y además alejó el foco informativo de Marlaska y las dimisiones, que era el tema que estaba desgastando al Gobierno durante esta semana".
La relativa contención de Iglesias fue su mejor escudo, pero no debió sentirse cómodo al tener que tragarse el intento de humillación pública. Curiosamente, Cayetana Álvarez de Toledo fue reprobada de forma mayoritaria en la opinión pública por su actitud. Sus críticos dentro de su propio partido aprovecharon el incidente para colocarlo como prueba de una estrategia fallida. David Redolí es bastante contundente en su juicio: "No ha hecho carrera de partido, ni es alguien de la estructura del PP y se sujeta poco a la rigidez y al argumentario. El malestar va por ahí. Ellos marcan una estrategia y ella hace lo que le sale de las narices".
Pero la noche se debió hacer larga para Pablo Iglesias. Al día siguiente, comparecía en un escenario de gran importancia simbólica, la comisión parlamentaria que debía estudiar un posible pacto por la reconstrucción del país y que tiene como objetivo del gobierno contar con un amplio acuerdo plural y diverso. Iglesias se equivocó. No pudo contener la ira acumulada de la jornada anterior y, no sabemos si de forma premeditada o arrastrado por un arrebato emocional, recurrió a la provocación directa contra Espinosa de los Monteros que pareció observar con asombro lo que se le venía encima. El dirigente de Vox hizo lo mejor que podía hacer. Se levantó y se marchó, mientras Iglesias completaba su impropia intervención como vicepresidente del gobierno con su descortés frase de "cierre al salir". Casi nadie ha destacado que la idea que Iglesias estaba exponiendo en su intervención era la de su voluntad democrática de extender el diálogo abierto y sincero con todas las fuerzas políticas de todo signo, incluida Vox. En ese momento sufrió un ataque de disonancia fisiológica. Mientras su mente política pretendía defender la cordialidad, las entrañas tomaron el mando de su organismo y le hicieron perder el control. Un error que él mismo reconoció sin excesiva convicción al día siguiente.
Este fue el argumento de la película. Cayetana Álvarez de Toledo fue violentamente a la yugular de Iglesias. El líder de UP se contuvo y renunció a contratacar. Al día siguiente, aun encendido por lo sucedido, pagó su furia contenida contra Espinosa de los Monteros que pasaba por allí. El portavoz de Vox, sorprendido por lo que se le venía encima se marchó. Seguramente en Vox mucha gente le habrá recriminado su huida al considerar que fue una extraordinaria oportunidad desaprovechada para llevar a Iglesias a la pérdida total de papeles. Se suponía que Vox era el que mejor se desenvuelve en el pantanoso territorio de la provocación y la intimidación. Aquello no cuadraba.
Ciudadanos necesita saber quién es y qué quiere
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Mientras tanto, el PSOE ha quedado como invitado de piedra de todo lo que ha ocurrido. El lío ayudó a desviar el foco del lío del cese de Pérez de los Cobos. A cambio, el incendio destrozó los buenos resultados de la desescalada de estos días. El viernes, todo lo ocurrido acabó por deslucir la aprobación del ingreso mínimo vital que parecía destinado a ser el momento estelar de Pablo Iglesias en este periodo en el que, por efecto de la emergencia sanitaria, su presencia pública no había tenido excesivo peso. David Redolí lo resume de esta manera: "Entrar en el juego de las insinuaciones malintencionadas no tiene sentido estratégicamente, ya que actuando así Iglesias pierde el papel de buen encajador y de político más moderado que la derecha rabiosa".
En el actual PP, Pablo Casado ejerce un papel demasiado abierto a reorientaciones. Es capaz de salir en público a lanzar su mítica y disparatada declaración provocativa del felón y sus 21 insultos. Al poco, puede defender la moderación como apuesta política. La explicación es sencilla: la doble presión del Ciudadanos de Albert Rivera que tan cerca estuvo de arrebatarle el liderazgo de la derecha en abril de 2019 (4,1 millones de votos frente a 4,3) por el centro derecha y Vox desde el ala más extrema. Dos frentes en direcciones opuestas. Tras aniquilar a Rivera, que no supo ver la potencia de su espacio centrista, el PP había pasado a tener una estrategia menos esquizofrénica. El enemigo era el gobierno de izquierdas aliado con los partidos nacionalistas. Pero el auténtico rival era Vox con el que se disputaba cada uno de los votos de la derecha. Ahí apareció la figura de Álvarez de Toledo, todo un personaje digno de quedar preservado en la lista de las grandes figuras de la provocación política en España.
De todo lo ocurrido, seguramente la más dañada es la que empezó todo, Cayetana Álvarez de Toledo. Era la más discutida y su estrategia acabó en un descontrol generalizado del que seguramente nadie ha sacado beneficio. Posiblemente, los únicos no perjudicados han sido quienes no participaron en la gresca. El futuro de Álvarez de Toledo es difícil de anticipar. Lo que parece evidente es que su rol como portavoz será sometido a juicio. Para Diana Rubio, doctora en Comunicación y experta en protocolo, "no estamos acostumbrados a ver un perfil dóberman tan sumamente acusado en una mujer políticadóberman. Adriana Lastra en el PSOE tiene un perfil parecido, pero es más moderada. Cayetana recuerda demasiado a Rafael Hernando".