Tráfico de drogas
De 'Los Charlines' al "crimen como servicio"
Corría el año 1989 cuando el encarcelado traficante de poca monta Ricardo Portalbes decidió escribir una carta al juez de Pontevedra Luciano Varela. La misiva era un potente torpedo directo a la línea de flotación de los principales clanes del narcotráfico gallego. Por ello, no tardó en llegar a la Audiencia Nacional, donde se asumió la investigación. Las pesquisas terminaron cristalizando meses después en la famosa Operación Nécora. En las diferentes redadas cayeron, entre otros muchos, Laureano Oubiña, Marcial Dorado o Manuel Charlín. No se logró pescar, sin embargo, al famoso José Ramón Prado Bugallo, alias Sito Miñanco. Contra él se emitió una orden de búsqueda y captura. El mismo mandato se dictó contra otros grandes capos de la cocaína al otro lado del Atlántico: Ramón Matta Ballesteros, Miguel Ángel Félix Gallardo, Fabio Ochoa Vázquez y Pablo Escobar Gaviria, el líder del Cártel de Medellín. La sentencia de la Audiencia Nacional, conocida cuatro años después, no fue todo lo dura que los colectivos contra la droga esperaban.
Han pasado ya casi tres décadas desde la Nécora. Y el negocio ha cambiado por completo. Galicia ha dejado de ser la niña bonita de los grandes capos latinoamericanos en favor de lugares como Cádiz o Valencia, donde se encuentran los dos principales puertos de todo el territorio. La descarga de grandes mercancías con la técnica de los buques nodriza ha dejado paso a los envíos masivos por contenedor, donde anualmente las autoridades localizan el 40% del polvo blanco que se aprehende en España. También se ha modernizado al calor de las nuevas tecnologías el mercado minorista, donde la droga está alcanzando el mayor grado de pureza de la última década, según el último informe anual del Observatorio Europeo de las Drogas y las Toxicomanías (Emcdda, por sus siglas en inglés). El sector, en definitiva, está en continua mutación en una época en la que la producción de perico se ha situado en cotas históricas: casi 2.000 toneladas en 2017, un aumento del 25% respecto al año anterior.
Las organizaciones criminales también han sufrido una transformación importante. Si hace décadas el negocio se encontraba en manos pocas familias, ahora todo el mundo quiere una parte del gigantesco pastel blanco. Los grandes cárteles se han atomizado y las clásicas jerarquías se han ido difuminando en la mayoría de los casos. Son estructuras cada vez más horizontales que no se dedican a una única actividad delictiva. Con liderazgos compartidos entre delincuentes de varias nacionalidades. Estos grupos, además, se entrelazan entre sí en algunos casos para culminar determinados negocios, lo que complica todavía más las investigaciones. Uno tiene apalabrada la descarga pero no cuenta con los medios materiales. Otro, por un precio determinado, le pone las lanchas para que los fardos de farlopa que se amontonan en un buque cerca de las costas terminen llegando sin problema a tierra firme. Son las subcontratas criminales. “Es el crimen como servicio”, señala un alto cargo del Centro de Inteligencia contra el Terrorismo y el Crimen Organizado (Citco). Su testimonio es uno de los recogidos por periodistas de varios medios del European Investigative Collaborations (EIC), una red europea a la que pertenece infoLibre, para la elaboración de una serie de reportajes sobre el impacto de la cocaína en Europa.
Las organizaciones en origen
En la década de los ochenta, el principal Estado productor de cocaína a nivel mundial se encontraba sumido en el caos más absoluto. En Colombia, todo estaba bajo el control de los grandes clanes de la droga. Políticos, jueces, policías o militares. Nada ni nadie se escapaba del inmenso poder que llegaron a acumular el Cártel de Medellín, el de Cali o el del Norte del Valle. En la actualidad, Escobar está muerto, los hermanos Rodríguez Orejuela entre rejas y la última de las grandes organizaciones desarticulada. Sin embargo, el negocio sigue funcionando a pleno rendimiento. “Con la caída en desgracia de los grandes grupos de la droga proliferaron multitud de bandas criminales”, detalla el portavoz del Citco. Desde el Clan del Golfo a Los Puntilleros. Grupos que, según explican desde Interpol, están especializados en el cultivo, los laboratorios y el transporte hacia las costas.
El alto cargo del Citco, organismo dependiente del Ministerio del Interior, explica que algunas de estas organizaciones trabajan incluso “bajo petición”. Y si hay importantes pedidos de polvo blanco que no pueden asumir en solitario, no ponen reparos en coaligarse con otras. Una enorme atomización que hace todavía más complejas las investigaciones. “Se ha vuelto mucho más difícil atrapar al pez gordo”, apunta Andres Bastidas, analista de Inteligencia de Interpol. Los expertos también miran hacia el noroeste de Bogotá. Preocupa el posicionamiento de los grupos mexicanos dedicados al narcotráfico. Son, según el alto cargo del Citco, los que “más se han expandido por Hispanoamérica” y “controlan en mayor medida la producción”. Estos cárteles, dice, sí que están estructurados como tales. Sinaloa, Jalisco Nueva Generación, Los Zetas, Los Beltrán Leyva…
Los intermediarios españoles
Los grandes capos gallegos, como los colombianos, también cayeron en desgracia. Laureano Oubiña se ha convertido en un habitual de los mercadillos ambulantes, donde intenta colocar sus memorias a los transeúntes. Y la Operación Mito, que se precipitó tras la incautación de casi 4 toneladas de cocaína en un remolcador con bandera de Barbados, ha vuelto a situar al histórico Sito Miñanco tras las rejas. Sin embargo, la caída de los históricos clanes dedicados al narcotráfico no ha impedido que la rueda de la cocaína continúe girando en nuestro país. Ahora, en suelo gallego, suenan Os Piturros, Os Peques u Os Lulús. No son los únicos. El Citco calcula que en España hay unos 450 grupos de crimen organizado. De ellos, el 25% se dedican “como mínimo” al tráfico de polvo blanco. “No quiere decir que esa sea su única actividad”, recalcan desde el Citco.
Las investigaciones policiales se han vuelto cada vez más complejas. Las organizaciones perfectamente jerarquizadas, con una estructura vertical bien definida, se han convertido en un rara avis dentro del panorama nacional. Ahora destacan los grupos flexibles, con liderazgos compartidos entre varias nacionalidades –lo más habitual es la combinación de españoles con colombianos– y una estrategia de negocio muy diversificada. Ya no tocan solo la cocaína o el hachís, sino que apuestan por ingresos procedentes de varias actividades ilícitas. Son estructuras policriminales que establecen puntualmente conexiones con otras redes delictivas para llevar a buen puerto negocios concretos. “Es el crimen como servicio. Organizaciones que necesitan lanchas para sacar la mercancía de un buque nodriza contratando a antiguos narcotraficantes a los que pagan por hacer ese trabajo”, explica el alto cargo del Centro de Inteligencia contra el Terrorismo y el Crimen Organizado.
El ejemplo perfecto de estos nuevos métodos salió a la luz el pasado mes de octubre. La Operación Beautiful se saldó con la detención de ocho decenas de personas y la desarticulación definitiva de “una de las mayores, y mejor asentadas, estructuras criminales del Levante Mediterráneao”, en palabras del Ministerio del Interior. La investigación, que arrancó en enero de 2018, no fue nada sencilla. El grupo, encabezado según las pesquisas por un empresario alicantino y un ciudadano sueco, contaba con varios escalones totalmente estancos que se encargaban de realizar todas las tareas que los líderes encargaban. La clave del éxito se encontraba en los intermediarios y subcontratados, que ni siquiera sabían para quién trabajaban. Pero la estructura terminó cayendo. “Aproximadamente la mitad de los grupos de crimen organizado se suelen desarticular en uno, dos o tres años”, sostienen desde el Citco.
Los destinatarios finales europeos
A lo largo de las últimas décadas, los españoles han ido perdiendo poco a poco la capacidad de gestionar muchos de los envíos de perico. Se están convirtiendo en una suerte de intermediarios –facilitan la recogida, el almacenamiento o los contactos– entre las estructuras de origen mexicanas o colombianas y los destinatarios finales. Según el Citco, estos últimos pueden ser grupos de holandeses de origen árabe, serbios o italianos que utilizan España como punto de entrada de la mercancía. Luego, la droga se transporta por carretera hacia Europa. Sin embargo, los investigadores están apreciando que cada vez buscan más el contacto directo en los países productores. “Quieren tener el material directamente de los fabricantes. De esa manera, ahorran en transporte y obtienen una parte más grande de la cadena de valor”, explica el analista de Inteligencia de Interpol.
El rastro de estas organizaciones criminales en suelo español es perfectamente visible. El pasado mes de septiembre, una operación conjunta de la Policía Nacional, Guardia Civil y Agencia Tributaria sacó de circulación casi 800 kilogramos de cocaína ocultos en un velero fletado por una mafia serbia. Unos meses antes, en diciembre de 2018, otra investigación culminó en Barcelona con el arresto de Nenad Vincic, considerado uno de los representantes en el sur de Europa del denominado Clan de los Balcanes. Golpes duros que también han recibido las organizaciones holandesas. Destaca la Operación Star/Bananero, desarrollada en dos fases y que llevó al Instituto Armado a desarticular a una de las más poderosas organizaciones criminales de los Países Bajos. Se incautaron 6 toneladas de cocaína y un gran arsenal de armas de guerra: fusiles AK47, subfusiles de asalto Skorpion, granadas de mano…
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España también es una pieza importante para la Camorra. Así lo reconocen desde la Dirección Central de Servicios Antidroga de Italia: “Utiliza, para el tráfico de cocaína, contactos internacionales sólidos, localizados en varios países europeos, especialmente en Países Bajos, España y América del Sur, donde las filiales operativas contactan con los traficantes locales. Gracias a esto último, los clanes alimentan el mercado nacional con grandes cantidades de cocaína procedente de América del Sur a través de los países europeos antes mencionados, donde, en parte, también se almacena”.
Una miríada de grupos criminales internacionales comiendo del gigante pastel blanco a la que solo se puede hacer frente mediante una estrecha colaboración. “El tráfico de cocaína es un problema global que requiere una cooperación global”, explica Kevin Scully, uno de los responsables en Europa de la Administración para el Control de Drogas (DEA, por sus siglas en inglés) estadounidense, que también pone el acento en el control del flujo de dinero en efectivo procedente del narcotráfico. En este sentido, el alto cargo del Citco señala que la colaboración a nivel europeo es buena. Y, preguntado por los métodos preferidos para blanquear los negros capitales que genera el polvo blanco, apunta: “Lo que vemos en el día a día es que las organizaciones sacan mucho dinero físicamente fuera del país o lo utilizan para comprar inmuebles, artículos de lujo, joyas o automóviles”.