Desde poco después del referéndum independentista del 1 de octubre de 2017 hasta mediados de 2018, Cs iba como un tiro. Al menos en las hipótesis demoscópicas. El CIS situaba al partido en la carrera por el liderazgo en España, que llegaban a pronosticarle algunas encuestas privadas. Borrada la socialdemocracia de su ideario para abrazar el liberalismo, y en un clima de polarización en torno al procés, despuntaba su discurso de defensa de la unidad de España desde Cataluña y sin mochila de pactos con los nacionalistas. Además Albert Rivera manejaba con habilidad la contradicción de azotar a Mariano Rajoy por la corrupción al mismo tiempo que servía de sostén de su Gobierno. Eran los días en que se manejaba en las tertulias la posibilidad de un presidente Rivera.
Hoy, en cambio, vive horas difíciles, aunque todos los observadores coinciden en que es imprudente darlo por amortizado. "Ciudadanos siempre me ha resultado un partido complicado. Ni en su momento, sobre todo en la legislatura anterior, cuando había encuestas que lo ponían muy muy arriba, yo lo veía así, ni ahora lo veo tan abajo", señala Narciso Michavila, presidente de GAD3. Lo que sí es cierto, rememora ahora Michavila, es que hubo un momento, "con Rajoy muy quemado y Pedro Sánchez en la oposición, en que pareció que Rivera podía ser la alternativa". Ese momento ya pasó. El partido ha seguido creciendo, pero ha defraudado las expectativas. Y en política el éxito y el fracaso se miden inevitablemente en función de las expectativas.
En marzo de 2018, en plena ola naranja, infoLibre recabó del sociólogo y politólogo Albert Balada la siguiente impresión. En efecto –decía–, la flecha de Cs apunta hacia arriba, pero, ojo, porque como partido voluble y tacticista, "de la misma manera que un acierto estratégico lo ha catapultado, un error estratégico lo puede hundir". Ha pasado más de un año desde que aquel Rivera en plena efervescencia soñaba con ser el Macron español. En este tiempo se han sucedido acontecimientos políticos que, ciertamente, no parecen haber beneficiado a Cs. El principal fue la moción de censura, que aupó a Sánchez y le permitió formar un gobierno de corte ciudadanista, con perfiles independientes, europeístas y de trayectoria profesional acreditada, y con Josep Borrell, un referente del combate de ideas contra el independentismo, en Exteriores. El propio Juan Carlos Girauta admitía que Ciudadanos tenía que "reenfocar" su estrategia a raíz de aquel cambio.
Pero, o bien no le ha dado tiempo, o bien dicho "reenfoque" no ha tenido éxito, o bien ha habido otros hitos que han ido privando a Cs de la iniciativa: la elección como líder del PP de Pablo Casado, con un perfil político más parecido al de Rivera que su predecesor, Mariano Rajoy; la irrupción de Vox, la leve desinflamación del conflicto catalán... Eso ha venido de fuera. Pero hay que sumarle diversas decisiones que han venido de dentro. Concretamente, de Rivera, líder casi omnipotente de un partido marcadamente presidencialista, y de su núcleo duro: Inés Arrimadas, Fran Hervías, José Manuel Villegas y Fernando de Páramo. Y aquí cabe preguntarse si entre las decisiones propias no estará esa que Albert Balada llamaría "un error estratégico" que podía "hundir" al partido.
Andalucía, Colón y la negación de lo evidente
He aquí el carrusel de decisiones cuestionables, todas ellas coherentes con un proyecto de derechización del partido a la búsqueda del adelantamiento del PP, que ni se ha producido ni parece ahora previsible. A la vuelta del pasado verano Cs dio al PSOE todas las facilidades para precipitar un adelanto electoral en Andalucía, al romper su acuerdo de investidura y negar el apoyo a los presupuestos. Durante la campaña, que Rivera y Pablo Casado se tomaron como un primer asalto de su lucha por el liderazgo conservador, Ciudadanos se comprometió rotundamente a evitar a toda costa, si era posible, un gobierno con Susana Díaz. Todo apuntaba a que no habría oportunidad de poner a prueba el compromiso, porque las encuestas pronosticaban una mayoría del PSOE y Adelante Andalucía. Pero, a pesar del retroceso del PP, los partidos conservadores sumaron mayoría gracias a la subida de Cs y la irrupción de Vox. El partido naranja tenía la opción de reeditar, pero esta vez pasando a formar parte del gobierno, su pacto con el PSOE. Lo contrario era formar una nueva mayoría en la que entraba necesariamente una ultraderecha que desde el minuto uno mostró un perfil marcadamente ultranacionalista, agresivo, provocador y restrictivo en materia de derechos. Y con la inmigración, la diversidad sexual, el feminismo y la violencia de género entre ceja y ceja. Nada de eso disuadió a Ciudadanos, a pesar de que así se aliaba con el ultrancionalismo derechista, enemigo natural del liberalismo occidental.
El pacto andaluz supuso el estreno de una estrategia cuestionable de Cs, que alcanzó la vicepresidencia de la Junta de Andalucía (Juan Marín) gracias a Vox, forma parte de un gobierno que se sostiene gracias a Vox y es capaz de aprobar presupuestos gracias a Vox, todo ello con una agenda determinada por Vox... pero que ha sostenido hasta donde ha podido que no tiene nada que ver con Vox. El acuerdo presupuestario, con las firmas de PP, Cs y Vox, ha puesto fin a esa ficción insostenible, al mismo tiempo que se está desvelando el ardid en las negociaciones para formar gobiernos en ayuntamientos y comunidades autónomas como Madrid. Cs asiste incómodo pero sin excesivo reproche al espectáculo político de que su socio, el PP, firme con Vox en secreto un documento que supone el incumplimiento del propio pacto de gobierno con el partido naranja.
La situación en la que ha quedado Rivera es más que comprometida: a cada arranque antidemocrático o reaccionario de Vox, las miradas se dirigen más a Ciudadanos que al propio partido de Santiago Abascal. Las contradicciones desbordan la estrategia de Rivera, que recibe el reproche de los liberales europeos y hasta sufre el embarazoso desmentido del Elíseo cuando intenta transmitir la idea de que su política de pactos tiene el apoyo de su admirado Macron. Por más que intenta despegársela, la emblemática fotografía de "las tres derechas" en Colón persigue a Rivera.
Malestar creciente
Pero nada mueve al líder de Ciudadanos, que sigue resuelto a cumplir su estrategia de mantener un veto absoluto que ha extendido de Sánchez a la práctica totalidad del PSOE. Sus pactos con el PP y Vox son sistemáticos. Cs pierde identidad centrista para cumplir el propósito de Rivera de superar del papel de bisagra y consolidar a su partido como líder del campo conservador. En el guión de Rivera, la descomposición del PP debía facilitar a Cs un sorpasso, o un rápido sorpasso precipitar la descomposición del PP, pero lo cierto es que el adelantamiento no se produjo en las generales y se quedó aún más lejos en las autonómicas, municipales y europeas, cuando la reivindicación de Rivera del liderazgo de la oposición perdió fuelle. Todo ello había ocurrido en paralelo a la descapitalización del partido en Cataluña, donde Cs ha ido perdiendo fuerza electoral –fue el partido más votado en las autonómicas de diciembre de 2017 y no ha obtenido ninguna alcaldía en 2019–. Además Rivera ha enviado a Madrid a su gran referente, Inés Arrimadas, que se intuye como la primera opción para un hipotético relevo pero que está asumiendo el desgaste de dar la cara en el día a día de la peor crisis de Ciudadanos desde su fundación, con la consiguiente erosión de su figura política. La crisis supera en alcance y repercusiones a la de 2009, cuando Cs se alió para las elecciones europeas de 2009 con Libertas.
Las costuras han empezado a saltar. Las dimisiones de Toni Roldán, Javier Nart y Juan Vázquez han dado carta de naturaleza a un creciente malestar interno. Referentes intelectuales del proyecto original, como el periodista Arcadi Espada o el constitucionalista Francesc de Carreras, se muestran abiertamente críticos con Rivera y partidarios de una rectificación. Una cena a principios de junio en Barcelona que reunió a Fernando Savater, Teresa Freixes, Xavier Pericay y Alejo Vidal Quadras se convirtió en un acto de desagravio a la eurodiputada Teresa Giménez Barbat, excluida de las listas para hacer hueco a fichajes como Soraya Rodríguez o José Ramón Bauzá, como publicó La Vanguardia.
Además Rivera ha roto con Manuel Valls por apoyar la investidura de Ada Colau para evitar que la alcaldía de Barcelona cayera en manos de ERC y su candidato, Ernest Maragall, lo que hubiera puesto el segundo mayor ayuntamiento de España al servicio del procés. Si por Rivera hubiera sido, hoy Maragall sería alcalde, lo que abona las sospechas de que el líder naranja está instalado en la lógica del "cuanto peor, mejor", con el recuerdo presente de que fue en las horas de máxima crispación en torno a Cataluña cuando el partido voló en las encuestas. Esa misma lógica lo lleva a descartar de plano facilitar su apoyo a la investidura de Sánchez, lo que equivale a multiplicar la influencia de los independentistas –en teoría los enemigos de Rivera– sobre un hipotético gobierno. El líder de Ciudadanos incluso rechaza reunirse con Sánchez. Ante la creciente presión para que cambie el paso, el locuaz Rivera ha dado un paso atrás y durante de semanas ha evitado cuanto ha podido la exposición pública. Cuando al fin ha salido a lanzar un mensaje, este viernes ante el Consejo General de la formación naranja, ha mostrado la rotundidad propia de los líderes asediados. Directamente invitó a los que creen que Cs debe abstenerse para hacer presidente a Sánchez –la gran decisión a tomar a corto plazo– a irse del partido.
Se dirigen ahora hacia Cs parecidas preguntas a las que en 2016 comenzaron a poner en duda el alcance real del proyecto de Podemos tras su fallido intento de adelantamiento al PSOE. ¿Sufre una crisis de crecimiento o ha descubierto su techo? ¿Malogró su gran ocasión y empieza ahora a declinar? ¿Está el líder en cuestión? ¿Ha tomado una decisión estratégica equivalente a la que en su día tomó Podemos al votar no a la investidura de Sánchez, que aún persigue al líder del partido morado tres años después?
Un espacio ya colonizado
El asesor de comunicación política Antoni Gutiérrez-Rubí cree que la estrategia de Cs empequeñece su espacio. "Su crecimiento ahora tiene que ser cainita, fratricida, porque quiere hegemonizar un espacio ya colonizado, con lo que la beligerancia y la agresividad del amenazado es muy fuerte", señala Gutiérrez-Rubí, que además afirma que la estrategia de Rivera ha facilitado la recuperación del PSOE. No obstante, el consultor está lejos de dar por amortizados a Ciudadanos o a Rivera. "Fíjate hace 18 meses dónde estaba Ciudadanos y dónde está ahora. Estamos en un momento de enorme inestabilidad. No sabemos si el esquema definitivo es el declive del bipartidismo o se consolida el multipartidismo. Todo aconseja prudencia", señala Gutiérrez-Rubí, que ve muy improbable un cambio de posición de Rivera a corto plazo en cuanto a la investidura de Sánchez o las prioridades de sus alianzas. Más margen le ve en el intento de ofrecer una imagen de liderazgo ofreciéndose para grandes "pactos de Estado".
¿ Y Arrimadas? La que fuera candidata a la Generalitat, que está dando la cara durante la crisis, está asumiendo un desgaste lógico, a juicio de Gutiérrez-Rubí, que inscribe dentro de la normalidad y del compromiso con el líder del partido su exposición. "Una situación crítica como esta exige a todos los líderes, precisamente para preservar a Rivera". No observa un especial riesgo de que ello la queme con dirigente de futuro.
Naves quemadas
Narciso Michavila también se anda con pies de plomo. Recuerda el sociólogo que la encuesta de GAD3 publicada esta semana en ABC le da a Ciudadanos, precisamente cuando más ruido hay alrededor, un 16,2% de apoyo, que según la proyección que hace el rotativo podría llegar a 58 diputados, uno más de los que tiene ahora. Esto no significa que no vea con claridad que el partido está metido en un lío. "El problema que tiene es que ha perdido el momentummomentum, que la posibilidad de un sorpasso de verdad se ha alejado. Ya sabíamos [por Podemos] que, a medida que crecen, los partidos nuevos se encuentran con los problemas de los tradicionales. Se marcha gente, hay desencanto", señala.
¿Puede haber un cambio de estrategia? Michavila no se atreve con un pronóstico, pero cree que Rivera "ha quemado las naves" en su no a Sánchez. Eso sí, se muestra convencido de que la presión seguirá creciendo y tocará techo en septiembre. "Me da la impresión de que a Moncloa le interesa, de que está poniendo el listón muy alto porque cree, como en su día Rajoy, que mejorará resultados. Yo tengo claro que Vox bajaría muchísimo y que Podemos, que en la última semana de la última campaña recuperó mucho, esta vez no recuperaría. Pero, ¿Ciudadanos? Cabe pensar que también sufriría, porque además [el 28 de abril] optimizó mucho su voto, pero las encuestas no le están dando hundimiento".
El sociólogo cree que la sensación de práctica unanimidad en torno a la idea de que la estrategia de Rivera es equivocada es más mediática que real. "El elector viene en su mayoría de la derecha y entiende que no se apoye a Sánchez", dice Michavila.
Pérdida del espíritu original
El sociólogo y politólogo Albert Balada no sabe si el partido se hundirá como consecuencia de las decisiones de su líder, pero sí cree que dibuja una clara dinámica negativa. A su juicio, Cs ha renunciado a su vocación original de partido "radical". "Radical es una palabra que puede despistar, pero me refiero a la manera del Partido Radical Italiano, que podía pactar a izquierda y derecha. Ahora hay un viraje derechista que compromete todo el proyecto", afirma. La obsesión con el sorpasso al PP, la renuncia a convertirse en un "partido escoba" o catch-all party, contraviene los rasgos de identidad iniciales de Ciudadanos. Por eso –opina Balada– han saltado las costuras ahora y no cuando el partido pasó en un chasquido de dedos de socialdemócrata a liberal: porque lo ideológico no es tan importante en Cs como lo estratégico. Por ello al cambiar de estrategia, estamos ante otro partido. "Se puede comparar con Podemos, que también nació con un partido radical y luego se escoró, achicando su espacio", señala.
"Fíjate –añade el investigador– que son los históricos los que se están quejando. Eso es porque se ha perdido el espíritu original radical. Si tienes a los fundadores en contra, es que hay problemas con el concepto".
A estas alturas, Balada no cree que Rivera pueda echarse atrás. Y además cree que Arrimadas se está "quemando" para proteger al líder, que se reserva la carta de aparecer como solucionador de la crisis con alguna decisión determinante que aporte novedad. No obstante, pide atención a los movimientos internos en Cs, en algunos de los cuales se atisban las trazas de una posible operación de desgaste que iría a más.
Ver másNueva baja en Cs: su fundador Francesc de Carreras abandona el partido por la decisión de no pactar con Sánchez
Fin de la vía del marketing
Javier González, secretario del Colegio de Politólogos y Sociólogos, ve agotada la vía Rivera, que ha sido –a su juicio– la vía del efectismo. "Ciudadanos es un partido basado en el marketing. Y en marketing se analiza lo que puede funcionar en cada momento para la venta. Llega un momento en que [el partido] decide que con un partido de derechas gana capacidades. Y ahí creo que, aunque tenían los datos por delante, no los analizaron bien. Lo que vale para el marketing no siempre es válido para la política, que tiene mucho más que ver con valores", señala González, que ahora ve a Rivera "atado" a decisiones estratégicas erróneas.
"Ellos [Ciudadanos] están utilizando la máxima de repetir las cosas aunque sean mentira, a ver si se convierten en verdad. Repiten 'no pactamos con Vox, no pactamos con Vox, no pactamos con Vox'. Pero al mismo tiempo se ve que no están defendiendo una política transversal, ni apoyan a la lista más votada", afirma González, que cree que el problema del partido de Rivera es fácil de resumir: "Se ha descubierto el pastel". Además añade al cóctel de problemas del partido el hecho de que Arrimadas "ha dejado ya de representar lo que representaba en Cataluña". "Es una política joven, que tiene recorrido, que se ha hecho respetar, pero se está quemando".
Desde poco después del referéndum independentista del 1 de octubre de 2017 hasta mediados de 2018, Cs iba como un tiro. Al menos en las hipótesis demoscópicas. El CIS situaba al partido en la carrera por el liderazgo en España, que llegaban a pronosticarle algunas encuestas privadas. Borrada la socialdemocracia de su ideario para abrazar el liberalismo, y en un clima de polarización en torno al procés, despuntaba su discurso de defensa de la unidad de España desde Cataluña y sin mochila de pactos con los nacionalistas. Además Albert Rivera manejaba con habilidad la contradicción de azotar a Mariano Rajoy por la corrupción al mismo tiempo que servía de sostén de su Gobierno. Eran los días en que se manejaba en las tertulias la posibilidad de un presidente Rivera.