Faltan diez minutos para las nueve de la mañana, y en una acera aledaña a la céntrica calle Princesa de Madrid un niño pelirrojo que no supera los diez años va de la mano de su padre camino del colegio. Eleva la mirada escrutando la treintena de rostros de una hilera de personas, después se gira hacia su progenitor, sonríe con inocencia, y vuelve a mirar al frente. Es de suponer que está habituado a esa imagen, ya le habrán explicado por qué hay gente haciendo fila cada día y por eso guarda silencio.
Según la última Encuesta de Población Activa (EPA), publicada por el Instituto Nacional de Estadística en julio de este año, España tiene 5.149.000 parados, lo que supone una tasa de desempleo del 22,37%. Francisco tiene 56 años y es delineante: “Llevo tres años y tres meses en el paro –cuenta antes de que abra la oficina de empleo–. Confío en que me llame alguno de los contactos que he hecho durante treinta años en el sector de la construcción. Aunque estoy abierto a cualquier cosa, hay que diversificarse”. Francisco –“como el Papa”, bromea– representa el perfil más duro de digerir en lo que se supone es un Estado de bienestar: 3.186.100 desempleados –el 61,8 %– son parados de larga duración, 1.657.500 hogares tienen a todos sus miembros en paro, como el de Francisco, que recibe una ayuda de 426 euros mensuales y vive con su madre.
Sobrecoge la entereza de los testimonios de las personas en esta situación, como el de Yago. Licenciado en Administración y Dirección de Empresas que, a sus 45 años, lleva dos años parado, pero asegura enfrentarse a los lunes “sin miedo”. “No estoy preocupado –afirma–, quizá porque estoy soltero y no tengo familia”. María José, 51 años, el último de ellos desempleada, responde a Yago: “Yo sí tengo un problema, tengo dos hijos y un marido que trabaja como autónomo”, pero asegura enfrentarse a su situación siendo “positiva” ya que “la negatividad solo arrastra negatividad”.
Jóvenes precarios
La Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) publicó la semana pasada el Informe de diagnóstico de la estrategia de competencias de la OCDE: España. Basado en datos de 2013, esta organización de la que 34 países son miembros –incluido España– revela que los salarios con los que los jóvenes acceden al mercado laboral han caído un 35 % entre 2008 y 2013: de 1.210 euros a 890. Esta cifra está relacionada con la precariedad del empleo: un 22% de los jóvenes españoles de entre 15 y 24 años trabaja “involuntariamente” a tiempo parcial. Así, los minijobs representan en nuestro país una cifra escandalosa si se compara con la media de los jóvenes de la OCDE: un 4%.
Yonel también aguarda para entrar a la oficina de empleo. Tiene 19 años, pero no está entre ese 22%: “Hice un curso [del INEM] de alemán y he encontrado trabajo, por mí mismo”. Debe sentirse un privilegiado, porque asegura que el contrato temporal de cinco meses (lo son el 71% de los que firman los jóvenes de entre 16 y 24 años, según el mencionado informe de la OCDE) que va a firmar es “lo que estaba buscando” . No es a jornada completa, pero afirma que su futuro sueldo “está bien”.
Espera tener un destino similar Rafa, de 30 años, informático de formación aunque, remarca, es un profesional que “sirve para todo”. El pasado viernes terminó su contrato formativo a jornada completa con el que estuvo dos meses y medio en periodo de pruebas. Volviendo al informe de la OCDE, destaca que los jóvenes españoles tardan dos años en encontrar un empleo y seis en el caso de un empleo indefinido. “Paciencia y poco más” es la medicina que se receta Rafa para mejorar de esta enfermedad social que recorre España.
A las nueve en punto de la mañana la oficina de empleo de la Comunidad de Madrid abre sus puertas. Enseguida la calle queda desierta. Dentro, en la sala de espera, el ritmo de atención es ágil: “Esto va muy rápido –dice una persona entre risas, nerviosas, al desconocido que está sentado a su lado–. Será que nos quieren echar pronto”.
La foto de Rajoy
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Domingo, 10 de enero de 2010. La portada del diario El Mundo muestra, a cinco columnas, una fotografía de Mariano Rajoy delante de una larga cola de desempleados que esperan que abra la oficina de empleo. “Cuando gobierne bajará el paro”, aseguraba el entonces líder de la oposición. El año 2009 había terminado, según la EPA, con 4.335.000 parados (18,66%), y Rajoy pretendía hacer ver su capacidad de empatía con esta fotografía. Dos años después, cuando el PP ganó las elecciones, el número de parados había subido hasta 5.287.300 (22,56 %). Hoy, casi cuatro años más tarde, el Gobierno del PP ha logrado reducir la tasa de paro dos décimas (22,37%). A cambio, eso sí, del aumento en la precariedad del empleo: el 95% de los contratos que se firman son temporales, a tiempo parcial o fijos discontinuos, entre otros datos poco alentadores para el futuro. Pero para explicarle eso a un niño pelirrojo habrá que esperar unos años. Quizá otros diez.
Faltan diez minutos para las nueve de la mañana, y en una acera aledaña a la céntrica calle Princesa de Madrid un niño pelirrojo que no supera los diez años va de la mano de su padre camino del colegio. Eleva la mirada escrutando la treintena de rostros de una hilera de personas, después se gira hacia su progenitor, sonríe con inocencia, y vuelve a mirar al frente. Es de suponer que está habituado a esa imagen, ya le habrán explicado por qué hay gente haciendo fila cada día y por eso guarda silencio.