Excesiva, insaciable, hambrienta de sí misma en todo lugar y momento. Así es Consuelo Císcar, ex directora del IVAM (Instituto Valenciano de Arte Moderno), al que convirtió en un gigantesco espejo del lujo y el poder donde la única imagen era ella misma. Un espejo hecho añicos la semana pasada tras su imputación por malversación de caudales públicos, prevaricación y falsedad tras su gestión entre 2009 y 2013, aunque la jueza Nuria Soler tiene previsto ampliar la investigación hasta las zonas aún sombrías de su mandato: de 2004 y 2014.
Una década que habla de un ego patológico, ostentosos sobrecostes y un clientelismo devoto. Un estilo similar al de su marido, Rafael Blasco, en la cárcel desde junio de 2015 tras ser condenado por el desvío de 1,6 millones de fondos de cooperación al desarrollo a Nicaragua a la compra de pisos y garajes en Valencia. La pareja se conoció en 1982, durante la toma de posesión de Joan Lerma. Ella era la secretaria del president, puesto de confianza al que llegó gracias a su hermano Ciprià, uno de los tótems del lermismo atávico. Y él era un político prometedor que había transitado por la sendas de la izquierda clandestina y armada hasta la consejería de Presidencia. A ambos los presentó Blanca Blanquer, la asesora de Lerma que descubrió el escándalo urbanístico que provocó, en 1989, el cese fulminante de Rafael Blasco, entonces consejero de Obras Públicas.
Pero la carrera fulgurante de Císcar, al igual que la de su marido, se fraguó durante los posteriores gobiernos del Partido Popular. Entre 1995 y 2001 ejerció su plaza de funcionaria en el Museo de Bellas Artes de Valencia, donde fue directora general. Posteriormente, y en paralelo a la escalada de Blasco dentro del PP, Eduardo Zaplana la nombró subsecretaria de Promoción Cultural, de donde saltó, en 2004, a la dirección del IVAM. Su llegada supuso un acentuación de los vicios personalistas de Cosme de Barañano, anterior responsable del centro. Desde el primer momento, Císcar colocó a los suyos, multiplicó la corte de aduladores y se dedicó sin desmayo a sacarle lustre al espejo.
Lisonjeros y críticos
Una de sus principales ambiciones ha sido la de hacerse pasar por una mecenas ilustrada. Y en ese afán dividió el mundo de la cultura en dos tipos de personas: los lisonjeros, a los que llenaba los bolsillos, y los críticos, a los que no dudaba en insultar y amenazar en público. En 2011, las principales asociaciones estatales de arte solicitaron su dimisión en una carta al president de la Generalitat. Císcar montó en cólera: “Me voy a ocupar de que no trabajes en el mundo del arte”, llegó a conminar a uno de sus principales opositores.
En aquella misiva ya se denunciaban buena parte de los vicios que le han llevado a la imputación junto a cuatro subdirectores y un transportista. El auto judicial bebe del Informe de la Intervención General de 22 de junio de 2015 y de las investigaciones de la Brigada Judicial de la Policía de Valencia. A lo largo de 24 páginas se relatan numerosas irregularidades en la adquisición de obras de arte, sobrecostes injustificados en exposiciones y publicaciones o elevados gastos suntuarios. Un de estas deficiencias fue la adquisición en 2008 de 63 fotografías a Gao Ping, entonces galerista de Espacio TAO y ahora acusado de ser el presunto cabecilla de una mafia china de blanqueo de capitales. Aquella adquisición se realizó por 440.280 euros “sin que el título de la obra coincida con el informado favorablemente” y “sin que exista un informe que certifique que se trata de las mismas obras”, según el auto.
También se denuncia un importante sobrecoste, el 110,38%, en la compra de cinco obras seleccionadas de manera aleatoria y adquiridas por 205.120 pese que a su valor está tasado en 97.500 eruos. Una hinchazón similar, “y sin justificar el procedimiento de adjudicación” en la contratación de comisarios de exposiciones, que llegaban a cobrar desde 3.000 a 75.000. Éstos, a cambio, permitían que la firma de Císcar apareciera en los catálogos y en los estudios de arte especializados. “He comisariado más de 3.000 exposiciones”, solía jactarse Císcar.
Pero, quizá, uno de los agujeros más hondos en el IVAM sea el de la compra y donación de obras del escultor Gerardo Rueda a su heredero, José Luis Rueda. Tal y como señala el auto: “Se adquieren obras de arte después de fallecido en autor sin que éste las hubiese realizado, sino que se contrata a una fundición para que las realice, y por ende la señora Císcar ordena la adquisición de estas obras que no estaban realizadas beneficiando con ello al heredero del artista en una cantidad superior a los dos millones”.
Una gestión generalmente fraudulenta y además acompañada de dispendios en comidas, cócteles y similares por 229.789 euros, el 84% de los cuales “no identifica a las personas que participan en el acto ni se acompaña de documento que justifique la celebración de acto”. Como tampoco se acreditan buena parte de los 137.717 eruos en gastos de viaje y alojamiento, entre los cuales destacan tres habitaciones distintas en Suiza, a nombre de Císcar, por 3.800 euros cada una. O desembolsos por viajes a terceros sin nómina ni contrato en el IVAM.
El auto evidencia numerosas anormalidades en servicios profesionales independientes como los 63.830€ para traducción y corrección de textos en valenciano cuando existe un servicio gratuito en la Consejería de Educación. O los 213.000€ para la Coordinación Cultural y la Gestión de Espacios Expositivos para el IVAM en Asia sin “ningún procedimiento de licitación y adjudicación en tal servicio”. Y oscura también es la relación de Císcar con Enrique Martínez, transportista de Sakvitur, Valsatrans y Logística de Arte, en el punto de mira por un presunto fraude multimillonario en el traslado de obras de arte desde el IVAM a países como Portugal, Cuba o China, ya que según los protocolos artísticos son los centros de recepción los que deben costear el transporte de las obras.
Por la familia
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Pero el gran clímax profesional de Císcar ha sido la sublimación de sus apetitos y carencias artísticas en la promoción de su hijo Rablaci, acrónimo de Rafael Blasco Císcar. Siendo aún alumno de Bellas Artes, el IVAM le consiguió exposiciones en Madrid, París, La Habana, Shangai y Cascais (Portugal) con cuyo centro cultural el IVAM firmó un convenio de colaboración por el cual Mónica Capucho, hija del entonces alcalde de la localidad lusa, expuso en Valencia. Uno de los padrinos de aquel acuerdo fue Julio Quaresma, artista recurrentemente mimado por la Císcar mecenas, de quien compró un obra por 32.400 eruos cuando su estimación era de 2.000.
Una preocupación por los destinos de la familia que también le ha hecho velar por las dos hijas de su anterior matrimonio: Deborah y Cinthia. La primera acabó como consejera de Bankia y con un sueldo de 6.000 euros mensuales. Y la segunda accedió de manera opaca a una plaza en el museo de la Beneficencia tras ser pillada in fraganti con unos auriculares en el baño durante el examen de oposición para a este centro.
Un monumental desmoronamiento de Consuelo Císcar de la que solo queda en pie su puesto en el Consell Valencià de Cultura, un órgano estatutario consultivo aunque no vinculante. Poca cosa para la gran dama de la pompa y del deleite. Un barroquismo humano de peinados rojos e imposibles. Y una lengua vivaz, ahora quieta, desde el rostro deformado de cristales rotos. Un último gesto de Dorian Gray en honor a la desgracia, la vejez y la soledad.
Excesiva, insaciable, hambrienta de sí misma en todo lugar y momento. Así es Consuelo Císcar, ex directora del IVAM (Instituto Valenciano de Arte Moderno), al que convirtió en un gigantesco espejo del lujo y el poder donde la única imagen era ella misma. Un espejo hecho añicos la semana pasada tras su imputación por malversación de caudales públicos, prevaricación y falsedad tras su gestión entre 2009 y 2013, aunque la jueza Nuria Soler tiene previsto ampliar la investigación hasta las zonas aún sombrías de su mandato: de 2004 y 2014.