Hace dos años, Daniel Bernabé (Madrid, 1980) la lió con un ensayo sobre lo que a su juicio es una creciente obsesión identitaria de la izquierda, a la que el escritor ve cada vez menos centrada en la clase trabajadora y más en causas identitarias que acaban dividiéndola. La trampa de la diversidad. Cómo el neoliberalismo fragmentó la identidad de la clase trabajadora (Akal, 2018), título y un subtítulo elocuentes sobre la tesis del ensayo, alcanzó una repercusión que desbordó todo lo esperable de un texto político de un autor sin padrinos, sentó a más de un dirigente en el diván y cayó como una piedra en el estanque de la izquierda a la izquierda del PSOE, sobre todo en el erizado ecosistema madrileño.
Empujado por su controvertido ensayo –que no es la tesis de un académico, sino la observación perspicaz y desarrollada de un escritor con mucho ojo para la política y voluntad de estilo ante el folio en blanco, que aspira a agitar al lector por las solapas, que no sólo piensa sino que también siente y toma partido–, Bernabé se ha convertido en una silueta reconocible. La firma de sus artículos está en La Marea, Público, RT, Cuarto Poder... Y su voz se oye en Hora 25, la tertulia nocturna de la Ser. En su cuenta de Twitter practica el análisis de las corrientes de fondo con pinceladas de costumbrismo, mientras devuelve dardos a los que lo acusan –quizás sin haber captado del todo sus posiciones– de casi todas las traiciones posibles.
Ahora Bernabé regresa con La distancia del presente (Akal, 2020), una crónica de acontecimientos de los últimos diez años, que iba a terminar con la formación del Gobierno PSOE-Unidas Podemos, pero a la que ha habido que añadirle una triste coda con la pandemia. Ni es el peritaje exhaustivo de un investigador enterrado hasta las orejas en un archivo, ni la mirada panorámica del analista que resumen el mundo en un esquema. Es un repaso, hito a hito y con pretensión de encontrar una secuencia lógica que a menudo se resiste, desde el Zapatero derrotado de 2010 hasta el abrazo de Sánchez e Iglesias, pasando por la era del “ensimismamiento vigilante” de Rajoy. Le ha salido un libro “poco mitinero”, escrito inequívocamente desde la izquierda, pero que “no sitúa los principios por delante de las posibilidades”. “Cualquier cosa que me sonara a aplauso fácil no me apetecía”, afirma. Ante todo, Bernabé quiere que se le entienda, que el tipo que anda un poco liado con su día a día y decida leerlo entienda mejor cómo somos y por qué lo somos. “Nada hay más perjudicial para la izquierda que ser percibido como un extraterrestre y celebrado como alguien muy puro que defiende muy bien los principios inamovibles”, dice. El ensayo resultante es “un fresco” de la década 2010-2020, escribe él mismo en La distancia del presente. El género literario –porque Bernabé es, antes que nada, escritor– sería el “sainete trágico”.
PREGUNTA: ¿Por qué merece esta década un fresco?
RESPUESTA: Ha sido una década irrepetible por la convulsión política. Se puede calificar como la década del cambio, pero también de la resistencia. Es muy frase de promoción, pero es verdad: cada vez que avanzábamos un paso, retrocedíamos otro. Empezó con una crisis de la economía real, pasó a la economía financiera, la social y finalmente la política. La pregunta ahora es hacia dónde va el cambio. Porque el cambio parece tener una connotación progresista, pero hay cambios reaccionarios. Lo que intento con todo esto es poner la década en perspectiva, para que la actualidad eche raíces.
P: ¿Por qué el género elegido es el sainete trágico?
R: Lo empecé poniendo de broma, para contar cuando Rajoy habla de los hilillos de plastilina. Luego le vi consistencia a la expresión. Porque nuestras contradicciones se dan de forma caótica, parecen escritas por nuestros autores de teatro musical. La corrupción, un personaje importante del libro, es de sainete trágico. Como ese que dice que el millón de euros se lo habría dejado el que le montó los muebles de Ikea. ¡Es increíble! Pero luego dices: esto no nos lo podemos tomar a broma. Porque refleja una forma endémica de funcionar del capitalismo español. El sainete trágico nos describe bien, por desgracia.
P: ¿Es intrínseca la corrupción al sistema o es producto –le cito– de tipos con “la ética de un vendedor de coches usados de Las Vegas”?
R: Hay gente que con buena intención me dice que al señalar al capitalismo quito responsabilidad de los individuos. Quien actúa así es porque quiere, vale, pero si lo hace es porque puede. Porque el capitalismo es eminentemente corrupto. ¿Por qué? Uno, porque nuestro sistema productivo siempre ha estado ligado a inversiones especulativas. Y dos, porque el sector público funciona como mediador entre el dinero público y los beneficios de la corrupción privada. Esto viene del franquismo, que aporta una confusión absoluta entre el sector público y los intereses privados, con un maremágnum extraño de todas las corruptelas, que se ve muy bien en La escopeta nacional, de Berlanga. Ya en nuestra época hay una inercia sistémica. En vez de invertir en desarrollar sectores productivos, vamos siempre a vías de dinero rápido. El ladrillazo. Que además no se rige por las leyes del libre mercado, sino por unos conseguidores y a un partido político, el PP, en busca de financiación, para lo que ofrece la posibilidad de un lucrativo negocio.
P: ¿En qué registro entramos ahora? ¿Más trágico?
R: Hay mucha incertidumbre. Hay un vacío. Un país que se ha criado confiando en su rey, hacia el que había una simpatía general, descubre quién es, es un personaje atrabiliario en todos los sentidos. Que le ponía los cuernos a la mujer, que tiene unas relaciones opaquísimas con las monarquías del Golfo, se llevaba dinero... En fin. Esto deja una muesca en la conciencia. Yo veo una desafección política creciente de nuevo. Ya la ha habido antes. Pero la nueva política lo parcheó, con Podemos y también con Ciudadanos. ¿Qué hay ahora? Una gran incertidumbre económica, política... Y temo que ahora el partido mejor situado en la incertidumbre, el que concita simpatías de forma más desesperada, es Vox. Es muy preocupante, porque Vox viene a destruir los pocos avances conseguidos y a llevar a cabo una restauración franquista. A no ser que el Gobierno apriete el acelerador de las reformas sociales, este periodo nos va a pasar factura a todos.
P: “Restauración franquista”, dice. Escribe lo mismo sobre el “aznarato”. Es figurado, ¿no?
R: La derecha, cuando Aznar gana la mayoría absoluta, se da cuenta de que así tampoco puede aplicar las políticas que quiere, por la contestación social. Hay descontento por la reforma laboral de 2002, la gestión del Prestige, la nueva ley educativa, la guerra de Irak... Cuando el PP pierde, en 2004, tiene la sensación de que le han robado las elecciones. Y se hace esta lectura: hasta que España no cambie ideológicamente de forma profunda, hasta que la derecha no gane la hegemonía, da igual que gane las elecciones, no podrá desarrollar su programa. Desde 2004 estamos en ese proyecto de restauración aznarista, que ha triunfado. ¿Es eso franquismo como tal? Evidentemente, no. Pero sí un nacional-liberalismo para beneficiar a las clases altas y con fuerte carga conservadora. Vox es un producto de esto.
P: Sobre el caldo de cultivo de Vox, usted escribe también que la “pedagogía política” que hizo Podemos en su irrupción pudo facilitar el crecimiento de los “monstruos”. ¿Las coordenadas que trajo consigo Podemos facilitaron su llegada?
P: Sí, es así. De hecho, diría que el 15M anticipa de alguna forma líneas que luego tienen fuerza de posibilidad, como las manifestaciones conspiranoicas, que son un eco del 15M. Esto no se puede interpretar como que yo digo que el 15M o Podemos tengan la culpa...
P: Se entiende. El libro ofrece una visión de Podemos y el 15M llena de matices.
R: Sí, pero sé cómo funciona Twitter... Pero bueno, da igual. Quiero decir que cuando te aventuras por unas coordenadas inéditas en España para extender una idea más rápidamente te arriesgas a abrir una puerta que otras fuerzas pueden aprovechar. Podemos trae unas formas populistas ajenas a nuestra tradición política que enraízan muy bien con situación de descontento, pero al insistir en algunas líneas, como “no somos de izquierdas ni de derechas”, dejó un espacio abierto. Claro que hubiera habido ultraderecha sin Podemos, y movimientos conspiranoicos sin el 15M. Pero hay una resonancia, por decirlo de algún modo.
P: España “se puso de rodillas” en 2010 y 2011 con los recortes y el artículo 135, escribe. ¿Dejó de ser una nación soberana? ¿Lo es ahora?
R: Zapatero fue el primer presidente soberano y el último. Adolfo Suárez tuvo una posición gaullista sobre la OTAN, pero esto se difuminó y tanto González como Aznar se alinearon con la OTAN. Con Zapatero hay una quiebra por la guerra de Irak. Hay que recordar que hubo un eje franco-alemán, al que Zapatero se sumó, que llegaba hasta Moscú. Hay una reunión de Zapatero, Chirac, Schröder y Putin, un acontecimiento tremendo que cayó al vacío de la historia. Recordemos que Zapatero no se levantó delante de la bandera [de Estados Unidos]. Eso puede gustar más o menos, pero es mostrar soberanía. ¿Qué le ocurrió a Zapatero? Que le doblan el brazo totalmente.
P: ¿Cuándo y cómo?
R: Sobre la crisis, hay una confusión, que yo reconozco que sólo he despejado escribiendo este libro. No hay una crisis, sino dos. Primero una por los créditos, en España relacionada con el ladrillazo, que hace perder mucho dinero a los bancos de inversión. Después hay una crisis de deuda externa, en la que los bancos recuperan el dinero apostando en el casino global. Hay una apuesta contra la deuda de España y eso crea un problema gravísimo con la prima de riesgo. Aquello de los “brotes verdes” no era sólo un ardid publicitario, hubo mejoría... Hasta la segunda crisis. Ahí España no tiene capacidad de respuesta, la Unión Europea nos deja tirados y no compra deuda. Y Zapatero, el presidente que tenía un proyecto de recuperación de soberanía, cede. Yo creo que nuestra soberanía no se ha recuperado. Y, ¡uf!, ese es un tema complicado.
P: ¿Por qué?
R: Porque la ultraderecha está utilizando el concepto de soberanía. Algo de lo que hace diez años sólo hablaba la izquierda, o incluso la izquierda radical, ahora se aborda en términos reaccionarios, con un discurso de repliegue en el Estado-nación. Pero claro, no se explica cómo se haría en conexión con la economía financiera mundial. Eso sí, al menos ahora hay un cambio con respecto a entonces. En la última gran cumbre europea, al mutualizar la deuda, nos ahorramos los ataques especulativos. Sí, nuestra soberanía está integrada en la UE, pero hay un paso positivo. Creo que porque saben que no hay más espacio. Que en Alemania la ultraderecha sea un peligro real ha provocado que a los alemanes les hayan saltado las alarmas y que la democracia cristiana –y esto es una especulación– tenga cargo de conciencia. Si esto no sale bien, la ultraderecha está llamando a la puerta.
P: ¿La derrota de Zapatero en 2010 anticipa la derrota de Syriza después?
R: Exacto. Zapatero me parece un tipo honrado a nivel personal, un socialdemócrata convencido. Pero en lo económico no se comportó como tal. Solbes continuó a Rato. Sus políticas sobre la burbuja fueron endebles. Y sin embargo acabó adelantando lo que fue el enfrentamiento con el sistema financiero mundial. Porque en el momento de la crisis él empieza apostando por un plan de estímulo, el Plan E. ¿Qué era eso? El Estado inyectando dinero, pero claro, ¿a qué? A obras. Es como ahora: estamos nacionalizando sueldos [en referencia a los ERTE]. Y adoptando medidas con fuerte impacto estatal. Pero es un socialismo para ricos. Siempre salimos a cubrir las espaldas. Estamos nacionalizando sueldos sin contrapartida, sin un plan de reconversión.
P: ¿A qué le suena la “colaboración público-privada”?
R: Es un eufemismo gigantesco de un cierto socialismo para ricos. Se acepta con total irreversibilidad que lo único que crea y mueve riqueza es el sector privado. Y que el Estado ya no debe estar ausente, como se decía antes en el campo neoliberal, sino presente como escudero fiel del privado. Es una colaboración desigual. Uno va a caballo y otro en burro. Nosotros, en burro. Ahora bien, el sector privado también está atado de pies y manos.
P: ¿Por qué?
R: Vemos a grandes empresas del IBEX siendo generosas en el debate público. Y está claro que no les gusta especialmente el Gobierno, pero piensan que en este contexto, meterse en otra etapa de inestabilidad y elecciones sería perjudicial para sus negocios. Este gobierno de izquierdas es asumible. En cambio, uno de PP y Vox, siéndoles más favorable, crearía más conflicto. Claro, no todos los empresarios son así. Los hay que no son capaces de dejar al lado sus presupuestos ideológicos, que no soportan que unos tipos con el apellido “comunista” estén en el gobierno. Ana Patricia Botín estaría entre esos empresarios modernos, en el sentido más vulgar de la palabra, sofisticados en las formas, que te habla de economía verde y feminismo. Hay otro sector más reaccionario.
P: Aparte de las medidas paliativas, ¿hay proyecto económico en la izquierda?
R: Yo no lo conozco. Quizás es un libro demasiado crudo, pero la culpa no la tengo yo, la tiene la izquierda. Yo no conozco que haya un proyecto económico viable. ¿Qué ha habido? Con Syriza se hablaba de que si los rusos y los chinos iban a venir a salvar a Grecia... Nada. Ni ocurrió, ni estuvo cerca. Hay un gran problema que a mí nadie me ha sabido resolver: cómo nos quitamos el yugo del sistema de financiación con deuda construido a nivel global. Ahora nos la hemos mutualizado, sí, pero tenemos que someter nuestra política al escrutinio de instancias superiores. Es mejor que los recortes. Pero deberíamos asumir, si tuviéramos una política adulta, que cuando votas a un partido, sólo votas por determinados aspectos de su programa. Y la política económica no es uno de ellos. No está sometida al escrutinio del voto. Esto es un conflicto democrático serio. Hasta que la izquierda no tenga capacidad de decir “¿qué hacemos con esto?” cualquier otro plan queda supeditado. Y como no se sabe qué hacer, se tira para adelante a ver qué pasa. Es un poco un salto al vacío. Y ojo, puedo entenderlo. Pero es un problema: hay una parte de nuestra democracia que se ha usurpado y que es ya papel mojado.
P: Una parte de este mensaje habría cabido en la campaña pro-Brexit.
R: Hubo un momento en que un sector del Partido Laborista, a la izquierda de Corbyn, se llegó a situar tímidamente a favor del Brexit, porque veían que salirse de la Unión Europea era la única forma de hacer una política socialdemócrata, y que si hay que nacionalizar un sector se nacionalizara. El problema es que todos los repliegues hacia lo nacional se los ha quedado el populismo de derechas. En el último debate electoral, Abascal lanzó una última intervención que me dejó helado. Pasó desapercibida, pero puso este tema [la soberanía] encima de la mesa y los otros cuatro candidatos no sabían qué decir. Vox es un Frankenstein donde caben muchas cosas: racismo, antifeminismo, nacionalismo reaccionario... Y otra cosa: Reino Unido va a llevar a cabo su repliegue al Estado-nación cediendo gran parte de su soberanía a los Estados Unidos.
P: ¿Hay un antieuropeísmo latente en la izquierda española a la espera de salir?
R: Cuando empezó esta crisis, yo tenía un discurso muy anti-Unión Europea. Y no era un discurso muy popular para la indignación, que se dirigía contra la corrupción, el paro... Siempre pasa igual. Es muy fácil odiar al moro, al MENA, pero muy difícil odiar a la UE, o a Goldman Sachs. ¿Qué es Goldman Sachs? El discurso antieuropeo se lo queda sobre todo la ultraderecha. Si hace diez años la izquierda tenía tener un sentimiento antineoliberal europeo, ahora mismo yo soy incapaz, no tengo solución sobre cómo hilar un discurso de soberanía con la capacidad de llevarlo a cabo. La UE ha dado un paso en la buena dirección. Lo otro es una aventura que no sé dónde nos llevaría. ¿Cómo nos financiaríamos? ¿Sólo con impuestos? ¿Nos compraría China la deuda externa? Hasta que esto no se aclare, todo son golpes de pecho, nada más.
P: ¿Qué puede hacer la izquierda con la bandera española? ¿Cómo resolver esa relación siempre incómoda?
R: La izquierda redescubrió la lucha cultural como una herramienta de transformación de sentimientos y percepciones. El problema es que, como la mayoría de sus nuevos dirigentes vienen de la universidad y la comunicación, atribuyen a las narrativas un poder excesivo. Yo he tenido un desplazamiento progresivo: de ser absolutamente y “o la tricolor o nada” hasta ahora, cuando me da igual. Pesa cumplir 40 años, toda la vida yendo a manifestaciones, y decir “no hemos conseguido nada”. Quiero que mi generación legue algo concreto y no sólo un reguero de teorías, así que ahora me importa más la utilidad de lo inmediato que los principios. Es duro pero es así. ¿La bandera? No se puede acceder a ella sólo con discursos. Tiene que haber logros materiales llevados adelante por la izquierda y que en ese momento se haga uso de la bandera como símbolo de articulación nacional. Sólo con discursos, no. La bandera, que estaba muy manchada, se limpió con los éxitos deportivos. Cuando yo era pequeño, la selección no ganaba nada. Y de repente empezamos a ganar al fútbol, baloncesto, coches, Nadal... Para una generación de jóvenes, esa bandera que antes estaba arrinconada en los cuarteles ahora está asociada al éxito y la felicidad. Quien ha salido victoriosa ha sido la derecha y la ultraderecha, que salió con la bandera y el “a por ellos” en Cataluña. La izquierda quedó en tierra de nadie.
P: Han vuelto a aparecer dos temas en el debate público: sueldos de funcionarios y edad de jubilación. ¿Regreso a 2010?
R: Hay una falta de imaginación en el ámbito económico. Yo creo que a los pensionistas no se los puede tocar. Fueron sus protestas, y las feministas, las que nos sacaron de la pesadilla nacionalista. Mientras en este país se diga que se va a poner un impuesto a las grandes fortunas y se monte un circo en los medios que parece que vamos a sacar la guillotina a Sol, sería delincuencial tocar las pensiones.
P: ¿No se plantea todo como una sucesión de ideas sueltas? ¿No falta plan un proyecto global que incluya demografía, impuestos, pensiones...?
R: Si no hubiera habido coronavirus, ese hubiera sido el último capítulo del libro: “¿Y ahora, qué?”. Alguien tiene que echar el freno de mano, y no lo va a hacer un partido en el Gobierno, porque se ve arrastrado por la fuerza de los acontecimientos. Hay que parar y pensar. Hay que reestructurar el país, sí. Tocar el problema territorial, que no es sólo Cataluña, sino también el problema del campo. Armonizar la fiscalidad en la UE, porque no puede ser que Irlanda nos haga la cama. Y así muchas cosas. Sin plan que se pueda aplicar, estamos dando palos de ciego.
P: ¿El “saldremos más fuerte” se lo ha creído en algún momento?
R: No, porque ya estábamos en problemas. El coronavirus es una patada en la rodilla de un jugador ya lesionado. Ahora bien, también hay una oportunidad de plantear argumentos que durante 40 años han estado bloqueados por la inercia.
P: ¿La “transición digital” y la “recuperación verde” de hoy son la “refundación del capitalismo” de ayer?
R: Son burbujas narrativas. Ojo, hay una necesidad enorme de estas líneas verdes. Pero, ¿en qué se basan? Cuando más se hablaba de lo verde, cerró una empresa de aerogeneradores en León, una zona ya machacada por la reconversión industrial. Porque igual que te digo que la izquierda no tiene plan, el poder económico tampoco. El único plan es ir cuesta abajo. Si se pone cuesta arriba, no hay nada.
P: El cierre del relato de la década, con el pacto PSOE-Unidas Podemos, tiene en su libro un tono emocionado. ¿Por qué le da tanto significado al Gobierno?
R: Recuerdo que de repente, hablando en Carne Cruda, me pudo la emocionalidad. Somos así, necesitamos darle a las cosas un final, como una película de Hollywood... En realidad la vida no es así, y la política menos. Pero me acordé de mucha gente que había puesto su piedrecita, todos los que había ido a las manifestaciones. Muchas veces caemos en el desánimo previo. Y es bueno recordar que la acción política comunitaria tiene resultados. Ese gobierno es resultado de mucha gente haciendo cosas durante diez año para evitar que todo el país se tirara por el precipicio del austericidio.
P: Su libro cuenta cómo nace, cómo crece, cómo se desarrolla Podemos. ¿Lo ve un cuerpo extraño en el Gobierno? ¿Los observa y piensas “qué hace ahí”?
R: Tenemos que ser justos y valorar la mala suerte de este gobierno. Hay un desánimo ahí, veo esa tendencia a querer que las cosas salgan mal para reafirmarse en los principios ideológicos: “El capitalismo es irreformable y la democracia liberal es una patraña de la burguesía para edulcorar la explotación”. Parece que en parte de las bases se busca esa constatación. Yo creo que hay una apuesta por caminar hacia adelante, es verdad que sin saber muy bien dónde se va. Es arriesgado. Unidas Podemos entró en el Gobierno con unas perspectivas que se hubieran ido diluyendo, pero con el coronavirus todo se acelera. Creo que han asumido que se van a tener que comer muchos sapos, pero que si de diez propósitos cumplen uno, saldrá algo positivo. Y veo que sí hay una diferencia, y notable, entre las políticas de este gobierno y las de la anterior crisis. Ahora bien, si al final esto no se lleva a tierra, habrá un problema. Porque, ¿qué nos quedaría? Ultraderecha, antipolítica, chalecos amarillos, ira sin objetivos claros... Claro que estar en el Gobierno es una apuesta dura, pero, ¿tener un grupo parlamentario Pepito Grillo fuera del Gobierno hubiera servido de algo? No lo sé.
P: ¿Quién diría que manda en España?
R: Aunque utilizamos muchas veces la metáfora del IBEX, no es del todo real. No hay un consejo de administración de los intereses generales de la burguesía española, todos sentados en una mesa caoba, sin que se les vean las caras porque tienen los ojos en sombra. Hay un complejo mecanismo de equilibrios. El Gobierno tiene capacidad de poder. Está el poder económico. Un Estado profundo con intereses propios, que ahora mismo se expresa en la judicatura, que se está convirtiendo en un poder legislativo al margen del Parlamento. Y hay un poder supranacional ajeno a todos que no se puede olvidar. Además, cuando la acción política organizada se lleva a cabo, hay un contrapoder. Las medidas de Rajoy hubieran sido más radicales sin la calle.
P: Escribe que, en la crisis catalana, el “el Estado profundo sorpassó a Rajoy”. ¿Qué significa?sorpassó
R: Con la llegada de la democracia, una parte del Estado se traslada directamente desde el franquismo, entendiendo con inteligencia que hay que aceptar nuevas formas de relación política porque hay que integrarse en Europa y porque así lo quiere la gran potencia americana. Con la izquierda más fuerte que ahora, este Estado se dedicó a dormitar. Luego, con la crisis, se reactivado como un ente con agenda propia. Cataluña es un ejemplo de ello. El discurso del rey le crea problemas a Rajoy. Y creo que es resultado de una lectura de la crisis catalana para preparar escenográficamente el 23F de Felipe VI. Eso es una expresión de un Estado profundo con agenda propia. Además, a Unidas Podemos hay una parte –una parte, no digo que todo– del poder económico y del Estado, de la judicatura, fuerzas y cuerpos de seguridad y ejército, que no lo acepta. Que lo ve una anomalía a eliminar.
P: No en el sentido golpista clásico.
R: En este país no puede haber un golpe de Estado clásico del siglo XX. Ahora es distinto y se ha visto en Latinoamérica, con desestabilizaciones, encarcelamientos de líderes políticos, compra de voluntades de gobernantes, como en Ecuador, procesos judiciales inacabables que no van a ninguna parte pero ponen palos en las ruedas y hacen imposible gobernar. En España a Sánchez se lo ha despreciado como alguien sin ideología, decorativo, elegido sólo porque era guapo... Y yo creo que ha demostrado firmeza. A finales de mayo, principios de junio, había preparado algo por parte de la ultraderecha, que no se llevó a cabo porque saben que no tienen suficiente fuerza.
P: Queda la moción de censura de Vox.
R: Pero hay muchos contendientes en la partida. El poder económico ha apostado por la estabilidad, sabe que ir ahora mismo a unas elecciones sería suicida.
P: El poder económico apuesta por este gobierno, entonces.
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R: Sí, sí. Dice: “Esto es lo que hay y hay que tirar palante”. Por lo menos, hasta que se solucione la forma de ir recabando el dinero de la UE y saquemos la cabeza. Hay un problema serio con el PP. No es normal lo que ha hecho. En circunstancias normales, este partido estaría a punto de disolverse. No sobreviviría. Y menos con un líder tan caótico y poco asentado como Casado. Pero, si se deja caer al PP, se le entrega la derecha española a Vox. ¡Por supuesto que el poder económico hubiera preferido a Susana Díaz de presidenta y a Sáenz de Santamaría en el PP, o al revés! Pero pasó lo que pasó y tiene que tirar con esto.
P: Daniel Bernabé también aparece en el libro. En el arranque de la crisis, perdiendo su trabajo como librero. Y después cosechando notable repercusión con La trampa de la diversidad. ¿Qué balance hace de este ensayo?La trampa de la diversidad.
R: Ha sido un fenómeno que se da pocas veces con un escritor semidesconocido, en una editorial mediana, con un tema por el que nadie apostaba. Y ha concitado un debate profundo. En cuanto a sus aspiraciones, ha sido un absoluto fracaso. Pretendía abrir un debate sano en la izquierda sobre la igualdad en detrimento de la aceptación constante de diferencias. No sólo no se consiguió, sino que las posiciones se enquistaron. Ha sido una locura. Estamos enfocando los debates de una forma que nos es ajena, que viene de Estados Unidos y que sólo trae problemas: plantearlo todo como cuestión de privilegios y opresiones, como una moneda de cambio en un sistema de diversidad competitiva. Y va a más. Si te vas generacionalmente más atrás, estos son los únicos temas que discuten las personas preocupadas por la política de menos de 25 años. El factor trabajo ha desaparecido. El grueso de los debates es este. Me entristece.
Hace dos años, Daniel Bernabé (Madrid, 1980) la lió con un ensayo sobre lo que a su juicio es una creciente obsesión identitaria de la izquierda, a la que el escritor ve cada vez menos centrada en la clase trabajadora y más en causas identitarias que acaban dividiéndola. La trampa de la diversidad. Cómo el neoliberalismo fragmentó la identidad de la clase trabajadora (Akal, 2018), título y un subtítulo elocuentes sobre la tesis del ensayo, alcanzó una repercusión que desbordó todo lo esperable de un texto político de un autor sin padrinos, sentó a más de un dirigente en el diván y cayó como una piedra en el estanque de la izquierda a la izquierda del PSOE, sobre todo en el erizado ecosistema madrileño.