Todo, en defensa propia. La bruja se los fue cargando a todos, pero fue en defensa propia. De ella, y de su bebé. Por ejemplo, lo que pasó con la monja, esa Sor María que como el hombre del saco (o como esas sórdidas hermanitas que facilitaban adopciones depende y cómo, y está documentado) se lo quiso quitar. Lo del juez fue casi un accidente, porque la soga era para la bruja. Y ella fue más lista. Así que defensa propia, aunque también ella se llevara lo suyo, desde una violación (con embarazo) a palos infinitos. Y ahí termina la historia, así que a la primera que hay que excarcelar, ya, es a la bruja. Que la tienen en una sala de pruebas.
Yo tampoco he visto la función, pero ahora me apetecería verla. Porque la protagonista es una bruja, la bruja que siempre ha sido la mala en las funciones de guiñoles y en la vida misma. De hecho, la construcción “caza de brujas” se refiere a las que han ardido en las piras inquisitoriales, en España y en todos los Salem, que hay más de uno. Bruja era María la Judía, que descubrió el "baño María", única manera de hacer el flan antes del flanín el niño, y hay quien dice que el alambique, que tantas alegrías nos ha dado y aún nos ha de dar. Y Dominica la Coja, que tuvo peor suerte, porque después de haber ayudado a nacer a medio pueblo (era partera) la acusaron de hechizar niños y acabó en la horca. Bruja era Juana de Navarra, una mujer de poder, una política, en realidad, una reina, la esposa de Enrique IV. Y para brujas, las de Zugarramurdi, pero esas ya las ha contado todas Álex de la Iglesia. Las brujas son mujeres que prefieren volar a barrer. Cuando yo era pequeña, y había marionetas, avisábamos al "chico" (que quería decir el prota y el bueno) de que venía la bruja. Ahora me hubiera encantado avisar a la bruja de que venía Don Cristóbal, es decir, el banquero, el poli, la monja, el juez…. sobre todo, el juez.
Es curioso que siempre que hay brujas, y en la historia se han quemado muchas (la última, parece, Anna Goeldi, ejecutada en Suiza en 1782, anteayer como el que dice), siempre que hay brujas, digo, hay niños. Los niños –y la niñez es un logro civilizatorio reciente, muy reciente, del XVIII, y no lo digo yo: lo cuenta Philippe Ariès, y yo lo defenderé, el logro, con uñas y dientes– antes de la modernidad y los derechos humanos, antes de la Ilustración (incluso….durante), los niños eran adultos bajitos. Se podía juzgarles y ahorcarles, se hacía, de hecho. Es la Europa de la que venimos. Menos escándalo: ¿no se intenta juzgar como adultos a niños en el límite de la preadolescencia? ¿No se quiere rebajar la edad del consentimiento sexual? Niños malos, claro, muy malos… y que no son "nuestros".
Proteger a los niños es fundamental. La bruja ha sido, con más o menos "realismo", un arma educativa. Está en los cuentos tradicionales, y Vladimir Propp ya contó que el papel de los cuentos es transmitir valores, los valores de una sociedad, con el fin de que permanezca en su ser. Cada quien en su sitio. Y describió su estructura, la de los cuentos, y lo entendimos enseguida. La princesa como la princesa, el príncipe azul como el príncipe azul, y la bruja como la bruja. Y el miedo, como el miedo. Porque la bruja da un miedo espantoso. Basta dar una mirada a los cuentos recopilados por los hermanos Grimm, que fueron pioneros de la etnografía cultural, o a los reescritos por Andersen, o en España, los recopilados por Aurelio María Espinosa, que lleva décadas siendo un bestseller de Austral, para ver historias crueles, violentas, terribles, y de mucho, muchísimo miedo. Y en las que hay de todo, cuidadín. Menos una bruja piruja que sólo se defiende, que puede ser igual de fuerte que cualquiera, que no le tiembla la mano si tiene que dar un porrazo, y que no va por ahí con malas artes. Como otros.
Y como la bruja de siempre del guiñol. El guiñol escenifica a porrazos una historia que suele ser simple. Como los cuentos tradicionales de que hablaba Propp: un chico, un objetivo, unas dificultades con unos enemigos, una ayuda exterior (muchas veces los niños espectadores), matarile al enemigo (la bruja!) y final feliz. Pero hay veces que se complica, y hay muchos enemigos, y mucho porrazo, y mucho apoyo popular, y gran alegría general cuando se carga a la bruja.
Los guiñoles que yo vi eran violentos, claro, siempre son violentos los guiñoles, pero estábamos en pleno franquismo y había censura. Así que la violencia era como tenía que ser: a favor de obra. Distintos de la vieja tradición a la que sí responden, en cambio, las obras para marionetas de Lorca –y muy particularmente el Retablillo de Don Cristóbal– o la trilogía de Valle-Inclán Martes de Carnaval. Lascivia, cuernos, machismo, burla de instituciones como la corona, la iglesia y el ejército, corrupción, proxenetismo y prostitución…. Y muerte. Y asesinatos y cadáveres. No eran obras para niños, pero casi siempre había niños.
Valle-Inclán decía que este es un país de cachiporra. Decía que la realidad española sólo se puede contar si se la refleja en un espejo cóncavo. Es la única manera de poder contarla, pasándola por el Callejón del Gato, ahí mismo, en la Plaza de Santa Ana. Engordando a trozos a los personajes, estilizando y alargando las historias. Y eso hace el esperpento, y eso hace el guiñol: deformar, exagerar, pasar por el espejo cóncavo o por el convexo, y dar una imagen oblicua de la realidad española. Uno puede ver a Max Estrella y a Don Latino ahí mismo, con otros premios Nobel: tomando una birra, y comentando la jugada. "No te pongas estupendo". Qué poco cambia la historia.
Don Quijote, ya en la segunda parte (401 años), se encuentra con el guiñol de Maese Pedro y arremete. Los muñecos y el titiritero reciben una buena: Don Quijote cree que lo que cuentan es verdad, la verdad. Como eran gigantes los molinos, vaya. Que son un ejército invasor. Pero ahí hay una ficción, y el lector, y el escritor, lo saben.
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El único que no lo sabe es el juez.