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Díaz pierde de golpe toda el aura victoriosa

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La candidata ganadora perdió claramente ante el candidato que –a su juicio– no valía para el PSOE porque era un segundón que se conformaba con la medalla de plata. La aspirante que había cimentado su prestigio en la victoria fue vencida en su propia casa, el PSOE, que para Susana Díaz (Sevilla, 1974), militante desde la adolescencia, es como una segunda familia. Es una derrota dura para una ambiciosa dirigente política acostumbrada a ganar y que de hecho se presentaba a sí misma como una vencedora capaz de descabalgar al PP de La Moncloa. Su carrera en Madrid ha sufrido un revés de los que raramente permiten recuperación. Sus principales valedores, desde Felipe González a José Luis Rodríguez Zapatero pasando por Alfredo Pérez Rubalcaba y los presidentes autonómicos Ximo Puig, Javier Lambán y Guillermo Fernández Vara, todos han enfatizado la capacidad de Díaz de liderar un proyecto ganador para el PSOE. No tendrá la oportunidad, porque ha perdido en el propio PSOE a manos de alguien que, según el relato de su campaña, ni siquiera es "cien por cien PSOE". Alguien que ella misma contribuyó decisivamente a descabalgar de la secretaría general del PSOE.

La derrota supone un fuerte golpe para la presidenta de la Junta de Andalucía, que ve frustrado su ansiado ascenso a la secretaría general del PSOE y tendrá que centrarse ahora, con ese fracaso a cuestas, en Andalucía, donde continuará como jefa del Ejecutivo autonómico, previsiblemente hasta agotar la legislatura. Díaz no tendría la menor intención de dimitir ocurriese lo que ocurriese, según han insistido desde el PSOE andaluz. Éste es el mensaje: el proceso orgánico no tiene relación con su clara victoria en las elecciones de marzo de 2015 ni con su investidura gracias a un pacto con Ciudadanos, que sigue apoyándolaNi siquiera hubiera dimitido en caso de ganar las primarias, mucho menos habiéndolas perdido.

El PP ya había anunciado que, ocurriese lo que ocurriese en las primarias, pediría un "relevo" en la jefatura de la Junta de Andalucía, bajo el pretexto de que había quedado en evidencia que la gran comunidad del sur –con un desempleo próximo al 27% y en proceso de divergencia socioeconómica con la media española– "no es la prioridad" de la presidenta, en palabras de Juan Manuel Moreno Bonilla. Podemos e IU están convencidos de que la derrota debilita a Díaz. Ciudadanos, en cambio, ha expresado que el mantenimiento de Díaz como presidenta ofrece una mayor garantía de estabilidad y se limitará a retomar su estrategia de palo y zanahoria, de socio exigente a veces y otras permisivo, que a juicio de sus dirigentes les ofrece réditos políticos. Su exigencia más perentoria es la de la eliminación de los aforamientos, a la que el PSOE andaluz es reticente y que exige una modificación del Estatuto de Autonomía de Andalucía. A Díaz le toca volver a estos asuntos domésticos, pero con la rémora de su fracaso orgánico.

La ofensiva política que se avecina

Los grupos de la oposición –PP, Podemos e IU– se lanzarán ahora a una ofensiva política contra Díaz y el PSOE andaluz en su momento más bajo de la legislatura. El Gobierno andaluz intentará recuperar cuanto antes el pulso y la normalidad en su funcionamiento, afectado por un proceso de primarias que ha movilizado a varios de sus miembros.

La presidenta intentará ahora revalidar su cargo de secretaria general del PSOE andaluz en el congreso autonómico que, como marcan los estatutos, se celebrará tras el congreso federal. Está por ver si el sanchismo, victorioso en las primarias de este domingo pero minoritario en Andalucía, planteará batalla en dicho congreso, para el que Díaz saldría como clara favorita en calidad de presidenta de la Junta. La derrota de Díaz disipa el escenario de una bicefalia, que sí se habría producido en caso de victoria.

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Para calibrar las dimensiones del varapalo sufrido este domingo por Díaz hay que repasar una trayectoria política marcada por la idea de que ella era la gran salvadora del PSOE, que estaba destinada a devolverlo a sus tiempos de gloria. Díaz llegó a la Presidencia de la Junta en septiembre de 2013, señalada como sucesora por José Antonio Griñán. Dos meses después se convirtió en secretaria general del PSOE andaluz, en un proceso en el que no tuvo rivales internos porque sus posibles adversarios –el ex consejero Luis Planas y el alcalde tuitero de Jun– no lograron reunir los avales necesarios. Poco después se produjo la eclosión de Podemos, que produjo un terremoto en la izquierda que a su juicio alteró las relaciones del PSOE con IU en el seno del Gobierno andaluz. Díaz cesó a los tres consejeros de IU en enero de 2015 y convocó elecciones, cogiendo a Podemos a medio hacer en Andalucía y al PP bajo un liderazgo por consolidar, el de Juan Manuel Moreno Bonilla.

La jugada le salió bien. Sacó 47 diputados, a sólo ocho de la mayoría absoluta, volvió a ganar las elecciones tras la derrota dulce de Griñán ante Javier Arenas en 2012 y dejó al PP en 33 y a Podemos en 15 diputados. Ya podía decirlo: ella era la líder que podía frenar a Podemos. Desde entonces convirtió la victoria en su rasgo distintivo. Tras las elecciones generales de diciembre de 2015 se atribuyó la victoria del PSOE en Andalucía. Aunque no pudo repetirlo en las de junio de 2016, cuando el PP fue más votado también en Andalucía, siempre insistió en los resultados comparativamente mejores de los socialistas en su comunidad del sur, lo que le valía para atacar a Sánchez y retratarlo como un candidato perdedor. Ahora el candidato perdedor se ha cobrado venganza.

Díaz, sabedora de que las circunstancias la obligan a quedarse en Andalucía, lanzó este mismo domingo los primeros mensajes en esa clave. En su comparecencia en Ferraz, destacó el apoyo de un 64% de los socialistas andaluces a su candidatura, lo cual explicó porque son "los que conocen de manera más cercana las políticas socialdemócratas" que, según dijo, pone en marcha su Gobierno. Tras su fallido intento de conquistar Ferraz, a Díaz le toca centrarse en San Telmo. 

La candidata ganadora perdió claramente ante el candidato que –a su juicio– no valía para el PSOE porque era un segundón que se conformaba con la medalla de plata. La aspirante que había cimentado su prestigio en la victoria fue vencida en su propia casa, el PSOE, que para Susana Díaz (Sevilla, 1974), militante desde la adolescencia, es como una segunda familia. Es una derrota dura para una ambiciosa dirigente política acostumbrada a ganar y que de hecho se presentaba a sí misma como una vencedora capaz de descabalgar al PP de La Moncloa. Su carrera en Madrid ha sufrido un revés de los que raramente permiten recuperación. Sus principales valedores, desde Felipe González a José Luis Rodríguez Zapatero pasando por Alfredo Pérez Rubalcaba y los presidentes autonómicos Ximo Puig, Javier Lambán y Guillermo Fernández Vara, todos han enfatizado la capacidad de Díaz de liderar un proyecto ganador para el PSOE. No tendrá la oportunidad, porque ha perdido en el propio PSOE a manos de alguien que, según el relato de su campaña, ni siquiera es "cien por cien PSOE". Alguien que ella misma contribuyó decisivamente a descabalgar de la secretaría general del PSOE.

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