La del 23 de mayo de 1944 fue una noche trágica –otra más– en Ebensee, un subcampo de Mauthausen. A eso de las nueve, el comandante Otto Riemer llegó al recinto con un joven de las SS. Ambos iban armados. Y completamente borrachos, comenzaron a disparar con su revólver y pistola contra los prisioneros. Varios murieron. Entre ellos, un español. Se llamaba Baudilio Ventura, era natural de Gavà y llevaba encerrado, con el número de prisionero 11.820, desde julio de 1942. En su certificado de defunción se consignó como motivo del fallecimiento "intento de huida", a pesar de que en los registros internos de Ebensee se dejó constancia de lo que había sucedido. Su muerte se sumó a la de Miguel Costa, que pereció en el mismo campo apenas un par de meses antes.
Ambos casos forman parte de Deportados y olvidados. Los españoles en los campos de concentración nazis (La Esfera de los Libros, 2024), de los historiadores del Grupo de Investigación Complutense sobre la Guerra Civil y el Franquismo (Gigefra) Diego Martínez y Gutmaro Gómez. La obra, que forma parte de una investigación más amplia que se ha desarrollado durante el último lustro, trata de profundizar en lo vivido por miles de españoles en la red de Konzentrationslager (KL) del Tercer Reich. Y, realmente, lo hace. En base a la documentación de más de una quincena de archivos, realiza una detallada radiografía de lo que fue el infierno nazi, del principio al final. Y pone sobre la mesa un listado de 175 páginas con los nombres de españoles que lo vivieron en sus carnes.
Las deportaciones de rotspanier –como les llamaban los dirigentes nazis– a los centros de concentración del Tercer Reich arrancó tras la caída de Francia. El 6 de agosto de 1940, llegaron los primeros españoles a Mauthausen. "Lo hicieron como prisioneros de guerra franceses", explica Martínez en conversación con infoLibre. Ubicado a pocos kilómetros de la localidad austriaca de Linz, era el único campo de tercera categoría, es decir, para "incorregibles". "Uno de los peores de toda la red", dice el historiador. Durante la guerra, fueron encerrados allí al menos 7.251 compatriotas, más del 70% de los que pasaron por la red de Konzentrationslager. De ellos, más de cuatro millares perdieron la vida. Como el gaditano Antonio Aldeguera. O el barcelonés Josep Benet. O el navarro Felipe Eguillor.
Una vez que se extendió sobre los rotspanier la custodia protectora, el instrumento usado por los nazis para suspender las garantías legales de los ciudadanos, las deportaciones se convirtieron en masivas. Así, el 25 de septiembre de 1940, las comandancias de la Wehrmacht recibieron la orden ejecutiva para detener a aquellos "combatientes de la España roja", tanto alemanes como extranjeros –lo que incluía a brigadistas internacionales–, que hubieran luchado "con armas" contra Franco, que no tuvieran más de 55 años y que fueran "aptos para trabajar". "Si los combatientes extranjeros de la España roja son de nacionalidad española, serán trasladados directamente a un campo de concentración", completaba aquella circular.
La pasividad franquista
Aquella orden coincidió con el viaje a Berlín del cuñado del dictador y ministro de la Gobernación, Ramón Serrano Suñer. Una visita en la que se reunió con Adolf Hitler y el ministro de Exteriores, Joachim von Ribbentrop. Las actas de los encuentros en Berlín no revelan, según los historiadores, "ninguna cuestión política o diplomática que no fueran exclusivamente las de índole militar con vistas a la entrada de España en la guerra". Por eso, Martínez descarta que las deportaciones de españoles a campos de concentración se produjeran por expreso "deseo" del Gobierno franquista o del filonazi Suñer. "Acababan allí porque eran sometidos a las políticas de seguridad del Reich", señala el historiador al otro lado del teléfono.
Pero eso no quiere decir que el régimen no tuviera conocimiento de lo que pasaba. Era plenamente consciente, pero prefirió mirar hacia otro lado. "El Gobierno lo sabía, pero no le importaba", desliza el historiador. Pone como ejemplo de ello el llamado convoy de la Angulema, un tren con 927 españoles que salió de la localidad francesa hacia Mauthausen. El mismo día de su partida, la Embajada alemana en Madrid cursó una nota al Ministerio de Asuntos Exteriores preguntando si el Gobierno franquista estaba dispuesto a hacerse cargo de 2.000 "españoles rojos" internados en la ciudad gala. Unos días después, reiteró su petición, ampliándola a los 100.000 "rojos españoles" que se hallaban en "campos de concentración instalados en los territorios franceses ocupados".
Lo habitual, explica Martínez, es que la respuesta de las autoridades españolas pasase por el "silencio administrativo". "Que no respondieran a las notas verbales diplomáticas es bastante significativo", señala. También con los sefarditas, continúa el historiador, la reacción del Gobierno franquista fue "bastante tardía" y poco "entusiasta". "Aunque seguramente ha habido razones muy importantes que han motivado que nuestro Gobierno permita que los sefarditas españoles de Salónica sean llevados a campos de concentración en Alemania, es mi deber decirle que el hecho ha causado deplorable efecto no solo en nuestra colonia, sino entre los griegos e italianos", se quejaba el 30 de julio de 1943 el cónsul general español en Atenas, Romero Radigales, al ministro de Exteriores.
Sofía y Miriam Gerzom-Hurwitzsl, hijas de una importante familia de empresas de reaseguro con sede en Barcelona, fueron dos de las sefarditas españolas que terminaron en el campo de Bergen-Belsen, donde también estuvieron Anna Frank y su hermana Margot. Afortunadamente, acabaron liberadas. Una suerte que no tuvo la familia Gattegno. Tanto Vitalis, comerciante, como su mujer Andrée, enfermera, y su cuñada Denise fueron deportados a Auschwitz el 17 de diciembre de 1943 en el convoy número 63, que partió de territorio galo. Mes y medio después, los tres murieron en el tristemente famoso campo de concentración.
Asesinatos y empresas que se benefician del trabajo esclavo
La obra realiza una radiografía exhaustiva de la máquina de muerte que supuso la red de Konzentrationslager del Tercer Reich. En Mauthausen no son pocos los testimonios que recogen operaciones de gaseado en movimiento en los llamados por los españoles "camiones fantasma", vehículos con capacidad para entre cuarenta o cincuenta personas. Asesinatos que también se llevaron a cabo en el castillo de Hartheim. Allí se arrebató la vida a por lo menos medio millar de compatriotas. Algo que se sabe, en parte, gracias al papel que jugaron algunos españoles en el área administrativa de la Oficina Política del campo, lo que permitió conservar un registro de fichas completo o una lista de asesinados en el castillo: Ricardo Alba, Alfonso Barqueros, Jesús Dalmau, José Silva...
También los experimentos médicos con prisioneros eran habituales. Se sabe que al menos 34 españoles fueron sometidos a este tipo de procesos al menos en Dachau, Buchenwald o Mauthausen. Y, por supuesto, el trabajo esclavo, razón de ser de los campos. "Ser enviado a la cantera era una condena a muerte", asevera Martínez. Asesinatos, malos tratos y explotación combinados con una alimentación "ridícula". Para sobrevivir, cuenta el historiador, era "fundamental" llevarse bien con las personas que trabajaban en cocina o que ejercían como jefes de las barracas, que eran los que se encargaban de hacer el reparto. De ellos dependía, al fin y al cabo, poder meter en el cuerpo un puñado más de calorías cada día.
Muchas compañías sacaban tajada, precisamente, del trabajo esclavo, con jornadas laborales que podían situarse en las once horas. "Muchos subcampos se construyeron, precisamente, a raíz de peticiones de mano de obra que hacían las empresas privadas", señala Martínez. Sobre todo, dice, de la "industria aeronáutica, farmacéutica y de la automoción". En la obra se habla de Bayer, IG Farben, Steyr, Hugo Schneider o Heinkel, una de las pioneras en integrar parte de su actividad con los campos de concentración. En Abteroda, subcampo de Buchenwald, el trabajo se centraba en la producción de agentes químicos para fabricar explosivos para BMW.
Explotación sexual en Ravensbrück
Por este último pasó la turolense Secundina Barceló. Ella fue una de las muchas mujeres que pasaron, antes de ser trasladadas a otros lugares, por Ravensbrück, un campo de concentración exclusivo para mujeres del que sacó partido Siemens y cuyas prisioneras fueron utilizadas como esclavas sexuales en los burdeles que se instalaron en diferentes recintos en la red de Konzentrationslager. "Heinrich Himmler lo vislumbró como un incentivo para aumentar la productividad de los presos", trata de explicar el historiador. Al menos dos centenares de mujeres de Ravensbrück fueron prostituidas en ese sistema institucionalizado a mediados de 1943. "Se las prometía una libertad a los seis meses que nunca llegaba", sentencia Martínez.
Casi ocho décadas después de la caída del Tercer Reich, Deportados y olvidados arroja algo más de luz sobre el infierno que vivieron miles y miles de españoles ante el silencio cómplice de las autoridades franquistas. Una cifra que, concede el historiador, nunca podrá ser cuantificada totalmente. "Es absolutamente imposible de obtener. Hay que tener en cuenta que muchos nombres no fueron registrados en los libros oficiales, ya fuera porque fueron asesinados nada más llegar, porque llegaron muertos o porque se quiso ocultar su entrada. Además, las liberaciones también fueron completamente caóticas", resalta Martínez. Ellos, por el momento, ponen sobre la mesa algunos listados que están contrastados.
La del 23 de mayo de 1944 fue una noche trágica –otra más– en Ebensee, un subcampo de Mauthausen. A eso de las nueve, el comandante Otto Riemer llegó al recinto con un joven de las SS. Ambos iban armados. Y completamente borrachos, comenzaron a disparar con su revólver y pistola contra los prisioneros. Varios murieron. Entre ellos, un español. Se llamaba Baudilio Ventura, era natural de Gavà y llevaba encerrado, con el número de prisionero 11.820, desde julio de 1942. En su certificado de defunción se consignó como motivo del fallecimiento "intento de huida", a pesar de que en los registros internos de Ebensee se dejó constancia de lo que había sucedido. Su muerte se sumó a la de Miguel Costa, que pereció en el mismo campo apenas un par de meses antes.