España, nido nazi: "En la dictadura se movían como pez en el agua"

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Madrid, años sesenta. La joven Isabel Garrido entra a toda prisa en el restaurante Haus, donde trabaja como camarera. Velozmente, atraviesa la cocina. Y comienza a cambiarse en una pequeña estancia del local. Con la mirada perdida, se coloca poco a poco el uniforme de faena: camisa blanca, chaleco negro, pajarita al cuello... "Los clientes del reservado ya han llegado. Vaya sirviéndoles el pan, son gente importante", le apremia el jefe. La cena la preside un hombre con un marcado acento alemán. En un momento dado, todos se ponen en pie y entonan el Horst Wessel Lied, el himno del Partido Nazi. Ella se escabulle y se encierra en el baño. Tiene en la mano un frasco que, en teoría, contiene una solución venenosa con la que impregna los postres que están a punto de servirse en el reservado. Su objetivo, asesinar a ese misterioso anfitrión con una cicatriz en la cara. El mismo que, durante la Segunda Guerra Mundial y como oficial de las Waffen-SS, había matado a su padre de camino a uno de los muchos campos de concentración puestos en marcha.

La escena forma parte de Jaguar, la nueva serie de Netflix protagonizada por Blanca Suárez e Iván Marcos en la que un grupo de supervivientes españoles del Holocausto trata de dar caza a criminales nazis en la España franquista. No está basada en una historia real, es pura ficción. Por eso, contiene algunos errores de bulto a ojos de diferentes historiadores. Sin embargo, la serie sí que representa una realidad vivida durante la dictadura. Tras la victoria aliada, nazis, colaboracionistas y caras visibles de regímenes títeres eligieron el país, donde contaban con redes de apoyo, para instalarse. No era ningún secreto. De hecho, muchos de ellos ni siquiera utilizaban un nombre falso. Aquí vivían plácidamente. Celebraban sus fiestas de cumpleaños, se reunían en sus restaurantes favoritos, hacían sus negocios. Algunos, en la capital. Otros, en la costa. En Denia, en Valencia, en Mallorca, por la zona de Málaga. Algunos trataban de pasar desapercibidos. Otros, se codeaban con lo más granado de la sociedad patria.

"Un nido de nazis". Así resume Ainhoa Campos, investigadora del Grupo de Investigación Complutense de la Guerra Civil y el Franquismo (Gigefra), aquella España en blanco y negro posterior a la Segunda Guerra Mundial. Cuando el Tercer Reich se derrumbó, señala, "miles de nazis y colaboracionistas huyeron". Se pusieron en marcha ratlines, rutas de escape. Y, a través de ellas, fueron dispersándose por todo el mundo. Por nuestro país pasaron cientos de ellos. Algunos, como paso intermedio antes de comenzar una nueva vida en el norte de África o Latinoamérica, como harían destacados jerarcas –Klaus Barbie, Adolf Eichmann o Josef Mengele–. Otros, para quedarse de forma permanente. "Y los que se afincaron aquí, vivieron libremente", explica en conversación con infoLibre Carlos Collado Seidel, historiador hispano-alemán y autor del libro España, refugio nazi.

Los peces gordos, por lo general, evitaban quedarse en suelo español. "España no les parecía puerto seguro tras la Segunda Guerra Mundial, aunque eso fue cambiando con el paso de los años. Allá por los cincuenta, había nucleos de nazis en Levante o por la Costa del Sol", señala Collado. En Denia eran bien conocidas las fiestas que organizaba Gerhard Bremer, antiguo oficial de las Waffen-SS. Por la zona también se movió, antes de largarse a Argentina a mediados de los cincuenta, Johannes Bernhardt, empresario hispano-alemán y hombre fuerte en España de Hermann Göring, el que fuera vicecanciller del Tercer Reich. O Aribert Heim, el doctor muerte austríaco al que la justicia alemana acusaba del asesinato de más de 300 presos de Mauthausen con inyecciones de benceno en el corazón. El diario El País lo situó en su día en una urbanización de Alicante. En septiembre de 2012, la justicia alemana lo dio por muerto. Sus últimos días, según su hijo, los pasó en Egipto.

Rolf Steinbauer entra en España

"La mayoría de los que vinieron entraron con su propio nombre en el país", cuenta Seidel. Otros, quizá los que tenían una mayor relevancia, lo hacen bajo una identidad falsa. Es 16 de septiembre de 1950. Rolf Steinbauer atraviesa la frontera de Irún. Lo hace con un papel en la mano. "Válido por 30 días. El Cónsul de España ruega a las autoridades españolas de la frontera por donde entre y salga en y de España que considera el presente visado como si fuera estampado en el pasaporte", reza el documento, fechado nueve días antes y firmado por Jorge Spottorno, cónsul de España en Francfort. Unos meses después, a comienzos de 1951, la Dirección General de Seguridad concede que el permiso se extienda por tres meses más. Pero él no es Rolf Steinbauer. Se llama Otto Skorzeny y fue el coronel austríaco de las Waffen-SS que lideró la liberación de Benito Mussolini del Gran Sasso en 1943. Tiene una cicatriz en la mejilla. Como el villano de Jaguar.

El jefe de operaciones especiales de Hitler se había entregado a los estadounidenses tras la muerte del führer. Salió airoso de los juicios de Dachau después de que un miembro de los aliados testificase a su favor. Eso no le evitaría pasar por un campo de desnazificación, del que logró fugarse antes de cruzar la frontera de Irún. En España, no estuvo mucho tiempo con una identidad falsa. En julio de 1951, menos de un año después, firmó el acta del enlace matrimonial celebrado en San Lorenzo de El Escorial entre María del Pilar de la Serna y Répide y Alfredo Pérez de Armiñán. Junto a él, el entonces ministro de Trabajo, el destacado falangista José Antonio Girón de Velasco. Con el paso de los años, se hace un hueco entre la jet set nacional. "Le agradezco muy de veras su amable carta y la interesante información que me da en la misma. Quede como siempre suyo buen amigo", le escribía en diciembre de 1964 el entonces ministro de Información, Manuel Fraga.

El régimen sabía perfectamente que el destacado militar nazi estaba en su territorio. Como también fue conocedor desde el primer momento de que en el avión que había aterrizado de manera forzosa en la playa de La Concha el 8 de mayo de 1945 viajaba el colaboracionista valón Leon Degrelle. Su llegada a territorio español se produjo seis días después de la del ex primer ministro francés del Gobierno títere de Vichy Pierre Laval. Los aliados reclamaron la extradición de ambos. Pero el régimen franquista solo terminó expulsando al galo. Dregelle pudo vivir plácidamente en España con una nueva identidad: José León Ramírez Reina. A pesar de ello, nunca tuvo problemas en conceder entrevistas con su propio nombre. "Si hay tantos [judíos] ahora resulta difícil creer que hayan salido tan vivos de los hornos crematorios", decía en unas declaraciones publicadas en 1985 en la revista Tiempo.

"Era notorio y se sabía"

'La caza de nazis en la España de Franco'

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"Era notorio y se sabía que estaban en España", apunta Campos. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, los aliados pusieron sobre la mesa del dictador 11 folios llenos de nombres y apellidos. El título era claro: "Lista de repatriación". Redactada por los servicios de inteligencia, estaba conformada por 104 personas reclamadas por el Consejo de Control Aliado. "Las listas acababan en los Consejos de Ministros, donde se decidía quiénes eran intocables. A otros, se les avisaba de que les estaban buscando. Y algunos, incluso, se internaron en conventos", resume Collado. En la mayoría de los casos, el régimen prefirió mirar hacia otro lado. Y los nazis más influyentes, incluso, se hicieron con la nacionalidad. "En la España de Franco estaban como peces en el agua", resume el historiador hispano-alemán.

Estos excombatientes o cargos intermedios, con un perfil menos notorio que los grandes pesos pesados del Tercer Reich, gozaban de protección por parte de miembros de la Falange. "Contaban con complicidad dentro del aparato falangista", comenta Xosé Manoel Núñez Seixas, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Santiado. En este sentido, destacaba el nombre de una mujer en las listas negras. Era Clara Stauffer, destacada integrante de la Sección Femenina y amiga de Pilar Primo de Rivera. La joven hispano-alemana, junto con otros compatriotas, se encargó de poner en marcha una red de evacuación de jerarcas nazis hacia Latinoamérica. "A mediados de 1946, Stauffer, que tenía su base en Madrid, se dedicó a establecer una serie de escondites para los alemanes en Santander y alrededores", contaba el historiador David A. Messenger en su obra La caza de nazis en la España de Franco.

Los servicios de inteligencia estadounidenses estimaban, según apuntan Messenger en su libro, que en junio de 1948 ya habían entrado en España aproximadamente 700 alemanes con la intención de marcharse a América del Sur a través de las redes de Stauffer y sus compinches. Sin embargo, a medida que los años pasaban, el interés de los aliados por echarles el guante fue disminuyendo. "Se fueron dando cuenta de que no suponían un peligro real. Los siguieron observando durante un tiempo y luego se desinteresaron", señala Collado. "Con las colaboraciones que se producían en el ámbito científico y económico, el hecho de que fueran viejos nazis pasó a un segundo plano", concluye Campos. De hecho, no es ningún secreto que EEUU reclutó a científicos o colaboradores de Hitler tras la Segunda Guerra Mundial. La guerra fría arrancaba. Y la información que de comunistas pudieran tener antiguos nazis podía resultar interesante. 

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