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La estrategia de Vox para superar a Casado y Arrimadas en Cataluña: cinco mantras y pocas propuestas

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Fernando Varela

Poco a poco, elección tras elección, Vox avanza en su objetivo de ensanchar su base social con la vista puesta en disputar de tú a tú al PP la hegemonía del espacio político de la derecha. Todo indica que la formación liderada por Santiago Abascal, fundada hace apenas siete años, romperá este domingo una nueva barrera y entrará por primera vez en el Parlament de Catalunya. Lo hará, con toda probabilidad, con grupo parlamentario propio y, según la mayoría de las encuestas, con más diputados que el Partido Popular, la formación de la que proceden la mayoría de sus fundadores y buena parte de sus cuadros orgánicos. Algunos sondeos consideran incluso posible que Vox alcance a Ciudadanos.

Los mensajes de Vox durante la campaña han sido simples y directos, fáciles de repetir. No han perdido mucho tiempo en argumentar contra los independentistas —se han concentrado en las consecuencias económicas y sociales que achacan a su gestión— más allá de la ficción de atribuirse haber “sentado en el banquillo” a los líderes del procés y de reclamar el uso del castellano en las escuelas.

En el argumentario ultra de esta campaña destacan tres ingredientes clásicos del ideario político de la extrema derecha. En primer lugar, la denuncia de una supuesta “invasión” de inmigrantes que viajan a España con la única intención de delinquir. Sus mítines y sus mensajes en redes sociales están repletos de vídeos y consignas en los que aseguran que las calles de las ciudades catalanas están llenas de menores extranjeros no acompañados —a los que llaman de manera deliberadamente despectiva “menas”— que se dedican a acosar familias, ancianas y comercios. “Expulsaremos a los inmigrantes de Cataluña”, promete su candidato, Ignacio Garriga, sin explicar cómo piensa hacerlo.

En segundo lugar, la amenaza de lo que denominan la “islamización” de Cataluña. Vox identifica constantemente la religión musulmana con el terrorismo yihadista y afirma, sin ninguna prueba que lo confirme, que Cataluña está siendo sometida a una presencia cada vez mayor del Islam gracias a la tolerancia cuando no al impulso de las autoridades españolas, catalanas y, en casos como el del Ayuntamiento de Barcelona, municipales.

El tercer gran argumento que han repetido constantemente durante la campaña ha sido el de “la inseguridad”. Los “barrios”, a los que se refieren permanentemente en busca del voto de las clases trabajadoras, su principal objetivo en las urnas este domingo, viven según ellos una ola de delincuencia que atemoriza a las familias, desincentiva la actividad económica y deteriora las condiciones de vida. “Las calles son nidos de delincuentes”, asegura solemne Garriga desde la tribuna del partido.

Inmigración, islamización y delincuencia. Tres ideas que Vox conecta todo el tiempo para señalar expresamente a los trabajadores africanos no sólo como los culpables de los problemas de la población española sino como los supuestos receptores de las ayudas sociales del Estado en detrimento de los ciudadanos nacidos aquí. “Los españoles primero”, han repetido casi cada día en actos y redes sociales.

Con ese ideario por bandera, la estrategia de campaña de Vox se ha volcado con los más perjudicados por las consecuencias económicas de la pandemia. Los más permeables a creer que son los extranjeros los culpables de su situación. Trabajadores que temen por su empleo, personas que ya lo han perdido, autónomos preocupados por el futuro y hosteleros obligados a cerrar, muchos de los cuales están al límite de sus posibilidades. Garriga, Abascal, Iván Espinosa de los Monteros, Javier Ortega Smith, Macarena Olona o Jorge Buxadé se han volcado en busca de los votos de aquellos a quienes las restricciones obligadas por la pandemia ha puesto en una situación de riesgo o de vulnerabilidad.

A todos ellos Vox les ha prometido la reapertura total de la actividad económica a partir del 15 de febrero. El fin de las restricciones para relanzar la economía, dejando la lucha contra el virus a un vago plan de “test masivos”, reparto gratuito de mascarillas y refuerzo de la atención primaria para que atienda a los contagiados.

Desde el primer momento, la formación ultra ha utilizado estos mensajes para buscar deliberadamente la polarización. Los líderes de Vox apelan a los votantes de los autodenominados partidos constitucionalistas decepcionados con la incapacidad de Ciudadanos de romper la hegemonía política independentista y a los que no se identifican con la estrategia de aparente moderación con la que Pablo Casado ha enfocado la campaña electoral. El desgaste de los naranjas y el traje centrista de los conservadores —más pendientes de disputar votos al PSC que a Vox— ha dejado a los de Abascal espacio libre a la derecha del bloque no secesionista. Y están aprovechándolo.

“Vox es el auténtico voto útil”, proclama Garriga en sus intervenciones. “Todos los demás ya han demostrado que la confianza que les entregaron los catalanes fue arrojada a la basura”.

Hay mucha incertidumbre porque aún quedan muchos indecisos. De momento las encuestas dicen que el voto contrario a la independencia —En Comú-Podem, PSC, PP, Cs y Vox— se va a repartir de forma muy diferente que en 2017 y que, en conjunto, va a reducir su peso en el nuevo Parlament. También sugieren que el hundimiento de Cs parece beneficiar de un lado al PSC y del otro a Vox.

Objetivo: el ‘sorpasso’ al PP

Los líderes ultras, especialmente Santiago Abascal y su candidato a la Presidencia, Ignacio Garriga, han sido muy cuidadosos a la hora de manejar las expectativas y rehúyen hablar de sorpasso. Pero ese es su objetivo: ocupar por primera vez el liderazgo de la derecha en una comunidad autónoma. “Sólo nos queda Vox”, reza el eslogan de los ultras desde que Casado se desmarcó de Abascal en la moción de censura. Una idea que, aunque al inicio de la campaña dijeron lo contrario, ahora remarcan diciendo que en ningún caso apoyarán ni facilitarán, si fuese posible, un Govern presidido por el socialista Salvador Illa.

Desde el primer momento, antes incluso del inicio oficial de la campaña, Vox ha tratado de sacar tajada de la imagen que todavía cultivan de partido fuera del sistema tradicional de partidos. Aunque desde hace más de un año sean la tercera fuerza política española y hayan resultado claves para formar gobierno en comunidades como Madrid, Andalucía o Murcia. Garriga se presentó en todos los debates electorales en los que ha participado como representante de una fuerza ajena al sistema.

Al mismo tiempo, en busca del papel de antagonistas naturales de la mayoría independentista, desplegaron una intensa actividad de denuncia de las supuestas dificultades que han tenido para celebrar actos electorales, en la mayoría de los cuales eran recibidos por un coro de gritos e insultos de grupos soberanistas. En algunos casos, con lanzamiento de piedras, tuercas, frutas y hortalizas que sus líderes aprovechaban en redes sociales para denunciar que las de este domingo no son unas verdaderas “elecciones democráticas”. Abascal llegó incluso a encararse con algunos manifestantes en busca de imágenes con las que alimentar la idea de un partido perseguido por los independentistas que luego fueron intensamente explotadas en redes sociales. Y en las que es fácil reconocer una estrategia que en su día utilizó con avidez Albert Rivera, el anterior presidente de Ciudadanos.

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El retrato que los ultras hacen de Cataluña en sus vídeos se aproxima a lo distópico. Muestra calles tomadas por agitadores antisistema, violencia contra la policía, viviendas ocupadas por todas partes y delincuencia sin control. Y denuncian que todo eso ocurre por culpa de la negligencia de los partidos políticos —los otros— y el “silencio cómplice” de los medios de comunicación, el otro gran adversario tradicional de Vox, lo que les sirve para alimentar la dependencia de sus seguidores de las consignas y la desinformación que difunden a diario a través de las redes sociales.

Esa negligencia que atribuyen a los demás partidos les sirve también para apoyar otra de sus ideas de campaña: el “despilfarro millonario” que, según ellos, supone que la Generalitat de Cataluña gaste dinero en financiar, por ejemplo, políticas igualitarias o en sostener la existencia de una radio y televisión públicas. En un ejercicio habitual del populismo en todo el mundo, Vox ha insistido en las pruebas PCR que se podrían hacer si ese dinero se emplease en la sanidad.

Inmigración, islamización, inseguridad, reapertura total de la actividad económica y fin del “despilfarro” en la Generalitat. Cinco mantras que consumen la práctica totalidad de los mensajes que Vox ha trasladado durante la campaña. Más allá de eso, pocas propuestas. Entre ellas, la reducción “drástica” de todos los impuestos que dependen de la Generalitat.

Poco a poco, elección tras elección, Vox avanza en su objetivo de ensanchar su base social con la vista puesta en disputar de tú a tú al PP la hegemonía del espacio político de la derecha. Todo indica que la formación liderada por Santiago Abascal, fundada hace apenas siete años, romperá este domingo una nueva barrera y entrará por primera vez en el Parlament de Catalunya. Lo hará, con toda probabilidad, con grupo parlamentario propio y, según la mayoría de las encuestas, con más diputados que el Partido Popular, la formación de la que proceden la mayoría de sus fundadores y buena parte de sus cuadros orgánicos. Algunos sondeos consideran incluso posible que Vox alcance a Ciudadanos.

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