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Las decisiones del nuevo CGPJ muestran que el empate pactado entre PP y PSOE favorece a la derecha

Europa decide rumbo bajo la amenaza de su mayor involución en 70 años

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Jean-Claude Juncker (Luxemburgo, 65 años) acaba de admitir el error de no haber acudido a la refriega política para "desmontar las mentiras" de la campaña del Brexit, que culminó con el referéndum de junio de 2016. "Me equivoqué al quedarme callado”, ha afirmado durante la campaña de las elecciones al Parlamento europeo, en el marco de un balance de su etapa como presidente de la Comisión, iniciada en noviembre de 2014 y que toca a su fin. De modo que Juncker admite ahora el "error". Pero, en realidad, sus hechos demuestran que el ex primer ministro luxemburgués entendió el mensaje de las urnas británicas al instante. Y el mensaje es este: el proyecto europeo está en peligro en buena medida porque sus enemigos tienen claros sus fines mientras entre sus defensores todo son dudas y miedos.

En marzo de 2017, bajo el trauma del referéndum de salida del Reino Unido, Juncker puso encima de la mesa un documento que, más que un documento, era una bomba de relojería. Se llamó, con apariencia algo inocente, Libro blanco sobre el futuro de Europa. Pero no era el clásico diagnóstico autoindulgente y con compromisos de futuro que los dirigentes suelen utilizar para ganar tiempo. Juncker conminaba a los Estados europeos a responsabilizarse del proyecto y les preguntaba qué querían hacer, sin descartar un retroceso en el proceso de construcción europea. "Juncker se dio cuenta de que había una división muy profunda entre los Estados, y de que la capacidad legislativa de la Comisión estaba mermada. Entonces sugiere cinco posibles escenarios para Europa. ¿Qué intentaba? Era una manera de decir: 'Asumid vuestra responsabilidad. ¿Qué queréis? ¿Hacia dónde vamos'"?, explica la investigadora del Barcelona Centre of International Affairs (Cidob) Carme Colomina, coordinadora del reciente informe ¿Politización o polarización? La transformación de la UE ante el nuevo ciclo político.

La Comisión señalaba en su llamada de alerta que el poder económico de Europa decaía: del 22% del PIB mundial pasaría a "mucho menos del 20%" en 2030. Advertía del creciente protagonismo de la fuerza en las relaciones internacionales y de la necesidad de mayor militarización: "Ser un 'poder blando' ya no es suficiente cuando la fuerza puede prevalecer sobre la ley". También del envejecimiento: "Europa será la región 'más vieja' del mundo en 2030, con una media de edad de 45 años". Y sobre la merma de apoyo al proyecto europeo: "En torno a un tercio de los ciudadanos confían en la UE en la actualidad, frente a aproximadamente la mitad que lo hacía hace diez años". Después anotaba además uno a uno los grandes retos por venir: descarbonización de la producción, cambio climático, digitalización de la economía, refugiados... Tras señalar las que debían ser grandes prioridades de la UE –completar la unión financiera, afianzar la responsabilidad democrática y reforzar las instituciones–, la Comisión Juncker cerraba su análisis soltando la bomba. ¿Qué hacemos ahora?, preguntaba. Y entre las cinco posibilidades no se excluía retroceder en la unión política y dejar la UE sólo en un "mercado único", ni tampoco menguar las competencias del club, ni aceptar los hechos consumados y asumir negro sobre blanco una Europa de dos velocidades.

Es decir, no se descartaba abandonar el proyecto original de unión política agregadora con vocación de crecimiento permanente, lo que sería la formalización de una retroceso sin precedentes. Esta involución sería un paso atrás de la UE que constituiría un éxito de los pujantes ultranacionalismos, que aspiran este domingo a hacerse fuertes en el Europarlamento.

  Retroceso de conservadores y socialdemócratas

Más de dos años después de la alerta de Juncker, la UE sigue echada en el diván, con sus instituciones alerta ante el ascenso de unos ultranacionalismos que van desde el antieuropeísmo hasta el euroescepticismo, pero que en cualquier caso son contrarios a la cesión de soberanía a Bruselas. "El del futuro de la UE es un debate muy enconado. [Los Estados] han sido incapaces de afrontarlo. Todo se ha ido alargando. Porque incluso los que quieren más Europa no están de acuerdo entre ellos. Macron defiende un fortalecimiento institucional, mientras que Merkel se inclina por la aceptación de normas comunes", señala la investigadora Carme Colomina. ¿Y España? "Con el actual Gobierno, se ha visto un discurso proeuropeo que estaría más cerca de la visión de corresponsabilidad de Francia", señala.

A falta de decisiones de los Estados, van a hablar los votantes. Las nuevas correlaciones de fuerzas entre las posiciones se verán marcadas por las elecciones al Parlamento europeo, que en España se celebran este domingo. Va a ser una votación clave. La UE decide su rumbo, que ya no puede demorarse más, bajo la espada de Damocles de unos movimientos antieuropeístas que ya se han quitado la etiqueta de marginales y ahora esperan a ser decisivos.

Por primera vez las encuestas, incluida la proyección de escaños hecha por el Europarlamento a partir de los sondeos nacionales, vaticinan que los dos principales grupos políticos comunitarios, los conservadores y demócrata-cristianos del Partido Popular Europeo –donde está el PP– y la Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas –donde está el PSOE–, podrían no alcanzar el 50% del voto ni del número de escaños. Sería un hito. Es una incógnita cuánto sumarán las candidaturas ultraderechistas en Reino Unido, Francia, Italia, Alemania, Holanda, Polonia y otros países donde los movimientos eurófobos y antiinmigración son fuertes o están en crecimiento. Pero se da por hecho un auge de las fuerzas nacionalistas contrarias a la cesión de soberanía. También en España.

  Alianzas contra la estabilidad

Cuando los votos estén contados y los escaños repartidos se verá cómo se integran estos candidatos en los grupos políticos, base de la actividad del Europarlamento. La Liga Norte (Matteo Salvini), Reagrupación Nacional (Marine Le Pen), el Partido por la Libertad de Holanda (Geert Wilders), Alternativa por Alemania, el Partido de la Libertad Austriaco y otras fuerzas ultranacionalistas han exhibido su sintonía. Sobre la mesa está el proyecto de posible unidad de acción parlamentaria de las fuerzas euroescépticas, idea que abandera Salvini. Ahora mismo sus empeños están dispersos entre diputados no adscritos a ningún grupo y otros en los grupos Europa de las Naciones y la Libertad, Conservadores y Reformistas Europeos y Europa de la Libertad y la Democracia Directa (donde se produce la extraña coalición entre el partido del Brexit de Nigel Farage y el Movimiento 5 Estrellas).

Hasta la fecha los dos principales partidos de centro-derecha y centro-izquierda, siempre con más del 50% de los apoyos y escaños, han mantenido a raya a las fuerzas centrífugas. "Paz" y "estabilidad" han sido las dos grandes divisas del proyecto europeo. Nadie cuestiona la paz. Pero la estabilidad está en riesgo. Y quienes la zarandean son partidos ultraderechistas. Guillermo Pérez, catedrático de Historia y director del Instituto de Estudios Europeos de la Universidad de Valladolid, se muestra preocupado. "Hasta ahora, en clase, cuando explicaba la Unión Europea siempre decía que era un proceso irreversible. Desde el Brexit, eso ya no se puede mantener".

  Salir de la impresión de decadencia

No obstante, Pérez afirma que la UE ha gestionado con "cooperación y compromiso" el Brexit, lo que ha evitado una extensión del fenómeno. "Lo que pretendían los promotores del Brexit no era sólo una salida de la UE, sino generar un efecto llamada perverso y que al Reino Unido lo siguieran toda una constelación de países. Ese proyecto ha fracasado. Ahora queda preservar el legado de los padres fundadores: paz, bienestar socioeconómico de los pueblos y buen gobierno democrático". El catedrático cree desmesurada la impresión de crisis que se cierne sobre la UE. "Se han dedicado muchos esfuerzos a ver la luz tras la crisis, al Brexit y a que los valores europeos no se vean arrastrados a la destrucción. Y fíjate, que incluso hay analistas que hacen comparaciones con los malhadados años de entreguerras. Si logramos superar esa injusta sensación de decadencia, será muy positivo. Porque, hoy día, si no existiera la UE, habría que inventarla", señala.

A juicio de Pérez, el combustible de la eurofobia ha sido la crisis de los refugiados, cuya responsabilidad atribuye más a los Estados que a la UE, aunque "las cosas no se hicieron bien". Al calor del debate sobre la inmigración y la crisis, han cogido fuerza –analiza– los partidos favorables a recuperar competencias. "Hay un intento de quitar sustancia al ámbito comunitario", afirma.

  Un plebiscito en un entorno crítico

Este domingo podrá calibrarse la fuerza de ese intento. Pérez lamenta que el impulso europeísta de Macron se haya diluido y expresa su temor a que se cumplan las previsiones de que hasta un tercio del Europarlamento caiga en manos de partidos contrarios a la Unión. Son muchos los analistas que observan que las elecciones tienen algo de plebiscito sobre el proceso europeo. Sería un plebiscito en un momento delicado. Con una nueva contracción económica en lontananza, liderazgos de cariz autoritarios en grandes potencias (Donald Trump, Vladimir Putin, Jair Bolsonaro), tensiones comerciales entre Estados Unidos y China, la UE se asoma a una crisis existencial, precisamente cuando sus dirigentes pretendían una mínima rentabilización política de los aceptables resultados de la relajación de la política monetaria iniciada en 2012 y comenzar a vender una imagen menos dura con el anunciado pilar social.

Toda la agenda está en juego: el seguro de desempleo, la unión bancaria, la reserva europea, el desbloqueo de los tratados comerciales, las medidas contra el cambio climático, la adaptación a la digitalización económica... En vez de centrada en la cohesión de las políticas de inmigración, seguridad antiterrorista, lucha contra la evasión fiscal y defensa militar, Europa sigue acogotada por la amenaza interna. Porque no es sólo la fuerza de Nigel Farage, Matteo Salvini o Marine Le Pen, que este domingo podrían salir a los balcones a proclamar sendas victorias. No es sólo que no está todavía calibrado dónde está el techo de la ultraderecha en Alemania. Es que en además en la propia UE hay ya un subgrupo de chicos malos, el llamado Grupo de Visegrado, que integra a Hungría, Polonia, Eslovaquia y Chequia, cuyos gobiernos socavan abiertamente la autoridad de Bruselas con sus desafíos xenófobos y autoritarios. Vox ha mostrado simpatías por este modelo, aunque calla sobre cuál será su adscripción tras las elecciones de este domingo.

  Amenaza de bloqueo

Frente a las múltiples amenazas, los europeístas se muestran divididos y confusos. La hipótesis de un G3 España-Francia-Alemania no se ha concretado. Mucho se aclarará en la noche del domingo. A partir de los resultados, según cómo se repartan los 751 parlamentarios entre conservadores, socialdemócratas, izquierdas, verdes, euroescépticos, liberales y otros, habrá que empezar una legislatura que durará hasta 2024. En medio la Unión cumplirá 70 años en 2020, tomando como referencia la declaración de Schuman, considerada germen de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA). Es una legislatura bajo amenaza de bloqueo.

Buena parte de su funcionamiento depende del próximo marco financiero plurianual, que abarca de 2021 a 2027. El actual Parlamento ha llegado ya a un primer acuerdo. Pero la aprobación definitiva necesita la unanimidad del Consejo Europeo, donde están todos los jefes de Estado y de Gobierno. "Las negociaciones sobre los planes financieros plurianuales de la Unión nunca han resultado sencillas. [...]. Habida cuenta de las numerosas prioridades en liza, las presiones presupuestarias y las divisiones entre los principales responsables de la toma de decisiones, no resulta sorprendente que en ocasiones llegar a un acuerdo se compare con lograr la cuadratura del círculo", señala el servicio de análisis del Parlamento europeo. Las posiciones del Consejo Europeo quedarán determinadas a su vez por el reparto de fuerzas en el nuevo Parlamento, que promete ser una sacudida en el tablero político.

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"Es verdad que está el requisito de la unanimidad en el Consejo está ahí, y que luego hace falta una mayoría en el Parlamento que puede ser difícil. Un sólo Estado puede hacer mucho daño. Pero hay que tener en cuentas dos cosas. En las negociaciones se presiona mucho. Y, si no se lograra el nuevo marco, se podría prorrogar el actual", señala el investigador del Real Instituto Elcano Ignacio Molina. El también profesor de Ciencia Política y Relaciones Internacionales cree, en cambio, que los resultados electorales sí pueden complicar la elección del presidente de la Comisión. "Sobre el papel los mejor situados son Manfred Weber [Partido Popular Europeo] y Frans Timmermans [Socialistas y Demócratas], que son los candidatos de los dos principales grupos. Pero depende. Podría ocurrir que se acabara buscando a otro, si hay problemas, que puede haberlos. Habrá juego ahí entre el Parlamento, los Estados... Lo más fácil es que sea Weber o Timmermans, pero se verá...", explica. La elección del presidente de la Comisión será más complicada, al menos a priori, cuanta más fuerza tengan los euroescépticos. "Yo no me creo los pronósticos de apocalipsis antieuropea. Pero sí creo que habrá un aumento que erosionará la mayoría proeuropea", afirma Molina.

Por supuesto, de las elecciones no sólo dependen los nombres que pilotarán la UE. También las políticas. ¿Se cumplirá la previsión de rebajar fondos para la PAC para centrarse en el cambio de modelo productivo? ¿Cuál será el rumbo en inmigración, defensa, clima y en la relación con Estados Unidos y con Rusia? ¿Se creará el seguro de paro? Y, antes de nada, ¿cómo quedará el marco financiero? "Mucho dependerá de si hay nuevas mayorías alrededor de la socialdemocracia o si las fuerzas populistas ganan peso y capacidad de influencia", afirma Carme Colomina, que cree que se avecina una legislatura de flexibilidad y pacto, con un papel relevante de los liberales, y señala que el Partido Popular Europeo sufre una división interna ante la hipótesis del acuerdo con la extrema derecha. "Tienen dentro sensibilidades muy distintas. No es una decisión fácil de tomar. Está en riesgo la propia supervivencia del grupo", señala. Del grupo y, quizás, de la propia UE.

 

Jean-Claude Juncker (Luxemburgo, 65 años) acaba de admitir el error de no haber acudido a la refriega política para "desmontar las mentiras" de la campaña del Brexit, que culminó con el referéndum de junio de 2016. "Me equivoqué al quedarme callado”, ha afirmado durante la campaña de las elecciones al Parlamento europeo, en el marco de un balance de su etapa como presidente de la Comisión, iniciada en noviembre de 2014 y que toca a su fin. De modo que Juncker admite ahora el "error". Pero, en realidad, sus hechos demuestran que el ex primer ministro luxemburgués entendió el mensaje de las urnas británicas al instante. Y el mensaje es este: el proyecto europeo está en peligro en buena medida porque sus enemigos tienen claros sus fines mientras entre sus defensores todo son dudas y miedos.

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