"Si eres un troll o un fanático que ha encontrado la manera de hacerle la pelota a Elon, todo esto es probablemente una buena noticia para ti. Si eres cualquier otro, probablemente sean malas noticias".
Quien comparte con infoLibre esta visión sobre la irrupción de Musk en Twitter sabe cómo funcionan las redes sociales. Andrew Marantz, periodista de The New Yorker, es autor de Antisocial. La extrema derecha y la 'libertad de expresión' en Internet (Capitán Swing, 2021), una aclamada crónica que detalla cómo la tecnoutopía de la "democratización de la información" que prometían los niños prodigo del capitalismo californiano ha terminado en fraude. ¿Qué ha crecido en lugar del vergel digital? Un caos sólo aparente, en realidad controlado con opacidad por los señores de los algoritmos, que privilegian el contenido extremista y polarizador para engancharnos y exprimirnos los datos. Es ahí –en ese negocio boyante y de reglas viciadas, que ha demostrado ser causa de desconsolidación de todas las democracias que toca– donde ha irrumpido ahora el hombre más rico del mundo con la compra de Twitter.
Lo hace presentándose como un valedor de la "libertad de expresión". Es más, como un "absolutista de la libertad de expresión" que va a redemocratizar un espacio castrado por la corrección política. ¿Qué hay tras este discurso? ¿Tiene sustento? ¿Qué cabe esperar de Musk en cuanto a la calidad del debate público y por tanto de la democracia? infoLibre recaba puntos de vista de más de una decena de especialistas en comunicación, redes, negocio digital, discursos extremistas y en la propia trayectoria de Musk. Es unánime –con distintos grados– la inquietud por el impacto en la conversación en Twitter, ya deficiente.
Otra conclusión extendida es que sus proclamaciones idealistas sobre la libertad de expresión extrema, que se alinean con un sector de la derecha radical libertaria de EEUU, eclipsan tanto los verdaderos desafíos pendientes de Twitter en relación a la democracia como las intenciones del magnate al comprar la red social. "Hablamos del tipo más rico del planeta, proveedor de la NASA, que pretende llevar el hombre a la luna y dirige la compañía más próxima a hacer realidad el coche autónomo. Alguien así, un killer que juega a las grandes partidas, no se compra una red social si no puede utilizarla para sus fines", señala el consultor Juan Carlos Blanco, especialista en nuevas formas de comunicación, que hace una llamada a la desconfianza sobre lo que las apariencias nos dicen de Musk. En primer lugar, rebate cualquier tentación de analizar la adquisición de Twitter como un capricho de multimillonario excéntrico. En segundo lugar, ve carente de credibilidad su discurso idealista sobre la libertad de expresión llevada al extremo.
"Twitter, sin Musk, ya era un lodazal: uno de los grandes hospedadores de bots, trolls y hooligans de Internet. ¡Por eso a Musk le interesa! Porque todo es cuestión de dinero. Twitter, como Meta y los demás gigantes digitales, basa su negocio en la publicidad. Para eso necesitan nuestros datos, para eso nuestro tiempo y atención, y para eso necesitan contenido impactante aunque sea falso. Es la dictadura de la viralidad y el clic. Musk no viene a cambiar eso, sino que es un alumno aventajado en ese juego", explica Blanco, autor de un blog sobre comunicación y política, para quien el multimillonario no hace más que recuperar el discurso supuestamente "rebelde e innovador" de los pioneros de Silicon Valley, que prometieron "construir un paraíso democrático, el ágora 5.0, y nos acabaron entregando una gran taberna global".
¿Visos de que Musk vaya a hacer algo para civilizar la conversación en la taberna y frenar los vicios de lo que llama la "bulocracia"? A juicio de Blanco, ninguno. Así que sería un continuista. Lo particular de Musk, añade el consultor, es que pone al servicio de sus pretensiones empresariales una personalidad "polarizadora", que parece precisamente diseñada para triunfar en las redes, pero de la que hasta ahora habían huido los líderes del negocio. Según Blanco, su irrupción en las redes tiene paralelismos con la de Donald Trump en la política: supone una ruptura de las reglas sólo en apariencia; en el fondo, es resultado de unas degradación previa del debate público en la que tanto uno como el otro van a profundizar. Blanco cree que el desembarco de Musk ahondará además en la pretensión de las supercompañías –Twitter, Meta, Google, Amazon, Apple– de convertirse en "naciones pantalla", con un PIB superior al de la mayoría de Estados y con capacidad para librar con ellos una lucha de poder.
Una "alteración drástica" nada más llegar
Como apunta Blanco, la llegada de Musk no hace prever el inicio de ninguna arcadia de la conversación pública... pero tampoco es que hasta ahora la hubiera. Está acreditado que las redes ya contribuyen a la degradación democrática que han descrito autores como Steven Levitsky, Daniel Ziblat y Yascha Mounk. Son múltiples las investigaciones que han probado que se trata de herramientas tan eficaces como peligrosas. Thomas Carothers, investigador en calidad democrática de la Fundación Carnegie, ha concluido que las redes tienen “un papel directo en la exacerbación de la polarización”, al "incentivar los contenidos incendiarios y las opiniones extremas”. Michael Kosinski, experto en datos en Stanford, ha demostrado que el análisis de los me gusta de Facebook es capaz de determinar las creencias políticas, lo que ha impulsado una segmentación extrema de los mensajes publicitarios y políticos, alentando con ello un círculo de autoafirmación y aislamiento. En la misma línea, Gordon Hull, director del Centro de Ética Profesional y Aplicada de la Universidad de Carolina del Norte, ha demostrado cómo los "filtros burbuja" de las redes fomentan el tribalismo político: “Los individuos sólo reciben básicamente el tipo de información que ellos mismos han seleccionado previamente o, y esto es más peligroso, que terceras partes han decidido que les interesa”.
Una de esas "terceras partes" es ahora Musk. ¿Hay que echarse a temblar? Le pedimos su punto de vista al investigador sobre medios Luke Munn, que en un trabajo publicado en Nature en 2020 concluía que Facebook “privilegia el contenido incendiario”. Su visión sobre los primeros movimientos de Musk es oscura. "Al destripar el personal técnico y de moderación –explica–, Musk ha alterado drásticamente las infraestructuras técnicas que sustentan la plataforma y también las estructuras sociales y de gobernanza que le dan forma". Los cambios, añade, han laminado "salvaguardias" que "empujaban contra la tendencia a la toxicidad, la desinformación y la intolerancia". Y concluye: "Sí, podemos esperar ver más discursos de odio, más puntos de vista polarizados, más ataques explícitos a personas y comunidades vulnerables". Munn cita un estudio de un equipo de la Universidad de Montclair que ya detectó un aumento de la incitación al odio en Twitter en las horas posteriores a la adquisición por parte de Musk, una operación que "creó la percepción por parte de los usuarios extremistas de que las restricciones se aliviarían". No obstante, Munn también cree que Musk deberá medir sus pasos: "Si Twitter se convierte en un pozo negro, los usuarios –y, sobre todo, los anunciantes– se irán".
El investigador Carlo Schwarz, que junto a su colega Karsten Müller ha logrado establecer una relación entre el uso de redes sociales y los delitos de odio en Alemania, ofrece también un pronóstico matizado. "Musk ha defendido una menor moderación de los contenidos y la comprobación de los hechos, lo que podría agravar los problemas con los contenidos de odio", señala. Al mismo tiempo, destaca como punto favorable que "ha mostrado cierta inclinación a reducir la prevalencia de cuentas falsas y bots en Twitter". Schwarz no descarta que "sus cambios sólo provoquen un éxodo de Twitter que podría contrarrestar el efecto de cualquier política".
El "absolutismo de la libertad de expresión"
El tiempo dirá en qué se concreta la era Musk. Lo que sí tiene claro Munn es que el "absolutismo de la libertad de expresión" es una proclama alejada de la realidad del funcionamiento de las redes. "Ciertas opiniones se amplifican drásticamente porque las hacen proliferar figuras poderosas o se basan en emociones intensas", señala el investigador, que recuerda que está probado que "los tuits falsos viajan más lejos y más rápido que los ciertos" y que "los contenidos al límite, en la frontera entre lo aceptable y lo inaceptable, también obtienen buenos resultados". Nada de eso parece ocupar a Musk.
Según Sarah Glozer, Emily Jane Godwin (de la Universidad de Bath, en Inglaterra) y Rita Mota (de Esade, en España), es algo que sí debería ocuparle por sus graves implicaciones. En un artículo en The Conversation, las tres investigadoras sostienen que las posiciones de Musk, llevadas a Twitter, constituyen una "amenaza a los derechos humanos". "Después de haberse convertido en un elemento cada vez más importante y sofisticado contra la creciente marea de discursos de odio, desinformación y contenidos ilegales, [la moderación de contenidos] no debería deshacerse a la ligera", exponen. Y añaden: "Cuando un empresario (extremadamente) rico pretende 'liberar' al pájaro azul de Twitter por el bien de la humanidad, también obtiene el control comercial de lo que hasta ahora se concebía como un espacio social relativamente democrático. Lo que haga a continuación tendrá graves ramificaciones para nuestros derechos humanos".
La cortina de humo de la "cancelación"
Musk deja en un segundo plano los aspectos de Twitter que, según la investigación académica, son más problemáticos democráticamente: su complicidad por razones económicas con la mentira y el fanatismo; también su uso como vía para difundir discursos de odio. Prefiere desplazar el foco a una supuesta falta de "libertad de expresión" a causa de la "cultura de la cancelación", que Musk denuesta.
"Musk habla mucho de libertad de expresión, pero o no tiene una idea coherente de lo que significa o no le interesa especialmente aplicarla de forma consistente", señala Marrantz, autor de Antisocial. Adrián Juste, del centro de investigación sobre extrema derecha Al Descubierto, enfatiza cómo Musk "copia todo el argumentario" según el cual "la crispación social y la polarización son culpa del progresismo". "Este victimismo –añade– es una de las líneas de la extrema derecha a nivel internacional. La idea es que existe una censura, un ataque a la libertad de expresión por parte de la dictadura de lo políticamente correcto y las nuevas generaciones de cristal".
Musk se beneficia de ser un "ídolo de la extrema derecha libertaria", ya que encuentra en este creciente movimiento respaldo a sus tesis ultraliberales, señala Juste. Ahora bien, que sintonice con algunos planteamientos radicales o se sirva de ellos no significa, añade Juste, que vaya a poner Twitter al servicio sin restricciones de la extrema derecha ni del movimiento conspiranoico. Algo así, afirma, "no le saldría rentable económicamente". Cree que puede haber concesiones que hagan de Twitter "algo mixto" entre lo que anhelan los fanáticos y lo que es ahora mismo la red.
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No ve en el horizonte ninguna aportación a la libertad de expresión el sociólogo Iago Moreno, especialista en extrema derecha y fenómenos digitales. En todo caso, a peor. Así lo explica: "Disfrazándose de Robin Hood, promete quitar las escarapelas de verificado a un círculo selecto de cuentas para repartirlas entre el vulgo y sumar apoyos a sus delirios de faraón. Su discurso demagogo es el siguiente: el sistema no funciona porque divide entre 'siervos' y 'aristócratas'. La trampa es que su propuesta de reforma no construye ninguna igualdad real". ¿Por qué? "Primero –explica Moreno– porque subordina el alcance de tu libertad de expresión al pago de 8 dólares al mes. En nombre de la 'lucha contra el spam', quien paga será más visible en la red. Pero, además, si quiere evitar que se 'verifiquen' impostores, tendrá que crear una nueva forma de indicar las cuentas oficiales y cuáles son creíbles. La verificación seguirá existiendo".
Rendijas para el futuro
El consultor Juan Carlos Blanco ve una rendija para el optimismo. A su juicio, la contundencia y la arrogancia de la aparición del hombre fuerte de Tesla y Space X ha sido tal que ha ayudado a "deshacer una premisa falsa que mucha gente daba por buena". ¿Cuál? "Que Twitter era un espacio público. No lo era. Y Musk no lo ha privatizado, ya era privado". Blanco afirma que ahora, desnuda esa evidencia, sería un buen momento para "discutir sobre la construcción de espacios públicos en la red con respeto a las reglas del juego democrático".
El profesor de Comunicación en la Universidad Carlos III Raúl Magallón, autor del artículo Redes sociales y polarización. Cuando el algoritmo amplifica las emociones humanas (2021), cree que el movimiento de Musk puede "marcar un punto de inflexión" en la actitud de los gobiernos ante las redes, suscitando una mayor regulación. No obstante, se muestra escéptico sobre la posibilidad de que provoque una reacción "tecnopolítica" en los usuarios de redes, tendente a crear espacios de conversación con reglas más democráticas. "Me cuesta ser ingenuo", dice.
"Si eres un troll o un fanático que ha encontrado la manera de hacerle la pelota a Elon, todo esto es probablemente una buena noticia para ti. Si eres cualquier otro, probablemente sean malas noticias".