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La “otra forma de hacer política” de Feijóo: ni transparencia, ni sinceridad, ni responsabilidad de Estado

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Alberto Núñez Feijóo ya está en modo presidencial. El adelanto electoral le ha obligado a acelerar su principal objetivo de aquí al 23 de julio: ganarse la confianza de la mayor parte del espacio político que va del centro a la extrema derecha.

En ese camino, el líder del PP ha comenzado a repetir una idea con la que trata de marcar distancias con el Gobierno de coalición presidido por Pedro Sánchez y adoptar, al mismo tiempo, la identidad de alguien al margen de las controversias que han condicionado la vida pública durante los últimos años. El rol de alguien recién llegado, ajeno al pasado y el presente del PP en muchos territorios.

Promete Feijóo “otra forma de hacer política” que consiste, según sus propias palabras, en actuar con “transparencia, honestidad y cercanía“, así como en dar “participación real” a los ciudadanos en las decisiones que les afectan. Con él en la Moncloa, proclama, los españoles tendrán un “nuevo modelo de gobernanza basado en la ética y la responsabilidad política”. Una “política serena de palabra y que vuelva a unir a la sociedad española”, asegura en tono solemne. La buena política, sostiene, consiste en “decir la verdad a los españoles”.

¿Es esa la política quen practican los ejecutivos del PP que desde 2019 gobiernan las comunidades autónomas de Madrid, Murcia y Castilla-La Mancha? ¿Es esa forma diferente de hacer política lo que presidió su mandato de trece años al frente de la Xunta de Galicia? Un repaso a las actuaciones de estos gobiernos y en especial a las actuaciones del propio Feijóo demuestra que no.

Sin transparencia

El líder del PP promete “transparencia”, pero no la practica. Un año después de su llegada a la política nacional sigue sin hacer público el salario que le paga su partido y si es su organización la que le abona los gastos de la residencia en la que vive con su familia en uno de los barrios más caros de Madrid. No es un dato privado: la Ley de Transparencia obliga a los partidos a publicar en sus páginas web el sueldo que abonan a sus dirigentes al margen de lo que cobren por sus cargos públicos.

“Honestidad” tampoco parece que sea la seña de identidad del PP madrileño ni la norma de comportamiento, por ejemplo, del presidente de la Región de Murcia. Fernando López Miras, con el aval de Feijóo, 'compró' en 2021 la voluntad de tres diputados autonómicos de Ciudadanos haciéndoles miembros del gobierno regional. Aquella acción dinamitó el pacto antitransfuguismo que durante décadas había comprometido a todos los partidos, incluido el PP, a no alentar con prebendas la ruptura de cargos electos con las formaciones políticas que les dieron esos puestos. Tal es el apoyo que Feijóo prestó a esa operación que a día de hoy el PP sigue fuera del pacto.

El protocolo de la vergüenza, el documento aprobado por el Gobierno Isabel Díaz Ayuso que condenó a morir en Madrid sin recibir asistencia médica a miles de personas que vivían en residencias para mayores tampoco es un buen ejemplo para sostener el “nuevo modelo de gobernanza basado en la ética y la responsabilidad política” que promete Feijóo. Ayuso lleva tres años mintiendo sobre aquellos hechos con el aval de quien es hoy el presidente del PP.

¿Representa Feijóo, como él mismo afirma, una “política serena de palabra y que vuelva a unir a la sociedad española”? No lo parece. La estrategia de su partido ha abandonado el terreno de las propuestas para afincarse en el de las emociones. La bandera contra “el sanchismo”, la denominación despectiva con la que el PP trata de caricaturizar las políticas desarrolladas por el PP, y la difusión de noticias falsas, incluida la de que el presidente Sánchez prepara un cambio de régimen ilegal, han contribuido a polarizar la política y la sociedad españolas tanto o más que durante la etapa de Pablo Casado.

Tampoco parece que contribuya a dar credibilidad a Feijóo el pacto suscrito con su expreso respaldo en Castilla y León con Vox, un partido que niega el cambio climático y la violencia contra las mujeres y que quiere desmontar el Estado de las Autonomías, además de limitar la autoridad de la Unión Europea.

Mentiras

Tampoco sale bien parado el líder del PP si lo que se somete a examen es su respeto a la verdad, una de las características que siempre atribuye a la “buena política” y que, por supuesto, echa en falta en Pedro Sánchez. “El manual de la buena política”, sostiene a menudo, es “decir la verdad”, pero en realidad Feijóo miente casi a diario. A veces con todas las letras; en ocasiones tergiversando los hechos para desacreditar al Gobierno. 

En este capítulo sobran ejemplos, sobre todo en el ámbito económico. Feijóo no sólo no reconoce los buenos datos de empleo sino que cuestiona incluso las estadísticas oficiales a pesar de que el procedimiento es el mismo que se utilizaba en la época del PP y de que los datos los recopilan las comunidades autónomas, también las de su partido. En sus declaraciones sólo destaca que España es uno de los países con más paro de Europa, ocultando deliberadamente que ya lo era con su partido y que las cifras hoy están muy por debajo de las de Mariano Rajoy.

Lo mismo sucede con los datos de crecimiento (repite que España está en crisis y que la economía no crece, cuando todos los organismos internacionales dicen lo contrario y constatan que las previsiones para los próximos meses están entre las mejores de Europa). O con los de inflación, ignorando aposta que el alza de precios es mucho menor en España que en los países de nuestro entorno y que la causa es una guerra que no es responsabilidad del Gobierno. 

¿Y qué pasa con la promesa de dar “participación real” a los ciudadanos en las decisiones que les afectan, según sus propias palabras? En la práctica, lo que propone Feijóo es justo lo contrario: su apuesta es por condicionar la acción del Gobierno y del Congreso, los dos poderes que nacen de las urnas, a los criterios que establezcan instituciones más o menos desvinculadas de la voluntad de los ciudadanos. 

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En coherencia con el concepto que tiene de la política como “gestión”, como mera administración de lo público —a menudo sostiene que gobernar consiste en ajustar gastos e ingresos—, Feijóo defiende el sometimiento del Gobierno a lo que aconsejen instituciones como el Banco de España, la Airef, el Consejo de Estado o un Consejo General del Poder Judicial cuya elección quiere desvincular de la participación del Congreso y el Senado. 

Eso sí, como demostró en Galicia —y aún hace su sucesor—, su idea de la independencia de organismos muy sensibles como los medios públicos sigue siendo el sometimiento de los profesionales de la información a los intereses del Partido Popular.

¿Queda al menos espacio para la “unidad”? La experiencia del último año dice que no. Feijóo siguió al pie de la letra la estrategia de Casado de tratar de desacreditar a España en la Unión Europea cuestionando el cumplimiento del Estado de derecho, las fiabilidad de las estadísticas o el uso que se está haciendo de los fondos europeos en busca de una amonestación de Bruselas que nunca ha llegado. Al contrario, desde la Comision Europea han sido reiterados los elogios al rigor en la actuación de la administración española.

Alberto Núñez Feijóo ya está en modo presidencial. El adelanto electoral le ha obligado a acelerar su principal objetivo de aquí al 23 de julio: ganarse la confianza de la mayor parte del espacio político que va del centro a la extrema derecha.

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