Los partidos —incluso el PSOE, al menos en privado— no se creen las proyecciones de voto del CIS, pero todos miran de reojo sus conclusiones. Especialmente la letra pequeña, desde el porcentaje de participación al volumen de electores que permanecen indecisos. Votamos en doce días —la campaña comienza oficialmente el viernes— y todo el mundo se prepara para tratar de desmentir a las encuestas gastando los últimos cartuchos.
El único debate entre los aspirantes a la Presidencia antes de acudir a las urnas tendrá lugar este próximo lunes con la participación de los cinco aspirantes con más posibilidades de condicionar la formación de gobierno: Pedro Sánchez (PSOE), Pablo Casado (PP), Albert Rivera (Cs), Pablo Iglesias (UP) y Santiago Abascal (Vox).
Todos los partidos son muy conscientes de que una tercera parte de los españoles que van a ir a votar aún no han decidido su papeleta y eso otorga una importancia capital al principal evento televisivo de la campaña. Hay muchos electores que no deciden su voto hasta la última semana y una parte significativa no lo hará hasta el mismo día de la votación. La experiencia del 28 de abril y los datos de la encuesta del CIS prueban que el debate y la última semana electoral fueron especialmente importantes para los partidos más pequeños, como Ciudadanos y Unidas Podemos. Y todo apunta que también puede serlo para Vox, cuyo líder se estrena, para bien o para mal, en un debate en televisión.
En el PSOE la consigna sigue siendo mantener la calma. No dieron muestras de nerviosismo cuando el conjunto de las encuestas constató una tendencia al estancamiento, e incluso a la baja, mientras el PP recortaba distancias, pero tampoco ahora han recibido con euforia el estudio del CIS, que apunta a un gran resultado el 10N. Los socialistas identificaron en agosto las cartas con las que tendrían que participar en esta campaña y se disponen a jugar la partida hasa el final sin modificar el guión establecido.
Y eso incluye un discurso de firmeza política con Cataluña, tratando de controlar la situación en la calle sin tomar ninguna de las medidas extraordinarias que reclaman todos los días PP, Cs y Vox, y una apelación constante a la necesidad de reunir una mayoría parlamentaria suficiente para garantizar la formación de un Gobierno fuerte y poner fin al bloqueo político de los últimos años.
La gestión de la situación en Cataluña sigue siendo una incertidumbre. El Gobierno está convencido de que su política dará frutos porque cree estar mostrando una imagen de fortaleza y opina que los electores sabrán ver que el problema no se va a resolver con una nueva aplicación del 155. El independentismo se esfuerza estos días por mantener la presión con una combinación de presencia en la calle y el impulso de iniciativas políticas que coquetean con la idea de desbordar, de nuevo, la legalidad constitucional y estatutaria. La violencia callejera, la incapacidad de dar una respuesta unitaria a la sentencia del procés y la frustración generada por el callejón sin salida en el que se ha metido la política catalana no parecen haber hecho mella alguna en las expectativas electorales de Junts, Esquerra y la CUP que, por primera vez, se asoman al sueño de sumar más escaños en unas generales que los partidos no independentistas.
Algunos analistas sostienen que, aunque sigue lejos de las cifras del 28 de abril, la recuperación de los niveles de participación detectada en las últimas semanas tiene que ver con Cataluña y con un refuerzo de los partidos que defienden la mano dura con el independentismo. De ser así, nadie es capaz de predecir hasta dónde podría llegar ese efecto si, como sostienen algunos, los sectores más radicales del soberanismo catalán planean un recrudecimiento de la presión en la calle que podría extenderse incluso al día de reflexión y a la jornada de votación, un escenario que fuentes del Gobierno consultadas por infoLibre no descartan en absoluto.
El presidente en funciones, Pedro Sánchez, ya lo advirtió este martes en Palencia: se dispone a insistir de aquí al 10N en dos ideas básicas. La primera, que el PSOE es el único partido que puede gobernar. La segunda, que necesita apoyo suficiente para formar un Gobierno fuerte.
Entretanto, Pablo Iglesias, el líder de Unidas Podemos, asegura cada día que sólo un buen resultado de su coalición podrá impedir un acuerdo del PSOE con el PP, una gran coalición que da por segura. “Hay un plan, y es sacar a Unidas Podemos de cualquier ecuación de Gobierno y llegar a un acuerdo con el PP”, repitió este martes.
Coalición de Gobierno
La formación morada se esfuerza cada día en tratar de superar el debate territorial en el que se ha instalado la campaña y resituar la discusión en el eje izquierda-derecha al hilo de las medidas sociales pendientes y de la desaceleración económica que viene. Un marco de debate mucho más favorable a sus tesis con el que quiere seguir defendiendo una coalición de Gobierno con el PSOE como única salida después del 10N.
En UP saben que su líder sacó petróleo de los debates de precedieron las elecciones de abril y esperan mejorar sus expectativas gracias al previsto para el próximo lunes. Lo mismo que Albert Rivera, el presidente de Ciudadanos, que desde que se disolvieron las Cortes trabaja para tratar de dar la vuelta a unas encuestas que aparentemente conducen a su formación a un gran desastre electoral. Alguna de ellas le adjudica menos escaños incluso que a Esquerra Republicana.
Cs ha jugado a fondo la baza catalana, convencidos de que será un factor esencial para el reparto interno del voto en el espacio de la derecha, y Rivera salpica cada intervención de referencias a Quim Torra o a los cortes de carreteras. De momento, a juzgar por las encuestas, sin demasiado éxito.
Mención aparte merece el Partido Popular del nuevo Pablo Casado. Su apuesta por la moderación en las formas y en algunas de las propuestas se ha alimentado de la pérdida de fuelle de Ciudadanos. El líder conservador, sin descuidar el discurso sobre Cataluña, se está centrando en recuperar la supuesta imagen de buen gestor de su partido para retratar a Sánchez como el responsable del bloqueo que vive España. Los españoles no quieren “más parálisis” ni “otra crisis económica" y tampoco apoyan el "apaciguamiento en Cataluña” sino que quieren un “gobierno de verdad" y que “vuelva el PP” para “cerrar una etapa nefasta de Gobierno del PSOE”, resumió este martes en un almuerzo con interventores y apoderados del PP en Puente Tocinos (Murcia).
Mientras tanto, Vox sigue ganando terreno en las encuestas, aparentemente inmune a los escándalos protagonizados por dos de sus dirigentes clave, Rocío Monasterio e Iván Espinosa de los Monteros, o por su máximo representante en Andalucía, el juez Francisco Serrano (ver aquí). En parte, según algunos analistas, gracias a una supuesta desmovilización de la izquierda y en parte también al retroceso de Unidas Podemos y Ciudadanos, que pone más a tiro de la ultraderecha la posibilidad de ser tercera fuerza política. Que la agenda pública haya estado centrada en Cataluña y en la exhumación de Franco favorece los intereses electorales de la extrema derecha.
La expectativa de todos los partidos con los debates y con lo que suceda en Cataluña esta semana se multiplica en el caso de Vox. El desempeño de su candidato, Santiago Abascal, en el cara a cara con Sánchez, Casado, Iglesias y Rivera será determinante en la recta final de la campaña.
Por el mismo motivo, pero a la inversa, las expectativas de Más País siguen a la baja. Sin posibilidad de asomar en los debates —la Junta Electoral no permite participar a una formación recién creada—, Íñigo Errejón está teniendo dificultades —igual que Iglesias— para romper el tema central de la campaña —el conflicto catalán— y resituarlo en el eje izquierda-derecha.
Los partidos —incluso el PSOE, al menos en privado— no se creen las proyecciones de voto del CIS, pero todos miran de reojo sus conclusiones. Especialmente la letra pequeña, desde el porcentaje de participación al volumen de electores que permanecen indecisos. Votamos en doce días —la campaña comienza oficialmente el viernes— y todo el mundo se prepara para tratar de desmentir a las encuestas gastando los últimos cartuchos.