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Por qué la ironía de Sánchez es más eficaz como discurso que el “tono duro” de Feijóo

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“El humor es, sencillamente, una posición ante la vida. Porque cuando no gemimos ni nos encolerizamos ante lo que nos disgusta, no queda más que una actitud: la burla”. Estas palabras de Wenceslao Fernández Flórez, cuando ingresó en la Real Academia Española, reflejan cómo el sentido humor es, en muchas ocasiones, una estrategia más poderosa que el enfado. También, en comunicación política.

Esta semana, en la presentación del plan de regeneración, Pedro Sánchez no dudó en marcarse un monólogo en el Congreso de los Diputados para ironizar sobre la ruptura de los Gobiernos autonómicos entre Vox y el PP. “Tengo la sensación de que lo suyo no está claro. No se sabe si han roto para siempre, se están tomando un tiempo o empiezan una relación abierta a varias bandas”, exclamó soltando una carcajada. 

El momento no tardó en hacerse viral y contrastó con las palabras de Alberto Núñez Feijóo. El estilo bronco que empleó quedó plasmado en una instantánea del fotógrafo parlamentario Edu Nividhia. La imagen mostraba sus papeles, en los que podía leerse que tenía que emplear un “tono duro” en el inicio de su réplica a Sánchez. Un tono que en tiempos de ruido, discursos incendiarios y crispación cada vez tienen menos efecto en un electorado que está anestesiado ante la constante alerta de que todo es demasiado grave.

Las ventajas del humor en política

Christian Salmon, el intelectual francés que popularizó el concepto de storytelling,  habla en su último libro sobre “la tiranía de los bufones” para referirse a los políticos populistas que se dejan llevar por la desmesura como Trump, Milei o Bolsonaro. Hay estudios que demuestran que el sentido del humor puede tener un impacto positivo en la imagen pública y popularidad de los líderes, para quien sabe emplearlo con inteligencia y en una dosis adecuada. Como en todo, es fundamental el contexto en el que se utiliza.

Según el estudio de la profesora de Lingüística en la Universidad polaca de Katowice, Magdalena Bartłomiejczyk, “en el discurso político, el humor puede servir para atraer partidarios porque impulsa la imagen positiva del orador y es eficaz para defenderse de un ataque porque ridiculiza a los oponentes políticos y sus ideas”. 

En España, por ejemplo, quienes lo utilizan de manera efectiva en la dialéctica parlamentaria suelen ser percibidos como más competentes y agradables. Es el caso, por ejemplo, de Aitor Esteban, portavoz del PNV en el Congreso, Gabriel Rufián de Esquerra Republicana o del propio expresidente Mariano Rajoy. 

A pesar de los escándalos de corrupción que asolaron al Partido Popular en la última etapa de su mandato, como la sentencia del caso Gürtel que le sacó de Moncloa, Rajoy ha pasado a la historia como un político simpático y afable. Intencionadamente o no, sus ocurrencias, sus lapsus y su personalidad gallega generaban en el público un sentimiento de ternura, en comparación con sus sucesores Pablo Casado o el propio Feijóo. Y lo más importante, lo convertían rápidamente en meme. 

“Antes los políticos sólo se dedicaban a gestionar, es decir, eran meramente políticos. Ahora son storytellers y una de las herramientas que utilizan es el sentido del humor. Porque a través del humor es mucho más fácil crear relatos”, explica Pere Aznar, guionista de la tertulia de cómicos del programa A vivir de la Cadena Ser. “Es verdad que antes teníamos que buscarles nosotros el lado cómico y ahora ya vienen con él de serie... Y eso, nos complica la vida a lo que nos dedicamos a la comedia”. 

La espectacularización de la política

El uso del humor en el discurso no puede entenderse por sí mismo si no es dentro de una tendencia más amplia que lleva años consolidándose, la conocida como espectacularización de la política. Estos días, muchos usuarios en redes sociales comentaban que el atentado a Donald Trump y las fotografías icónicas que generó podrían haber formado parte perfectamente la secuencia de una serie o de una película de ficción.  

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Los ciudadanos ya no sólo esperamos que los candidatos a los que votamos en las urnas nos gobiernen sino que también queremos que nos entretengan, nos diviertan y, de alguna manera, nos hagan reír. Que se tiren por una tirolina como Boris Johnson, que toquen el saxofón en un late night como Bill Clinton, que vayan al pódcast de moda como Pedro Sánchez o que tengan su propio reality documental como Barack Obama.

Y, aunque este es un fenómeno que, según la catedrática en Lengua Española, Marina Fernández Lagunilla, empezó a desarrollarse a finales del siglo XX, en los últimos tiempos se ha acrecentado. “La política en parte fue arrastrada y en parte se dejó llevar por los medios de comunicación hacia la espectacularización de su esencia”, decía en 2012 Wolfgang Donsbach, expresidente de la Asociación Mundial para el estudio de la Opinión Pública (WAPOR). 

La utilización del humor, y la búsqueda del meme o del vídeo viral, es cada vez más habitual entre algunos políticos y relaja el ambiente irrespirable en el que nos encontramos. Un humor que en nuestro país es menos habitual en los partidos de la oposición, especialmente en Vox, cuyo tono suele ser faltón y agresivo. Amós Oz, escritor y periodista israelí, candidato varias veces al Nobel de Literatura, lo explicaba así hace unos años: “Jamás he visto en mi vida un fanático con sentido del humor. Ni he visto que una persona con sentido del humor se convirtiera en fanático”.

“El humor es, sencillamente, una posición ante la vida. Porque cuando no gemimos ni nos encolerizamos ante lo que nos disgusta, no queda más que una actitud: la burla”. Estas palabras de Wenceslao Fernández Flórez, cuando ingresó en la Real Academia Española, reflejan cómo el sentido humor es, en muchas ocasiones, una estrategia más poderosa que el enfado. También, en comunicación política.

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