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El mapa a costurones del PP valenciano

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Sergi Tarín | Valencia

Hubo un tiempo en que se podía viajar de punta a punta del País Valenciano sin abandonar el azul del Partido Popular sobre el mapa. Fueron 20 años, de 1995 a 2015, de intenso lifting económico. El territorio se vació por dentro y se abultó por la costa. El dios era el ladrillo y su altar el andamio. En su nombre se celebraron carísimas carreras de coches y barcos y se edificaron aeropuertos sin uso con la creencia de que un día llegarían los aviones. Tierra, mar y aire, valenciano se convirtió en sinónimo de sofisticado, ufano y codiciable. Pero tras el humo de la traca solo quedaron los luminosos de la verdad, que como dice Joan Manuel Serrat, “nunca es triste”, “lo que tiene ese remedio”. Eran los neones de Gürtel, Brugal, Nóos o Valmor, destellos del valencian way of life o la más perfeccionada máquina de la corrupción. Quedó al descubierto que la locomotora valenciana corría más porque el combustible estaba trucado y que el milagro económico consistía en pintarle unos ceros a los documentos oficiales.

Y así dos gobiernos casi al completo pasaron por el banquillo de los acusados, incluido su presidente, Francisco Camps. Y tres altos cargos, de momento, ya están en prisión: Rafael Blasco, Carlos Fabra y Pedro Hernández Mateo. La altura artificial alcanzada generó una increíble velocidad de caída. Es como esos sueños en los que uno se siente devorado hacia el precipicio y despierta de golpe, empapado por un miedo indefinible. Ese vértigo, en Valencia, supuso un cambio de régimen. En una sola noche, la del pasado 25 de mayo, el PP perdió 20 años de poder. De aquella cartografía netamente azul solo quedan las diputaciones de Alicante y Castellón. Y Orihuela y Benidorm como únicos ayuntamientos con más de 50.000 habitantes.

Mientras tanto, los principales referentes ya han iniciado la retirada. Alberto Fabra y Rita Barberá recibieron esta semana su acta para el Senado, institución donde los políticos digieren su Waterloo en la urnas. Fabra, además, anunció este sábado, por sorpresa, que durante la próxima semana dimitirá como presidente regional, cargo desde donde pretendía tutelar la transición regional hasta el congreso de 2016. Un reclutamiento de estricta observancia interna para recomponer filas con la misión inminente de las elecciones generales de fin de año. Pero, ¿quién queda? ¿quiénes son los líderes del PP valenciano? Sin sastre que borde los trajes a medida, el mapa de la derecha valenciana aparece zurcido de costurones.

Valencia. A las órdenes de la “dama de hierro”

En el Partido Popular todos dan por hecho que Isabel Bonig, secretaria general de la formación regional, sustituirá en los próximos días a Alberto Fabra. Su nombre ya sonó para encabezar las lista a la Generalitat en sustitución de un Fabra a quien jamás se le consideró un paladín con demasiados bríos. En cambio, Bonig es impetuosa, lenguaraz y “muy de derechas”, tal y como a ella misma le gusta definirse. Se la conoce como la Tatcher o “la dama de hierro” valenciana. Aunque su familia es de fuertes convicciones socialistas, Bonig militó desde joven en Nuevas Generaciones. Y en 2007 consiguió la mayoría absoluta en su localidad, la Vall d'Uixó (32.000 habitantes). Un mayoría que repitió en 2011 e, inmediatamente, fue nombrada consejera de Infraestructuras.

A Bonig le han encargado levantar la moral de un tropa en descomposición, aunque como manda la inmediata historia del PP aborigen, tampoco se libra de la sombra de las presuntas corruptelas. Se trata de Vaersa, empresa pública vinculada al medio ambiente y que también sufrió las mordidas de la Gürtel en forma de contrataciones a Orange Market. Pero el lastre más pesado los representan los ex directores Enrique Simó y Fernando Espinosa, imputados por un supuesto delito de malversación tras la compra millonaria de todoterreno y asesorías externas fuera concurso. Sin embargo, ambos cuentan con “el apoyo y la confianza” de Bonig.

Otra candidata al PP valenciano, aunque con menos apoyos, es María José Catalá, ex consejera de Educación y ex portavoz del Consell. Es la principal apuesta de un Fabra con poco margen de maniobra en Génova, donde opositores como Rita Barberá o José Ciscar cuentan con mayor influencia. Otros rostros visibles son los de Vicente Betoret en substitución de Alfonso Rus al frente del PP provincial después que éste fuera suspendido de militancia por el escándalo del caso Diputación. O Juan Carlos Moragues, ex consejero de Hacienda, quien suplió a Serafín Castellano como Delegado del Gobierno cuando éste quedó también sin carnet por, presuntamente, beneficiar a una empresa amiga cuando era titular de Gobernación. Finalmente, en la ciudad de Valencia, no existe cabeza visible, ya que Rita Barberá ha dirigido el PP municipal con tal personalismo durante 24 años que no ha dejado ni un solo hueco para herederos.

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En la provincia de Alicante el referente de circunstancias es César Sánchez, alcalde de Calp (23.000 habitantes), presidente de la diputación y delfín de José Ciscar, ex vicepresidente del Consell. Precisamente era Ciscar quien optaba a ser presidente del ente provincial, pero fue vetado por Ciudadanos tras exigir una “renovación política”. Entre las bambalinas está la enemistad personal entre Ciscar y Edmigio Tormo, diputado provincial de Ciudadanos. Tormo fue en su día concejal del PP en Elche y persona de confianza de José Joaquín Ripoll, ex líder zaplanista e imputado en Brugal, con quien Ciscar mantuvo un dura batalla por el poder territorial. La exigencia de Ciudadanos obligó a renunciar a Císcar, para quien “el partido está por encima de las personas”. Sánchez, propuesta de consenso, ha sido diputado autonómico durante dos legislaturas y forma parte del sector cristiano en su día capitaneado por Juan Cotino.

Castellón. Desmontando a Carlos Fabra

Es el territorio donde el dominio del PP es más claro. La diputación sigue gobernada por Javier Moliner, heredero en su día de Carlos Fabra y reconvertido en enemigo público tras la caída del viejo jerarca. De hecho Fabra presumía públicamente de no conocerle y de haberle retirado el saludo. Moliner, de perfil suave y moderado, se ha dedicado a desgajar la red clientelar de su predecesor, que llegaba hasta la cúpula de la diputación. Solo recientemente Moliner consiguió deshacerse de Francisco Martínez, mano derecha de Fabra e imputado por un asunto turbio en un recalificación de terrenos para la construcción de un depuradora en Borriol. Y también ha sido rocambolesco el episodio de la caída de Esther Pallardó, novia de Carlos Fabra y ex vicepresidenta de la diputación, quien intentó limar el poder de Moliner creando perfiles falsos en facebook para desacreditar su labor política y fomentar una corriente contestataria. Por todo ello acabó expulsada. Ahora se dedica a diseñar camisetas con ilustraciones del Juan Ripollés, autor de la escultura de Fabra por 300.000€ en el polémico aeropuerto de Castellón. Pura chanza y surrealismo. Quizá por eso todas la prendas de Pallardó llevan impresos mensajes “sobre la felicidad y el buen rollo”.

Hubo un tiempo en que se podía viajar de punta a punta del País Valenciano sin abandonar el azul del Partido Popular sobre el mapa. Fueron 20 años, de 1995 a 2015, de intenso lifting económico. El territorio se vació por dentro y se abultó por la costa. El dios era el ladrillo y su altar el andamio. En su nombre se celebraron carísimas carreras de coches y barcos y se edificaron aeropuertos sin uso con la creencia de que un día llegarían los aviones. Tierra, mar y aire, valenciano se convirtió en sinónimo de sofisticado, ufano y codiciable. Pero tras el humo de la traca solo quedaron los luminosos de la verdad, que como dice Joan Manuel Serrat, “nunca es triste”, “lo que tiene ese remedio”. Eran los neones de Gürtel, Brugal, Nóos o Valmor, destellos del valencian way of life o la más perfeccionada máquina de la corrupción. Quedó al descubierto que la locomotora valenciana corría más porque el combustible estaba trucado y que el milagro económico consistía en pintarle unos ceros a los documentos oficiales.

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