“¿Merece la pena tener estas condiciones laborales y este sueldo si las personas a las que quiero están lejos?”, reflexiona desde su casa en Stuttgart (Alemania) Ángela Esteban, una ingeniera de telecomunicaciones de 30 años que puso rumbo al país centroeuropeo buscando aunar su sueño de infancia “de conocer otras culturas e idiomas”, con el de prosperar profesionalmente e independizarse. Se marchó de Erasmus en su último año de carrera “para no volver”, dice, dispuesta a encontrar un empleo que, a pesar de la distancia con los suyos y la nostalgia, la ata felizmente al país que la acoge desde hace cuatro años y del que todavía no se plantea regresar.
Consultora SAP en una pequeña empresa de 50 trabajadores, Ángela reconoce que la crisis y la precariedad también computaron en su drástica decisión. A pesar de pertenecer a una rama profesional que apenas se ha resentido con las desbordantes cifras de paro que registra España, esta ingeniera de telecomunicaciones asegura que la situación económica también condicionó su marcha: “Se juntaron mis inquietudes personales con el contexto que atravesaba España. Por muchas facilidades que tuviera de encontrar un empleo, sabía que nunca reuniría las condiciones que me ofrecían Alemania u otros países. Si la cosas hubiesen estado de otra forma, me habría vuelto después de la Erasmus”. Ángela se refiere a la depreciación de un mercado laboral que, considera, no se ha frenado en los últimos años: “Si quisiera volver no podría, porque no tendría los mismo derechos que he adquirido aquí como trabajadora”.
No duda en afirmar que ha sido afortunada, porque la empresa para la que trabaja le ha tratado muy bien desde el primer día y le ha proporcionado una estabilidad inusitada en su país natal. “Lo primero que hizo mi empresa fue invertir en mi formación. Si hoy hablo bien su idioma es porque ellos me pagaron cursos. Y siempre que he mostrado interés por algo, se lo he dicho y me han financiado los cursos sin restarme ni una hora de trabajo”. Sin embargo, cuatro años en el país germano le han servido para observar otras experiencias que desmitifican el “sueño alemán” que ha atraído a cientos de españoles en los últimos años. “Es cierto que encontrar unas condiciones así en España es más difícil, pero al final, aquí también hay empresas que tampoco se preocupan por sus trabajadores. Yo conozco gente que no ha tenido tanta suerte como yo”, advierte.
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Ángela es aventurera porque se marchó empujada por sus inquietudes personales, pero asegura, es también “emigrante” porque, “si quisiera volver no podría”. Sabe que, no sólo tendría que aceptar una reducción notable de su salario, sino que se vería obligada a renunciar a unas condiciones laborales difícilmente igualables en su país natal. “En España está ocurriendo que, los que todavía tienen la suerte de tener trabajo, se encuentran en una situación de ansiedad. Hay mucha presión sobre el trabajador, no se le cuida. Si tiene que estar 12 horas trabajando, al empresario le da igual, y si no, te despide y contrata a otro. Es una cuestión de salud”, asevera. Esta ingeniera de telecomunicaciones describe un escenario de estrés laboral que se ha visto socavado y al que asegura, no está dispuesta a someterse. “Yo no podría aceptar algo así”, sentencia.
Residente en uno de los países que se ha configurado como destino preferente entre los expatriados [ver PDF], ha visto cómo los asientos de trenes y autobuses se llenaban de voces españolas en los últimos años. “En el año de la beca Erasmus hablábamos en español tranquilamente pensando que nadie nos entendía. Ahora eso ya no se puede hacer, porque somos muchos y te entienden por todas partes”, explica. Protagonista y espectadora del fenómeno migratorio de la crisis económica que ha multiplicado el éxodo de españoles, Ángela recomienda una serie de pautas para quienes hayan tomado la difícil decisión de marcharse al país centroeuropeo. “Lo primero es que aprendan algo de alemán antes de venir. Lo segundo es que se muestren flexibles en la elección de un destino concreto y lo adapten al tipo de profesión que tengan. Berlín no es la mejor opción porque todo el mundo quiere ir ahí. Y tercero, esforzase mucho, porque aunque hay más empleo, no es tan fácil encontrar uno”.
Adaptada plenamente a una sociedad en la que, asegura, se siente muy integrada desde el primer día, a Ángela, como a cualquier otro emigrante, le sigue pesando la distancia con su familia. “Mis padres están envejeciendo y yo no puedo estar con ellos”, se lamenta. Una realidad que ve enfrentada con la tranquilidad y estabilidad laboral que Alemania le ha ofrecido y que todavía, después de cuatro años, la sorprende preguntándose: “¿Esto se paga con dinero?, ¿Merece la pena por todo lo que echo de menos cada día?
“¿Merece la pena tener estas condiciones laborales y este sueldo si las personas a las que quiero están lejos?”, reflexiona desde su casa en Stuttgart (Alemania) Ángela Esteban, una ingeniera de telecomunicaciones de 30 años que puso rumbo al país centroeuropeo buscando aunar su sueño de infancia “de conocer otras culturas e idiomas”, con el de prosperar profesionalmente e independizarse. Se marchó de Erasmus en su último año de carrera “para no volver”, dice, dispuesta a encontrar un empleo que, a pesar de la distancia con los suyos y la nostalgia, la ata felizmente al país que la acoge desde hace cuatro años y del que todavía no se plantea regresar.