Todos dicen "salir a ganar" y todos recelan a la hora de hablar de pactos. Y, sin embargo, eso, los pactos, van a ser la palabra comodín que atravesará la política española a partir de ahora. Sin género de duda, si se cumple el pronóstico de todas las encuestas. Las mayorías absolutas –hasta nueve colecciona el PP en las comunidades autónomas, de las 11 en sus manos– tienen pinta de pasar a mejor vida. Se impone un escenario que no es totalmente extraño en España, porque pactos de gobierno los hay y los ha habido, pero que sí la aproximan al entorno europeo. Se camina hacia parlamentos más fragmentados, con fuerzas bastante igualadas y en las que serán necesarias muchas dosis de acuerdo (y horas de negociación) para garantizar la estabilidad.
Porque "no va a quedar más remedio", adelanta Pablo Simón, profesor de Ciencia Política de la Universidad Carlos III de Madrid (UC3M) y editor del colectivo Politikon. No va a haber otra, y eso exigirá un cierto training para todos los partidos, especialmente para los emergentes (Podemos y Ciudadanos), que previsiblemente debutarán con mucha fuerza en las autonómicas y municipales del 24 de mayo, tras las europeas del año pasado y las andaluzas del 22 de marzo. Todos estarán obligados a tomar decisiones que les supongan el menor coste posible y sin perder de vista las siguientes convocatorias de este intensísimo año de urnas: las catalanas del 27 de septiembre –si se celebran– y, sobre todo, las generales del otoño.
Tener en cuenta el horizonte de todo el ciclo electoral es clave para entender las decisiones de todos los actores en juego. Y, como se atisba en los comportamientos de todos ellos, y vaticinan los expertos, el patio no va a estar completamente despejado hasta que se conozca quién será el próximo inquilino de la Moncloa, sea Mariano Rajoy (con pactos) u otro (con pactos también). Lo sintetiza Josep Maria Reniu, profesor titular de Ciencia Política de la Universitat de Barcelona (UB) y una de las mayores autoridades en España en el estudio de los gobiernos de coalición y los procesos electorales: "Los cálculos partidistas condicionarán toda la política española hasta las generales, para no brindar munición al adversario". Lo completa Julio Embid, politólogo y periodista y subdirector del Laboratorio de la Fundación Alternativas: "Con el empacho de elecciones que hay por delante, podemos encontrarnos con que hasta finales de año no haya pactos globales".
No se habla en campaña
Vaya por delante: como regla, los partidos no suelen hablar de alianzas en campaña. Completamente lógico, sentencian los analistas. "Lo que se ha venido estos días a denominar la cultura de pactos es algo que se construye políticamente. No es algo que venga dado y que los electores castiguen de forma natural", asegura Máriam Martínez-Bascuñán, politóloga de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM). Y sigue: "Que no exista una cultura de pactos hace que los ciudadanos de este país no asocien positivamente la lógica de gobiernos de coalición. Por tanto, si no se va a obtener un rédito electoral, no compensa sacarlo en campaña". Porque en las campañas se impone la norma de la estrategia, y no la de la "responsabilidad". Se trata de conseguir las mayores cuotas de poder, y las alianzas se establecen pensando en esos términos.
Además, el paisaje ha cambiado por completo respecto a otros comicios: por primera vez, rivalizan cuatro formaciones por la línea de cabeza –PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos–, lo que explica que la competición sea "tan salvaje", aprecia esta investigadora: las cuatro se ven como "partidos de gobierno", de ahí que se impongan estrategias de diferenciación de los otros para movilizar y captar cuantos más votos, mejor. "Ahí no cabe hablar de pactos".
Segunda premisa importante: España se dirige hacia una cultura de pactos generalizadacultura de pactos . Pero eso no quiere decir que hasta ahora no se hayan trabado alianzas. Y que hayan funcionado. Se han trenzado acuerdos en muchos municipios y en varias comunidades, como recalcan todos los expertos. No sólo los casos más vistosos del tripartito catalán (PSC, ERC y ICV-EUiA), entre2003 y 2010; o el bipartito gallego (PSdeG y BNG), entre 2005 y 2009, o el más reciente ejemplo del Ejecutivo de coalición de PSOE e IU en Andalucía (2012-2015).
Rajoy, en el Palacio de Festivales de Cantabria, este 16 de mayo en Santander | EFE
Hay bastantes más: los multipartitos que giraron en torno a los socialistas en dos legislaturas alternas en Baleares (1999-2003 y 2007-2011); el pacto del pollo entre el PP y Unió Valenciana en 1995-1999; las alianzas en Euskadi de PNV y PSE o de PNV-Eusko Alkartasuna-Ezker Batua o de PSE y PP; el entendimiento del PSOE con IU (y hasta UPyD) en Asturias, desde fuera y desde dentro del Gobierno; la abstención en la investidura y los acuerdos puntuales en Extremadura entre el PP e IU; o las sucesivas ententes entre UPN y Convergencia de Demócratas de Navarra (CDN) de Juan Cruz Alli. Por no hablar de los pactos del Partido Regionalista de Cantabria, del Partido Aragonés o de Coalición Canaria tanto con PSOE como con PP.
En la "coordinación" está la clave
"Los ámbitos autonómico y local son excelentes espacios donde comprobar la existencia y variedad de las dinámicas coalicionales –apuntala Reniu–. Hemos contado con gobiernos de coalición mayoritarios y minoritarios, también algunos de sobredimensionados (con más socios de los necesarios), gobiernos unipartidistas de minoría con apoyos parlamentarios externos y estables... Todo un universo de soluciones coalicionales perfectamente viables. En el ámbito estatal únicamente hemos contado con este último tipo [los Gobiernos en minoría con apoyos externos], en buena medida por la distorsión mayoritaria que implica un sistema electoral nominalmente proporcional que ha fabricado mayorías absolutas (o quasi absolutas) artificiales".
España sí es una "anomalía" en lo que se refiere a los gobiernos de coalición en el ámbito estatal, porque cuando no ha habido mayorías absolutas jamás se ha llegado a ellos. Tan sólo en una legislatura, la 1996-2000, la primera de José María Aznar, se concretaron de manera pública y por adelantado los acuerdos parlamentarios a los que el PP llegó con CiU, PNV y Coalición Canaria. El experto catalán recomienda reformar la Ley Electoral precisamente para que sea más proporcional, lo que "incentivaría" la formación de ejecutivos de más de un partido. La tónica habitual en Europa, donde suelen llegar a entendimientos las fuerzas más próximas ideológicamente.
Irene Delgado Sotillos, politóloga de la UNED, argumenta que el sistema político "ha tendido a evitar los problemas" de los primeros años de la Transición y "ha demandado la gobernabilidad por encima de todo, y a ello ayudaba el sistema de partidos". Pero que se hayan producido acuerdos en el ámbito autonómico y municipal explica que esta analista prefiera no hablar de "miedo" a las alianzas, sino de "menor experiencia" que la existente en otras partes de Europa.
Reniu, como Simón, Martínez-Bascuñán o Embid o Xavier Coller, catedrátido de Sociología y codirector del máster Sociedad, Administración y Política de la Universidad Pablo de Olavide (UPO) de Sevilla, defiende la nota positiva de las distintas alianzas de gobierno habidas en España desde la Transición. "No creo que se hiciera mal. Pactar implica que tienes que ceder y acordar, y esto desvirtúa el programa con el que te has presentado. Es inevitable. Por eso puede que nadie quiera reconocer que irá a un pacto tras las elecciones y que desvirtuará su programa", dice el profesor afincado en Sevilla. Aunque la hemeroteca parece no darles la razón. Simón reconoce la "mala prensa" que se ganó el tripartito, contaminado, aduce, por la cuestión identitaria y la tumultuosa tramitación del Estatut. "Pero al segundo tripartito [el presidido por José Montilla, entre 2006 y 2010] había pocos reproches que hacerle en términos de evalución de gestión. Pero CiU era el partido mayoritario, y machacó con que el Govern era inoperante".
Los gobiernos de coalición requieren de una "voz coral", agrega Simón, que no siempre es fácil conseguir, y una exquisita "coordinación", que se va aprendiendo sobre la marcha. Este investigador subraya que el bipartito PSOE-IU andaluz funcionó razonablemente bien hasta su ruptura, salvo episodios de crisis como el realojo de las familias de la corrala Utopía de Sevilla o el pretendido viaje al Sáhara del entonces vicepresidente, Diego Valderas. "Pero es que hay descoordinación a veces incluso con mayorías absolutas, y ahí está el ejemplo del Gobierno de Rajoy", remacha.
Coller ofrece un dato interesante, que procede de uno de sus estudios, y es que "más de la mitad de las leyes son aprobadas en las Cámaras autonómicas sin votos negativos". "¿No hay entonces ninguna cultura de pactos? Quizá no se visualiza o se desconoce...", responde.
No hay más inestabilidad
Que haya habido pactos no quiere decir que los ciudadanos los asocien con un valor positivo. "Ese trabajo no se ha hecho desde los partidos", remarca Martínez-Bascuñán. "En el imaginario colectivo parece existir la idea que sentarse, negociar, pactar... son sinónimos de debilidad política, de incapacidad para llevar adelante el proyecto político propio –complementa Reniu–. Así que todo lo que no sea un escenario mayoritario se critica y se condena inmediatamente como débil, inestable e indeseable. La realidad, no obstante, es lo contrario: pactar, negociar, ceder, acordar... son muestras de fortaleza política, de la búsqueda de escenarios con mayor legitimidad social y política, que habrán de redundar en gobiernos más responsables y que contaran con mayor fiscalización de su actividad, tanto por parte de sus socios como de la oposición y el conjunto de ciudadanos".
Otra premisa falsa: que los gobiernos de coalición son más inestables. Algo que dijo uno de los que serán seguros protagonistas en el diálogo tras el 24-M, Albert Rivera, presidente de Ciudadanos. La literatura académica, basada en numerosos ejemplos dentro y fuera de España, desmiente esa aserción. Lo resume Simón: los ejecutivos con una vida más larga son aquellos de coalición o de mayoría absoluta, y los gobiernos en minoría tienden a ser menos duraderos, o aquellos en coalición pero que no alcancen la mayoría absoluta. La diferencia entre los ejecutivos de más de un color y los de mayoría absoluta es que en los primeros "algunas políticas son más lentas de implementar, porque hay más actores con capacidad de veto, y porque la estructura administrativa suele ser más grande, además de la coordinación, más difícil". "Tanto a nivel local, como autonómico o incluso estatal tenemos valores de estabilidad y/o aprovechamiento de la legislatura equiparables –alega Reniu–. Existen sobrados datos sobre la solidez de la estabilidad de los gobiernos de coalición".
Albert Rivera, en el mitin central de Ciudadanos en Barcelona, este 16 de mayo | EFE
Cada partido tiene su propio pantano con los pactos. En principio, según Simón o Reniu, el PSOE y C's podrían pactar más fácilmente a ambos lados (entre ambos, o los socialistas con Podemos e IU, o C's también con el PP). José Luis Rodríguez Zapatero practicó, como recuerda Embid, la geometría variable, los acuerdos puntuales con distintas formaciones, lo que le ubicó en la "centralidad del tablero". Pero Felipe González "fue justo lo contrario, no pactaba con nadie". Ahora mismo, el PSOE en campaña está apelando al voto útil, para concentrar en torno a sí el sufragio de la izquierda, y también para alertar de que no se repita la situación de bloqueo en Andalucía. "Pero es el partido que más cómo está en relación con este asunto –razona Martínez-Bascuñán–. Podemos parece fagocitar votantes de IU más que del PSOE, y C's parece comerse más votos del PP que del PSOE. Y Susana Díaz plantea todo para que se vea que la pelota de la investidura está en el tejado del resto, no de ella misma, que si no hay Gobierno es porque el resto no quiere, no porque esté haciendo las cosas mal". El problema le vendría a Pedro Sánchez, en cualquier caso, si queda como tercera fuerza, en cuyo caso tendría que elegir.
Las dificultades del PP, la incógnita de los nuevos
El PP, por su parte, tendría como aliado de ámbito nacional, teóricamente, a Ciudadanos. Para Simón, la formación de Rajoy "ha crecido socializada en la idea de que el acuerdo es un desgobierno", "no tiene aprehendida esa cultura, pero hará de la necesidad virtud". Idea que suscribe Coller.
Reniu, sin embargo, cree que el PP "sería reacio inicialmente a formalizar acuerdos con Rivera, no así con pequeñas formaciones regionalistas de centroderecha", con las que ha tejido alianzas en el pasado, como el PAR en Aragón, o CC en Canarias. Ciudadanos, a fin de cuentas, es "la mayor amenaza para el PP", alega Martínez-Bascuñán. Sí es de esperar, prosigue el profesor catalán, acercamientos entre C's y el PSOE, ya que la mirada de Podemos "se sitúa en el final de año, en las legislativas". "Cabe pensar que los socialistas se abran algo más a acuerdos en el ámbito autonómico y local, sobre todo si quiere llegar a fin de año con mayores cuotas de poder político para intentar el asalto a la Moncloa". IU, mientras, teme ser fagocitada por el PSOE y por Podemos.
Eso, respecto a las fuerzas tradicionales. ¿Y Podemos y C's? La politóloga de la UAM recuerda que ambos se disputan el espacio del "cambio" y ambos se la juegan mucho en este año electoral. Embid hace una apuesta: ninguno querrá pactar por ahora para no mojarse. Vaticina que habrá un "bloqueo institucional hasta las generales". Cree que puede haber repetición de elecciones en algunas comunidades, ya que los reglamentos de los parlamentos regionales imponen que si a los dos meses (tres, en el caso de Navarra) de la primera votación de investidura no hay Gobierno, la Cámara se disolverá automáticamente. La excepción es Castilla-La Mancha, ya que si a los 60 días no hay Ejecutivo, sale proclamado el candidato de la lista más votada. Así que lo normal es que haya "pactos globales", dice Embid, tras las generales.
Pablo Iglesias, a su llegada al mitin de Podemos en Alicante, este 16 de mayo | EFE
¿Y en el caso de C's, que se alíe con izquierdas o derechas, no tiene coste? Simón cree que sí. Otros expertos lo matizan: todo dependerá del relato que los de Rivera sean capaces de construirrelato . Si el partido hace hincapié en la necesidad de "gobernabilidad" o se presenta como "adalid de la lucha contra la corrupción", conviene Reniu, entonces podrá justificar acuerdos alternativos. Martínez-Bascuñán aduce que C's puede jugar más el rol de "bisagra" porque se ha presentado como tal, y por tanto tiene más capacidad de "chantaje" hacia las otras fuerzas. Además, las incongruencias se producen incluso dentro de una misma formación –si no tiene el mismo discurso en todas partes–, y en ese caso sí suele haber penalización.
Actuar o no actuar, acordar con unos y no con otros... Todo tiene un coste. "Hagas lo que hagas, te cierras una puerta, y eso le pasa a todos los partidos", remata Simón.
¿Habrá ingobernabilidad?
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En los gobiernos de coalición, suele quedar algo malparado el partido más débil de la alianza. Pero tampoco es una regla de oro. Coller recuerda por ejemplo cómo, en Barcelona, Pasqual Maragall dirigió un Ayuntamiento con más socios y no fue castigado, y Reniu recalca que un Ejecutivo plural "bien formado", y sustentado en un acuerdo público, "tiende a generar mayor facilidad en la atribución de responsabilidades políticas por parte de los ciudadanos", aunque obviamente si hay un sólo partido en el Gabinete sea más fácil de evaluar su gestión. En esta ocasión, todo podría oler a nuevo, porque puede haber proximidad en escaños entre distintas formaciones, porque podrían hacer falta ententes a varias bandas...
Un escenario de ingobernabilidad tampoco es en principio un plato apetecible. "Yo creo que al final se impondrá la cordura –avanza Coller–. A ningún partido le interesa repetir elecciones porque implica reconocer la incapacidad de los políticos para llegar a acuerdos, y eso es la esencia de la política en las sociedades pluralistas". Para Reniu y Delgado, quienes pierden son los ciudadanos. "No nos merecemos, en ningún ámbito político-territorial –advierte el primero– enfrentarnos a esa situación, puesto que la solución es simple: sentarse, hablar y llegar a un acuerdo".
Por ahora imperará la cautela. Porque la vista seguirá puesta en las generales como la estación final. Pero los expertos calculan que la cultura de pactos se irá imponiendocultura de pactos, que las lógicas cambiarán tras las elecciones, sí o sí. No hay otra salida, ya que las urnas dibujarán, previsiblemente, un panorama más fragmentado y con fuerzas con un peso semejante. "Ahí sí que los partidos deberán pensar en sacar adelante a través de consensos todas las reformas que necesita este país –remarca Martínez-Bascuñán–. Entonces habrá ocasión para comprobar si están a la altura del momento y de la nueva situación que hemos elegido entre todos. Nuestro bipartidismo imperfecto tiene ante sí un desafío importante que se va confirmando". Que comenzó a asomar en Andalucía, que continuará el 24-M y que sólo encajará a finales de año.
Todos dicen "salir a ganar" y todos recelan a la hora de hablar de pactos. Y, sin embargo, eso, los pactos, van a ser la palabra comodín que atravesará la política española a partir de ahora. Sin género de duda, si se cumple el pronóstico de todas las encuestas. Las mayorías absolutas –hasta nueve colecciona el PP en las comunidades autónomas, de las 11 en sus manos– tienen pinta de pasar a mejor vida. Se impone un escenario que no es totalmente extraño en España, porque pactos de gobierno los hay y los ha habido, pero que sí la aproximan al entorno europeo. Se camina hacia parlamentos más fragmentados, con fuerzas bastante igualadas y en las que serán necesarias muchas dosis de acuerdo (y horas de negociación) para garantizar la estabilidad.