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Moratinos: “Los bancos prestan el dinero, pero también hacen las políticas”

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No acabar con el hambre se debe a “falta de voluntad política”. Es la idea que subyace durante toda la lectura de La lucha contra el hambre, el libro en el que el exministro de Asuntos Exteriores Miguel Ángel Moratinos explica sus experiencias en la lucha contra el hambre y ofrece sus propuestas. En esa línea, el exministro denuncia en esta conversación con infoLibre la inacción de las organizaciones internacionales, el excesivo poder de los bancos a la hora de elaborar políticas contra el hambre y la falta de iniciativa de los gobiernos de los países con estos problemas, siempre con la idea de que acabar con los problemas alimentarios no es una utopía, sino una posibilidad factible.

PREGUNTA: En el libro usted asegura que si el hambre no se ha erradicado es porque “la ciencia y la técnica no dan respuesta a la falta de voluntad política”. ¿Cuáles son los principales obstáculos que condicionan esta falta de voluntad?

RESPUESTA: Mi pequeña pero intensa experiencia en relación con las cuestiones de seguridad alimentaria y lucha contra el hambre me ha hecho llegar a una conclusión y es que, precisamente, viniendo desde el campo de la política y siendo en parte responsable de que no se alcanzase una solución a este gravísimo problema, detecté que el problema es político. Y lo es porque, aunque quizá no de forma voluntaria, los dirigentes políticos no colocan este objetivo [luchar contra el hambre] como prioritario, sino que lo tratan como un tema de solidaridad o compasión pero no como algo que pueda afectar a los intereses vitales tanto nacionales como internacionales.

Mi conclusión es que sí afecta [a estos intereses], y por eso soy optimista, porque creo que antes o después estos dirigentes políticos, cuando siga habiendo revueltas a causa del hambre o se rebele todo el continente africano ante las injusticias de ese mundo dividido, enriquecido al norte y empobrecido al sur, tomarán las medidas políticas necesarias para erradicar el hambre. Es un problema político: hoy en día tenemos todos los medios para llevar a cabo un desarrollo vehicular sostenible que garantice el suministro de las 7.000 millones de personas en el mundo.

P: ¿Esta falta de voluntad se debe a presiones o intereses de empresas?

R: Yo creo que hoy en día, incluso las grandes multinacionales (Monsanto, Nestlé, Unilever...), a las que se critica de forma general por parte de la sociedad civil, las ONG más comprometidas en la lucha contra el hambre…, estarían dispuestas a colaborar, a trabajar y llevar a cabo acciones que pudiesen poner fin al hambre. Pero no ha habido un diálogo, no se les ha convocado a una mesa de diálogo seria donde los distintos actores que participan en la cadena de producción, distribución y consumo puedan fijar cuáles son los verdaderos problemas y obstáculos ante los que se encuentran para garantizar esa mayor seguridad alimentaria y esa reducción del hambre. Es verdad que [las grandes empresas] en algunos momentos han llevado a cabo políticas erróneas, como también las ha llevado a cabo el Banco Mundial, que es quien hace más política agrícola.

P: ¿Ha dicho que el Banco Mundial es quien más se ocupa de la política alimentaria?

R: Es una de las críticas que hago en mi libro. La FAO, que es el organismo representativo y por tanto el garante del derecho universal a la alimentación, es quien debería indicar y orientar las políticas agrícolas. Y sin embargo, constatamos que es el Banco Mundial quien va a negociar las políticas de desarrollo agrícola o las inversiones en el sector de la agricultura. El Banco Mundial tiene muchos más fondos que la FAO, y sin embargo es la FAO quien tendría que pedir al Banco Mundial que financiase sus programas. Pero lo hemos invertido: son los bancos los que prestan el dinero pero también hacen las políticas, y claro, cuando hacen las políticas los bancos…

Es verdad que ahora la actitud del Banco Mundial es mucho más abierta, respetuosa y consensuada, pero antes a muchos países se les dijo por ejemplo “tú a producir arroz”, y por eso los haitianos comen ahora arroz cuando no es un producto originario de Haiti. Todas esas son medidas impuestas por organizaciones internacionales y no ha habido políticas para marcar la dirección de todas esas orientaciones.

P: Entonces se han seguido políticas con criterios más económicos que humanitarios…

R: Pues sí, y además cortoplacistas, porque luego fracasaban y había que cambiarlas. A esto se le suma una falta de inversión por parte de los países en los presupuestos nacionales, y además en la cooperación y ayuda oficial al desarrollo ha habido una reducción de la ayuda y las inversiones en el sector agrícola, creyendo que el comercio podría resolverlo todo. Pero desgraciadamente, viene una crisis, no se vende, los precios suben y no hay capacidad de responder a las necesidades alimentarias de la población.

P: ¿Son realmente eficaces las agencias y organismos que existen para luchar contra el hambre?

R: Hay muchos niveles para medir la eficacia. Yo creo que, si somos objetivos, la FAO no está cumpliendo su misión, y lo digo con mucha tristeza porque creo que es la organización que está mandatada y tiene la legitimidad para ejercer ese liderazgo. Pero no lo hace: se ha limitado una labor normativa que es muy positiva, pero no ayuda a los Estados miembros a llevar a cabo políticas integrales de desarrollo agrícola. Luego existen otras dos agencias principales: el Programa Mundial de Alimento, que sí es eficaz, y el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), que sirve como banco de inversión y funciona relativamente bien. Pero son eficaces porque fracasa la FAO.

No necesitaríamos tantos programas de urgencia si la FAO fuese eficaz. Todo esto está sin integrar plenamente, por eso se creó el High-level Panel, donde hay 22 agencias y organismos internacionales. Pero nos perdemos en el bosque de acrónimos: no se sabe quién hace qué.

P: Más allá de la necesidad humanitaria, en el libro usted comenta que a Occidente le interesa acabar con el hambre ¿Cuáles son estos intereses?

R: Occidente necesita en este nuevo mundo nuevos interruptores, nuevos mercados, nuevos escenarios donde se pueda invertir y desarrollar sus economías. Si existen sociedades en vías de desarrollo o totalmente empobrecidas, Occidente no puede seguir manteniendo su estabilidad. Es verdad que puede exportar mejor algunos sectores agrícolas por cierto tiempo, pero tener sociedades sostenibles y prósperas beneficiaría ampliamente a Occidente.

El ejemplo es lo que pasa en el Sahel, donde el hambre y la falta de recursos llevan a movimientos yihadistas. Interesa cambiar la relación con todos estos países [los países en vías de desarrollo y con problemas alimentarios] porque sería, a medio y largo plazo, beneficioso para sus intereses generales [los de Occidente].

P: Usted cuenta en el libro cómo algunos estados con problemas alimentarios (Sudán, por ejemplo) ceden tierras a países desarrollados a cambio de financiación para sus economías. ¿No supone esto entrar en un círculo vicioso?

R: Al realizar estas prácticas, los países con problemas están perdiendo parte de su soberanía alimentaria y, a medio y largo plazo, unos recursos necesarios para su futuro. Por eso la FAO ha creado, pero lo ha hecho de forma gradual y lenta, unas orientaciones generales sobre cómo se deben vender o alquilar terrenos para cultivos de otros países. Una inversión directa en un sistema de libre mercado en el que vivimos es razonable, pero no siempre los gobiernos son capaces de resistir la tentación de dar tierras que quizá serían más productivas si las cultivan ellos mismos.

No hay que negarse a que pueda haber inversiones de terceros países, pero tiene que haber un código de conducta que regule estas compras, la utilización de las tierras, los beneficios y el retorno que debe llegar a los países soberanos. Antes se hacía de forma salvaje: quienes tenían dinero e intereses invertían. Ahora la FAO está tratando de que este tipo de operaciones se hagan bajo su código de conducta.

P: En el libro también se relata cómo los grandes especuladores financieros pusieron en su punto de mira los productos alimentarios, sobre todo a partir del año 2008, para compensar en parte las pérdidas ocasionadas por la crisis.

R: Era un valor seguro, porque todos queremos comer. El consumo agroalimentario está cambiando en los países emergentes, y sólo el cambio de dieta en China ha multiplicado exponencialmente el consumo de carne o productos lácteos. Los especuladores, por poco inteligentes que fuesen, veían que ahí había un producto que no era un papel ni un sueño. Pero con esos productos especularon multiplicando el valor de los mismos y distorsionando plenamente el mercado. Para evitar eso, que no es bueno para nadie, hace falta más transparencia, más información. Los mercados hasta ahora era muy opacos.

P: Se lo preguntaré de otra manera: ¿Se concentra demasiado poder en los mercados? ¿Cómo se les puede poner coto?

R: El mercado no es malo en sí, pero sí lo es cuando no hay ningún tipo de regulación y la especulación supera al funcionamiento normal del mercado. Y eso pasa cuando no hay información ni transparencia, por eso en el G20 se estableció un sistema de alerta e información de precios para que se pudiese conocer exactamente la realidad y, por tanto, los mercados no pudieran especular con supuestos no conocidos que llevan a subidas espectaculares de los precios. Hay otras medidas: que no haya embargos a la exportación ante las crisis de precios, o evitar que países unilateralmente decidan comprar millones de toneladas de alimentos sin que haya una coordinación.

P: Hablando de datos más positivos: según cifras que recoge el libro, en 1980 el 77% de la población del sureste asiático vivía con menos de un euro al día; esa cifra se ha reducido al 14% en la actualidad. ¿Qué políticas se han seguido para esta mejora?

R: En el caso del sudeste asiático ha influido el despegue brutal de China, que ha llevado a cabo una política de desarrollo económico muy grande: ha ampliado su zona de superficie agrícola, ha mejorado las técnicas agrícolas, ha invertido más en el sector y, por tanto, ha tenido unos resultados mucho más satisfactorios. En India otro tanto, aunque con menos éxito. Eran los dos grandes países superpoblados los que tenían el mayor número de ciudadanos hambrientos que han accedido a un nivel de vida superior. Pero los problemas estructurales siguen estando presentes: dificultades con el agua, zonas de superficie muy limitadas y técnicas de desarrollo agrícola no suficientemente desarrolladas.

P: ¿Son extrapolables estas políticas a otras zonas?

R: Bueno, ellos lo que han hecho ha sido tener mayor inversión y mayor producción: eso sí [se puede extrapolar]. Pero digamos que ellos han tenido éxito porque han invertido de forma masiva en estos sectores: yo creo que con menos inversión y una mejor gestión y aprovechamiento de los recursos se podrían alcanzar resultados iguales o mejores en algunos países africanos que tienen agua, tienen recursos, pero siguen padeciendo una falta absoluta de políticas agrícolas a la altura de las necesidades de sus poblaciones.

P: ¿En esto influye la falta de iniciativa de los gobiernos nacionales de estos países con problemas?

R: Eso es indudable. El principal responsable debe ser el Gobierno, quien incluya en su programa e incluso en su Constitución el objetivo inmediato de eliminar la pobreza de su país. Y por tanto dedicar en los presupuestos un 10 o un 15% –no como ahora, que se dedica un 5, un 4, un 2 o un 1%– a esta partida. En cambio se dedican a armamento, a defensa, cifras inaceptables.

P: En este sentido, ¿hay diferencias entre países democráticos y países dictatoriales?

R: Indudablemente. En un país democrático el propio ciudadano exigirá que educación, sanidad y agricultura tengan mejores presupuestos. Pero todavía, desgraciadamente, los países más autoritarios y dictatoriales buscan la garantía de tener a sus fuerzas armadas satisfechas, bien dotadas. Y con complicidad de muchos países occidentales que participan, y participamos, en ese juego de mantenimiento y venta y suministro de armamentos.

P: Eso le iba a preguntar: ¿hasta qué punto los países occidentales pueden estar colaborando, aunque sea indirectamente, a mantener estos regímenes?

R: La época colonial ya ha sufrido las críticas y la lección de la Historia, y lógicamente se ha condenado toda conducta colonial. Y en cuanto a las independencias, ha existido la independencia formal con vínculos con la exmetrópoli, prácticas de control y sometimiento a las políticas e intereses de las antiguas metrópolis, y las nuevas independencias, que son las que se comienzan a labrar. Hay que pensar que la mayoría de todos estos países llevan sesenta años de independencia, más o menos. Occidente ha cometido errores, pero también ha tenido la voluntad de cambiar y mejorar sus relaciones. Tiene que mantener relaciones con estos estados, no siempre es fácil, pero sí es verdad que deberíamos exigir un comportamiento mucho más respetuoso con las prácticas democráticas y con el respeto al Estado de Derecho y los Derechos Humanos. Pero no siempre es así: hay intereses históricos, relaciones privilegiadas que llevan a no estar siempre a la altura de las circunstancias.

P: Más datos que se recogen en el libro: si las mujeres tuvieran en los países subdesarrollados el mismo acceso a los recursos productivos que los hombres, la producción total podría aumentar hasta un 4% y el número de hambrientos a nivel mundial podría reducirse hasta en 17 puntos. ¿Puede fomentar la comunidad internacional la instauración de políticas de igualdad de género en estos países, siendo un tema tan cultural?

R: Está demostrado que cuando la mujer tiene no solamente presencia en la producción –que ya la tiene, especialmente en los países africanos–, sino capacidad de organización, gestión y distribución, los resultados son mucho más positivos. De ahí que haya cada vez más un movimiento femenino en el sector agrícola donde la mujer está buscando un protagonismo legítimo y una mayor capacidad de participar en todo el proceso, en toda la cadena agroalimentaria; y de ahí que en todas las políticas agrícolas se haga hincapié en la necesidad de involucrar a las mujeres y darles los medios, los recursos, la formación, la capacitación y sobre todo el apoyo financiero para llevar a cabo estas actividades.

La anterior directora de ONU Mujeres, Michelle Bachelet, trabajó mucho para incluir el tema agrícola en toda su campaña de fortalecimiento y empoderamiento de la mujer. Yo creo que todas las organizaciones internacionales, incluso la propia FAO, trabajan para incrementar el papel de la mujer tanto a nivel de dirección como de formación y ejecución de los programas.

P: Existe ahora mismo, y se prevé para el futuro, un gran crecimiento de la población con un bajo crecimiento de las tierras cultivadas. ¿Es sostenible?

R: Una primera mirada sobre la capacidad actual de producción relativa a la superficie cultivable llevaría a un análisis pesimista, porque es verdad que, si la población en los últimos 30 años ha crecido un 45%, la superficie cultivable solo ha crecido un 4,5%. Pero no me preocuparía excesivamente, se están inventando técnicas innovadoras para conseguir mayor productividad, innovaciones científicas… Estoy seguro que la comunidad internacional será capaz de inventar nuevos sectores y, aún así, yo creo que hay todavía muchas tierras capaces de dotar de recursos alimentarios a esos 9.000 millones de seres humanos que seremos en 2050.

África es, desde luego, un territorio capaz de hacerlo: su nivel de producción es mínimo y tiene todas las condiciones para alimentar a esos 9.000 millones de personas si se ponen en cultivo de forma racional y económicamente sostenible sus tierras. A pesar de que a la FAO le gusta mucho hablar de estadísticas, yo sería más práctico y hablaría año tras año: cómo se mejora, cómo se amplia, cómo se produce más y mejor, porque es posible, y confío en la capacidad de las sociedades humanas para dar respuesta a ese reto.

Moratinos confía más en los ciudadanos que en los políticos para luchar contra el hambre

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P: ¿Qué propuestas concretas son más factibles, y no solo deseables, a la hora de luchar contra el hambre?

R: Yo creo que lo que hace falta es un revulsivo político importante, y lo vamos a tener en 2015, cuando evalúen los objetivos de desarrollo del milenio y se den cuenta de que no los han conseguido. Es ahí cuando tendríamos que plantear la firma de un tratado internacional con obligaciones, compromisos y sanciones a aquellos países que no cumplan los programas en materia de seguridad alimentaria. Harían falta recursos financieros, y aparte del esfuerzo que se debe hacer a través de la ayuda oficial al desarrollo, yo creo que los mecanismos innovadores de financiación deben incorporarse a la financiación de la lucha contra el hambre.

Las grandes operadoras de telecomunicaciones, que han conseguido ampliar su negocio, tienen también que contribuir a paliar este problema, con una contribución que el ciudadano mundial estaría, estoy convencido, dispuesto a ofrecer para crear un fondo de 20.000 0 30.000 millones de euros, que es lo que Oxfam ha calculado que sería necesario para poner fin al hambre en el mundo.

No acabar con el hambre se debe a “falta de voluntad política”. Es la idea que subyace durante toda la lectura de La lucha contra el hambre, el libro en el que el exministro de Asuntos Exteriores Miguel Ángel Moratinos explica sus experiencias en la lucha contra el hambre y ofrece sus propuestas. En esa línea, el exministro denuncia en esta conversación con infoLibre la inacción de las organizaciones internacionales, el excesivo poder de los bancos a la hora de elaborar políticas contra el hambre y la falta de iniciativa de los gobiernos de los países con estos problemas, siempre con la idea de que acabar con los problemas alimentarios no es una utopía, sino una posibilidad factible.

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