Otro motivo (más) para endurecer medidas: el peligro de que el virus mute para escapar de la vacuna

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España registró el pasado lunes 84.287 nuevos casos de covid-19. El peor fin de semana desde el inicio de la pandemia. La curva de la tercera ola sigue empinándose en el país sin que se detecten, por ahora, signos de estabilización a corto plazo. Ya contamos con dos vacunas, las elaboradas por Pfizer y por Moderna, pero el ritmo de inoculación es, por ahora, bajo: y tardaremos meses, en el mejor de los casos, en llegar a una inmunidad de rebaño que le corte las alas al patógeno. Este escenario desemboca en una consecuencia ya conocida por todos: más hospitalizaciones y, en última instancia, fallecidos diarios por el virus que no bajan de las tres cifras. Pero ya hay una luz al final del túnel, que puede oscurecerse si los peores presagios se cumplen: el SARS-CoV2 podría reaccionar al creciente número de personas inmunes, desarrollando una nueva mutación que no solo lo haga más transmisible (como las variantes de Reino Unido y Sudáfrica) sino también resistente a las vacunas, retrasando aún más la salida de la crisis sanitaria, económica y social.

Es el peor escenario posible: una mutación que lo eche todo al traste. Pero no es, ni mucho menos, inevitable. Aunque hay decisiones sanitarias y políticas que pueden aumentar la probabilidad de este desenlace. "Es algo que teóricamente puede pasar", reconoce la bióloga Sonia Zúñiga, del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), que trabaja actualmente en una vacuna española contra el nuevo coronavirus. Cuando el patógeno entra en el organismo provocando una infección, se producen millones de copias. Cuando el SARS-CoV2, como cualquier otro virus, se replica, pueden producirse errores en la información genética, dando lugar a agentes ligeramente diferentes al original. Algunas de estas mutaciones son irrelevantes o con condiciones peores para la supervivencia: la selección natural los descarta. Pero, por puro azar, algunas de estas modificaciones pueden ser beneficiosas para la transmisión del patógeno. Podrían, incluso, esquivar la inmunidad generada por la vacuna.

Esto lleva pasando desde el principio y pasará hasta que no se logre la completa erradicación del covid-19 en todo el mundo, algo para lo que quedan años –si es que pasa algún día–. Pero la creciente inmunidad de la población abre un escenario nuevo. Los anticuerpos de las personas que ya han pasado la enfermedad, así como los de los vacunados, podrían ejercer una "presión selectiva" sobre el virus: cortan las vías de réplica y propagación a otros cuerpos, por lo que cogen ventaja las mutaciones que puedan lograr esquivar a esas defensas. Es un mecanismo, en realidad, habitual en el mundo animal –al que, eso sí, los virus no pertenecen–: adaptación ante la aparición de un peligro o un nuevo depredador.

"Con la presión del sistema inmune se establece una lucha, una especie de balance entre el virus y los anticuerpos, y no se sabe quién va a ganar", explica Zúñiga. Sin embargo, matiza: este peor escenario es una posibilidad, derivada de nuestro conocimiento del funcionamiento de estos virus: aún no hay indicios tangibles que indiquen que ha pasado o que vaya a pasar. Tenemos, sin embargo, pistas de lo que ha sucedido con las variantes de Reino Unido y Sudáfrica. Las investigaciones siguen avanzando para determinar cómo es que se han impuesto. Algunas hipótesis apuntaban al cuerpo de un paciente inmunodeprimido como caldo de cultivo perfecto: sus anticuerpos no bastaban para derrotar al virus, pero sí para que el agente infeccioso identificara sus defensas y generara una mutación más contagiosa. Aunque, por ahora, la comunidad científica cree que las vacunas siguen funcionando contra las nuevas variantes. Otros estudios, indica la investigadora, exploran otra posibilidad, más relacionada con el aumento progresivo de personas inmunizadas por las vacunas: ¿y si el aumento de contagios y, por tanto, el aumento de la población con anticuerpos, han favorecido las nuevas variantes? Aún no hay una respuesta definitiva, explica Zúñiga, pero la pregunta está en el aire.

El virólogo Esteban Domingo, miembro de la Academia de las Ciencias de Estados Unidos, cree que el temor a que una vacunación parcial aumente el riesgo de mutación "no es infundado". "Hay casos descritos en la literatura científica: ya ha ocurrido con otros virus y con otras enfermedades", apunta. "Es conceptualmente parecido a la resistencia a los antibióticos. Siempre nos dicen que hay que tomarlo durante siete días, sin dejarlo aunque los sintomas bajen. Lo mismo ocurre aquí: una vacunación insuficiente o el distanciamiento entre dosis" pueden lograr que el virus aprenda a defenderse de la respuesta inmune. Siempre con cautela: "No se puede asegurar, pero no se puede descartar". 

Entre la comunidad viróloga internacional se baraja la hipótesis de la presión selectiva contra el virus como motivo para oponerse al retraso en la inyección de la segunda dosis, como ha barajado Reino Unido, para generar defensas en el mayor porcentaje de población posible. Hace unas semanas se viralizó –nunca mejor dicho– una carta con las reflexiones de un virólogo anónimo que, con mucha ironía, desgranaba una estrategia perfecta para hacer que las vacunas contra el covid dejen de funcionar: posponer tres meses el segundo pinchazo para que el virus aprenda a reconocer nuestros anticuerpos. Paul Bienniasz, un virólogo de la Universidad Rockefeller de Estados Unidos, reconoció a El País ser el autor de la misiva. Muchos expertos coinciden en el peligro, aunque en España, por ahora, no se baraja la posibilidad de retrasar la segunda dosis. Otros, sin embargo, son optimistas, y consideran que, aunque el fantasma de la mutación siempre va a sobrevolar, llegaremos a la inmunidad de grupo antes de que se produzca esa modificación fatal en el genoma. Ganaremos la carrera. 

La viróloga española Narcisa Martínez, de la Universidad Complutense de Madrid, es de un tercer grupo: el que piensa que, aunque las nuevas variantes siempre pueden surgir, merece la pena retrasar la segunda dosis para generar anticuerpos en el mayor número de personas posible, porque el riesgo no es tan alto. "No está demostrado por ningún estudio directamente" que la presión de la inmunidad fomente las mutaciones, asegura, contradiciendo a Domingo. Cree que solo hay evidencia de un hecho incuestionable: cuantos más contagios, más oportunidades, independientemente del papel que jueguen los organismos de los vacunados. La curva del covid en España sigue en un ascenso imparable. 

Los investigadores apuntaron en un primer momento que el SARS-CoV2 muta mucho menos que otros patógenos basados en el ARN, como los responsables de la gripe, que obligan a actualizar las fórmulas de vacunación al principio de cada temporada. Por lo que, de ser cierto, nos daría ventaja en la carrera. Sin embargo, Domingo cree que esta certeza está empezando a resquebrajarse. "Discrepo un poco", reconoce. "Existe esta idea de que un coronavirus, al tener un genoma tan grande, de 28.000 nucleótidos, muta menos: el virus de la poliomelitis, por ejemplo, tiene una tercera parte de esa longitud". Además, los coronavirus cuentan con una enzima que corrige las mutaciones. Sin embargo, explica, los últimos estudios apuntan a que "este virus evoluciona de una manera muy parecida a la de otros virus RNA" y que, al igual que estos agentes infecciosos, genera en el cuerpo humano una "nube de mutantes", una cantidad casi incuantificable de modificaciones del genoma. Tampoco hay evidencia de que esta enzima correctora funcione en el caso del SARS-COV2: "se esá investigando, pero aún no hay nada publicado", apunta. 

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Varios especialistas en Medicina Preventiva y Salud Pública utilizan estas posibles mutaciones como un argumento más para pedir confinar España o endurecer las medidas contra el coronavirus. Cuantos menos contagios se produzcan, menos posibilidad de que una mutación en un cuerpo destruya todo lo avanzado y obligue a empezar prácticamente de cero. "Cuanto más tardemos en vacunar, más oportunidades de mutación le damos al virus", asegura el exdirigente de la Organización Mundial de la Salud (OMS) Rafael Bengoa. Se suma el portavoz de la Asociación Madrileña de Salud Pública (Amasap) Fernando García: "Cuanto más drásticas sean las medidas, menos oportunidades se le da al virus para que sus mutaciones lo hagan resistentes a la vacuna".

Por otro lado, cuanto más rápidos seamos a la hora de vacunar, inoculando ambas dosis en la mayor parte de la población, menos tardaremos en llegar a un escenario de control del virus, en el que el patógeno encuentre cada vez menos caminos para propagarse. España ha aumentado en la última semana su velocidad de vacunación, llegando a las 90.000 dosis/día: un ritmo que ha sido calificado por el ministro de Sanidad, Salvador Illa, como "de crucero". El Gobierno espera que la llegada de la segunda fase, en la que se generalizarán las inyecciones a población de riesgo al margen de las personas mayores que viven en residencias y el personal sanitario de primera línea, logrará aumentar aún más este ritmo: pero probablemente, y según los números del propio Ejecutivo, aún pasaremos un verano de 2021 con limitaciones hasta llegar a un otoño con la mayoría de los españoles inmunizados ante el covid.

Aun con la descoordinación y los retrasos de las primeras semanas desde la llegada al país del producto de Pfizer, España ha vacunado ya a más personas en relación a su población que otros países del entorno que también sufren para controlar la pandemia. Aunque aún estamos muy por debajo de Reino Unido, el líder en el continente europeo –empezó antes–, el porcentaje de personas inmunizadas por el sistema sanitario español mejora los números de Italia, Francia, Portugal o Alemania: y en las últimas semanas ha cogido carrerilla, a diferencia de estos países. 

España registró el pasado lunes 84.287 nuevos casos de covid-19. El peor fin de semana desde el inicio de la pandemia. La curva de la tercera ola sigue empinándose en el país sin que se detecten, por ahora, signos de estabilización a corto plazo. Ya contamos con dos vacunas, las elaboradas por Pfizer y por Moderna, pero el ritmo de inoculación es, por ahora, bajo: y tardaremos meses, en el mejor de los casos, en llegar a una inmunidad de rebaño que le corte las alas al patógeno. Este escenario desemboca en una consecuencia ya conocida por todos: más hospitalizaciones y, en última instancia, fallecidos diarios por el virus que no bajan de las tres cifras. Pero ya hay una luz al final del túnel, que puede oscurecerse si los peores presagios se cumplen: el SARS-CoV2 podría reaccionar al creciente número de personas inmunes, desarrollando una nueva mutación que no solo lo haga más transmisible (como las variantes de Reino Unido y Sudáfrica) sino también resistente a las vacunas, retrasando aún más la salida de la crisis sanitaria, económica y social.

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