"No hemos aguantado el tirón. No hemos resistido". La reflexión amarga de un alto dirigente del Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC) da buena cuenta del insoslayable sabor a cisma y ruptura que dejó ver ayer jueves en el Parlament. La votación a favor de una propuesta para pedir al Estado que transfiera a la Generalitat el poder para convocar referendos salió adelante, sí, pero al tiempo ahondó la sangría interna del PSC. La rebeldía de tres diputados del sector crítico, que pulsaron sí a la tramitación de la iniciativa y se alinearon a CiU, ERC e ICV-EUiA, sirvió para evidenciar la fractura interna y poner en marcha la maquinaria de la escisión. Porque el primer secretario, Pere Navarro, quiere llegar hasta el final. Y si los tres parlamentarios soberanistas no renuncian a su escaño, y no se espera que lo hagan, los echará del grupo primero y, después, del partido. La puerta de salida la mostraron también exdirigentes del PSC que suscribieron un manifiesto de apoyo a los díscolos y en el que empujaron hacia la construcción de una "alternativa de izquierdas". El PSC implosiona, se rompe, no aguanta el tirón de los intensos meses a la vista hasta el eventual plebiscito del 9 de noviembre.
Ningún dirigente esconde que este es el momento más crítico y "triste" desde la creación del PSC, en 1978. Nunca había sucedido esto y nunca la formación se sentía tan cerca del abismo. Hace un año, cinco de los 20 diputados del Grupo Parlamentario Socialista en la Cámara catalana –el alcalde de Lleida, Àngel Ros; la exconsellera de Salud del tripartito Marina Geli, el exalcalde de Vilanova i la Geltrú Joan Ignasi Elena, Rocío Martínez-Sampere y Núria Ventura– ya rompieron la disciplina de voto al no votar la resolución que otorgaba a Cataluña el estatus de "sujeto político y jurídico soberano". La dirección les aplicó una multa. Desde entonces, la unidad del PSC, con altibajos, se ha ido resquebrajando, a medida que el desafío independentista iba ganando cuerpo. Pero ayer acabó rasgándolo de forma presumiblemente definitiva. Geli, Elena y Ventura subieron la apuesta y votaron a favor de la iniciativa promovida por los promotores de la consulta.
El castigo no va a ser igual que hace un año. Y Navarro lo dejó claro claro desde el primer minuto: no toleraría veleidades, no le temblaría el pulso, el desmarcaje de los críticos tendría "consecuencias". Tras conjurar los riesgos de ruptura con el PSOE en la Conferencia Política –en la que recibió un espaldarazo directo de sus compañeros, empezando por Alfredo Pérez Rubalcaba y la todopoderosa Susana Díaz–, se dispuso a plegar velas en el apoyo a la consulta. Reunió al Consell Nacional, el máximo órgano de dirección entre congresos, el pasado 17 de noviembre y sometió a votación una resolución que adelantaba el rechazo a cualquier propuesta sobre el referéndum que no contase con el acuerdo con el Estado. Ganó, por una arrolladora mayoría del 83,5%. Desde aquel momento, Navarro repitió que la posición del Consell Nacional era palabra de ley y no era negociable. En la práctica, el PSC estaba enmendándose a sí mismo, apeándose del tren soberanista.
Ese tren siguió su curso y cuajó en un acuerdo de CiU, ERC, ICV-EUiA y la CUP sobre la fecha y la doble pregunta. La primera materialización de ese pacto fue, precisamente, la proposición de ley que ayer discutió el Parlament: la petición al Estado de la competencia para convocar referendos. 87 votos a favor (de CiU, ERC, ICV-EUiA y los tres críticos del PSC), 43 en contra (PSC, PP y Ciutadans) y tres abstenciones (CUP). El bloque independentista aplaudió efusivamente a Geli, Elena y Ventura. Los socialistas asistieron al momento, como reflejaban las cámaras de televisión, con caras largas. Tampoco se atisbaba triunfalismo en los desmarcados.
"Había que hacer esto. Ya no podemos aguantar más"
La víspera, Navarro había invitado a los parlamentarios soberanistas a imitar el ejemplo de Ros, que por "coherencia" con su discurso, para no sumarse al no promovido por la dirección, abandonó su escaño y se refugiará en su alcaldía, en Lleida, que controla con mayoría absoluta. Su gesto descolocó a sus compañeros. Martínez-Sampere, que había defendido la abstención, al final anunció que no rompía la disciplina de voto pero sí dimitía de la ejecutiva del PSC. Una decisión esta última que, de todos modos, tenía que efectuar si daba el paso de presentarse como precandidata a las primarias en Barcelona, ya que el reglamento interno exige apartarse interinamente de todo cargo orgánico. El bloque crítico de cinco diputados de hace un año quedó reducido a tres disconformes. Para algunos, se habían "minimizado" los daños.
El portavoz del grupo, Maurici Lucena, les exigió públicamente su acta y se reunió con ellos en privado, uno por uno. Estos, que habían defendido su voto a favor por "coherencia" y "fidelidad" al programa electoral de 2012, se negaron de partida a abandonar la Cámara, el partido y –en el caso de Geli y Elena– la ejecutiva, para no matar el "pluralismo" que existe en el PSC en torno al derecho a decidir.
La dirección esperará hasta el domingo a que los tres parlamentarios renuncien a su escaño. Aún mantiene vivo un hilo de esperanza porque los díscolos "prometieron pensárselo". Pero ya tiene preparado el siguiente paso: según confirman desde la cúpula, se les expulsará del grupo –con lo que adquirirán la condición de no adscritos– y se instará a la Comisión de Garantías del PSC a que estudie si corresponde echarlos de la ejecutiva y darles de baja como militantes. Esta podría resolver "en el plazo de 15 días o un mes", según pronostica la cúpula. Anoche, en la Ser, el mismo Navarro asumió la expulsión como una "posibilidad" cierta.
"No queda otro remedio. Se han situado en una situación imposible de mantener. No podemos aceptar que cada diputado haga lo que le dé la gana. Y es una cuestión puramente táctica, porque en Madrid esta proposición de ley va a morir. No va a servir de nada", señala un dirigente de la confianza de Navarro. En el PSC cundía ayer el ánimo colectivo de "tristeza", de depresión –"Estamos jodidos, claro", verbalizaba un responsable–, pero también una cierta sensación de liberación. "Había que hacer esto. Ya no podemos aguantar más. Hemos perdido mucha sangre en este debate. Con cada trampa que se nos ha puesto en torno a la consulta hemos sufrido mucho entre nosotros, hemos tenido bajas pero, al cabo de unos meses, la discusión volvía a reproducirse. Así que había que cortar la sangría y dotarnos de una posición clara y nítida", abundaba una responsable del aparato barcelonés. "Llevábamos mucho tiempo intentando evitar esto, pero no ha sido posible", reflexionaba un cargo del máximo nivel.
Dentro del oficialismo del PSC, sin embargo, hay voces críticas que ya apostaron por votar abstención en la proposición de ley sobre la consulta como una vía para aliviar tensiones y evitar el estallido y que consideran que, aunque la "mayor parte de la responsabilidad" recae en el ala soberanista, también a la dirección le faltó "cintura, habilidad para gestionar el conflicto y el pluralismo del PSC", como expresa un destacado miembro de la ejecutiva. Para él, el pecado original se produjo hace un año, cuando el PSC "comenzó a dar tumbos", "instalándose en la ambigüedad", cuando le tocaba reivindicarse como un partido "no soberanista".
Tura y su "alternativa catalana de izquierdas"
En el partido, pues, se habla ya abiertamente de lo obvio: de ruptura, de deserciones en los territorios (sobre todo, en la Cataluña interior), de "escisión pactada", incluso. Pero de división, a fin de cuentas. Tampoco lo niegan desde el sector crítico. "Hemos de intentar evitar el cisma. Pero ya no sé si estamos a tiempo. Estamos muy tristes. Llevamos años militando en el PSC y no queremos dejarlo a no ser que tengamos más remedio. Pero, si se nos echa, que sea fruto de un debate democrático", indicaron desde el entorno de Elena, líder de la corriente Avancem, de corte más progresista. Desde el círculo de Geli, cabeza visible de Agrupament Socialista con Ros, coincidieron en el análisis. "Estamos en un momento crítico. Es necesario pararse y ver si somos capaces de convivir las dos almas. Si no es así, habrá fractura. Pero lo que queremos dejar claro es que no somos sólo tres diputados, sino que más miembros del PSC pensamos así. No nos vemos emigrando a otro partido como el de Ernest Maragall [Nova Esquerra Catalana]. Otra cosa es un gran partido de la izquierda. El futuro dependerá de la postura que adopte el PSC".
Esta última reflexión encierra y avanza parte de los movimientos que ya se van atisbando. Al poco de la votación en el Parlament, exdirigentes del PSC del sector soberanista, como los exconsellers del tripartito Antoni Castells, Joaquim Nadal y Montserrat Tura, además de la exdiputada Laia Bonet –que ayer renunció a su puesto en la ejecutiva del PSC y prometió no ocupar un escaño en caso de que haya dimisiones– lanzaron un manifiesto de apoyo a Geli, Elena y Ventura. "Oponerse a la posibilidad de que el pueblo de Cataluña se pueda pronunciar en uno o en otro sentido es una postura inaceptable y antidemocrática", afirmaron. Pero el mensaje estaba en el tramo final, donde los 122 firmantes urgieron a "enderezar el espacio socialista" y trabajar "para la construcción de una alternativa catalana de izquierdas capaz de dar la respuesta debida a la actual involución democrática, económica y social".
Se abrió así la posibilidad de creación de un nuevo partido. Tura, en declaraciones a Catalunya Ràdio, lo reconoció sin ambages: "Las siglas del PSC son mis siglas, con las que he hecho un recorrido vital muy importante y he tenido responsabilidades muy importantes, pero la actitud excluyente e incluso la cultura política de aquellos que supuestamente predican diálogo, pero no lo ejercen, nos ha llevado a esta posición de no cerrar en absoluto las puertas, sino estudiar seriamente la construcción de una alternativa catalana de izquierdas".
Sosiego en el PSOE
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El PSOE respiró aliviado. El miércoles, 24 horas antes de la votación en el Parlament, Alfredo Pérez Rubalcaba se reunió con Pere Navarro en un evidente gesto de unidad y apoyo. Ayer, en su equipo volvieron a mostrar su "respaldo absoluto" al primer secretario y a las decisiones que vaya tomando, incluidas las expulsiones. Lo mismo se sentía en otras federaciones. Y en particular en la andaluza, cuya líder y presidenta de la Junta, Susana Díaz, "quiere implicarse a fondo" en suturar las heridas. El 3 de febrero, se verá con Artur Mas y, un día antes, participará en un mitin con Navarro.
El PSC asume que no le queda más camino que la ruptura interna por el corrosivo efecto que la consulta está creando en los partidos catalanes. "Nosotros seremos los primeros de la fila, los que no hemos aguantado el tirón juntos este año, pero después vendrán CiU e ICV", avisaba un miembro del aparato. Pero la dirección cree que, aunque se dejará jirones de "pluralidad" por el camino, su discurso se fortalecerá. Una dirigente catalana (y otro alto cargo andaluz) tiraba de refrán para digerir la amputación del PSC: "Más vale una vez colorado que ciento amarillo".
"No hemos aguantado el tirón. No hemos resistido". La reflexión amarga de un alto dirigente del Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC) da buena cuenta del insoslayable sabor a cisma y ruptura que dejó ver ayer jueves en el Parlament. La votación a favor de una propuesta para pedir al Estado que transfiera a la Generalitat el poder para convocar referendos salió adelante, sí, pero al tiempo ahondó la sangría interna del PSC. La rebeldía de tres diputados del sector crítico, que pulsaron sí a la tramitación de la iniciativa y se alinearon a CiU, ERC e ICV-EUiA, sirvió para evidenciar la fractura interna y poner en marcha la maquinaria de la escisión. Porque el primer secretario, Pere Navarro, quiere llegar hasta el final. Y si los tres parlamentarios soberanistas no renuncian a su escaño, y no se espera que lo hagan, los echará del grupo primero y, después, del partido. La puerta de salida la mostraron también exdirigentes del PSC que suscribieron un manifiesto de apoyo a los díscolos y en el que empujaron hacia la construcción de una "alternativa de izquierdas". El PSC implosiona, se rompe, no aguanta el tirón de los intensos meses a la vista hasta el eventual plebiscito del 9 de noviembre.