Hace aproximadamente un año, el activismo feminista miraba al 8M con el propósito de conseguir una movilización masiva y con el reto de repensar la huelga. El 8 de marzo de 2020 caía en domingo y ese era, en un primer momento, el principal desafío de cara al paro laboral. Aquello pronto se diluyó dando paso a un escenario difícilmente imaginable: una pandemia mundial pondría contra las cuerdas a todo el movimiento. A principios de marzo, las incógnitas sobre el coronavirus que llegaba del continente asiático eran numerosas, la dimensión de su virulencia indeterminada y las medidas de seguridad hoy tan interiorizadas sonaban remotas. Y sin embargo, el temor era latente. El 8 de marzo de 2020 se mantuvo la movilización, pero la participación ciudadana quedó notablemente resentida: de 375.000 personas en Madrid en 2019, a 120.000 el año siguiente. Poco después, el estado de alarma. Y con él las críticas continuadas y el pulso permanente de la derecha, aplacado recientemente por el Tribunal Supremo. Hoy, las comisiones territoriales inician los preparativos de cara al 8M, con la intención de ocupar las calles y con el objetivo de mantener la lucha feminista como prioridad en la agenda política y social.
El pasado domingo, 17 de enero, Patricia Aranguren encendió su ordenador con expectativas. Ella y cientos de personas más tenían una cita con la Comisión 8M de Madrid, pantalla mediante. A las 17.00 horas se celebraba la primera asamblea del año para organizar los detalles de la convocatoria: "Vecinas, amigas, compañeras, ¡estamos de vuelta!", clamaba la comisión madrileña. En las cuatro horas por las que se prolongó el encuentro, más de 200 asistentes se asomaron para participar –aunque el total de conexiones alcanzó los cuatro centenares–. En el Espacio Vecinal de Arganzuela (EVA) –un centro cuya cesión no va a ser renovada por el Ayuntamiento de Madrid–, tres salas fueron reservadas para quienes no pudieran conectarse. Una primera muestra, opinan las organizadoras, de la pulsión que mantiene el movimiento feminista pese a la pandemia.
Aranguren celebra el éxito de la primera asamblea y lo vincula a la actividad constante en barrios y pueblos durante los últimos meses. La emergencia sanitaria ha puesto sobre la mesa una "necesidad muy fuerte de trabajar en lo más cercano y lo más inmediato". El movimiento feminista no es ajeno a esa necesidad y aprovechará las dinámicas sembradas para celebrar un nuevo 8M. En ese contexto, las feministas parten de una base: "No queremos dejar de tomar las calles". La previsión pasa por "estar en las calles mediante una convocatoria central y unitaria, como puede ser una manifestación, siempre siguiendo las medidas sanitarias". Y a partir de ahí, "apostar por todas las convocatorias en barrios y pueblos". El movimiento feminista madrileño cree importante no abandonar el plano digital, aunque está por definir el formato exacto: no descarta una movilización online o alguna campaña en redes, también durante los días previos.
En Sevilla, la previsión es la de organizar un encuentro abierto a finales de enero o principios de febrero. Lo explica Charo Luque, miembro de la Comisión 8M de Sevilla. Aunque la situación sanitaria templa las expectativas, estas no han desaparecido. Luque se remonta al 25 de noviembre, Día contra la Violencia Machista, para recordar que el compromiso ciudadano sigue intacto. En Sevilla se organizó una concentración manteniendo la distancia de seguridad y cumpliendo las medidas, una fórmula que previsiblemente se repetirá en marzo. Luque descarta la alternativa digital, por las limitaciones que implica: "Hay un gran sector de la población, mujeres de barrios o pueblos, que no está en ese mundo". La única posibilidad que se baraja es salir a la calle. "La calle tiene que estar presente, esto no hay que perderlo. No vamos a ser 100.000 ni 10.000, pero si podemos ser 1.000 o 500 mujeres buscaremos soluciones imaginativas y atractivas".
En el caso de Galicia, las organizaciones locales empiezan a cuadrar agendas. Paula Ríos, activista de la Plataforma Feminista Galega, explica que algunas asambleas están ya en marcha: este martes el "feminismo unitario" de Vigo celebra su primera reunión "para empezar a hablar del 8M" y en los grupos comienzan a sobrevolar llamadas a la organización. "El mínimo será pensar un lema común a nivel estatal y gallego, mientras que a nivel local convocaremos reuniones virtuales", señala la feminista, aunque reconoce que "está difícil pensar cómo".
Sí coincide, no obstante, con sus compañeras en una premisa: "No vamos a renunciar a la calle. Independiente de las acciones simbólicas en las redes o en las casas". Y recuerda que, aunque "el año pasado se criminalizó, hay una sentencia que exime" al movimiento feminista de toda responsabilidad.
Julia Cámara participa en la Comisión 8M de Zaragoza y al otro lado del teléfono también rememora la "criminalización" a la que fue sometido el movimiento. En esa tesitura, reflexiona, se produjo un "miedo paralizante a recibir una crítica y quien ocupó la calle fue la derecha". Esta vez, comulga con las demás voces pulsadas, "no hay que renunciar a ocupar la calle, hay que pensar otras fórmulas pero siempre con la dimensión física muy presente".
A su entender, los meses de pandemia han servido también para poner a prueba formas de movilización que se han demostrado seguras. Pone de ejemplo el 25N en la capital aragonesa: una concentración con distancia de seguridad, cruces en el suelo para marcar las posiciones y en conjunto una potente acción de carácter visual. Con vistas a concretar actuaciones, la Comisión 8M de Zaragoza se reunió a finales de año y elaboró una encuesta para determinar los pasos a seguir este año. Esta semana, con los resultados sobre la mesa, se empezarán a tejer fórmulas específicas.
El debate de la huelga
Si el 8M debe ir necesariamente ligado a una jornada de huelga ha sido uno de los debates más presentes en el movimiento feminista. La respuesta no ha sido ni es única: algunos sindicatos han apostado por paros parciales, otros por huelgas completas y otros han rechazado convocar. En el seno de las comisiones, las opiniones son variadas. Charo Luque sostiene que en Sevilla se respetará la huelga en caso de convocarse, pero recalca que la jornada "no se debe convertir todos los años en una huelga" porque eso conllevaría "frivolizar la huelga y frivolizar el 8M". Llamar a la huelga de manera sistemática "es un error" y las feministas sevillanas no lo van a defender. Coincide Aranguren: "No queremos convocar huelga, no por el contexto de pandemia, sino también porque no queremos que la huelga se convierta en un evento anual y agendado".
El pasado año, el grueso de los principales sindicatos descartaron llamar a la huelga, en parte por coincidir en domingo. Este año, la mayoría de las centrales sindicales están todavía planteando la cuestión. En UGT, las ramas regionales están trabajando en ello, aún sin concretar ninguna decisión al respecto. Tampoco CNT tiene todavía una postura definida, mientras que CCOO reconoce que es "un año complicado por las circunstancias cambiantes de la pandemia, que impiden planificar con mucha antelación", pero subraya estar en contacto con las organizaciones para "apoyar las acciones que decidan convocar". La CIG sí apostará por una huelga de mujeres.
El debate de la huelga, lejos de lograr conclusiones unánimes, se resolvió en años anteriores acudiendo nuevamente a la autonomía de los territorios: cada comisión decide sobre la conveniencia o no de llamar a la huelga. Este año, todo parece indicar que la misma línea se mantendrá intacta.
Mantener la tensión
Y si algo está presente en los preparativos es el reto de mantener la tensión social. Existe un amplio abanico de mujeres que no milita en organizaciones sociales o políticas, pero sí tiene el 8M marcado en rojo en el calendario. "Son mujeres a las que no podemos perder por el camino", señala Patricia Aranguren. Por ese motivo una de las prioridades está en conseguir esbozar actividades, manifestaciones y protestas accesibles para todo el mundo.
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En cualquier caso, señala la activista, el movimiento feminista "no mide el éxito en función de cuánta gente asiste a la manifestación, sino en cuántas cosas están cambiando". Desde las leyes hasta las dinámicas sociales. "Hay una desmovilización evidente en todos los movimientos sociales, al menos en los grandes grupos. Pero en los grupos pequeños se está trabajando más, precisamente porque hace falta". De ahí brota, asiente la activista, la fuerza del movimiento.
Para Paula Ríos, la experiencia durante el 25N reveló un "miedo de la gente a salir a la calle", una realidad que sin duda afectará a cualquier tipo de movilización. Por otro lado, reconoce, "los últimos debates en el feminismo no favorecen, porque trasladan una sensación de división". Se refiere a las principales discusiones más enquistadas, como la prostitución o la autodeterminación de género, que han socavado una brecha evidente en el seno del movimiento feminista.
Finalmente, recuerda, "la capacidad de movilización de los últimos años difícilmente la vamos a superar". Los números hablan y responden a lo que la activista encuadra en una dinámica natural, inevitablemente cíclica, de todo movimiento social. "Es inviable volver a repetirlo, por la propia dinámica del movimiento y también por el miedo a la pandemia", resume. Pese a todo, promete, "estaremos en la calle para que sea una movilización digna".
Hace aproximadamente un año, el activismo feminista miraba al 8M con el propósito de conseguir una movilización masiva y con el reto de repensar la huelga. El 8 de marzo de 2020 caía en domingo y ese era, en un primer momento, el principal desafío de cara al paro laboral. Aquello pronto se diluyó dando paso a un escenario difícilmente imaginable: una pandemia mundial pondría contra las cuerdas a todo el movimiento. A principios de marzo, las incógnitas sobre el coronavirus que llegaba del continente asiático eran numerosas, la dimensión de su virulencia indeterminada y las medidas de seguridad hoy tan interiorizadas sonaban remotas. Y sin embargo, el temor era latente. El 8 de marzo de 2020 se mantuvo la movilización, pero la participación ciudadana quedó notablemente resentida: de 375.000 personas en Madrid en 2019, a 120.000 el año siguiente. Poco después, el estado de alarma. Y con él las críticas continuadas y el pulso permanente de la derecha, aplacado recientemente por el Tribunal Supremo. Hoy, las comisiones territoriales inician los preparativos de cara al 8M, con la intención de ocupar las calles y con el objetivo de mantener la lucha feminista como prioridad en la agenda política y social.