Hace veinte años Nevenka Fernández atravesaba las calles empedradas de Ponferrada para entrar con paso firme en el edificio del Ayuntamiento. "Tengo veintiséis años y dignidad", decía. Acababa de presentar su dimisión y hacía público el acoso sexual que venía sufriendo por parte de su superior, el alcalde conservador Ismael Álvarez. La voz de la entonces concejala, por momentos temblorosa, quiebra la pantalla y golpea al espectador. "Mi negativa provocó su acoso". Las palabras provienen de la víctima, todavía rota veinte años después. El documental estrenado por Netflix y producido por Newtral ha sacudido al público y ha sembrado toda una serie de interrogantes. ¿Cómo sería hoy un caso Nevenka? ¿Ha cambiado algo desde entonces en este país?
El documental, dividido en tres episodios de aproximadamente media hora, sirve de puente entre generaciones. Quienes recuerdan los hechos recuperan la memoria de lo sucedido, quienes crecieron ajenos al caso lo observan con detenimiento. Todas las miradas concluyen lo mismo: veinte años han servido para agitar conciencias, pero muchos de los patrones que muestra aquel episodio sostienen todavía los cimientos del sistema.
¿Qué pasaría si hoy una Nevenka Fernández se pusiera ante los micrófonos para denunciar acoso sexual por parte de un compañero de partido?
La respuesta política
El Partido Popular cerró filas. No para expresar el apoyo a la víctima, sino para arropar, proteger y blindar al entonces alcalde. Incluso con una sentencia a favor de Nevenka Fernández, ella fue apartada. Él, por el contrario, no se vio obligado a renunciar a su carrera. Ya al margen del Partido Popular, el exedil volvió a la política como independiente menos de nueve años después. ¿Cuál sería hoy la reacción en los partidos?
Marisa Soleto, directora de la Fundación Mujeres, percibe en el tablero político uno de los planos donde el cambio es más evidente. "Hemos evolucionado en la censura que los partidos políticos hacen de estos casos", afirma al otro lado del teléfono y se atreve a deducir que hoy Ismael Álvarez habría sido apartado inmediatamente del partido. Actualmente, exclama, la reacción de las formaciones es rápida pero lo es "debido a la presión".
Carla Vall, abogada penalista, recuerda que, de entrada, los partidos, en su mayoría, cuentan con protocolos específicos. "Debe haber una protección expresa de las representantes políticas femeninas, ahí ha cambiado todo", subraya. Sin embargo, matiza la letrada, la duda sobre si el cambio proviene del convencimiento o del interés partidista está ahí. También señala a la presión: "Hay una progresión que no depende de la conciencia interna del partido, sino de la conciencia social".
En los protocolos se detiene también Bárbara Tardón, doctora en estudios de género y asesora del Ministerio de Igualdad. "Los viejos partidos han tenido que cambiar su cultura a la hora de actuar frente al acoso sexual" y de hecho los casos que han trascendido han sido reprendidos "en base a protocolos internos". Pero no existen cifras, datos ni prácticamente relatos sobre la prevalencia del acoso sexual en las formaciones políticas. Ese desconocimiento es, para la experta, prueba de que el problema continúa enquistado y muchas veces invisibilizado.
La profesora y doctora en Sociología Begoña Marugán no percibe con total claridad un cambio. "Hay una diferencia entre la concienciación que se ha logrado con la violencia de género y con el acoso sexual", lanza. La primera se ha trabajado de manera consciente y progresiva por parte de los partidos políticos, pero el acoso "está empezando a ser visible". Todavía en las organizaciones políticas sigue pesando el pacto de silencio, por lo que "se toman medidas cuando hay una evidencia" o cuando se hace público un caso. La pregunta es qué ocurre con todo el acoso que no trasciende.
Pulsión social y vanguardia feminista
Hace veinte años las protestas masivas que acogía Ponferrada no eran las de apoyo a Nevenka Fernández. Los "yo sí te creo", presentes pero minoritarios, fueron eclipsados por el clamor en defensa del agresor. "A mí no me acosa nadie si no me dejo", repetiría una de las vecinas, tal y como recoge el documental. Palabras que se clavan en el espectador y plantean lo inaudito de que hoy se repita algo semejante. O quizá no tanto. Soleto recupera una imagen: los vecinos de Aranda del Duero manifestándose en favor de los jugadores del Arandina condenados por agresión sexual. "Aranda del Duero hace poco más de un año. No sé si eso responde a tu pregunta", sentencia.
Para Soleto, todavía existen "manifestaciones muy crudas" de la culpa que cargan las víctimas sobre sus espaldas. "Se sigue culpabilizando a las mujeres que son víctimas de acoso sexual", reflexiona, todavía pesa la "presunción de que a la mujer que verdaderamente se sabe cuidar estas cosas no le pasan". En la misma línea se expresa Marugán. "Lo que pasa ahora es que nos da vergüenza salir públicamente a apoyar a los maltratadores, pero los apoyamos con nuestro silencio o acosando a las personas que lo señalan". Puede que ya nadie se plante frente a las cámaras para afirmar que uno no acosa si no se le permite, pero quizá el comentario siga vivo en los entornos próximos a las víctimas.
Vall rompe una lanza en favor de la movilización social. "A mí no me acosan si no me dejo", repite al otro lado del teléfono. "Eso ya pertenece a otra generación", considera, aunque dos décadas "no son nada para un cambio social". Sin embargo, recuerda, en aquel momento no existía una ley específica de violencia contra las mujeres y precedentes como las niñas de Alcàsser o Ana Orantes estaban bien presentes. "La sensibilidad en torno al género no existía".
Sobre este mismo extremo se pronuncia Tardón, quien evita hablar de un cambio radical, pero sí del feminismo como vanguardia. "Son las feministas las que señalan que efectivamente estamos ante una vulneración de derechos y una violencia extrema, son las que consiguen poner nombre a la violencia". Ahí la diferencia es clave: "En aquella época el feminismo estaba significado como algo malo, ahora ocupa otro lugar en la agenda social y política". Ser parte de ese movimiento no está mal visto, sino todo lo contrario.
Tribunales y perspectiva de género
Nevenka Fernández se enfrentó a los silencios y a las voces críticas. Denunció, llegó a los tribunales y allí tuvo que plantar cara al estigma. La doble victimización, la culpabilización y la duda vinieron por parte del fiscal José Luis García Ancos. A través de una retahíla de preguntas que apuntalaron la violencia sistémica contra la víctima, el fiscal cuestionaba su relato y preguntaba por qué había tolerado el acoso: "Usted no es la empleada de Hipercor, que le tocan el trasero y que tiene que aguantar porque es el pan de sus hijos". Pese a las resistencias, fue relevado.
¿Qué pasaría hoy en los juzgados? Marugán establece un primer matiz: lo costoso de que estos casos lleguen a lo judicial. Así que el problema es previo y está en la infradenuncia. De acuerdo a los datos de la Macroencuesta de Violencia contra la Mujer de 2019, sólo el 2,5% de las mujeres que han sufrido acoso sexual lo denunciaron en la Policía, la Guardia Civil o en el juzgado. Pero cuando un caso llega a los tribunales, respuestas como la que dio el fiscal hace veinte años son "prácticamente impensables". Lo afirman al unísono las voces consultadas. "Fue intolerable hasta en ese momento histórico", recuerda Vall. Aunque a nivel judicial "no ha habido una pequeña revolución, no estamos igual ni mucho menos". Para empezar, argumenta la jurista, "hay un estatuto de la víctima que persigue este tipo de actitudes".
Pese a los avances dentro de los tribunales, Soleto recuerda que no hace tanto del "¿cerró usted las piernas?", pregunta formulada por una jueza hace ahora cinco años. Aunque aquello pasó a manos de la Comisión Disciplinaria del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), la causa quedó en un cajón. También quedó en nada el suicidio de Verónica Rubio, la trabajadora de Iveco que se quitó la vida tras la difusión de un vídeo íntimo sin su consentimiento. El caso fue archivado. "La justicia sigue reproduciendo estereotipos de género", señala Tardón, "se sigue produciendo un juicio contra la víctima y no contra el agresor mediante la duda constante. El sistema judicial sigue siendo un espacio desolador para ellas".
Identificar, señalar, nombrar
La psiquiatra Rosa María Mollá atendió a Nevenka Fernández de urgencia. "Ella no sabía en realidad que lo que le estaba pasando correspondía a un acoso. Cuando nombramos esa palabra ella se sintió al principio muy desconcertada", recuerda. La exconcejala lo confirma. "Nunca jamás había oído esa palabra, no sabía lo que significaba y no podía aceptar que yo era esa persona porque yo no era una persona débil". Volvemos a 2021. ¿Todo el mundo reconoce el acoso sexual cuando lo tiene delante? Tal vez. Pero ¿qué ocurre cuando se vive en primera persona? Ahí la cosa cambia. "No todas las mujeres que somos capaces de identificar, señalar y nombrar un caso de acoso sabemos ni mucho menos identificarnos como víctimas", expone Tardón.
El motivo es que reconocerlo como tal implica casi necesariamente "abrir otro proceso distinto para enfrentarte al horror que estás viviendo". La duda es clara: ¿seguir en silencio o contarlo y exponerte a un juicio constante? Para Marugán, todavía "no hay una identificación clara de qué es el acoso" y la gente, por lo general, solamente lo reconoce cuando es muy evidente, por su prolongación en el tiempo, por su gravedad o por venir de parte de un superior. "Es mucho más difícil identificarlo sin esas tres variables".
Ver másRocío Carrasco, cinco lecciones en 'prime time' sobre violencia machista
Veinte años después, Nevenka Fernández admite que tras la intervención de la psiquiatra comienza la reparación: "Empezó en ese momento, cuando pusimos un nombre a lo que me estaba sucediendo". Ahí es precisamente donde se detiene Marguán. "Estamos empezando a visualizar el acoso porque tenemos un nombre y cuando nombramos politizamos".
Nevenka Fernández no sólo verbalizó su acoso, sino que lo denunció y lo hizo público. Con las consecuencias que aquello acarreaba. "El caso Nevenka evidenció algo que suele suceder sistemáticamente: quienes tienen que poner tierra de por medio son las víctimas". Marugán recuerda que incluso en casos de acoso probado, "algunas empresas lo que hacen es separar a la víctima". Apartar el problema. Si algo demuestra el documental, completa Soleto, es "la facilidad con la que se rehabilitan ellos y la dificultad que tienen las víctimas". Tardón recuerda la investigación sobre violencia sexual que desarrolló para Amnistía Internacional hace tres años: "Las víctimas te dicen que si lo llegan a saber no hubieran denunciado. No existe reparación, el coste emocional es elevadísimo y muchas veces los logros son nimios".
Recupera Carla Vall la pregunta inicial: ¿cómo habría sido el caso veinte años después? Se detiene en la respuesta, reconoce que las conclusiones son agridulces, pero insiste en una máxima: "Aunque no sea al ritmo que queramos, que nadie nos niegue que estamos avanzando".
Hace veinte años Nevenka Fernández atravesaba las calles empedradas de Ponferrada para entrar con paso firme en el edificio del Ayuntamiento. "Tengo veintiséis años y dignidad", decía. Acababa de presentar su dimisión y hacía público el acoso sexual que venía sufriendo por parte de su superior, el alcalde conservador Ismael Álvarez. La voz de la entonces concejala, por momentos temblorosa, quiebra la pantalla y golpea al espectador. "Mi negativa provocó su acoso". Las palabras provienen de la víctima, todavía rota veinte años después. El documental estrenado por Netflix y producido por Newtral ha sacudido al público y ha sembrado toda una serie de interrogantes. ¿Cómo sería hoy un caso Nevenka? ¿Ha cambiado algo desde entonces en este país?