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La peineta que permitió identificar a María Domínguez, la feminista que llegó a alcaldesa y fue fusilada por los franquistas

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Sábado, 31 de enero. La noche comienza a caer sobre la comarca aragonesa de Campo de Borja. A pesar de ello, un grupo de arqueólogos de la Asociación por la Recuperación e Investigación Contra el Olvido (Arico) trabaja a destajo en el cementerio de Fuendejalón, una pequeña localidad de menos de un millar de habitantes a medio camino entre Zaragoza y Tudela. Es la tercera prospección que hacen en las proximidades de un alto pino y una placa que les sirve de referencia en las labores de búsqueda que llevan realizando desde el viernes. Desde su casa, el sexagenario Juan José Espligares sigue todas las novedades de la excavación a través de su teléfono. Las dos primeras catas han sido un fracaso. Pero él mantiene la esperanza. Todos los indicios, todos los testimonios orales, sitúan a su tía-bisabuela allí, junto a ese pequeño altar que en su día colocó la agrupación socialista del municipio para rendirle homenaje. De pronto, el sonido del móvil corta de raíz cualquier pensamiento. Nada más descolgar, escucha las palabras que tanto tiempo llevaba esperando. Los arqueólogos acaban de encontrar unos restos que pueden encajar con los de María Domínguez, la primera alcaldesa en España en etapa democrática.

Pocas horas después de la llamada, Espligares ya está a pie de fosa, viendo cómo el equipo de la asociación memorialista trata con mimo la zona señalada desde primera hora de la mañana. “Me dijeron que fuese cuando los trabajos de exhumación estuviesen más avanzados porque los primeros momentos podían ser desagradables”, explica en conversación con este diario. A la vista del más que previsto torbellino de emociones, el hombre prefiere acudir al cementerio en compañía de su mujer. Una vez allí, observa uno a uno los restos recuperados. Primero, un fémur y una tibia en perfecto estado. Luego el cráneo, completamente destrozado por el impacto de una bala. La tierra, además, comienza a escupir algunos enseres personales, como por ejemplo unas sandalias veraniegas que certifican un asesinato llevado a cabo en época estival. Sin embargo, los arqueólogos prestan especial atención a una peineta que sobresale entre los huesos. “Era una mujer que siempre iba con moño. Además, a nivel antropológico todo coincide: la altura, la edad… Por eso estamos casi seguros de que es ella”, cuenta Pilar Gimeno, del colectivo memorialista Afaaem.

La presidenta de esta asociación, principal impulsora de la exhumación, lleva un año estudiando de cerca la figura de quien fuera primera alcaldesa de España en época democrática. Ni siquiera una rotura de fémur, que ha convertido a una muleta en su compañera inseparable, le ha apartado de un camino cuyo final está cada vez más cerca. Por eso, cuando se le pregunta por el personaje, se intuye al otro lado del teléfono una sonrisa llena de orgullo. “Fue una firme defensora de los derechos humanos, llena de sinceridad y credibilidad”, resume brevemente. Una descripción con la que coincide de principio a fin su sobrino-biznieto. “Era muy inteligente y adelantada a su tiempo. Era una feminista convencida en unos años donde todo aquello era impensable, donde significarse abiertamente de esa manera podía ser peligroso”, apunta Juan José Espligares, quien no puede evitar que se le quiebre la voz al recordar la figura de una mujer cuya memoria, como la de tantos y tantos miles de compatriotas esparcidos por toda la geografía española, se encargó de enterrar el franquismo tras el golpe de Estado de 1936.

“No será la esclava, porque podrá desligarse cuando el hombre la quiera rebajar”

La de Domínguez es una historia de tormento, supervivencia, lucha, compromiso y sacrificio. Nacida en el seno de una familia jornalera de Pozuelo de Aragón en 1882, la joven María apenas pudo acudir a la escuela. Todo lo que aprendió, fue por cuenta propia. “En cuanto pude, me pusieron a trabajar. Iba a espigar, a vendimiar, arrancar trigo y cebada, a recoger olivas. En los ratos libres deletreaba todos los impresos que caían en mis manos, romances de ciego, libros, cuentos de la escuela y cosas así”, explicaba en una entrevista concedida al diario Ahora. Con apenas dieciocho años, el terror se adueñó de su vida tras verse forzada a contraer matrimonio con Bonifacio Ba Cercé. Durante años, los insultos, las humillaciones y las palizas fueron constantes. Hasta que un día volvió a agarrar las riendas de su destino y puso tierra de por medio. “Huyó a Barcelona, donde se vio de nuevo perseguida por las autoridades tras una denuncia que interpuso aquel hombre, un auténtico borracho, que la maltrataba”, cuenta al otro lado del teléfono su sobrino-biznieto.

Poco después, y al tiempo que trataba de ganarse las habichuelas como costurera, empezó por su propia cuenta a estudiar Magisterio. En 1914, con la Primera Guerra Mundial dominando el contexto internacional, se presentó por primera vez al examen, pero no consiguió superar la prueba. Sin embargo, no cejó en su empeño de convertirse en maestra y, tres años más tarde, logró obtener el aprobado. Por aquel entonces, Domínguez empezó a publicar sus impresiones en diferentes periódicos nacionales, desde El País de Madrid hasta Vida Nueva de Zaragoza, pasando por el Ideal de Aragón. Por supuesto, en algunos casos, bajo pseudónimo. Textos en los que ya podía apreciarse un fuerte compromiso político que en la década de los veinte la situaría junto a su segundo marido, Arturo Romanos, en la creación de la sección local de la UGT. “No es justicia ni caridad dar una limosna para que vaya muriendo poco a poco la familia, sino buscar los medios para que no falte trabajo, para que pueda con dignidad y sin humillaciones, ganar el sustento preciso”, señalaba en uno de sus artículos recogidos en el diario Público a propósito de un sindicato católico.

“El mundo está dividido en castas y clases. Esta división injusta ha llenado de privilegios a los unos y ha desposeído de todo su derecho a los otros. No hay razón de derecho ni de justicia para que tal ocurra, y, sin embargo, esta desigualdad ha hecho que unos cuantos se erijan en señores, mientras que la otra parte (los más), sean desheredados; que mientras los señores huelgan plácidamente, los desheredados, los que nada poseen, trabajen, para que los señores coman de lo que producen los desheredados. Nuestra madre común, la tierra, niégase a dar fruto allí donde la holgazanería tiene su asiento, y muéstrase propicia a la fecundidad allí donde el hombre trabajador se esfuerza en hacerla producir. Parece, pues, natural, que el trabajador debiera tenerlo todo y el holgazán, el que nada produce, no debiera poseer nada. Sin embargo, sucede todo lo contrario”, apuntaba en su discurso La mujer y el socialismo, recogido en la obra Opiniones de Mujeres.

Su conciencia feminista también estuvo presente desde el comienzo en sus textos. “La mujer, en la nueva sociedad, gozará de todos los derechos, al igual que el hombre, y se verá en pie, la frente erguida y con dignidad. Su educación será completa, conforme a sus condiciones intelectuales; podrá escoger o rechazar a su albedrío aquello que le parezca bueno o malo, será activa, educada, llenando así el vacío que siente en su alma por la carencia de conocimientos que quiso y no pudo adquirir. También tendrá completa libertad para elegir a un compañero, y verificará su unión guiada por el amor, porque siendo libre, no tendrá que esperar a ser solicitada, sino que podrá, sin menoscabo de su dignidad, ser ella la que solicite al hombre. No será la esclava, porque podrá desligarse cuando el hombre la quiera rebajar a la condición de tal”, escribió en un discurso titulado “La mujer en el pasado, en el presente y en el porvenir”, pronunciado por invitación del Partido Republicano Radical Socialista en la localidad de Gallur, a la que se desplazó a vivir cuando contrajo matrimonio con su segundo marido. Un texto en el que defendía a capa y espada el divorcio.

En 1932, tras una crisis en el consistorio de la localidad mañana, el gobernador civil pone en marcha una gestora municipal con ella como presidenta. Es la primera alcaldesa de España en periodo democrático. Y, como tal, aparece en la primera plana de la revista Crónica a finales de octubre. “¿Considera usted apta a la mujer aragonesa para el mando de los pueblos?”, le pregunta el periodista. “¿Por qué no? La mujer puede tener autoridad. No es la mujer; no es la persona quien manda. Es la ley. Y la ley la sabe hacer respetar, desde luego, una mujer aragonesa”, responde ella con firmeza. Pocos meses después, tuvo que abandonar el cargo tras un cambio normativo que tocaba a las comisiones gestoras. El golpe de Estado de 1936 la obligó a buscar refugio de nuevo en Pozuelo de Aragón, su pueblo natal, donde se refugió en casa de su hermana. Esta vez, no pudo escapar. Las autoridades franquistas no tardaron en localizarla y trasladarla a la cárcel, donde permaneció hasta comienzos de septiembre de 1936, cuando fue llevada al cementerio de Fuendejalón, asesinada y arrojada a una fosa cuya tierra no ha vuelto a ser removida hasta ahora, ocho décadas más tarde. Tenía 54 años.

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“Jamás se hablaba de ella, imagino que por miedo”

La historia de Domínguez, cuenta su sobrino-biznieto, apenas se ha tocado durante décadas en el seno familiar. “Jamás se hablaba de ella, imagino que por miedo”, cuenta Espligares. Una realidad en tantas y tantas familias víctimas de la represión franquista. Sin embargo, el hombre se niega a que la vida de la maestra y primera alcaldesa española acabe cayendo en el olvido. Por eso, en cuanto Gimeno se puso en contacto con él, se puso a su entera disposición para ayudar en todo lo que pudiera. Ya ha puesto en manos de los técnicos una muestra de sangre para las pertinentes pruebas de ADN. Sin embargo, él ya es cuarta generación, después de que su padre falleciera el pasado mes de septiembre. Por ello, ya ha contactado con un tío suyo, que es “tercera generación” y que se acerca peligrosamente a los noventa años, para que aporte también una muestra. “No quiero que se muera sin saber que hemos encontrado a María, aunque es cierto que él apenas se acuerda de ella, solo tenía dos años cuando la asesinaron”, apunta el sobrino, que ya ha decidido que los restos de Domínguez no salgan de Fuendejalón.

Espligares no niega estar nervioso. Es cierto que todo apunta a que los restos localizados son los de su tía-bisabuela. Sin embargo, dice, siempre hay margen de error. Y le aterra el pensar que no sea Domínguez a quien han encontrado. Mientras tanto, Gimeno y su asociación ya fijan próximos retos de cara a primavera. Y uno de ellos, de nuevo, tiene que ver con la vida de la maestra. “Creemos que en Tabuenca asesinaron y tiraron a su segundo marido. Me encantaría poder encontrar también sus restos y que pudieran descansar los dos juntos”, dice con un hilo de esperanza. Es cierto, reconoce, que poco a poco se van complicando este tipo de búsquedas por el fallecimiento progresivo de quienes fueron testigos directos de aquellas atrocidades. Por eso, explica, se hace cada vez más necesario lo que llama Banco de Relatos. Pero la intensidad y la ilusión con la que detalla cada uno de sus proyectos desvela que no descansará mientras le queden fuerzas. “Dignificar la memoria de aquellos que fueron asesinados por defender una justicia social es curar heridas. Porque no podemos dejar que supuren. Hay que abrirlas, curarlas y que luego las cicatrices hablen”, sentencia.

Sábado, 31 de enero. La noche comienza a caer sobre la comarca aragonesa de Campo de Borja. A pesar de ello, un grupo de arqueólogos de la Asociación por la Recuperación e Investigación Contra el Olvido (Arico) trabaja a destajo en el cementerio de Fuendejalón, una pequeña localidad de menos de un millar de habitantes a medio camino entre Zaragoza y Tudela. Es la tercera prospección que hacen en las proximidades de un alto pino y una placa que les sirve de referencia en las labores de búsqueda que llevan realizando desde el viernes. Desde su casa, el sexagenario Juan José Espligares sigue todas las novedades de la excavación a través de su teléfono. Las dos primeras catas han sido un fracaso. Pero él mantiene la esperanza. Todos los indicios, todos los testimonios orales, sitúan a su tía-bisabuela allí, junto a ese pequeño altar que en su día colocó la agrupación socialista del municipio para rendirle homenaje. De pronto, el sonido del móvil corta de raíz cualquier pensamiento. Nada más descolgar, escucha las palabras que tanto tiempo llevaba esperando. Los arqueólogos acaban de encontrar unos restos que pueden encajar con los de María Domínguez, la primera alcaldesa en España en etapa democrática.

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