PP y Vox se 'apropian' del rey y sitúan al Gobierno en la anti-España

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Curiosidades de la política: el siglo XIX nos ofrece hoy, en el XXI, una atalaya privilegiada para observar y valorar el comportamiento de la derecha española. Una derecha que, como oposición al naciente Gobierno de PSOE y Unidas Podemos, el primero de coalición desde la Segunda República, grita en la tribuna del Congreso "viva España y viva el rey". ¿Por qué lo hace? ¿Qué hay detrás de esos gritos? Se trata de un discurso incardinado en una larga tradición del autoritarismo conservador –"Dios, Patria y Rey"–, que atribuye a la derecha el monopolio del Estado y de su jefatura, del Gobierno, del Ejército –y su misión– y hasta de la propia España y su esencia sagrada.

"La derecha no ha cambiado nunca ese discurso. Se niega a soltar esa bicoca. No ha llegado a imponerse un nacionalismo republicano, que conciba la nación como una unión de ciudadanos con un proyecto compartido. Siguen con la matraca. Creen que España es su cortijo privado", señala a infoLibre el profesor de Historia Económica de la Universidad de Sevilla Carlos Arenas, autor de Por el bien de la patria. Guerras y ejércitos en la construcción de España (Pasado y Presente, 2019), donde bucea en la historia de un nacionalismo español saturado de militarismo, esencialismo y afán excluyente y patrimonializador.

El discurso de PP y Vox "Traición", repite Pablo Casado para oponerse a Sánchez, que ha logrado la investidura gracias a partidos independentistas como ERC y Bildu. El presidente del PP afirmaba este martes desde la tribuna del Congreso que se iba a formar un "gobierno contra España", que será "destruida tal y como la conocemos". Santiago Abascal, presidente del partido ultraderechista Vox, que apoya un "levantamiento popular" ante el "fraude electoral" de Sánchez, cuestiona abiertamente la legitimidad del nuevo Ejecutivo. Y Vox da un paso más, al apropiarse del ideal del Ejército y adentrarse en un discurso de tintes golpistas.

Fulgencio Coll, que fue jefe del Ejército con José Luis Rodríguez Zapatero, pedía durante las negociaciones PSOE-ERC a los "poderes del Estado" que frenaran a Sánchez. El eurodiputado ultra Hermann Tertsch cree que será "inevitable" que las fuerzas armadas interrumpan el "proceso golpista en marcha". El recrudecimiento del discurso de PP y Cs es un fenómeno que va a más, pero no es nuevo. Casado y Abascal llevan un año lanzando proclamas de sabor nacionalcatólico, invocando el espíritu de la "Reconquista", haciendo una identificación unidimensional de lo español con lo católico-castellano. "Porque nosotros celebramos la navidad, ponemos el belén, ponemos el árbol, celebramos nuestras tradiciones, nuestra Semana Santa y nos sentimos orgullosos, ¡y al que no le guste, que se aguante, porque nosotros somos españoles!", proclamaba hace un año Teodoro García Egea, número 2 del PP.

Este terreno abonado para el fervor nacionalista ha sido ahora regado por la tensión de la investidura, que ha implicado un acuerdo del PSOE con ERC, partido protagonista del procés, que no ha renegado de la vía unilateral para la secesión y al que Sánchez ha prometido una "mesa bilateral" y una "consulta" en Cataluña a cambio de su abstención. Se trata de una "rendición", según Casado, que abrió su intervención en el Congreso este martes como la cerró Abascal: reivindicando la figura del rey, garantía de "continuidad histórica" de la patria. Tanto Pablo Iglesias (Unidas Podemos) como Aitor Esteban (PNV) afearon a los líderes de la derecha su utilización partidista de la figura del jefe del Estado. “Flaco favor al rey y a su neutralidad. Intuyo que no estarán muy contentos en Zarzuela”, dijo Esteban, que acusó a Casado de querer enfrentar la jefatura del Estado con la del Ejecutivo. "El Rey, salvador de España, estaría con ustedes frente al presidente del Gobierno, un gobierno ilegítimo que conspira contra las bases del Estado", expuso.

Fragilidad liberal

El esquema dibujado por Esteban ofrece una visión coherente con la perspectiva que nos dan los dos últimos siglos. El ensayo Por el bien de la patria se detiene un momento trascendente de la historia. Una encrucijada, se podría decir: 1812. La Constitución aprobada entonces, como dijo Karl Marx, fue un compromiso entre "las ideas liberales del siglo XVIII y las oscuras tradiciones teocráticas". El genuino liberalismo español, explica Arenas, era en aquel momento "demasiado frágil en el conglomerado de fuerzas" que lucharon contra la invasión francesa y contribuyeron a alumbrar la Pepa. No obstante, ese liberalismo fue el primero con la fuerza suficiente para intentar defender una idea progresista de lo nacional.

"A lo largo del siglo XIX, el concepto de 'soberanía nacional' fue la idea-fuerza que usaron los liberales contra el absolutismo [...]". Pero los liberales perdieron: "El concepto [de soberanía nacional] se fue desvirtuando a medida que fue siendo apropiado por las élites conservadoras tiñéndolo de valores militaristas, ampulosos y metafísicos en detrimento del sentido civilista" de las revoluciones liberales europeas, recoge el ensayo. Según Arenas, la derecha de hoy es devota de esta segunda –y victoriosa– idea reaccionaria de la nación española. La noción mayoritaria de España queda anclada a la Corona, al Ejército y a la Iglesia. Los sectores progresistas no han sido bienvenidos, lo que explica la dificultad –todavía vigente– de la izquierda para identificarse simbólicamente con lo español, más aún a raíz del franquismo.

Nacionalismo ontológico

El nacionalismo ontológico y militarista, escribe Arenas, subordina la soberanía popular a la nación, que no es una comunidad política, sino un legado histórico unitario tutelado por el soldado, el cura y el señor. Y por encima de todos ellos, el rey. No se trata de valores civiles, sino caballerescos y clericales, tan queridos hoy de Vox y de los altavoces más casticistas del PP. ¿No resuenan hoy continuamente esas virtudes viriles de las que Sanchez carecería, según sus adversarios? "Honor", "valor", reivindican Casado y Abascal. Incluso Inés Arrimadas (Cs), con un discurso con acentos más laicos, pide que los socialistas "valientes" rompan la disciplina y eviten la "infamia". El nacionalismo en cuya estela se sitúan hoy los tics más reaccionarios del discurso derechista no se inscribe en la historia del constitucionalismo del XIX, sino en su contrario: en el discurso que daba cobertura a la febril actividad de los espadones. Un dato: entre 1814 y 1874 hubo 81 pronunciamientos. El último, el de Martínez Campos, el que se cargó la Primera República y supuso la restauración borbónica, llegó al grito de "viva Alfonso XII".

El legado constitucionalista, por contra, se inscribe en la tradición escéptica de la Ilustración. Frente a la nación eterna, la se define por oposición a sus "enemigos" y se defiende con el argumentario de la Cruzada, las corrientes democratizadoras entendían la nación como "un artefacto cultural". Es en esta segunda corriente en la que Arenas sitúa todas las "impugnaciones" históricas al "nacionalbelicismo": el republicanismo frente al Estado patrimonial del monarca, el laicismo frente a los pastores del pueblo-rebaño; el obrerismo frente a la omnipotencia del capital; el federalismo frente al nacionalismo de todo tipo; las rebeliones campesinas frente al poder paraestatal de los señores; los comuneros frente la desviación imperial de recursos; las élites periféricas frente al centralismo, las milicias nacionales y republicanas del siglo XIX y las antifascistas de 1936... Iniciativas siempre derrotados por lo que Arenas llama el "triunvirato monárquico-clérigo-militar".

No deja de complicar la situación el hecho de que, ahora, el primer Gobierno de coalición de izquierdas desde la Segunda República necesite para sostenerse a partidos como ERC, que también introducen elementos "primordialistas" o "perennialistas" en su concepto de nación. Arenas, en declaraciones a infoLibre, se permite un sarcasmo en la valoración: "En España al viejo nacionalismo centralista se le suman nacionalismos periféricos... Todos tienen el mismo derecho a inventarse el pasado, porque todas las naciones son constructos". Arenas recuerda en su ensayo cómo, a lo largo de la historia, los nacionalismos español y catalán se han puesto de acuerdo en no pocos episodios clave para repartirse capital y poder y disciplinar a la clase obrera.

Anti-España

Es en el XIX cuando la Reconquista, tan querida hoy por los líderes de PP y Vox, se erige junto al Cid en referente mítico de lo español. Si la idea nacional española, como señala Arenas, era a mediados de aquel siglo "un libro en blanco" a la espera de la redacción definitiva de su historia, la que se terminó imponiendo fue la "primordialista". Fue entonces, en el XIX, cuando "el liberalismo español rechazó la idea de un Estado laico y prefirió continuar con la tradición regalista de controlar los asuntos eclesiásticos para conseguir una mayor estabilidad política y social", como ha reseñado Ángel Luis López Villaverde en El poder de la Iglesia en la España contemporánea (Catarata, 2013).

Todo ello fue conformando la base sobre la que se consolidan conceptos excluyentes como la "anti-España" o los "buenos españoles", noción usada esta semana por el alcalde de Madrid –"españoles de bien"–, que tan útil fue a la represión franquista.

La relación de la derecha con el franquismo y la Segunda República es inevitablemente problemática. Vox es revisionista y abundan en su seno las voces que ensalzan la dictadura o defienden del golpe de Estado. El PP tiene que hacer más escorzos. Casado aprovechó este martes una frase patriótica de Manuel Azaña, que fue presidente de la República, pero al mismo tiempo reivindicó al rey Felipe VI como garantía de la "continuidad histórica de España", como si la experiencia tricolor no hubiera sido propiamente española. Azaña, por cierto, era tildado en su día de "resentido y homosexual, contrario a la 'tradición' española respetuosa con la Iglesia y hostil al separatismo y al socialismo", como recoge el ensayo de Arenas, que repasa cómo los sectores decididos a reventar la república jugaron la baza de la alarma social y la deslegitimación. Sánchez, según Teo García Egea (PP) y Abascal (Vox), ha llegado al poder gracias a un "fraude electoral".

El Ejército, último recurso

Arenas recuerda el boicot patronal a la obra republicana y la "invención del enfrentamiento" como estrategia de crispación permanente. La coartada posterior para la intervención militar es siempre la misma: la nación amenazada. Un rasgo particular del "nacional-belicismo" histórico ha sido –su propio nombre lo indica– el recurso permanente a la fuerza bruta del Ejército. Eso es lo que hace tan delicada la mención –en ocasiones, en tono de advertencia– que hace Vox de los militares como guardianes últimos de la unidad de España.

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Una vez definidos los perímetros "buenos españoles versus malos españoles" y "España versus Anti-España", el siguiente paso ha sido durante dos siglos el recurso al soldado, cuya intervención se ha presentado siempre como "inevitable". Hoy una institución democratizada y sujeta a la Constitución y al Gobierno, el Ejército estuvo durante todo el XIX y buena parte del XX para defender únicamente a la Iglesia, la monarquía, la familia y la propiedad, como repasa Arenas. Las alusiones al mismo no son neutrales políticamente. Como tampoco el énfasis con que la prensa conservadora ha recogido las palabras de Felipe VI en la Pascual Militar del lunes.

Hay que tener en cuenta que, a raíz del triunfo en el seno del Ejército de la corriente africanista –Franco, Sanjurjo, Cabanellas, Queipo, Mola–, la institución militar se atribuyó la "única portavocía de la nación, de la patria, del honor", señala Arenas. A eso se suma toda una corriente de pensamiento reaccionario que defiende la existencia del Ejército como "unidad autónoma" y "salvador de la patria" o del "cuerpo social infectado" de "ideas antiespañolas". Todo ello ha ofrecido durante dos siglos a las élites la excusa perfecta para interrumpir a su conveniencia los procesos que amenazaban la jerarquía social: 1843, 1854, 1868, 1923, 1936...

La Constitución del 78 y el golpe fallido de Tejero cerraron ese penoso serial, pero todavía sigue Vox –tercera fuerza política española– coqueteando con la idea del Ejército como último recurso, o del "levantamiento", como solución contra un gobierno de izquierdas. El PP, menos inclinado que Vox al esencialismo militarista y que también incorpora a su discurso una reivindicación de los derechos recogidos en la Constitución del 78, acusa a Sánchez de "rendición", término de graves connotaciones y clara evocación bélica. "Infamia", dice por su parte Arrimadas (Cs). La derecha española ha viajado atrás en el tiempo para encontrar sus recursos retóricos para patrimonializar no sólo la Constitución, sino el Estado y la propia España. Justo lo que –a nivel de Cataluña– los partidos conservadores reprochan a los partidos independentistas.

Curiosidades de la política: el siglo XIX nos ofrece hoy, en el XXI, una atalaya privilegiada para observar y valorar el comportamiento de la derecha española. Una derecha que, como oposición al naciente Gobierno de PSOE y Unidas Podemos, el primero de coalición desde la Segunda República, grita en la tribuna del Congreso "viva España y viva el rey". ¿Por qué lo hace? ¿Qué hay detrás de esos gritos? Se trata de un discurso incardinado en una larga tradición del autoritarismo conservador –"Dios, Patria y Rey"–, que atribuye a la derecha el monopolio del Estado y de su jefatura, del Gobierno, del Ejército –y su misión– y hasta de la propia España y su esencia sagrada.

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