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La "primavera climática" exige a los Gobiernos la declaración del estado de emergencia: ¿se quedará en lo simbólico?

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Lucas Barrero, uno de los jóvenes que inició las protestas de Fridays for Future en España, ya lo avisaba, en conversación con infoLibre, días antes de la primera gran huelga global por el clima del 15 de marzo: “Esto es solo el principio”. Y efectivamente. No ha habido una gran explosión, una revolución espontánea y llamativa, como en otras movilizaciones que compartieron acrónimo: pero desde entonces, algo importante se está cociendo en la resistencia contra el cambio climático en el país. Han pasado algo más de dos meses desde aquel día y el próximo viernes 24 se ha convocado la próxima huelga en defensa de un futuro que merezca la pena vivir. En estos dos meses no ha pasado ni un viernes sin chavales gritando en las inmediaciones del Congreso. Además, varios compañeros de camino se han unido a los jóvenes: y este martes, en Madrid, todos han hecho una demostración de unidad y de determinación. Se hacen llamar la “primavera climática”, y tienen un objetivo. El primero, pero no el último: que cuantos más gobiernos mejor declaren el estado de emergencia climática.

Más de 25 colectivos, organizaciones y movimientos sociales han estado representados este martes en el Gabinete de Historia Natural de Madrid, firmantes de un manifiesto que pide al Gobierno español, y en general “a las administraciones europeas, estatales, autonómicas y municipales” la declaración del estado de emergencia climática y su actuación en consecuencia. Los ponentes de la presentación del documento formaban una buena representación de lo heterogéneo que es el movimiento de acción climática, a día de hoy, en España. Intervinieron portavoces del ecologismo clásico, que lleva avisando décadas del desastre (Ecologistas en Acción, Greenpeace); de los jóvenes (Fridays for Future) y de las generaciones mayores, que acompañan la lucha (Madres por el Clima); y de los nuevos movimientos, nacidos al calor de la urgencia, como 2020 Rebelión por el Clima y Extinction Rebellion.

Para entender por qué se da el paso de exigir la declaración de emergencia climática, hay que entender cuál es el germen de Extinction Rebellion y sus demandas. La organización nació hace muy poco, en octubre de 2018, con la intención de influir en el Gobierno de Reino Unido y sus políticas mediante la desobediencia civil activa. Sus protestas en las islas se saldaron con cientos de detenidos, pero el Parlamento británico, a petición del líder laborista Jeremy Corbyn, acabó declarando la emergencia climática. Ahora han desembarcado en España y advierten: no se van a contentar con símbolos. “Nuestra casa está ardiendo y no vendrá ningún bombero a apagar el fuego. De hecho, no viene nadie”, aseguró Nicolás Elíades, su portavoz.

 

Presentación del comunicado conjunto de las organizaciones de acción climática en Madrid.

El concepto de emergencia para referirse al cambio climático no es exclusivo de Extinction Rebellion, pero su impulso lo está volviendo hegemónico y común en todos los frentes de la acción climática, entendiendo que todos los informes científicos hablan de un margen escasísimo para revertir la situación, lo que no permite adhesiones difusas a largo plazo. Esta pasada semana, el periódico británico The Guardian anunciaba que, a partir de ahora, recomendará a sus redactores dejar de usar el término cambio climático en pos de otros con connotacionescambio climático que aludan a una acción urgente e imperiosa, como emergencia o crisis climática. En cuanto a la expresión en desuso calentamiento global, los anglosajones pasarán del suave warming al duro heating, con un significado más cercano a calor asfixiante que a calorcito.

Como bien han entendido los movimientos sociales y determinados medios, el lenguaje, en ocasiones, determina cómo percibimos la realidad y cómo nos enfrentamos a ella. Y el pasar de cambio climático a emergencia o crisis climática implica la necesidad de abordar dicha emergencia, de solucionar esa crisis, sin dejar que el cambio, simplemente, ocurra. “Por una parte me gusta mucho, porque hay que empezar a introducir determinados términos”, asegura el ambientólogo y experto en cambio climático Andreu Escrivá. Pero por otra… advierte. “No dejemos que los Gobiernos lo usen para amainarnos. Tenemos el peligro de quedarnos en una cuestión de marketingmarketing”.

El divulgador expresa su miedo a que las instituciones se apropien del término y las instituciones para lavar su imagen, y que no acometan cambios reales. El Parlamento británico ha asumido la declaración… sin una sola medida adicional y efectiva, al igual que otras cámaras y Gobiernos, como el de la Generalitat de Cataluña. ¿Existe, por tanto, el peligro de que declarar la emergencia climática sirva para otro teatro de greenwashing y para nada más?

"No tenemos miedo a eso, porque estamos aquí"

“No tenemos miedo a eso, porque estamos aquí”, contestó este martes Elíades ante la pregunta de si temen que el poder asuma sus postulados solo en lo simbólico, pero no en lo material. La promesa de las organizaciones firmantes es la de presionar para que la declaración se convierta en hechos. Sin alusiones al futuro, a corto, a medio o a largo: ahora. El mismo día que se constituía la XIII Legislatura, las organizaciones pidieron que fuera la legislatura de la acción climática y concretaron las exigencias: “Pedimos que en la nueva etapa política declaren, de manera inmediata, la emergencia climática y tomen las medidas concretas necesarias para reducir rápidamente a cero neto las emisiones de gases de efecto invernadero, en línea con lo establecido por la ciencia y bajo criterios de justicia climática”.

Aludiendo al devastador informe del IPBES y a las advertencias del IPCC, los colectivos de acción climática piden “verdad” a los gobiernos sobre la gravedad de la crisis, compromisos “reales y vinculantes, mucho más ambiciosos que los actuales” y una acción basada en el abandono de los combustibles fósiles, un sistema energético 100% renovable y un abordaje de la crisis de biodiversidad, constatada por los científicos, mediante el fin del extractivismo: considerar la naturaleza como, únicamente, una fuente de recursos naturales, sin tener en cuenta sus límites. Y todo bajo una pátina de justicia climática, para que no paguen los países y los sectores más empobrecidos y menos culpables de la situación.

Preguntados por la hoja de ruta común, las organizaciones reconocen que tienen tácticas y estrategias diferentes, pero que no es un problema: es momento de poner en valor lo que les une, el reconocimiento de que el cambio climático necesita hechos y no promesas. Javier Andaluz, de Ecologistas en Acción y más bregado en la lucha diaria institucional, puso un ejemplo de una medida concreta que pide su ONG: duplicar, o triplicar, los compromisos de reducción de emisiones fijados por el Gobierno en el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima –recientemente calificado por un estudio como el mejor de los que se ha enviado a la Comisión Europea–.

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No, no nos quedan doce años

Escrivá celebra que los colectivos y organizaciones pidan una actuación inmediata. Los plazos, cuando hablamos de lucha contra el cambio climático, no son adecuados, considera. Se refiere las alusiones de Greta Thunberg y otros líderes ambientales a que “nos quedan 12 años”, tras el informe de los científicos del IPCC, que advertía de las consecuencias de llegar a un calentamiento de dos grados en 2030. A nivel comunicativo, explica, “de alguna forma da a entender que si de aquí a esos años no lo hemos hecho bien, habremos fallado y ya no valdrá la pena”. Eso y lo contrario: la interpretación puede llevar a pensar que tenemos aún tiempo, concretamente 12 años, para actuar, y que una gran movilización en 2029 nos librará del marrón. No funciona así: en pocos años, por la inercia de la atmósfera, puede pasar que hayamos bloqueado la capacidad de situarnos por debajo de los dos grados de calentamiento. “Como un equipo que desciende antes de que se acabe la liga”, ejemplifica el divulgador.

No hay ni una sola referencia a 2030 en el compromiso colectivo de las organizaciones de acción climática para poner el gran reto del siglo en el centro del tablero político, y sí muchas referencias a 2019. Escrivá, sin embargo, cuenta con una última advertencia: “Si declaramos la emergencia climática, cuidado, porque es una emergencia para todos”. No solo se trata de pedir a los políticos que se pongan a hacer cosas, que es importante, sino que todos asumamos el estado de crisis. En nuestro ocio, en nuestro consumo y en nuestro modo de vida.

Lucas Barrero, uno de los jóvenes que inició las protestas de Fridays for Future en España, ya lo avisaba, en conversación con infoLibre, días antes de la primera gran huelga global por el clima del 15 de marzo: “Esto es solo el principio”. Y efectivamente. No ha habido una gran explosión, una revolución espontánea y llamativa, como en otras movilizaciones que compartieron acrónimo: pero desde entonces, algo importante se está cociendo en la resistencia contra el cambio climático en el país. Han pasado algo más de dos meses desde aquel día y el próximo viernes 24 se ha convocado la próxima huelga en defensa de un futuro que merezca la pena vivir. En estos dos meses no ha pasado ni un viernes sin chavales gritando en las inmediaciones del Congreso. Además, varios compañeros de camino se han unido a los jóvenes: y este martes, en Madrid, todos han hecho una demostración de unidad y de determinación. Se hacen llamar la “primavera climática”, y tienen un objetivo. El primero, pero no el último: que cuantos más gobiernos mejor declaren el estado de emergencia climática.

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