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Rajoy: la road movie

Gerado Tecé (Ctxt)

Érase una vez una campaña electoral con un señor dentro. Cuando el señor, aterrorizado, sentía que la campaña se acercaba demasiado a él, huía del lugar a la carrera. Tras haber logrado escapar, detenido en pie y jadeando, con las manos colocadas sobre sus rodillas, en mitad de algún camino arenoso, echaba la vista atrás y ahí que aparecía de nuevo la silueta del monstruo electoral. Y otra vez, piernas para qué os quiero. En una carrera que parecía no acabar nunca, cuando el señor al fin miraba alrededor y respiraba tranquilo creyendo haber perdido de una vez y para siempre de vista el problema, el problema aparecía de nuevo y multiplicado: la caravana electoral de los nuevos tiempos se acercaba allá por el horizonte con tambores de debate retumbando más fuerte que la vez anterior. Al señor no le quedaba más remedio que subir a toda prisa a su Chevrolet años ochenta y arrancar quemando neumáticos al son de emisora deportiva y música folk en la vieja radio.

Nuestro presidente vive en estas fechas dentro de una road movie. Mientras los tres candidatos a tener copia de las llaves de Moncloa debatían en un formato nuevo, con distinto tono y una sensación nunca antes vista de confrontación de ideas con olor a real, el hombre que se metió en un plasma por no saltar por la ventana, se subía de nuevo al viejo coche y, dejando un surco de arena tras de sí en el arranque apresurado, ponía tierra de por medio una vez más para esconderse en casa de un amigo.

El amigo que le dio cobijo al presidente era masajista. Toda una suerte la coincidencia de refugio y terapia muscular en una sola visita. Son muchos kilómetros huyendo a sus espaldas y muchos más que quedan por delante. Que dios te lo pague, Pedro. Para eso estamos, Mariano, vuelve cuando quieras y cuídate mucho. Lo haré, Pedro, te dejo un titular sobre la seguridad social en forma de promesa para que me recuerdes por si algo me pasara. Si algo te pasara sería dantesco, y yo enmarcaría tu titular y lo pondría sobre la chimenea, para recordarte.

La nueva política que persigue al presidente le afeaba el atril vacío una vez tras otra y éste, que no es de piedra y tiene su corazoncito, comenzó a sentirse solo y le dio por pensar. ¿Puede un hombre como él llegar a la gran cita así? ¿Es digno pasarse toda la campaña huyendo en esta carrera en solitario? ¿Escondiéndose de casa en casa, como un fugitivo cualquiera?

La imagen del atril fantasma le trajo consigo una especie de melancolía nunca antes vivida y el horror vacui lo invadió. Tras asegurarse de que no había moros por la costa vallisoletana, arrancó de nuevo, solitario como siempre, su viejo Chevrolet y puso el GPS camino al feudo más feudal que pudiera imaginar para rodearse del cariño que los tiempos venideros no le iban a dar.

Rajoy a Bertín Osborne: “¿Te parezco tan aburrido?”

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Este pueblo es seguro, Mariano. Puedes quedarte lo que queda de campaña. Si la nueva política asoma sus hocicos por aquí, los mozos del pueblo le darán la bienvenida, no sé si me entiendes. Aquí no se ha hecho un debate de esos, ni dios que lo vea. Te daremos pan, vino y carnes. No te faltará de nada. Has recorrido muchos kilómetros, necesitas recuperarte, sentirte querido. No estás solo, es mentira eso de que tu tiempo pasó, tu tiempo tan solo necesita dormir y comer bien. Y dejar de huir. Nadie llega a los noventa años huyendo. Siéntate. Coge fichas. Señor presidente, ¿está usted seguro de que esta es la foto más conveniente después de no participar ayer en el debate a cuatro? ¿Y este quién es, Mariano? Un asesor, llama a los mozos del pueblo y que se lo lleven. Empieza el que tenga mula de seises.

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Érase una vez una campaña electoral con un señor dentro. Cuando el señor, aterrorizado, sentía que la campaña se acercaba demasiado a él, huía del lugar a la carrera. Tras haber logrado escapar, detenido en pie y jadeando, con las manos colocadas sobre sus rodillas, en mitad de algún camino arenoso, echaba la vista atrás y ahí que aparecía de nuevo la silueta del monstruo electoral. Y otra vez, piernas para qué os quiero. En una carrera que parecía no acabar nunca, cuando el señor al fin miraba alrededor y respiraba tranquilo creyendo haber perdido de una vez y para siempre de vista el problema, el problema aparecía de nuevo y multiplicado: la caravana electoral de los nuevos tiempos se acercaba allá por el horizonte con tambores de debate retumbando más fuerte que la vez anterior. Al señor no le quedaba más remedio que subir a toda prisa a su Chevrolet años ochenta y arrancar quemando neumáticos al son de emisora deportiva y música folk en la vieja radio.

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