Nació con un cartel de su fundador en bolas y se va con lo puesto. Es Ciudadanos, el partido llamado a ser bisagra, fundado en 2006 y circunscrito a Cataluña como respuesta al avance nacionalista que, como muchos partidos de centro, ha tenido una vida intensa y precoz. Este martes, el Comité Nacional del partido ha decidido no presentarse a las elecciones generales del 23 de julio. Réquiem por un muerto.
Hay una fecha que coloca a Ciudadanos ante el abismo: la de junio de 2019, cuando Albert Rivera, su creador y referente, tomó la decisión de no apoyar la investidura de Pedro Sánchez cuando la formación gozaba de su mejor momento político, con 57 diputados tras las generales de abril de 2019 y una amplia implantación territorial que incluía, entre otras grandes plataformas, la vicepresidencia del gobierno de Andalucía y por otro, la de Madrid y de Castilla y León en gobiernos presididos por el Partido Popular. En el primer caso, formó parte del cambio político a favor del PP tras 37 años de gobiernos socialistas y en el segundo caso atornilló bien fuerte al sillón de la presidencia al Partido Popular sin propiciar ese cambio del que hablaban. La muleta del cambio, a grandes rasgos, sólo sirvió para favorecer al PP.
Quien fuera el chico mimado por una potente corriente de intelectuales de corte centro conservador de Cataluña y España y de no pocos directivos de las empresas del Ibex 35, aquel ganador de jovencito de la Liga Nacional de Debate Universitario cuyo discurso persuadió a una parte importante de los líderes de prensa, aquel político que encandilaba con esas llamadas a la convivencia en Cataluña, la mirada europeísta y a no jugar a “ser ni izquierda ni derechas sino útiles a los españoles”, aquel verano de 2019 apretó bien los tornillos de su bisagra política para que la hoja de la puerta de Ciudadanos, también a nivel nacional, sólo se abriera para un lado: la derecha.
Según las distintas tesis, Rivera sucumbió al cuento de la lechera y a una demoscopia dudosa que le auguraba un sorpasso frente a un PP de liderazgo flojito con Pablo Casado. Otras voces también hablan de que a Rivera le pudo la notoria falta de sintonía con el presidente Pedro Sánchez en un duelo de testosterónico.
Hay voces, las de las crónicas rosas, que incluso apuntan a aquel verano Rivera andaba a sus cosas recién iniciada una nueva relación sentimental. Se han publicado libros que reconstruyen aquellos días, como el de Fran Hervías, Ciudadanos. La historia jamás contada (Atalaya), secretario de Organización del partido a nivel nacional y uno de los que, tras Rivera, abandonó el barco para encontrar acomodo en el Partido Popular. Siguiendo su estela, han sido decenas de dirigentes, consejeros y cargos medios naranjas que continuaron el camino de la derecha. La lista es larga en Andalucía, Madrid, Murcia y decenas de corporaciones municipales.
Con todo ese cúmulo de razones en la mochila, Rivera decidió no apoyar la investidura de Sánchez tras las elecciones de 2019 y cavó la tumba.
La consecuencia directa fue que en la repetición electoral de noviembre de 2019, los naranjas se dejaron 40 diputados por el camino. Rivera salió de la política y legó a los suyos un discurso acerado que, en algún momento desde la tribuna, ha sonado más enconado con el gobierno de coalición que, incluso, el de Santiago Abascal. Tal ha sido el tono de Inés Arrimadas a lo largo de la legislatura.
“Está frustrada”, opinan algunas voces de la prensa habitual en la cámara baja de la heredera de un barco a la deriva que, recordemos, consiguió la gesta en las autonómicas de Cataluña de que Ciudadanos fuera la fuerza más votada en la tierra de los secesionistas.
Después del incendiario otoño de 2017, en las elecciones de aquel 21 de diciembre de 2017 Arrimadas ganó en votos (más de un millón) y en escaños (37) pero no obtuvo una mayoría suficiente para gobernar. A la vuelta de la Navidad, la dueña de ese inédito caudal de votos para un partido tan joven decidió no presentarse a la investidura y al poco se sentó en el escaño de al lado de Albert Rivera en el Congreso hasta que, a partir de noviembre de 2019, le tocó ocupar el sitio del jefe dimisionario.
En el tiempo de su mandato sólo ha encadenado disgustos: Arrimadas ha vivido la moción de censura abortada en Murcia que, como con un efecto mariposa, se cargó la convivencia en el gobierno del presidente López Miras y motivó el adelanto electoral en Madrid, aquello libró a Ayuso de su socio naranja, luego tocó la repetición electoral en Castilla y León que dejó a un solo procurador en la cámara autonómica –Francisco Igea, su enemigo en primarias-, luego vino la pérdida del gobierno de la ciudad de Granada (allí también con un acuerdo de gobierno para el PP que primero le cedía la vara de mando a los naranjas) y, como broche, hace un año, llegó la desaparición de Ciudadanos en Andalucía tras el 19J. Desastre tras desastre. También Arrimadas ha dado un paso al lado y cedió el mando a otros en un proceso de primarias trufado de egos para repartir la miseria.
Este martes, Adrián Vázquez, secretario general del partido naranja, un dirigente poco conocido tras el último proceso de refundación, ha anunciado que el Comité Nacional del partido ha decidido no concurrir a las elecciones generales del próximo 23 de julio con las que Pedro Sánchez ha respondido a su fracaso electoral del 28M. El escenario empujaba a ello: salvo algunos ayuntamientos de entidad menor, los naranjas han desaparecido del mapa de local y autonómico de España, incluido el Ayuntamiento de Madrid donde hasta el domingo Begoña Villacís, uno de los rostros más reconocidos a nivel nacional de la formación, era vicealcaldesa de la capital. En plena campaña, trascendió además que Luis Garicano, que en su día sonó como ministro de Economía del gobierno PSOE-Cs que sólo existió en las crónicas de hipótesis, se sumaba al equipo económico de Génova. Otro palo más.
El esfuerzo de meterse de lleno en una campaña de generales, por mucho que concentraran sus fuerzas en un par de territorios donde todavía se escuchan sus mensajes, hubiera sido una tarea tan titánica como infructuosa. “El mensaje de las elecciones ha sido muy claro. La oferta del centro liberal en España no ha tenido fuerza. (...) los españoles no nos ven como una buena alternativa transformadora. No es una buena noticia para nosotros, el comité nacional ha decidido que no concurramos en este ciclo electoral mientras nos preparamos para el nuevo escenario político”. Ha sido el mensaje trasladado por el eurodiputado Adrián Vázquez, una de las caras que ha liderado este último trecho junto a Patricia Guasp, portavoz nacional del partido que con esta decisión hace un último y enésimo favor al Partido Popular, que ya prácticamente había engullido a su electorado por completo pero que con su desaparición se presenta como un partido que no tiene nada a su izquierda hasta el PSOE.
Según ha trascendido, ha habido un “intenso debate” en el seno del Comité Nacional y los que quedan en Ciudadanos han quedado en verse de nuevo en julio y preparar el “escenario político futuro”. Un mensaje que abre tímidamente la puerta, quizás, a concurrir en las elecciones europeas de junio de 2024, una institución, por otro lado, donde Ciudadanos tiene casi más peso político que en España con cinco eurodiputados. Pero todo suena a un ya si eso de libro.
¿A dónde van los votos de Ciudadanos?
Con los datos de estas elecciones municipales en la mano, la descomposición del partido ha llevado a que apenas 300.000 electores hayan cogido la papeleta naranja el pasado domingo 28M, un 1,35% de los votos, que se traduce en 392 concejales con Aragón como principal territorio y, en la mayoría de los casos, ligados a candidatos con gran tirón popular en municipios pequeños.
¿Qué hará esa resistencia naranja que todavía no ha entregado su papeleta al PP en esta convocatoria de elecciones generales?
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En un momento en que en los dos grandes partidos políticos están con la calculadora en la mano para proyectar mayorías posibles para gobernar, Paloma Piqueiras, vicepresidenta de la Asociación de Comunicación Política (ACOP) y profesora de la Universidad Complutense, traza una diferencia entre el voto de Ciudadanos en Cataluña y el voto de la formación en el resto de España “porque no votan en el mismo sentido”.
El nacimiento de Ciudadanos, recuerda, remite a poner freno al avance nacionalista y ese voto que aún queda en Cataluña “puede verse identificado con el talante moderado de Salvador Illa, que ha devuelto al PSC a un espacio de entendimiento constructivo”, opina la politóloga. Con todo, queda por ver si finalmente ese votante cogerá la papeleta del PSC o se queda en casa, hastiado de todo un poco.
En el resto de España, la tendencia, según Piqueiras, es la del voto conservador, fundamentalmente al Partido Popular de Núñez Feijóo, aunque habrá quien se sienta identificado con el discurso de Vox, pues también ese perfil extremo integró las lista de Ciudadanos en algunos territorios en los que hicieron fortuna un tiempo en el que los naranjas hablaron de ser bisagra pero en la práctica abrieron siempre la puerta para el mismo lado.
Nació con un cartel de su fundador en bolas y se va con lo puesto. Es Ciudadanos, el partido llamado a ser bisagra, fundado en 2006 y circunscrito a Cataluña como respuesta al avance nacionalista que, como muchos partidos de centro, ha tenido una vida intensa y precoz. Este martes, el Comité Nacional del partido ha decidido no presentarse a las elecciones generales del 23 de julio. Réquiem por un muerto.