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Rabia, resignación y cansancio: una semana en el epicentro de la catástrofe

Este martes se cumplen dos semanas de la inundación más grave de Europa desde 1973, que ha dejado hasta ahora 223 víctimas, 215 de ellas en la provincia de València. Vecinos de toda la Comunitat se plantaron este sábado en la plaza del Ayuntamiento para exigir responsabilidades en la mayor catástrofe que se recuerda en una zona por desgracia acostumbrada a las inundaciones desde hace siglos. En la protesta se mezcló la rabia por una tragedia que podía haberse cobrado menos vidas con un simple aviso, con el pésame a las familias que lo perdieron todo en una noche. El agotamiento también se dibujó en las caras de quienes llevan doce días trabajando sin descanso para limpiar su calle, para luego volver a una casa sin muebles, y en algunos casos todavía sin luz, sin agua y sin cama.

Las víctimas que vivían junto a las ramblas y en casas construidas hace más de un siglo poco pudieron hacer cuando el agua llegó con una fuerza inimaginable. La Rambla del Poyo, un cauce abandonado que normalmente está seco, llegó a quintuplicar el caudal del Ebro, y arrancó puentes, edificios, camiones y miles de coches. Pero en los lugares donde se alertó a la gente a tiempo, el número de víctimas se redujo al mínimo. En Torrent, la capital de la comarca de l'Horta Sur, con 91.000 habitantes, se decretó el día de la tormenta el cierre de colegios, instalaciones deportivas, centros de mayores y hasta los pasos subterráneos inundables. Allí el Ayuntamiento cree que han fallecido entre 15 y 20 vecinos —no tienen cifras oficiales divididas por municipios—, lejos de los más de 60 que se esperan en Paiporta.

Las primeras 24 horas desde el comienzo de la riada fueron de infarto. A primera hora del miércoles 30 de octubre se reportaron 51 víctimas mortales, y al final del día ya eran un centenar. España se despertó ese día con el corazón en un puño. Las siguientes jornadas fueron todavía peores. La cifra oficial superó el viernes los 200 muertos, y el pánico y la desinformación se apoderaron de los valencianos, que especulaban con cientos de muertos más en el parking del centro comercial de Bonaire y en prácticamente cada garaje a 30 kilómetros a la redonda.

Son muchos los testigos que cuentan cómo en la tarde en la que azotó la dana las calles de estos municipios estaban atascadas porque todo el mundo intentó salvar su coche en el último momento, y algunos no llegaron a salir de los parkings. La estampida del agua era de tal calibre que los portones de metal de los garajes salían despedidos y los sótanos se inundaban en segundos, convirtiendo el subsuelo y las plantas a pie de calle en una trampa mortal.

La gente que vivía en los bajos tuvo que refugiarse en casa de sus vecinos y abandonarlo todo. Este fin de semana están entrando en los vertederos de Valencia 3.500 toneladas diarias de muebles y electrodomésticos, pero también de juguetes, joyas heredadas y álbumes de fotos. Un hombre que vive en Alfafar recogía este miércoles un hornillo de petróleo cubierto de barro en una escombrera. "Tengo 77 años y esto existía antes de que yo naciera".

El punto y aparte en la gestión de la crisis lo marcó el fin de semana pasado. El sábado comenzaron a llegar cientos de bomberos y militares a las zonas afectadas, que durante días habían estado completamente abandonadas. Algunos efectivos del Ejército y bomberos ya se habían desplegado en los primeros días —en la noche de la tormenta se mandaron 1.000 unidades de la UME—, pero los problemas de acceso y la enorme dimensión de la catástrofe dejó solos a decenas de miles de vecinos durante los primeros cuatro días.

Esas horas están grabadas en piedra entre los afectados porque tuvieron que vivir rodeados de mugre hasta que la masa de voluntarios llegó desde todos los rincones de la provincia para limpiar casas y llevar comida y agua. Los ancianos que afrontaron las inundaciones solos tuvieron que convivir con el fango durante días porque no podían limpiarlo. Un testigo contó a infoLibre cómo la tormenta cogió desprevenida a una abuela con su nieta de tres años en Alfafar, y llegaron a tener el agua a la altura del cuello, pero afortunadamente sobrevivieron.

El domingo, con una población exhausta después de cuatro días de trabajo ininterrumpido, Felipe VI, Pedro Sánchez y Carlos Mazón se presentaron en Paiporta, en municipio más afectado y donde esa mañana se contaban más de 60 muertos. La imagen de decenas de policías nacionales y guardias civiles protegiendo a los altos cargos, mientras en las calles cercanas los vecinos estaban abandonados a su suerte, desató una rabia nunca vista en España que terminó con una agresión física al presidente del Gobierno y amenazas e insultos al monarca. Agitadores de ultraderecha también se infiltraron entre los manifestantes para engordar la sensación de caos, y lograron su objetivo. La foto fue interpretada como un gesto "cínico" o directamente "de sinvergüenzas" por los vecinos de los pueblos destruidos. Buena parte de la región seguía en ese momento sin luz, y la gente tenía miedo de beber agua del grifo por los falsos rumores sobre su toxicidad, mientras los políticos se paseaban escoltados.

A partir del pasado lunes, la tensión se fue disipando con la llegada de más de 7.000 militares a la zona cero y 2.300 bomberos. Los voluntarios ya habían hecho el trabajo sucio de vaciar las casas de muebles y adecentar las viviendas, y comenzaron a retirarse para dejar trabajar a la maquinaria pesada. Durante los siguientes días, las grúas, tractores y camiones de empresas de todo el país retiraron los coches siniestrados y los escombros para liberar las calles, mientras los bomberos y la UME vaciaban los garajes para confirmar que no había víctimas en ellos. La policía local se encargó de controlar los accesos y la Policía Nacional y la Guardia Civil tenía el encargo exclusivo de buscar desaparecidos. Mientras que los bomberos forestales y las unidades del Ejército de Tierra y Aire se centraron en retirar escombros y limpiar el barro.

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Este despliegue masivo de autoridades fue en general bien recibido por los vecinos, pero en algunos casos generó enfados entre la población. Llevaban días autoorganizándose con voluntarios para limpiar el fango y abrir accesos, y de un día para otro la Policía cortó el tráfico y la Generalitat complicó la entrada de civiles en la zona cero, que ahora tenían que llegar a pie desde la ciudad de València, andando cada día entre 10 y 15 kilómetros para ayudar.

Una vecina anciana de Alfafar agradecía este martes a los chicos y chicas de apenas 15 años que había estos días en su calle trabajando desde primera hora del día. "Son críos que llegan de otros pueblos, incluso del norte de Valencia. Durante los primeros días sobrevivimos gracias a ellos, fueron nuestro único apoyo", dijo a infoLibre. Otro hombre que vive en una calle donde este miércoles el agua seguía llegando por encima de los tobillos se mostraba más comprensivo con la respuesta a la catástrofe. "Creo que ha faltado mucha coordinación, pero ha sido una catástrofe que nunca habíamos vivido y entiendo que es difícil de gestionar. ¿Se podría haber hecho mejor? Seguro".

A punto de cumplirse dos semanas desde la lluvia torrencial, la situación ha mejorado bastante y algunos barrios han recuperado una mínima normalidad. Los comercios más afortunados de las zonas arrasadas han comenzado a abrir en los últimos días, y las avenidas principales ya están liberadas de escombros, aunque todavía hay puntos que siguen sin luz y sin agua corriente, y donde no se puede tirar de la cadena porque las alcantarillas están colapsadas. Dos adolescentes conversaban esta semana mientras caminaban junto a unos coches volcados en el barrio de La Torre (València). "¿Cuándo crees que todo esto volverá a estar como antes?", preguntaba uno. "Puf… mínimo dos meses… pero no creo que nada vuelva a ser igual".

Este martes se cumplen dos semanas de la inundación más grave de Europa desde 1973, que ha dejado hasta ahora 223 víctimas, 215 de ellas en la provincia de València. Vecinos de toda la Comunitat se plantaron este sábado en la plaza del Ayuntamiento para exigir responsabilidades en la mayor catástrofe que se recuerda en una zona por desgracia acostumbrada a las inundaciones desde hace siglos. En la protesta se mezcló la rabia por una tragedia que podía haberse cobrado menos vidas con un simple aviso, con el pésame a las familias que lo perdieron todo en una noche. El agotamiento también se dibujó en las caras de quienes llevan doce días trabajando sin descanso para limpiar su calle, para luego volver a una casa sin muebles, y en algunos casos todavía sin luz, sin agua y sin cama.

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