Con 92 años, Pepita Amado ve cerca, por primera vez, una oportunidad de resolver el enigma. "Se llevaron a mi padre de casa y no lo volvimos a ver. Éramos seis hermanos. Mi madre quedó destrozada. Mi hermana mayor, de 14 años, que era muy viva, nos ayudó a salir adelante. Yo tenía diez años para once. Mi hermana, cuatro. Tardamos un tiempo en saber que mi padre no iba a volver", cuenta, con una desenvoltura sorprendente para su edad. A su lado asiente su hermana Carmen, de 86 años. Las dos están muy enteras. Pepita recuerda cómo se enteraron del peor desenlace. "Nos lo dijo un señor que tenía un huerto, que lo había visto muerto en la tapia del cementerio...". No hacían falta más datos.
Pepita y Carmen son hijas del que fuera concejal del Ayuntamiento de Sevilla durante la Segunda República Rafael Amado, asesinado junto a otros miembros de la corporación tras el golpe de Estado y cuyos restos se encuentran, según la investigación del historiador José Díaz Arriaza, en la gigantesca fosa de Pico Reja de la capital andaluza. Las dos han acudido este martes a la convocatoria del Ayuntamiento para aportar muestras de ADN por si, una vez realizada la excavación, que aún no ha empezado, aparecen restos humanos y pueden identificarse y ser devueltos a sus herederos. El sueño de Pepita y Carmen sería llegar a identificar a su padre y poder enterrar sus restos. Es un camino incierto, que han empezado a recorrer más de 50 familias. Ha sido una mañana de lágrimas.
No en todas las ocasiones son los hijos los que han acudido. Muchos vástagos han muerto. Hace ya 82 años del golpe de Estado y de las primeras matanzas. Es ley de vida. La convocatoria para la toma de muestras de ADN de este martes en Sevilla ha sido una prueba fehaciente del dolor añadido que el retraso de la democracia en arremangarse para aclarar las matanzas del franquismo ha provocado en las familias. Entre los nietos cuyos padres ya han muerto sin saber nada, sin una sola respuesta, había en parte consuelo al ver que por fin el Ayuntamiento de Sevilla mueve ficha, pero también rechinar de dientes por tanto tiempo transcurrido. Una frase frecuente: "Me gustaría que mi madre estuviera aquí".
Más de 2.600 metros cuadrados
La fosa de Pico Reja es actualmente objeto de una ambiciosa intervención. Ya ha sido delimitada. Es enorme, mayor de lo que en principio se pensaba. Tiene una superficie de más de 2.600 metros cuadrados, según el Ayuntamiento. El siguiente paso, que aún no tiene fecha, será abrir la tierra y exhumar los cuerpos. El Ayuntamiento quiere que sea a lo largo de 2018, pero no da garantías. Después, si es posible, identificará los cuerpos en colaboración con la Universidad de Granada, que tiene un potente servicio forense. El prestigioso forense José Antonio Lorente acudió este martes al laboratorio municipal donde estaban convocados los familiares de las víctimas para darles todos los detalles de los pasos venideros, pero también fue claro al admitir que garantías, lo que se dice garantías de identificación, no puede ofrecer. Son palabras que duelen, pero la gente prefiere claridad.
Las investigaciones históricas estiman que en Pico Reja hay restos de más de 1.100 víctimas, entre ellas Blas Infante, considerado Padre de la Patria Andaluza, mártir del andalucismo. Su nieto Estanislao Naranjo fue uno de los que acudieron este martes al laboratorio municipal. Se lo toma más bien como un deber, porque es escéptico sobre los resultados. Es lógico. Incluso responsables políticos del Ayuntamiento y la Junta de Andalucía se muestran muy prudentes en relación con los trabajos en Pico Reja.
Los estudios históricos apuntan a que hay más de 4.000 víctimas del franquismo en un total de ocho fosas en el cementerio de Sevilla. A día de hoy, este cementerio ni siquiera es un símbolo reconocible de la represión, pese a las dimensiones genocidas que allí alcanzó la represión. Entre las fosas están Pico Reja y la del Monumento, que podrían sumar los restos de más de 3.000 víctimas. Hay nombres elocuentes, como la Rotonda de los Fusilados, o Disidentes y Judíos. Otras son ampliaciones. Hay fusilados allí mismo, en tapias cercanas, y muertos en cárceles y campos de concentración o en enfrentamientos con las tropas sublevadas. Hay poca documentación. Es difícil saber quién está y no está. Todo el entorno es un rompecabezas histórico y arqueológico.
Epicentro de la represión
A principios de los 50, Lolo Vargas, herrero comunista, decidió hacer él mismo una cruz y colocarla sobre la fosa de los Alpargateros, conocida como la del Monumento. Las autoridades lo toleraron. Al fin y al cabo, ¿a quién hacía daño? Con el tiempo unos albañiles se acercaron a hacerle una base para aportar estabilidad (y dignidad) a la cruz. Y ahí sigue la conocida como Cruz de Lolo. A unos pasos hay una columna con una tricolor y una inscripción: “En este lugar reposan los restos mortales de miles de hombres y mujeres valedores de la legalidad republicana que fueron asesinados en Sevilla tras el inicio de la guerra civil entre 1936 y 1955. Sevilla a su Memoria”. Allí se celebra un discreto homenaje cada 14 de abril. Por lo demás, nadie diría que aquel fue uno de los epicentros de la represión en el sur de España.
Pero verdaderamente lo fue. Y aclarar aquel horror ha sido hasta ahora una tarea pendiente en Sevilla, ciudad que mantiene una relación más que tirante con su memoria histórica. Finalmente el Gobierno local (PSOE) se ha puesto manos a la obra durante el presente mandato. Es tarde para muchas familias. Los trabajos han empezado por Pico Reja, la fosa más próxima a la tapia en la que se realizaban los fusilamientos. Lourdes Farratell, nieta de Francisco Farratell, lamenta que su padre, Francisco Farratell, no esté ya vivo para ver si la búsqueda culmina con éxito. "A mi abuelo se lo llevaron. Era director del periódico Canela en rama, pintor, lo apodaban El Loco", cuenta Lourdes con una sonrisa. Aunque su voz es firme, de repente se emociona. Pero no pensando en su abuelo, sino en su padre. "Debería estar aquí. Se quedó huérfano con siete años. A su madre la raparon. Le tiraron la casa abajo. Mi padre vivió toda su vida con miedo, tuvo que mendigar". Afirma que se conformaría con encontrar "una falange" de su abuelo, por tener la constatación de dónde fue arrojado tras su fusilamiento. Insiste: "Lamento que no haya habido tiempo de que mi padre esté aquí". Y lanza un mensaje a los que creen que buscar a los familiares enterrados en fosas comunes reabre heridas: "Nos dicen que hay que olvidar. Pero yo no quiero. Es la historia de mi familia. No me da la gana de olvidar".
Una madre muerta hace tres meses
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Joaquín Camero también acude como nieto de víctima, en este caso de Carlos Romero, fusilado en 1943, ya terminada la guerra. Al igual que Lourdes, ha ido a dar una muestra de ADN. "Aquí debería estar mi madre, Rocío Romero, que murió hace tres meses", explica Joaquín con lágrimas en los ojos. "A mi padre lo mataron por un gesto de dignidad, porque se negó a cargar unas escopetas para una cacería. Hoy estamos tristes y contentos. Tristes, porque mi madre no está aquí, pero contentos porque es el inicio de una luz", añade. También han ido a que les tomen muestras de ADN los hermanos Ramón (69 años) y Ana Sánchez (59), sobrinos de los comunistas asesinados Antonio y Ramón Sánchez. Otra vez la misma historia: la generación inmediatamente posterior a los asesinados no estaba presente.
Hoy han ido miembros de más de 50 familias a aportar ADN, según el Ayuntamiento, que espera que vayan apareciendo más. Se cree que sólo en Pico Reja hay más de 1.100 víctimas, entre ellas Blas Infante, miembros de la corporación sevillana asesinados tras el golpe, numerosos integrantes de la columna minera de Huelva, muertos en los enfrentamientos en Triana y la Macarena... Un problema técnico añadido para la identificación de restos es que en la fosa puede haber huesos de fusilados, muertos de hambre, pobres a los que se enterraba gratuitamente... Un tótum revolútum. No en vano, la fosa se abrió en 1925 para beneficencia. La guerra llegó más de una década después. A eso se suman los problemas por el tiempo transcurrido, que ha supuesto drásticas modificaciones del terreno. Por eso las autoridades se muestran tan prudentes. Por eso el más de medio centenar de familiares que han ido hoy al laboratorio a dejar muestras de ADN no tienen grandes motivos para el optimismo. Pero al menos es un intento. Y eso ya les sirve y les da ánimos. Charlan entre ellos. Reciben explicaciones. Ven que las autoridades públicas los considera víctimas y les dan un trato digno. Algo es algo.
Nadie quiere convertir los trabajos de exhumación e identificación de restos en "la búsqueda de Blas Infante". Pesa el recuerdo de los tres intentos fallidos de encontrar a Federico García Lorca. Si se focaliza la búsqueda en un solo hombre, el riesgo de fracaso es enorme, cuando lo cierto es que la mera intervención ya es un hito —aunque tardío— en la historia del memorialismo sevillano. Hay que considerar que Sevilla es una ciudad a la que le cuesta arrancarse del todo el pegadizo estigma del nacionalcatolicismo: ahí sigue Gonzalo Queipo de Llano, enterrado con honores en la Basílica de la Macarena, mientras Blas Infante lleva más de 80 años en una fosa común.
Con 92 años, Pepita Amado ve cerca, por primera vez, una oportunidad de resolver el enigma. "Se llevaron a mi padre de casa y no lo volvimos a ver. Éramos seis hermanos. Mi madre quedó destrozada. Mi hermana mayor, de 14 años, que era muy viva, nos ayudó a salir adelante. Yo tenía diez años para once. Mi hermana, cuatro. Tardamos un tiempo en saber que mi padre no iba a volver", cuenta, con una desenvoltura sorprendente para su edad. A su lado asiente su hermana Carmen, de 86 años. Las dos están muy enteras. Pepita recuerda cómo se enteraron del peor desenlace. "Nos lo dijo un señor que tenía un huerto, que lo había visto muerto en la tapia del cementerio...". No hacían falta más datos.