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“Siento que estoy haciendo un sacrificio viviendo en el extranjero por un futuro mejor en mi país”

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Thais Gutiérrez lleva cinco años retornando a España. Cada dos meses, esta madrileña de 31 años se ha impuesto la rutina de viajar hasta Madrid para encontrarse con la hermana que nacía al tiempo que ella preparaba su equipaje rumbo al extranjero en busca de un destino profesional que su país natal no ha dejado de negarle.

Licenciada en Relaciones Públicas y Publicidad y con un máster en comunicación sociocultural, en la actualidad trabaja en Dublín como analista de contenidos para una multinacional líder en el sector de las redes sociales. Una oportunidad que no deja de agradecer al tiempo que reconoce la nostalgia que le produce estar lejos de su familia.

Dublín no es la primera capital europea que la acoge como emigrante. La precariedad laboral, el desempleo y la falta de oportunidades la empujaron previamente a Roma, la ciudad a la que llegó primero para realizar sus prácticas de carrera y posteriormente de la mano de una beca concedida por la UNED para trabajar durante dos años en el Instituto Cervantes de Italia. “Era becaria, aunque mi salario estaba muy bien, porque se acercaba a un sueldo de jornada completa y cotizaba”, explica. Transcurrido ese período, esta madrileña intentó prolongar su relación profesional con la institución española, sin embargo, los recortes en educación abortaron sus pretensiones. “El Cervantes dijo que querían que siguiera con ellos, pero en la UNED ya estaban eliminando todas la plazas que tenían en el extranjero”, recuerda.

Lejos de su familia y de España, Thais, que ya había iniciado una nueva vida al lado de su compañero italiano, se vio nuevamente amenazada por una precariedad que la acercaba al punto partida. Para ninguno de los dos permanecer en Italia, otro país ensombrecido por la austeridad y la crisis, era una opción. “Mi chico romano, Marco, me propuso irnos a Madrid, así que lo sopesamos y echamos currículos, pero obtuvimos cero respuestas, así que pensé: '¿qué sentido tiene ir a Madrid a casa de mis padres si ni siquiera me contestan a los correos electrónicos?'”, recuerda con la indignación del que no encuentra recompensa alguna a sus esfuerzos: “Piensas 'oye, tengo una experiencia, una licenciatura, un máster, he estado trabajando fuera, hablo varios idiomas, ¿qué pasa?'. No entiendo nada”.

Con las opciones agotadas en sus respectivos países natales, se encontraron con que el éxodo de españoles en el extranjero les abría las puertas a numerosos destinos. “Empezamos a contactar con todos los amigos españoles que teníamos por el mundo y al final nos decantamos por Dublín”, explica agradecida a la hospitalidad de sus compatriotas. “Mandé mis cajas a España, hice mis maletas y me fui a Dublín sin pasar por Madrid. Allí, nos acogió un gran amigo español que nos ofreció asilo en el sofá de su salón”, recuerda.

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“Llegamos en pleno invierno. Horrible total. Depresión. Dublín es una pequeña ciudad de casas bajas victorianas. Si vienes de una gran ciudad como Madrid, pues piensas que estás en la periferia de algún sitio raro. Eso ya choca un poco, pero bueno, decidimos darle tiempo”. Ni el frío, ni la lluvia irlandesa nublaron la ambición de encontrar una nueva oportunidad para esta pareja que solo tuvo que esperar un mes para encontrar la estabilidad por la que habían cruzado buena parte de Europa. “Esperamos un mes, el tiempo que tardaron en llamar a mi chico para ofrecerle un empleo”. Un empleo en el que Marco ya ha escalado posiciones hasta alcanzar un puesto de responsabilidad. “La posibilidad de crecimiento aquí es bestial”, asevera al tiempo que reclama para su país un modelo productivo más abierto a la capacidad de innovación de los recién incorporados a las empresas españolas.

Thais, que también celebra haberse incorporado con una celeridad impensable al mercado laboral irlandés, confiesa aún con cierta sorpresa cómo en apenas unas semanas había mejorado su situación por encima de sus expectativas. “En dos meses duplicamos nuestro salario y nuestro nivel de vida”, explica. Sin embargo, sabe reconocer las flaquezas de un sistema de contratación, que al igual que el español, pone al trabajador en la incertidumbre de la temporalidad. No obstante, elogia la apertura de miras a las que están acostumbradas las empresas irlandesas, más proclives a incorporar las sugerencias de los recién llegados: “Si trabajara ahora en España, no tendría la oportunidad de vivir este tipo de dinámicas, como reuniones con gente de un montón de países, y videoconferencias con Estados Unidos tomando decisiones. Parece que en España para llegar a ese nivel de responsabilidad tienes que tragar una cantidad de años y de mierda”.

Después de cinco años acumulando experiencia, formación e idiomas, Thais sigue planificando sus tan breves como frecuentes vuelos a España, donde sabe que le espera su familia, su hermana y sus amigos. Una bocanada de aire que la impulsa a continuar con esa carrera laboral que espera que un día le lleve de vuelta a su Madrid natal. “Quiero pensar que el momento de regresar va a llegar, porque siento que estoy haciendo un sacrificio viviendo en el extranjero por un futuro mejor en mi país”.

Thais Gutiérrez lleva cinco años retornando a España. Cada dos meses, esta madrileña de 31 años se ha impuesto la rutina de viajar hasta Madrid para encontrarse con la hermana que nacía al tiempo que ella preparaba su equipaje rumbo al extranjero en busca de un destino profesional que su país natal no ha dejado de negarle.

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