El sistema electoral perjudica a una izquierda dividida

Yolanda Díaz e Ione Belarra, en una imagen de archivo.

Existe cierto temor en buena parte de la izquierda española a que los distintos espacios que en algún momento de los últimos años confluyeron en formaciones equivalentes a lo que hoy conocemos como Unidas Podemos no se pongan de acuerdo para concurrir en una candidatura unitaria a las próximas elecciones generales, que se prevén para finales del año que viene.

Pero antes, en mayo, se celebrarán las elecciones autonómicas y municipales, donde Yolanda Díaz ya ha anunciado que Sumar no presentará candidatura. En esta tesitura, Podemos e IU están negociando sus alianzas territoriales y han cerrado acuerdos en algunas comunidades autónomas, pero en otras las cosas se complican.

Las tensiones dentro del espacio confederal son patentes y las elecciones de mayo juegan un papel fundamental: el resultado determinará el equilibrio de fuerzas a la hora de negociar la configuración de las listas electorales para las próximas generales.

Estas pulsiones pueden empujar a que se presenten varias candidaturas de la izquierda alternativa en los comicios generales, pero también de forma parcial en las elecciones autonómicas y municipales. La pregunta es: ¿Qué expectativas tiene la izquierda alternativa en las próximas elecciones? Y ¿cómo le puede afectar la división del espacio a su rendimiento electoral?

Actualmente, el promedio de encuestas para las elecciones generales otorga a Unidas Podemos el 11% de los votos, con tendencias muy estables desde primavera de 2021 y entre 2 y 3 puntos por debajo de su máximo (13-14%) a principios de legislatura.

En las autonómicas, las encuestas apuntan a una situación aún más complicada. Más Madrid y Compromís —aliados de Podemos hasta 2019 y potenciales aliados de Sumar— pueden hacerlo relativamente bien en sus respectivas comunidades autónomas y capitales. También En Comú de Ada Colau en Barcelona. Pero Podemos —en coalición con IU en algunos territorios— está por debajo del 10% de voto en Canarias, Baleares, Aragón o Comunitat Valenciana, entre tantos.

Y esto supone un riesgo para la izquierda porque reduce su capacidad competitiva en muchas carreras electorales, ya que el sistema en España perjudica a los partidos que estén por debajo del 15% de los votos, justo lo que el espacio confederal está viviendo en estos mismos instantes en muchos territorios ante la disyuntiva de ensanchamiento o ruptura.

En términos históricos, los partidos que consiguen menos del 15% de voto en las elecciones generales o autonómicas terminan siendo infrarrepresentados en escaños. Por ejemplo, un partido de entre 10 y 14% de los votos en toda España en unas elecciones generales tiende a tener, de media, 2,8 puntos menos de escaños de los que le corresponderían si el sistema electoral fuera 100% proporcional. Esto es, la media del porcentaje de voto que consigue cada partido que se coloca en esta franja de voto es del 12,1% y, en cambio, solo conseguiría el 9,3% de los escaños.

Este efecto se agrava en la franja inferior, con los partidos que tienen entre 5 y 9% de los votos. En esta ocasión, conseguirían cerca del 7% de los votos y el 4% de los escaños, un diferencial neto negativo de 3 puntos porcentuales.

En cambio, los partidos que superan el 15% de los votos tienen una sobreestimación en escaños que opera de forma gradual, incrementándose con más énfasis en las franjas más altas. Así, un partido con entre 25 y 29% de los votos —el caso actual del PSOE, por ejemplo— tiene un aumento neto de 5 puntos.

Estas diferencias varían de una elección a otra, en función de características como el número de partidos que se presentan a dichas elecciones, pero el sesgo existente es estructural. Y este patrón se repite en las elecciones autonómicas, aunque las diferencias se diluyen ligeramente. Siguiendo los mismos ejemplos, para partidos de entre 5 y 9% de los votos la infraestimación en escaños es mayor de un punto porcentual, y en caso de partidos grandes (25-29%) la sobreestimación sube por encima de los 2 puntos.

Hay situaciones particulares —elecciones en territorios o lugares concretos— que pueden confundir a la hora de interpretar la proporcionalidad del sistema electoral. En las circunscripciones donde se reparten muchos escaños —normalmente en territorios muy poblados o provincias donde se reparten tantos escaños como partidos que superan el umbral mínimo de votos necesarios para conseguirlos— la distribución de escaños tiende a ser altamente proporcional.

Es el caso de las elecciones de Madrid en 2021. En esa ocasión, la izquierda alternativa presentaba dos candidaturas —Más Madrid y Podemos— y existía cierto riesgo de que los no superaran el mínimo necesario (5%) para conseguir representación, aunque finalmente la apuesta por Pablo Iglesias los relanzó y la distribución final de escaños es proporcional a los votos que consiguieron.

También existen casos antagónicos, normalmente en territorios poco poblados. Un ejemplo claro son Ceuta y Melilla en las elecciones generales. Ambas ciudades autónomas tienen un escaño en el Congreso y los partidos que compiten por él son numerosos. Es decir, el que más votos tenga se lleva el 100% de los escaños que se reparten. En las pasadas elecciones, el escaño de Melilla lo consiguió el PP, con menos del 30% de los votos. Este fenómeno se da, sobre todo, en provincias que reparten menos escaños que partidos que consiguen superar el umbral mínimo necesario. Como el caso de Ceuta y Melilla es paradigmático, se han excluido del análisis previo.

Actualmente, las dinámicas descritas y la idiosincrasia del sistema electoral pueden perjudicar al espacio a la izquierda del PSOE. Si de cara a las próximas elecciones generales se da una ruptura y eso termina dividiendo el voto que se estima ahora —hay que recordar que en política uno más uno no son dos pero tampoco uno entre dos es la mitad— podría terminar infraestimando notablemente a cada uno de los partidos del espacio y a sus posibilidades de participar en el Gobierno de la próxima legislatura.

Hay muchos ejemplos de partidos que actualmente están inmersos en esta coyuntura y que en el pasado han tenido problemas similares debido al sistema electoral. En 1996, Julio Anguita consiguió el mejor resultado electoral de IU con más del 10% de los votos, pero se hizo con 21 de los 350 escaños que se reparten en el Congreso, el 6%.

Sin ir más lejos, en las generales de 2015, Podemos e IU no se coaligaron en una alianza electoral y eso pasó factura, sobre todo, al hermano pequeño de la coalición, que sí se fraguó en 2016. En el año 15, IU tuvo una infrarrepresentación de 3 puntos en escaños (3,7% de votos y 0,6% de escaños) y Podemos de casi 1 punto (12,8% vs. 12%), sin considerar sus confluencias territoriales.

En el siguiente gráfico se pueden explorar los partidos que más y menos se han beneficiado del sistema electoral a lo largo de los últimos cuarenta años.

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No es necesariamente un problema específico de la izquierda, sino un deje del sistema electoral que infraestima a partidos pequeños a nivel nacional y fortifica a partidos grandes en las circunscripciones más pequeñas. Esto se refleja con nitidez en la representación de los nacionalistas y regionalistas, pero también para los partidos grandes en territorios sin formaciones de carácter propio.

La izquierda alternativa está en unos registros que no son halagüeños de cara a las próximas elecciones autonómicas y municipales, con algunas excepciones. Las alianzas que potencialmente tienen más opciones de prosperar son las que menos opciones electorales tienen en las encuestas y los partidos que lideran los territorios donde todavía este espacio es fuerte se han ido alejando de Podemos y acercándose a Sumar.

Y esto dificulta enormemente la situación, por lo complicado que resulta tejer unas relaciones tan deterioradas y por lo que esto podría suponer en su traducción en escaños.

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