¿Votamos más al partido o al candidato? España es cada vez más presidencialista
Reyes Maroto ha dado un paso adelante. Quiere ser alcaldesa de Madrid por el PSOE, según ella misma anunció este lunes. Sin embargo, la ministra de Industria, Comercio y Turismo no es muy conocida. Un 46,6 de los españoles no la conocen pese a ser miembro del Ejecutivo de Pedro Sánchez desde 2018, cuando ganó la moción de censura que le dio acceso a la Moncloa, según un estudio del CIS de octubre.
No es la primera vez que un ministro es candidato a unas elecciones autonómicas o municipales, unos comicios a menudo considerados como de segunda. Lo hizo Salvador Illa, entonces Ministro de Sanidad, Consumo y Bienestar Social, cuando se presentó a las catalanas de 2021. También Pablo Iglesias, vicepresidente segundo y Ministro de Derechos Sociales y Agenda 2030, cuando hizo lo propio como candidato a las elecciones autonómicas de Madrid ese mismo año. Con distinta suerte. El primero las ganó y el segundo se quedó en el 7%, anunciando la misma noche electoral su marcha de la política.
¿Cómo de importante es el conocimiento del candidato en las elecciones municipales y autonómicas? ¿Se vota más al partido o a la persona¿ ¿Se está haciendo cada vez más presidencialista el sistema parlamentario?
El pasado mes de octubre, el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) publicó un estudio específico sobre las próximas elecciones municipales. En ella, una de cada dos (53%) personas aseguraban que los candidatos a la alcaldía de su pueblo o ciudad eran un factor más importante que el partido político con los que se presentaban (37%) a la hora de decidir el voto. Es un dato significativo, aunque no sorprendente para la mayoría.
Pero existen notables diferencias entre los ciudadanos de distintas Comunidades Autónomas. Por ejemplo, el 60% de los andaluces indica que el candidato es más importante que el partido a la hora de ejercer el voto, una diferencia neta de más de 20 puntos. En cambio, en la Comunidad de Madrid o País Vasco las preferencias se invierten, teniendo los partidos más peso que los candidatos que los encabezan.
Evidentemente, no es una ciencia ni mucho menos exacta. En recientes elecciones, como las de Castilla y León, el candidato de Vox, Juan García Gallardo, cosechó un resultado excelente y decisivo pese a su falta de conocimiento. El momento dulce de su partido, la potencia de la marca y la popularidad de líderes nacionales fueron determinantes. Lo mismo ocurrió antes con candidatos de Ciudadanos y Podemos no muy conocidos pero que se beneficiaron de una ola más amplia y del momento político. En cualquier caso, cada vez el candidato parece pesar más.
Una investigación firmada por Diego Mo Groba y María Pereira López y publicada en la Revista de Investigaciones Políticas y Sociológicas (RIPS), argumenta que la influencia que ejercen cierto tipo de liderazgos “es un juego de suma y resta”. El liderazgo, por tanto, “funciona como un elemento canalizador del voto entre partidos emergentes y tradicionales” y es capaz de las preferencias de los electores en una u otra dirección.
Es decir, que un buen candidato aumenta la probabilidad de votar a un partido político, pero además, un mal candidato aumenta la probabilidad de terminar votando a su adversario, un fenómeno que han evidenciado Teresa Mata López y Manuela Ortega Ruiz (Revista Española de Ciencia Política, RECP) en su estudio del voto autonómico, al igual que los dos anteriores estudios citados.
Sin embargo, Mata y Ortega añaden que existen efectos concretos que disuaden estas influencias dependiendo de la Comunidad Autónoma objeto del estudio. En el caso de este último, que analiza los procesos electorales en Galicia, País Vasco y Cataluña entre 2009 y 2010, apunta que la influencia de los líderes pueda ser relativa —aunque no niegan su presencia— y añaden que “las características propias de estas regiones marcan de forma decisiva la orientación del voto”.
Los indicios apuntan a que el efecto del líder político en los ciudadanos a la hora de ejercer su voto se produce tanto en elecciones multipartidistas —donde muchos partidos compiten en la misma carrera electoral— como en las bipartidistas —cuando las elecciones se ciñen a dos grandes partidos. Y esto es relevante, porque, de forma natural, tendemos a pensar que la “presidencialización” de la política ha llegado a España de la mano de los nuevos partidos como Podemos, que en 2014 se presentaba a sus primeras elecciones con la imagen de su líder en la papeleta del voto.
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Sin embargo, un estudio de Leonardo Sánchez-Ferrer y Jorge Berzosa-Alonso (REIS), apunta que la valoración de los líderes no es la variable más influyente —la cercanía que uno tiene hacia un partido político es un factor más determinante—. Los autores le otorgan un peso similar que a la autoubicación ideológica del votante y mucho mayor que a la imagen que estos tienen respecto a la gestión de políticas públicas y la valoración retrospectiva de la gestión del Gobierno.
Es más, en todos los estudios citados a lo largo de estas líneas, las variables de corte demográfico (como el sexo, la edad o el nivel de estudios) no tienen efectos significativos en el voto. ¿Qué quiere decir esto? Pues que, si bien analizando las tendencias de voto por grupos demográficos podemos ver diferencias notables —sobre todo en temas como la religiosidad del votante— la influencia de estas características en el voto subyace bajo aquellos factores como la ideología, la cercanía hacia una formación política o la valoración de su cabeza de lista.
Argumentan los autores que “el efecto electoral del liderazgo tiende a ser mayor en democracias presidencialistas”, aunque subrayan la tendencia creciente a la personalización de la política en todo tipo de procesos electorales con diferentes sistemas de partidos.