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La sombra del franquismo siempre presente sobre la Abadía del Valle

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Desde la recuperación de la democracia, la Abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, la congregación religiosa que custodia los restos de Francisco Franco y de José Antonio Primo de Rivera, ha intentado sin descanso blanquear el significado real de Cuelgamuros. Los distintos líderes que esta pequeña comunidad benedictina ha tenido tras la muerte del dictador han repetido por activa y por pasiva que el enclave, situado en plena sierra de Guadarrama, no fue concebido para que la sombra dictatorial nunca desapareciese. Para ellos, el Valle de los Caídos no es un mausoleo con el que se busque honrar la memoria de Franco y del golpe de Estado de 1936, a pesar de que algunas de las inscripciones y símbolos que se repiten entre las paredes del complejo monumental lleven a pensar exactamente eso –“Caídos por dios y por España”, por poner un ejemplo–. Más bien, aseguran en su propia página web, es un lugar de “memoria y túmulo de todos los caídos”.

Pero aunque la comunidad benedictina se presente como protectora de un espacio de “reconciliación” entre “todos los caídos en la Guerra Civil, indistintamente del bando al que pertenecieran”, lo cierto es que el pasado y las declaraciones de algunos de sus líderes ponen en cuestión su carácter exclusivamente religioso y dejan entrever que la sombra de la extrema derecha nunca ha desaparecido de la Abadía. Más bien se ha mantenido hasta la actualidad. Tal y como ha publicado este martes infoLibre, el actual prior administrador de la congregación, Santiago Cantera Montenegro, fue candidato del partido Falange Española Independiente, una de las muchas formaciones falangistas que pugnaron por heredar el legado de Primo de Rivera tras la muerte del dictador, en las elecciones generales de 1993 y en los comicios europeos de 1994. Por aquel entonces, tenía poco más de veinte años.

Cantera Montenegro no ha sido, ni mucho menos, el único religioso al frente de la congregación que ha mantenido vínculos con el franquismo o el movimiento falangista. A lo largo de su historia, en la silla abacial se han sentado desde un fraile estrechamente ligado a la Sección Femenina liderada por Pilar Primo de Rivera hasta un exportavoz de la política exterior de la dictadura durante los años de Alberto Martín-Artajo como ministro de Asuntos Exteriores de Franco. Sin olvidarse de algún otro líder más reciente que, aunque no se le conozca una vinculación en el pasado tan directa como a Cantera con la extrema derecha, ha dejado alguna que otra declaración sobre el franquismo y la construcción del Valle de los Caídos por la que ha sido duramente recriminado.

Pérez de Urbel y la Sección Femenina

Con la Guerra Civil sentenciada, el primer movimiento del bando golpista fue dictar un decreto en el que se acordaba la construcción de “un magno monumento” destinado a “perpetuar la memoria de los Caídos de la Cruzada de Liberación” y que sirviera “como ejemplo para generaciones venideras”. El dictador no tardó en localizar el emplazamiento perfecto. Sólo un año después, en abril de 1940, ordenó que el mausoleo franquista fuera levantado en plena sierra de Guadarrama, en la vertiente conocida con el nombre de Cuelgamuros. Con el lugar elegido y el proyecto en mente, se inició el levantamiento del descomunal complejo monumental, un proceso de construcción que se prolongó durante casi dos décadas y en el que trabajaron como mano de obra esclava más de 20.000 presos políticos. A la ceremonia de inicio de las obras asistieron los embajadores de la Alemania nazi y la Italia fascista.

A tres años de su finalización, Franco veía cómo las obras del “magno monumento” en honor a “los que dieron la vida por dios y por la patria” avanzaban a buen ritmo. Sin embargo, al megalómano proyecto arquitectónico le faltaba una comunidad religiosa que lo custodiase. Por eso, a través de su ministro de la Presidencia, Luis Carrero Blanco, pidió al renombrado fraile Justo Pérez de Urbel que la buscase. El 23 de agosto de 1957 se creó la Fundación de la Santa Cruz del Valle de los Caídos con el fin de “rogar a dios por las almas de los muertos en la Cruzada Nacional”. Aquel decreto-Ley también fijaba el establecimiento de una Abadía Benedictina en Cuelgamuros. El 17 de julio de 1958, con las obras terminadas y cuando sólo quedaban unos meses para la inauguración, desembarcaron en el Valle de los Caídos una veintena de monjes del Monasterio de Santo Domingo de Silos.

Con la aprobación del Vaticano, se nombró primer abad de la comunidad a Pérez de Urbel, que recibió en octubre de ese año la bendición abacial en la capilla del Palacio Real de Madrid con el propio Franco como padrino. La vinculación de este religioso estuvo, incluso desde antes de que acabara la Guerra Civil, muy ligada al movimiento falangista, tal y como consta en la reseña biográfica que la Abadía de Silos publicó sobre el monje en el treinta aniversario de su muerte. Justo Pérez de Urbel comenzó en 1938 una “colaboración religiosa” con la Sección Femenina de la Falange Española: “El 17 de mayo, Pilar Primo de Rivera escribe al P. Justo pidiéndole que se ocupe de la formación religiosa de la escuela de jefes de la Sección Femenina que piensan abrir en Málaga. Y adelanta las materias que debe tratar: liturgia, antiguo y nuevo testamento, canto gregoriano…”.

La colaboración con la organización duró casi cuatro décadas. El 7 de julio de 1977, Pilar Primo de Rivera le comunicó su cese tras la supresión de la Secretaría General del Movimiento y la desaparición de la Sección Femenina. La hermana del Fundador de la Falange siempre le tuvo en gran estima. Por eso, tras la muerte del monje en 1979, no tardó en pronunciar un enorme agradecimiento a la colaboración de un hombre que “nos hizo entrar en un mundo nuevo que nos llevaba hacia dios”. “Fue (…) el que nos acercó de manera definitiva a la Orden Benedictina, cuya influencia a través de la Sección Femenina ha trascendido a millones de personas que han pasado por las escuelas, colegios mayores o menores, albergues (…). Todo esto y para siempre se lo deberá España a fray Justo”, señaló Primo de Rivera, según consta en la biografía que firma el monje de Silos Norberto Núñez.

El primer líder de la Abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, al que desde las Jons y desde Falange se le encargó en 1938 la fusión de las revistas Flechas y PelayoFlechasPelayo, se mantuvo como abad durante ocho años. La carga de trabajo que mantuvo durante su estancia en la cúpula de la congregación –compaginaba este cargo con el de profesor en la Universidad Complutense, miembro del CSIC o diputado en las Cortes franquistas– le llevó a presentar, en septiembre de 1966, su renuncia al cargo. Tardó menos de un mes en intentar dar marcha atrás. Sin embargo, Roma ya había tomado una decisión. En noviembre de ese año, se nombró un sustituto para un Pérez de Urbel que siempre afeó a la congregación el modo en el que se produjo su salida: “En realidad mi casa, mi comunidad, es el Valle de los Caídos. Pero allí no puedo volver, me defenestraron”.

Conoció bien al ex abad el escritor y periodista Carlos Luis Álvarez CándidoCándido, quien en sus comienzos profesionales trabajó para el religioso. De esa época, siempre contaba una anécdota: que en 1956 cobró 25.000 pesetas por escribir más 370 páginas con biografías de más de una veintena de supuestos mártires de la Guerra Civil. Ese libro, titulado Los mártires de la Iglesia y firmado por Pérez de Urbel, contiene unos cuantos mártires inventados por Cándido para rellenar el espacio que le habían encargado. 

Luis María de Lojendio, de propagandista a monje

El siguiente abad que conoció la pequeña comunidad benedictina tras la salida de Pérez de Urbel fue el vasco Luis María de Lojendio e Irure, que tomó posesión del cargo eclesiástico en enero de 1969. Nacido en San Sebastián, a este religioso le pilló el golpe de Estado de 1936 en su ciudad natal, donde fue detenido junto a uno de sus hermanos, que había participado en la fundación de la formación conservadora y católica Derecha Autónoma Vasca, vinculada a la CEDA. Los hermanos Lojendio fueron liberados en septiembre de ese año, al tiempo que Gipuzkoa caía en manos de los golpistas. Ya en la calle, el que más tarde sería abad del Valle de los Caídos se integró en la Oficina de Prensa del Gabinete Diplomático del Cuartel General de Franco y, en julio de 1937, se incorporó al Cuerpo de Oficiales de Prensa, encargado de la “vigilancia periodística”.

Durante 1946, con el régimen dictatorial español muy señalado a nivel internacional, se llevó a cabo una reforma del Ministerio de Asuntos Exteriores franquista, que por aquel entonces lideraba Alberto Martín-Artajo. Fue en el contexto de todos esos cambios cuando se creó la Oficina de Información Diplomática (OID) con el objetivo de combatir las informaciones críticas que se publicaban del Gobierno franquista desde el exterior. Su primer responsable sería Luis María de Lojendio, que accedió al cargo como jefe técnico en enero de 1946. Durante los doce años en los que capitaneó la OID –salió en enero de 1958–, “se afanó por ofrecer al mundo (…) una imagen gubernamental anticomunista, católica y de rasgos menos totalitarios”, señala el historiador Juan Manuel Fernández Fernández-Cuesta en un artículo sobre el religioso.

El Estado permite desde 1983 que los monjes sigan en el Valle de los Caídos en contra de lo que fija la normativa legal

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Consejero personal del ministro durante su etapa en Asuntos Exteriores, Luis María de Lojendio decidió abandonar la vida pública tras la salida de Martín-Artajo del Gobierno franquista. En 1960, ingresó como novicio en la orden benedictina del Monasterio de Silos y, nueve años después, fue nombrado abad del Valle de los Caídos. “Allí recuperó sus viejas adhesiones franquistas, que el propio Franco le agradeció personalmente en el Palacio del Pardo”, señala el historiador en “Luis María de Lojendio, portavoz de la política exterior española en la Guerra Fría”. Desde aquel momento, las visitas del dictador y altos cargos franquistas al religioso se convirtieron en habituales. En 1979, cuatro años después de la muerte de Franco, renunció a seguir liderando la congregación benedictina.

Un abad negacionista en democracia

Con la salida de Lojendio, la silla abacial la fueron ocupando, por orden, los religiosos Emilio María Aparicio, Ernesto Dolado y Anselmo Álvarez. De los dos primeros, la información que hay es muy escasa. Sin embargo, el último de los religiosos, aunque no consta que haya tenido una vinculación tan directa como en los casos anteriores con el franquismo y el falangismo, sí que ha saltado a la palestra en más de una ocasión por sus declaraciones y escritos sobre la dictadura. Desde decir que es “rigurosamente falso” que el bando franquista asesinase a más de 100.000 personas hasta negar que los presos que trabajaron en Cuelgamuros lo hicieran obligados: “Dada la voluntariedad en la prestación del trabajo y las condiciones en que éste se desarrolló (…) no puede decirse sin falsedad evidente que (…) fuera un campo de concentración ni de explotación de trabajo esclavo de los presos políticos”.

Desde la recuperación de la democracia, la Abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, la congregación religiosa que custodia los restos de Francisco Franco y de José Antonio Primo de Rivera, ha intentado sin descanso blanquear el significado real de Cuelgamuros. Los distintos líderes que esta pequeña comunidad benedictina ha tenido tras la muerte del dictador han repetido por activa y por pasiva que el enclave, situado en plena sierra de Guadarrama, no fue concebido para que la sombra dictatorial nunca desapareciese. Para ellos, el Valle de los Caídos no es un mausoleo con el que se busque honrar la memoria de Franco y del golpe de Estado de 1936, a pesar de que algunas de las inscripciones y símbolos que se repiten entre las paredes del complejo monumental lleven a pensar exactamente eso –“Caídos por dios y por España”, por poner un ejemplo–. Más bien, aseguran en su propia página web, es un lugar de “memoria y túmulo de todos los caídos”.

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